¿Un universo eterno? La física vuelve a rozar la idea de Dios
La física teórica vuelve a internarse en un territorio que durante siglos fue casi exclusivo de la filosofía y la teología. Un estudio reciente plantea que el tiempo podría no ser lineal ni irreversible, y que el pasado y el futuro podrían entrelazarse sin generar paradojas ni negar la libertad humana. Si estas hipótesis son correctas, no solo cambia nuestra comprensión del universo: también reaparece, por la puerta de la ciencia, una vieja pregunta sobre la eternidad y el lugar de Dios en la estructura profunda de la realidad.
![[Img #29421]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2025/1818_time.jpg)
La física moderna acaba de dar un paso inquietante hacia un territorio que hasta ahora parecía reservado a la ciencia ficción: el viaje en el tiempo sin paradojas. En un estudio publicado en Classical and Quantum Gravity, los físicos Germain Tobar y Fabio Costa demuestran que la existencia de curvas temporales cerradas —trayectorias en el espacio-tiempo que permiten regresar al pasado— no implica necesariamente contradicciones lógicas como el célebre “paradigma del abuelo”. Contra la intuición popular, el universo podría permitir dinámicas temporales no triviales sin romper la coherencia causal ni anular la libertad de elección de los observadores.
Según explican Tobar y Costa, en una investigación académica revisada por pares y publicada en una revista científica de primer nivel, la relatividad general predice desde hace décadas la posibilidad matemática de estas curvas temporales cerradas, pero siempre se asumió que su mera existencia conduciría a inconsistencias insalvables. “Un evento en una curva temporal cerrada está simultáneamente en su propio pasado y en su propio futuro”, señalan los autores, lo que parecía hacer imposible definir una dinámica física coherente. Sin embargo, su trabajo demuestra que este supuesto es incorrecto: es posible formular procesos deterministas y reversibles en los que múltiples observadores interactúan a través del tiempo sin provocar contradicciones.
La clave del estudio está en un marco teórico que preserva una idea fundamental: los agentes locales conservan plena libertad para decidir sus acciones. Ningún observador puede influir directamente sobre su propio pasado, pero sí puede participar en estructuras causales mucho más complejas, donde la dirección de la influencia temporal depende del contexto global del sistema. Tal como escriben los autores, “las curvas temporales cerradas son compatibles con la libre elección de operaciones locales y con la ausencia de inconsistencias lógicas”.
El hallazgo más perturbador aparece cuando el análisis se extiende a más de tres regiones del espacio-tiempo. En estos escenarios multipartitos, Tobar y Costa descubren procesos genuinamente nuevos, imposibles en un universo con causalidad lineal. En ciertos casos, dos observadores pueden intercambiar información sin que exista un orden causal fijo entre ellos: dependiendo de lo que hagan otros participantes del sistema, uno puede influir en el otro… o no hacerlo en absoluto. No hay una flecha del tiempo única, sino una causalidad condicional, flexible y sorprendentemente rica.
Los autores subrayan que estos procesos no son anomalías matemáticas marginales. Al contrario, forman una familia amplia de dinámicas coherentes que solo pueden existir si el espacio-tiempo permite estructuras temporales no convencionales. “La variedad de escenarios compatibles con curvas temporales cerradas demuestra que la comunicación sin orden causal no está severamente restringida por la consistencia lógica”, concluyen.
Aunque el estudio no afirma que nuestro universo contenga realmente estas estructuras temporales, sí lanza un desafío directo a uno de los dogmas más arraigados de la física: la idea de que el tiempo debe fluir en una única dirección para que la realidad tenga sentido. Si Tobar y Costa están en lo cierto, el tiempo podría ser mucho más extraño —y mucho más permisivo— de lo que jamás nos atrevimos a imaginar.
Una idea revolucionaria
El trabajo de Germain Tobar y Fabio Costa no solo interpela a la física contemporánea: abre una grieta profunda en algunos de los supuestos filosóficos y metafísicos más arraigados de la modernidad. Si, como sostienen los autores, es posible un universo donde existen bucles temporales coherentes —curvas temporales cerradas— sin paradojas ni contradicciones lógicas, entonces la noción clásica de tiempo lineal, irreversible y causalmente jerárquico deja de ser un pilar ontológico incuestionable.
Desde una perspectiva filosófica, el golpe es directo al corazón del determinismo ilustrado. La modernidad construyó su visión del mundo sobre una secuencia clara: pasado que fija el presente, presente que determina el futuro. Tobar y Costa muestran que esta estructura puede ser solo un caso particular, no una ley universal. En sus modelos, el pasado puede depender del futuro sin que ello implique incoherencia. No hay contradicción lógica, no hay bucle autodestructivo, no hay absurdo. Hay, en cambio, una causalidad distribuida, relacional y contextual, que recuerda inquietantemente a ciertas intuiciones antiguas que la filosofía moderna había relegado al mito.
Metafísicamente, el estudio erosiona la idea de que el tiempo sea un flujo absoluto. El tiempo aparece más bien como una red de relaciones, un entramado donde los acontecimientos no están ordenados de manera global, sino local. Cada región del espacio-tiempo conserva coherencia interna, pero el conjunto no obedece a una flecha única. Esto conecta con concepciones no lineales del tiempo presentes en Aristóteles tardío, en el neoplatonismo y, de forma más radical, en ciertas corrientes contemporáneas que cuestionan la primacía del devenir sobre el ser.
Uno de los puntos más perturbadores del trabajo es que esta arquitectura temporal no elimina la libertad. Al contrario: Tobar y Costa insisten en que los agentes conservan plena “libertad de elección” en sus acciones locales. No pueden enviar mensajes a su propio pasado —lo que evita la paradoja—, pero sí participan en una estructura donde sus decisiones influyen en una realidad que no se deja encerrar en una cronología simple. Filosóficamente, esto sugiere una compatibilidad inédita entre libertad y determinismo: un universo completamente coherente que, sin embargo, no está gobernado por una secuencia causal rígida.
Desde el punto de vista teológico, las implicaciones son aún másprofundas. La imagen de un tiempo no lineal, donde el futuro puede estar implicado en el pasado sin destruir la libertad humana, resuena con fuerza con concepciones clásicas de la eternidad divina. En la teología cristiana, Dios no “prevé” el futuro como un observador adelantado en el tiempo, sino que lo contempla todo en un presente eterno. El modelo de Tobar y Costa, aunque estrictamente físico, muestra que una estructura temporal no lineal puede ser racional, coherente y libre de contradicciones. Esto debilita el argumento según el cual la omnisciencia divina sería incompatible con la libertad humana.
Además, el estudio cuestiona indirectamente el principio moderno de “protección de la cronología”, defendido por Stephen Hawking, según el cual el universo impediría cualquier forma de viaje temporal para preservar la coherencia causal. Tobar y Costa muestran que la coherencia no exige necesariamente esa protección. El orden puede existir sin una flecha única del tiempo. La racionalidad no necesita un tiempo rectilíneo para sostenerse.
En última instancia, este trabajo sugiere que el universo podría estar más cerca de una estructura inteligible profunda —casi simbólica— que de un simple mecanismo encadenado. Un cosmos donde la causalidad no es una autopista de un solo sentido, sino un tejido en el que pasado, presente y futuro se implican mutuamente sin disolverse en el caos. Si la física admite ya esta posibilidad sin romper la lógica, la filosofía y la teología harían bien en tomar nota: quizá el tiempo no sea el carcelero de la realidad, sino solo una de sus formas de manifestarse.
La física teórica vuelve a internarse en un territorio que durante siglos fue casi exclusivo de la filosofía y la teología. Un estudio reciente plantea que el tiempo podría no ser lineal ni irreversible, y que el pasado y el futuro podrían entrelazarse sin generar paradojas ni negar la libertad humana. Si estas hipótesis son correctas, no solo cambia nuestra comprensión del universo: también reaparece, por la puerta de la ciencia, una vieja pregunta sobre la eternidad y el lugar de Dios en la estructura profunda de la realidad.
![[Img #29421]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2025/1818_time.jpg)
La física moderna acaba de dar un paso inquietante hacia un territorio que hasta ahora parecía reservado a la ciencia ficción: el viaje en el tiempo sin paradojas. En un estudio publicado en Classical and Quantum Gravity, los físicos Germain Tobar y Fabio Costa demuestran que la existencia de curvas temporales cerradas —trayectorias en el espacio-tiempo que permiten regresar al pasado— no implica necesariamente contradicciones lógicas como el célebre “paradigma del abuelo”. Contra la intuición popular, el universo podría permitir dinámicas temporales no triviales sin romper la coherencia causal ni anular la libertad de elección de los observadores.
Según explican Tobar y Costa, en una investigación académica revisada por pares y publicada en una revista científica de primer nivel, la relatividad general predice desde hace décadas la posibilidad matemática de estas curvas temporales cerradas, pero siempre se asumió que su mera existencia conduciría a inconsistencias insalvables. “Un evento en una curva temporal cerrada está simultáneamente en su propio pasado y en su propio futuro”, señalan los autores, lo que parecía hacer imposible definir una dinámica física coherente. Sin embargo, su trabajo demuestra que este supuesto es incorrecto: es posible formular procesos deterministas y reversibles en los que múltiples observadores interactúan a través del tiempo sin provocar contradicciones.
La clave del estudio está en un marco teórico que preserva una idea fundamental: los agentes locales conservan plena libertad para decidir sus acciones. Ningún observador puede influir directamente sobre su propio pasado, pero sí puede participar en estructuras causales mucho más complejas, donde la dirección de la influencia temporal depende del contexto global del sistema. Tal como escriben los autores, “las curvas temporales cerradas son compatibles con la libre elección de operaciones locales y con la ausencia de inconsistencias lógicas”.
El hallazgo más perturbador aparece cuando el análisis se extiende a más de tres regiones del espacio-tiempo. En estos escenarios multipartitos, Tobar y Costa descubren procesos genuinamente nuevos, imposibles en un universo con causalidad lineal. En ciertos casos, dos observadores pueden intercambiar información sin que exista un orden causal fijo entre ellos: dependiendo de lo que hagan otros participantes del sistema, uno puede influir en el otro… o no hacerlo en absoluto. No hay una flecha del tiempo única, sino una causalidad condicional, flexible y sorprendentemente rica.
Los autores subrayan que estos procesos no son anomalías matemáticas marginales. Al contrario, forman una familia amplia de dinámicas coherentes que solo pueden existir si el espacio-tiempo permite estructuras temporales no convencionales. “La variedad de escenarios compatibles con curvas temporales cerradas demuestra que la comunicación sin orden causal no está severamente restringida por la consistencia lógica”, concluyen.
Aunque el estudio no afirma que nuestro universo contenga realmente estas estructuras temporales, sí lanza un desafío directo a uno de los dogmas más arraigados de la física: la idea de que el tiempo debe fluir en una única dirección para que la realidad tenga sentido. Si Tobar y Costa están en lo cierto, el tiempo podría ser mucho más extraño —y mucho más permisivo— de lo que jamás nos atrevimos a imaginar.
Una idea revolucionaria
El trabajo de Germain Tobar y Fabio Costa no solo interpela a la física contemporánea: abre una grieta profunda en algunos de los supuestos filosóficos y metafísicos más arraigados de la modernidad. Si, como sostienen los autores, es posible un universo donde existen bucles temporales coherentes —curvas temporales cerradas— sin paradojas ni contradicciones lógicas, entonces la noción clásica de tiempo lineal, irreversible y causalmente jerárquico deja de ser un pilar ontológico incuestionable.
Desde una perspectiva filosófica, el golpe es directo al corazón del determinismo ilustrado. La modernidad construyó su visión del mundo sobre una secuencia clara: pasado que fija el presente, presente que determina el futuro. Tobar y Costa muestran que esta estructura puede ser solo un caso particular, no una ley universal. En sus modelos, el pasado puede depender del futuro sin que ello implique incoherencia. No hay contradicción lógica, no hay bucle autodestructivo, no hay absurdo. Hay, en cambio, una causalidad distribuida, relacional y contextual, que recuerda inquietantemente a ciertas intuiciones antiguas que la filosofía moderna había relegado al mito.
Metafísicamente, el estudio erosiona la idea de que el tiempo sea un flujo absoluto. El tiempo aparece más bien como una red de relaciones, un entramado donde los acontecimientos no están ordenados de manera global, sino local. Cada región del espacio-tiempo conserva coherencia interna, pero el conjunto no obedece a una flecha única. Esto conecta con concepciones no lineales del tiempo presentes en Aristóteles tardío, en el neoplatonismo y, de forma más radical, en ciertas corrientes contemporáneas que cuestionan la primacía del devenir sobre el ser.
Uno de los puntos más perturbadores del trabajo es que esta arquitectura temporal no elimina la libertad. Al contrario: Tobar y Costa insisten en que los agentes conservan plena “libertad de elección” en sus acciones locales. No pueden enviar mensajes a su propio pasado —lo que evita la paradoja—, pero sí participan en una estructura donde sus decisiones influyen en una realidad que no se deja encerrar en una cronología simple. Filosóficamente, esto sugiere una compatibilidad inédita entre libertad y determinismo: un universo completamente coherente que, sin embargo, no está gobernado por una secuencia causal rígida.
Desde el punto de vista teológico, las implicaciones son aún másprofundas. La imagen de un tiempo no lineal, donde el futuro puede estar implicado en el pasado sin destruir la libertad humana, resuena con fuerza con concepciones clásicas de la eternidad divina. En la teología cristiana, Dios no “prevé” el futuro como un observador adelantado en el tiempo, sino que lo contempla todo en un presente eterno. El modelo de Tobar y Costa, aunque estrictamente físico, muestra que una estructura temporal no lineal puede ser racional, coherente y libre de contradicciones. Esto debilita el argumento según el cual la omnisciencia divina sería incompatible con la libertad humana.
Además, el estudio cuestiona indirectamente el principio moderno de “protección de la cronología”, defendido por Stephen Hawking, según el cual el universo impediría cualquier forma de viaje temporal para preservar la coherencia causal. Tobar y Costa muestran que la coherencia no exige necesariamente esa protección. El orden puede existir sin una flecha única del tiempo. La racionalidad no necesita un tiempo rectilíneo para sostenerse.
En última instancia, este trabajo sugiere que el universo podría estar más cerca de una estructura inteligible profunda —casi simbólica— que de un simple mecanismo encadenado. Un cosmos donde la causalidad no es una autopista de un solo sentido, sino un tejido en el que pasado, presente y futuro se implican mutuamente sin disolverse en el caos. Si la física admite ya esta posibilidad sin romper la lógica, la filosofía y la teología harían bien en tomar nota: quizá el tiempo no sea el carcelero de la realidad, sino solo una de sus formas de manifestarse.




