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Ernesto Ladrón de Guevara
Martes, 03 de Febrero de 2015 Tiempo de lectura:

Universidad. Deterioro de un concepto

No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, aunque sí creo que en el presente no se ha producido un desarrollo de la formación humanística directamente proporcional a la técnica. Ni tan siquiera creo que el desarrollo científico haya tenido igual dimensión que el técnico. Hoy la tecnología lo ocupa todo. El pragmatismo de lo inmediato, de lo que se puede ver y comprobar en tiempo real ha sustituido a la calma, a la reflexión serena, a la especulación filosófica que abre las puertas a otros campos como el descubrimiento científico, como pasaba en la antigüedad griega. La propia decadencia de la Grecia de hoy representa respecto al pasado lo que es el desarrollo de nuestras sociedades. Todo es inmediato, todo es el logro simultáneo a nuestros procesos biológicos, todo es presente y nada futuro. No se piensa para el mañana, se vive para el hoy.  Eso nos produce desasosiego, falta de sentido sobre nuestras existencias, cosificación de nuestra vida. Nada es espíritu, todo es materia.

 

Eso es lo que ocurre en el seno de nuestras universidades, que se queda de manifiesto en el Real Decreto que estipula la duración de tres años de las carreras, aunque deja en manos de las universidades la implantación, lo cual es como un brindis al sol. 

 

Hace tiempo que la Universidad, entendida en sentido genérico, ha dejado de ser un ámbito de profundización en el saber, en el conocimiento científico, templo donde se favorecen nuevas dimensiones del pensamiento y de la investigación, lugar de confrontación de posiciones sobre las múltiples facetas del renacimiento cultural que se abrió tras la Edad Media con el antropocentrismo y el hombre humanista, abierto a todas las vertientes del conocimiento. Centro de excelencia que reúne lo mejor, la élite del saber. La Universidad se ha convertido en la F.P. moderna, un ámbito eminentemente volcado al mundo de la economía y de la sociedad, orientada casi exclusivamente a  la formación de profesionales de las diferentes vertientes de la tecnología. La formación humanística ha quedado orillada desde los inicios de la educación primaria hasta los confines de la universitaria.

 

Decía Francisco Giner de los Ríos, krausista y fundador de la Institución Libre de la Enseñanza, sobre la universidad española lo siguiente: “¿Cuál es aquí esa función? [de la Universidad] Desde un principio  hallamos, más o menos vagamente, condensadas en las  universidades, y en proporciones diferentes, la investigación científica; la elaboración de la verdad así adquirida; su incorporación en el sistema de su cultura general; la transmisión y difusión de esta cultura, de sus puntos de vista, sus sentimientos, sus ideales, mediante la enseñanza; la educación moral de la juventud; su preparación para ciertas profesiones, con otras funciones…  (“Escritos sobre la Universidad española” Colección Austral.)

 

Pues bien. Hoy, la universidad en España es un antro de capillas endogámicas de intereses meramente laborales, con actitudes casposas y de castas de poder muchas veces adocenadas en tenidas donde se hace el reparto de las instancias de influencia. La casta política tiene parangón en aquellos lugares donde se ha cocido la clase dirigente de Podemos, el nuevo fenómeno de masas aborregadas, donde existe otra casta de no menor entidad, que crea círculos concéntricos de control universitario y dificulta la transferencia de personalidades del conocimiento y el flujo de nueva sabia en la investigación y el desarrollo científico.

 

En “El Mundo” del 12 de enero de este año aparecía una información con el siguiente titular: “Un informe sitúa a la U.P.V. a la cola de la ciencia. Euskadi es la autonomía con menos publicaciones científicas por investigador”    Y esa es la prueba del algodón de la capacidad científica: competir en revistas científicas internacionales, con una alta exigencia para publicar, con trabajos inéditos elaborados sobre la base de muchas horas de análisis, estudio, y especulación, experimentando y creando, contrastando principios y resultados. Lo demás es una pompa de jabón y el INEM trasladado al templo del conocimiento.  Y no es por falta de recursos. Euskadi es la segunda autonomía con más ingresos corrientes por alumno. Es porque esto huele ya a viejo en su peor acepción semántica.

 

Lejos queda aquella Universidad de élites donde surgían gigantes del mundo de la ciencia, de la filosofía y de la técnica. Las universidades españolas se han vulgarizado en la misma  medida que se van multiplicando; rebajando su nivel en idéntica correspondencia  en que se iban colando en ella gentes triviales, inconsistentes, sin la altura intelectual que se requiere.

 

La mejor expresión de lo que digo es que ninguna de ellas figura en la élite mundial, ni tan siquiera entre las doscientas mejor situadas por su prestigio y capacidad generadora de solvencia cultural.

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