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Domingo, 21 de Diciembre de 2025 Tiempo de lectura:
Sobre la izquierda de salón y el capitalismo "salvaje" que siempre paga la cuenta

Cuando la revolución viaja en avión privado

[Img #29424]El caso Chomsky no es una anomalía. Es un síntoma.

 

Durante décadas, una parte influyente de la intelectualidad occidental ha construido su prestigio denunciando al capitalismo, a los ricos, a las élites económicas y al “sistema”. Lo ha hecho desde universidades bien financiadas, editoriales poderosas, foros exclusivos y —cuando convenía— aviones privados.

 

Jeffrey Epstein no fue solo un depredador sexual. Fue, ante todo, un facilitador de estatus. Un hombre que entendió que el poder no se compra solo con dinero, sino con legitimación moral. Y para eso necesitaba intelectuales, científicos, filósofos, premios, catedráticos. Gente que alabara la igualdad mientras aceptaba privilegios.

 

El lingüista Noam Chomsky no fue el único que cayó en sus trampas. Solo es el más incómodo para la progresía global.

 

Existe una izquierda cultural —bien vestida, bien publicada, biewn promocionada, bien viajada— que ha hecho de la crítica al capital su modo de vida… financiado por el capital. No lo combate: lo administra. No lo destruye: lo utiliza. No lo rechaza: lo racionaliza.

 

El argumento para su cinismo es siempre el mismo:

 

  • “El dinero no importa si la causa es noble”

 

  • “Separar la obra del hombre”

 

  • “No sabía”

 

  • “Era solo una conversación”

 

Pero ese relativismo moral nunca se aplica al adversario ideológico. Al empresario, al banquero, al conservador, al votante equivocado, se le exige pureza absoluta. Al intelectual propio, indulgencia infinita.

 

La imagen de Chomsky conversando con Epstein en su jet privado es poderosa no por lo que demuestra legalmente, sino por lo que simboliza: la comodidad izquierdista con el poder capitalista cuando el poder capitalista se presenta con buenos modales, mujeres hermosas y chequera abierta.

 

Ese avión es la metáfora perfecta de una generación de escritores y pensadores que jamás renunció a los privilegios que decía detestar. Que hablaba de “los oprimidos” desde arriba. Que denunciaba “la explotación” sin bajarse nunca del asiento acolchado.

 

Noam Chomsky pasará. Su obra quedará, sus contradicciones también. Pero el problema real es el ecosistema que lo hizo posible y lo protege.

 

Un mundo académico y mediático donde:

 

  • el discurso antisistema es capital simbólico,

 

  • la cercanía al poder se perdona si el relato es políticamente correcto,

 

  • y la moral funciona como arma política, no como principio.

  •  

No estamos ante un error personal. Estamos ante una industria de la indignación selectiva.

 

Lo más revelador no ha sido la fotografía, ni las declaraciones posteriores. Ha sido el silencio atronador de muchos de sus discípulos, admiradores y herederos intelectuales. Los mismos que no dudan en cancelar, señalar o destruir reputaciones cuando el acusado pertenece al bando equivocado.

 

Aquí no hubo linchamiento. Hubo mutismo. No hubo escándalo. Hubo excusas.

 

Tal vez ha llegado el momento de dejar de preguntar si Chomsky fue ingenuo o contradictorio, y empezar a preguntarse algo más incómodo:

 

¿Cuántos críticos del sistema viven, piensan y se mueven exactamente como aquello que dicen combatir?

 

Porque quizá el mayor triunfo del capitalismo no fue corromper a los políticos, sino convertir a sus críticos en clientes fieles del sistema que dicen detestar.

 

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