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Javier Salaberria
Domingo, 15 de Febrero de 2015 Tiempo de lectura:

El que no llora no mama

[Img #5696]A veces te quedas expectante como si fueras un sociólogo dispuesto a sorprenderte con el comportamiento humano y, la verdad, cada día es más raro encontrar comportamientos cívicos, educados y elegantes. Pero sí, aun quedan personas que ceden el asiento del autobús, que te dejan pasar antes en la caja del supermercado cuando tienes dos cositas, que respetan los turnos de las colas, que te facilitan salir o entrar en un portal si ven que andas cargado de bultos, que te recogen algo del suelo o te hacen notar que se te ha caído. Hay personas que siguen dando los buenos días, que jamás evitan un saludo, que sonríen comprensivos cuando tu hijo está montando una numantina, que te avisan que van a salir para que aparques el coche o que te ayudan a aparcarlo si te ven en dificultades. Qué poco cuesta ser educado, cortés y amable... ¡y qué bueno es para la convivencia!

 

Sin embargo, más allá de la falta de educación, hay razones prácticas en la pérdida de los buenos modales. En este mundo competitivo, consecuente con una forma de ver la realidad distorsionada por el apetito material, ser agresivo tiene su recompensa.

 

Poner nerviosa a base de bocinazos a una señora que está aparcando tranquilamente su coche puede hacerla desistir y que sea yo el que consiga el sitio.  Para que te traten bien en la sanidad pública hay que montar una bronca del uno de modo que piensen que eres problemático y que puedes llegar a los tribunales si no te hacen caso. Lo mismo sucede en algunos restaurantes y bares: si no te haces notar con grosería te arriesgas a que te sirvan el último.

 

A veces, muchas personas han logrado esquivar una multa de tráfico o de aparcamiento poniéndose bravas. Es arriesgado, ya que hay agentes que eso lo interpretan como desacato, pero todos hemos sido testigos de cómo un poco de teatro y determinación pueden influir en el resultado final de la sanción.

 

Ocurre hasta con los niños con problemas. El Trastorno de Deficiencia de Atención con Hiperactividad (TDAH) afecta a casi un 10% de los niños. Sin embargo, se diagnostican menos casos. Eso es, entre otras razones, porque se diagnostican mucho antes los casos en los que se desarrollan más los síntomas de hiperactividad e impulsividad (más comunes en niños) que los de deficiencia de atención (más comunes en niñas). Los primeros no dejan de incordiar a padres y educadores por lo que son diagnosticados y, sobre todo, tratados con celeridad. Los segundos pasan desapercibidos porque parecen atentos y buenos, y no es hasta que sus resultados escolares son desastrosos cuando comienza la intervención.

 

Hasta la balanza de la justicia se inclina por aquellos que meten más ruido. Conozco casos del Juzgado de Familia en el que la denuncia de un padre a una madre por incumplimiento de obligaciones familiares en la custodia de los niños lleva meses –más de cinco- sin ser proveída, es decir sin fijarse una sala, un magistrado y un día para la audiencia; mientras que una denuncia de la madre a ese padre en el mismo sentido ha sido proveída en 15 días. Ningún magistrado se arriesga a que le denuncien por machista, racista o lo que sea y que su silla se empiece a tambalear. No hay padres con pancartas o en tanga protestando en la puerta de un juzgado, pero si feministas en pie de guerra. Los padres son malos por definición y las madres, pobres víctimas hagan lo que hagan, salvo pruebas contundentes al respecto. Si eso no es discriminación por razón de sexo y negar la presunción de inocencia, ya me dirán ustedes qué es.

 

En política ocurre tres cuartos de lo mismo. Como decía el inefable Pablo Iglesias en su propia emisora: te ganas el derecho a estar en la mesa negociando si tienes un buen garrote en la mano. Lo de ser honrado, sincero, eficiente resolviendo los problemas de la ciudadanía, imaginativo, buen negociador para extinguir conflictos, tener un buen programa y cumplirlo... es lo de menos. Lo importante es tu capacidad para acojonar al personal. Cuanto más miedo des mejor te irá negociando. Eso lo saben muy bien los del ISIS.

 

Así que, a estas alturas de nuestra decadencia moral, es más útil un master en violencia verbal, extorsión y dirección de mafias, que un doctorado en humanidades, sea de la rama que sea.

 

Hasta un señor con un rostro tan funcionarial y avaro como Montoro lo sabe: a Dios rogando y con el mazo dando.

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