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La Tribuna del País Vasco
Domingo, 25 de Enero de 2015 Tiempo de lectura:

Por un nuevo servicio civil obligatorio

[Img #5571]Si algo han demostrado los recientes atentados islamistas contra la revista satírica francesa “Charlie Hebdo” es que la democracia y los derechos individuales son una conquista sociopolítica muy difícil de alcanzar y demasiado fácil de perder. Las últimas generaciones de europeos hemos dado por supuesto que la libertad personal y las libertades públicas, la tolerancia, la diversidad de creencias, la convivencia pacífica de credos y opiniones, y la libertad de prensa eran prerrogativas naturales e inmanentes, inseparables del simple hecho de vivir, que venían como caídas del cielo, sin exigir ningún esfuerzo por parte de los ciudadanos para su mantenimiento y refuerzo.

 

Nada más alejado de la realidad. Los derechos individuales más elementales, la democracia y la libertad, conquistados lentamente siglo tras siglo, han de ser permanentemente protegidos de múltiples enemigos que se reproducen, mutan e, incluso, se unen a lo largo del tiempo hasta que, en algunos momentos históricos determinados, se convierten en auténticas e inminentes amenazas a nuestra seguridad y a nuestro sistema de convivencia.

 

Occidente, en general, y las democracias liberales, en particular, se encuentran hoy en uno de sus momentos cruciales en los que tendencias hostiles de diverso origen parecen aliarse contra nuestra forma de vida y, muy especialmente, contra todo aquello, la libertad, el pluralismo político,  la tolerancia religiosa, la multiplicidad ideológica, la laicidad y el respeto a los demás, que ha convertido a nuestras sociedades en las más avanzadas, desarrolladas y envidiadas del mundo.

 

En este sentido, los ataques a nuestras libertades, como hemos visto recientemente, llegan fundamentalmente desde el terrorismo islamista y desde amenazas externas de origen variable, pero también desde los movimientos populistas de corte totalitario que crecen peligrosamente en momentos de crisis, desde nacionalismos periféricos siempre dispuestos a violar la democracia para, con ello, romper los estados-nación tradicionales y desde los más diversos irracionalismos que tratan de arrastrarnos a tiempos prepolíticos y tribales en los que la vida colectiva se encontraba regida por falsas supersticiones y pensamientos mágicos, en detrimento de formas de convivencia bien regladas basadas en el respeto a las leyes y a las instituciones democráticas.

 

Ante los envites cada vez más fuertes y sangrientos de quienes tratan de acabar con nuestro modelo de convivencia, ha llegado la hora de pasar a la acción, defendiendo nuestros principios y la superior validez ética de éstos no solamente en el interior de nuestras sociedades sino también en todos aquellos territorios donde sea posible y necesario hacerlo. Pero para preservar los valores occidentales de convivencia es necesario, en primer lugar, ser conscientes de su enorme valía, ser conocedores de su delicadeza y hacerse partícipes de su defensa.

 

Por este motivo, tal y como cada vez se está reclamando con más fuerzas en países como Francia, quizás ha llegado ya el momento de impulsar la puesta en marcha de un servicio cívico, nacional y obligatorio, a través del cual los ciudadanos más jóvenes, durante un breve periodo de tiempo, entren en contacto con las claves más elementales de la ciudadanía democrática y se formen en la grandeza, la inviolabilidad, la superioridad moral y el carácter universal de los valores de Occidente. Se trataría de una cita inexcusable de los más jóvenes con la esencia de nuestra democracia, con la convicción de su defensa, con el aprendizaje de sus mecanismos de funcionamiento, con la especial naturaleza del término ciudadanía y, sobre todo, con la idea de que la Constitución, y las leyes y las instituciones que manan de ella, como fuentes esenciales de nuestras libertades, han de ser siempre defendidas frente a quienes tratan de acabar con ellas amparándose en los más diversos dogmatismos, sean éstos políticos o religiosos.

 

Ciertamente, una medida como ésta ha de ponerse en marcha de una forma gradual, y garantizándose en todo momento su viabilidad económica, logística y educativa. Pero hoy más que nunca resulta necesario asumir que lo que hace grande a nuestras sociedades, su capacidad para garantizar la convivencia en paz, libertad y prosperidad de personas diferentes, con ideologías y creencias religiosas diversas, debe ser resguardado activamente. Y para proteger algo con eficacia, no hay nada mejor que percibir su valor, su delicadeza, su complejidad y su permanente debilidad.

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