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Javier Salaberria
Sábado, 14 de Marzo de 2015 Tiempo de lectura:

La tijera sigue viva

[Img #5858]Siglo XXI. La humanidad se ha desarrollado y ha pasado por todo lo inimaginable hasta hace pocas generaciones. Los problemas a los que se enfrenta son apocalípticos en su dimensión e importancia. A pesar de eso, hay estados en gran parte del mundo que aun siguen siendo paternalistas y continúan censurando, no sólo la acción política de la oposición al sistema, sino también las expresiones artísticas políticamente inocuas pero que pudieran alterar “moralmente” al ciudadano, considerado menor de edad para ciertos contenidos. Los países con sistemas islamistas de gobierno están a la cabeza de este tipo de censura, pero no son los únicos.

 

Recientemente dos estrenos cinematográficos han sido amputados por la tijera moralista a causa de dos tabúes distintos vigentes aun en esos países: sexo y religión. Materias que a los padres también nos cuesta hablar con nuestros hijos.

 

La primera es “50 sombras de Grey” (Fifty Shades of Grey), dirigida por Sam Taylor-Wood basada en la novela homónima superventas de 2011 de la británica E.L.James. Algunos la consideran una película pornográfica. La mayoría una película romántica con contenido erótico explícito. Pero ha sido criticada en Estados Unidos y en Europa, sobre todo, por “mostrar la violencia sexual y doméstica de forma glamorosa”. Más allá de esas críticas la película es infumable desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, con un guión endeble, carente de originalidad y ritmo, con unas interpretaciones incapaces de enganchar a nadie ni de transmitir esa sensualidad que pretende transmitir. Sus precedentes en la historia del cine “El ultimo Tango en París” (1972) “Nueve semanas y Media” (1986), “Lolita” (1962 y 1997) o cualquier secuela de “Emmanuelle” (1974), y una docena más de películas eróticas, lo hacen infinitamente mejor que este bodrio aburrido hasta decir basta pero con una buena cirugía estética de dinero. Lo peor no es que sea una mala película desde el punto de vista creativo, lo es también desde el punto de vista cultural porque transmite una serie de valores que como mínimo deberían cuestionarse: la dominación de un ser humano por otro (aunque sea sexual y consentida); el placer a través del dolor, del castigo y la tortura; la estética de la violencia (que por muy glamorosa que sea no deja de ser violencia); y por supuesto el manido tópico del príncipe azul forrado hasta las trancas y la chica inocentorra, humilde, universitaria y virgen, que cae en sus irresistibles garras de seducción en plan Pretty Woman (1990). Para vomitar. Lo más preocupante es que la novela arrase, sobre todo entre las lectoras, y la peli tiene pintas de seguir su rastro. Al parecer la clave del éxito -además, claro está, de una operación de marketing impecable- es que retrata, de forma muy burda, la fantasía de un montón de mujeres de nuestra sociedad: un hombre ideal, un macho alfa esquivo, seductor, atrayente y atractivo por su físico y su pasta gansa, que maneja perfectamente la situación pero que cambia por amor. ¡Ooooh, se me saltan las lágrimas! Un buen pico de mujeres, tanto de mediana edad como adolescentes, se sienten identificadas con una protagonista bobalicona, tímida, insegura pero que cuyo encanto amoroso consigue transformar al hombre único, duro, distante e impenetrable. ¡Ay Dios, cómo anda el patio!

 

Pues bien, los censores de algunos países han cortado el contenido erótico y han dejado el resto de mierda intacto. Vaya chasco para los sufridos espectadores que seguirán viendo un bodrio pero encima ni siquiera podrán tener un calentón a cambio de su dinero.

 

La otra cara de la tijera la ha sufrido “Exodus: Dioses y reyes” (Exodus: Gods and Kings)  de Ridley Scott, censurada en Egipto y Marruecos. En este caso la tijera era radical ya que se prohibía su exhibición por “distorsionar la religión y la historia”. Respecto a la historia acusan al film de dar una idea falsa del trato y del papel que jugaron los judíos en la época de los faraones. Ni fueron torturados ni construyeron pirámides y templos, según los censores egipcios. Respecto a la religión, la representación de Dios (Yahvé o Allah) como un niño, así como su relación con Moisés, no coincide ni con el Corán ni con la tradición judeo-cristiana y puede ser considerada una herejía por los sectores más fundamentalistas.

 

La película, en parte rodada en Fuerteventura y Almería, es un buen entretenimiento, con excelentes efectos visuales, decorados, vestuario y fotografía. Aproxima, muy superficialmente y sin demasiadas ambiciones, a la figura histórica y religiosa de Moisés. Mirada como película de aventuras para un público poco exigente está bien realizada y la interpretación de Christian Bale es bastante consistente, recordando levemente a la de su predecesor en el papel, Charlton Heston (“Los diez mandamientos” de 1956). La interpretación personal que el realizador hace de la figura de Moisés y de los acontecimientos narrados por la Torá, el Antiguo Testamento y el Corán, no parece descabellada, aunque no se ciña ni a la literalidad de estos textos, ni a la tradición judeo-cristiana y musulmana. La idea de que, por ejemplo, Dios se comunique con Su profeta a través de un ángel (encarnado en este caso en un niño) es algo común a lo largo de la historia de las tres religiones. No se confunde al Emisor con el mensajero, no al menos en la película, aunque sí parece que en las mentes retorcidas de algunos censores. Al contrario, trata en todo momento de presentar la intervención divina, milagrosa o sobrenatural, de un modo bastante lógico (probablemente haciéndose eco de la tendencia actual a revisar la Historia Sagrada desde una óptica científica). Las plagas de Egipto aparecen en la película como fenómenos naturales perfectamente determinados (todas excepto la del “ángel de la muerte” que acaba con los primogénitos). La separación de las aguas del Mar Rojo se explica por la caída de un meteorito u objeto celeste que provoca un tsunami precedido por la consabida retirada de las aguas. Las tablas de la Ley son cinceladas por la mano de Moisés y no por el “dedo de Diós” en forma de rayos de fuego. Aun así, es necesario tener un elevado grado de fe para creer que lo que sucedió en Egipto fue algo más que una revuelta de esclavos precedida por extraños fenómenos naturales interpretados de modo esotérico por mentes muy acostumbradas a los augurios, las supersticiones y las fantasías religiosas.

 

El revuelo que levantaron en su día otras películas como “El Evangelio según San Mateo” (1964) “Jesucristo Superstar” (1973), “La última tentación de Cristo” (1988), “La Pasión de Cristo” (2004), o “El código Da Vinci” (2006) demuestra que el tabú religioso no distingue credos, geografías o épocas.

 

Sin embargo es completamente inútil censurar al creador artístico por expresar su visión del erotismo, la religión o la política. Tan inútil como intentar mantener a un adolescente ignorante del sexo y las drogas, o tratar de educar en nuestros valores religiosos y morales a nuestros hijos e hijas con la intención de que los adopten como propios y los perpetúen, si no somos coherentes con esos valores en nuestra cotidianeidad.

 

Se educa con el ejemplo. Nunca con la censura.

 

Pie de foto: Escena de la película Exodus (la zarza ardiente incombustible en el monte sagrado del Sinaí), donde Moisés habla con Dios a través de un ángel que adopta la forma de un niño

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