Sábado, 20 de Septiembre de 2025

Actualizada Viernes, 19 de Septiembre de 2025 a las 17:34:34 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 09 de Marzo de 2015 Tiempo de lectura:

La destrucción de la cultura

[Img #5813]

 

Todas las ideologías totalitarias han tratado de utilizar la escuela para configurar una cosmovisión particular a la medida del poder y para establecer las bases de control y dominio social. Esto es un hecho incontrovertible.

 

La cultura no es concepto meramente relativo o subjetivo. No depende del contexto momentáneo, de las circunstancias episódicas. Es el rastro de una comunidad histórica a lo largo de los siglos. Es la herencia de tradiciones, valores, formas de vida, percepciones cognitivas colectivas, de la sensibilidad estética, ligada a los fenómenos literarios, plásticos, económicos y de relaciones interpersonales de carácter social, etc. Es, en definitiva, el molde colectivo que da forma a nuestra forma de pensar individual, sin el cual la sociedad carece de estructura, de cohesión, de solidaridad interna. La cultura nos es transmitida. No se recibe con el genotipo. No está ligada al hecho local, exclusivamente, sino tiene una red amplia que tiene conexión con la tradición histórica y la memoria intergeneracional.

 

El intelecto es, en definitiva, una creación colectiva. Pensamos y vivimos, percibimos, según ese tamiz trasmitido por nuestros antepasados. Es el filtro cognitivo inconsciente que nos hace captar los significados y conceptos comunes de acuerdo a una lengua impregnada por fenómenos religiosos, filosóficos y antropológicos que hemos recibido de forma más o menos explícita.

 

Esa cultura intelectual es lograda lentamente, fraguada por el paso del tiempo, por la sedimentación de muchos acontecimientos y circunstancias. Si por razones de interés político o de manipulación se transforma o anula esa trasmisión, el retroceso intelectual colectivo es inevitable.

 

Si no se forma a nuestras generaciones en el respeto a la verdad histórica, en la responsabilidad que implica el recibir y transmitir los fenómenos literarios, el conocimiento del entramado cognitivo colectivo que forma la cultura, en la valoración y autoestima que supone valorar ese legado y comunicarlo a las sucesivas generaciones, el retraso social es inevitable.

 

Desde las reformas socialistas del currículo, con la inestimable contribución de los nacionalistas, se ha consagrado el concepto de “libertad” como paradigma del fundamento del constructo educativo. Libertad para que el profesor reelabore los contenidos de la enseñanza, libertad para que el alumno decida lo que quiere aprender, libertad para que las comunidades autónomas adapten ese legado colectivo podando lo que no conviene a sus propósitos adoctrinadores, libertad que consiste en centrarse más en la forma que en el contenido, más en los procesos didácticos que en la transmisión de conocimientos, etc. Pero esa libertad mal entendida, pues la comunidad educativa no es una sociedad política,  sino una institución para la transmisión cultural del conocimiento y una extensión de la familia para la formación de la infancia y la juventud, es, precisamente la principal castradora de la liberación de la persona, pues no forma la personalidad.   La personalidad es un complejo donde los valores contenidos en la transmisión cultural son uno de los pilares fundamentales para conformar su vertiente social, la argamasa que da forma a su proyección hacia “los otros”.

 

Actualmente se da más importancia que los alumnos adquieran destrezas y competencias que el logro de conocimientos estructurales para formar una base suficiente de tipo cognitivo que permita saber discriminar, contextualizar y comprender los significantes culturales y del lenguaje. Un alumno que no tiene formación cultural difícilmente va a saber navegar entre el bosque ilimitado de contenidos en la red de redes, por tanto se encontrará perdido. La ignorancia es la circunstancia más propicia para la manipulación, para la incompetencia a la hora de discriminar entre contenidos y aprender a aprender.  El centrarse en el método y no en los conceptos básicos, en el instrumento y no en su aplicación, es la mejor manera de perder el tiempo y de obstaculizar el crecimiento de nuestros muchachos.

 

El pedagogismo al uso, verdadera sofística contemporánea, está haciendo mucho daño educativo, y es usado por quienes hacen de la educación herramienta de transformación social al servicio de intereses políticos, obviando las necesidades individuales de los educandos. El hacer tabla rasa, como se está haciendo con asignaturas fundamentales como la literatura, la lengua mayoritaria, la historia en el sentido más amplio de la palabra, la lectura o la escritura como elemento básico de adquisición cultural, privando del placer de la lectura y de la escritura a las generaciones presentes, es un drama, pues castra culturalmente a nuestros alumnos y su formación humanística está llena de lagunas y carencias.

 

El desconocimiento histórico supone la pérdida de los referentes colectivos. Cuando un país extravía su acerbo cultural está abocado a su desestructuración, a su atomización, a la yuxtaposición de sus grupos y colectivos, sin la argamasa que durante siglos los ha unido.

 

Una historia fragmentada, tal como ahora se enseña, es la mejor forma de que los alumnos se sumerjan en los mitos, falsedades y deformaciones conceptuales, que es la forma más vil de la ignorancia. Es la antítesis de una preparación para la vida que supone siempre un análisis realista y objetivo de las realidades sociales y culturales. Es un infantilismo social que lleva indefectiblemente al nihilismo, a la intranscendencia de las existencias. Vivir en la inconsciencia feliz es la mejor manera de llevar a la desesperanza, a la mutilación de posibilidades.

 

El bajo nivel de lenguaje, de conocimiento histórico, de herramientas de captación de las significaciones de los fenómenos culturales y sociales que han fundamentado nuestra forma de existencia es la mejor manera de suicidarnos colectivamente.

 

El orden, la disciplina y respeto a los adultos en la escuela es el prerrequisito previo para el trabajo bien realizado y la satisfacción por el aprendizaje. Ni una democracia mal entendida en la escuela ni una libertad demagógica que confunde la escuela con una institución política es la mejor manera de facilitar el crecimiento integral de nuestros alumnos y la formación de las generaciones para que sean eficaces y constructivas en la regeneración social.          

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.