Breve historia de la deriva fanática de un islamista
La vida burguesa y “bon vivant” de Yasin Labidi, el terrorista más sanguinario del Museo del Bardo
Unas pocas horas antes de que el pasado miércoles 18 de marzo tuviera lugar el atentado del tunecino Museo del Bardo en el que 25 personas fueron asesinadas, 20 de ellas turistas, Yasin Labidi, uno de los terroristas muertos en el ataque y al que la policía considera el líder de la operación, había tomado su desayuno (dátiles, pan y aceite de oliva) en compañía de su familia. Un poco más tarde, a las diez de la mañana de la jornada en la que Yasin Labidi sabía que iba a morir, el asesino pidió permiso a sus superiores para abandonar la agencia de viajes en la que trabajaba y abandonó la oficina para dirigirse directamente al Museo del Bardo.
La web tunecina “Kapitalis”, que ha reconstruido las últimas horas del criminal islamista, cuenta que ese día el hermano mayor de Labidi, mientras seguía las consecuencias del atentado terrorista por la televisión, no dejaba de insultar a los asesinos, “sin pensar jamás que mi hermano estaba implicado en el atentado”. Ya por la tarde, cuando miembros de la policía llamaron a su casa para interrogar a todos los allegados del terrorista, fue cuando los parientes más cercanos del islamista se enteraron de que aquel hijo y hermano de 27 años, “afectuoso, de buen trato y amable”, era un “miserable” asesino yihadista que ya estaba siendo investigado por la policía.
El hijo mayor de la familia Labidi no se explica cómo su hermano está muerto y cómo pudo implicarse en este crimen horrendo. “Nadie en nuestra familia entiende nada. Yasin era un joven cordial que aparentemente no tenía nada en común con los yihadistas”, explica a la agencia AFP. “Ha sido un golpe tremendo. No entiendo nada de nada”, explica mientras pide que, por favor, su nombre no sea publicado.
Nada, según los más próximos a Yasin Labidi, dejaba entrever la deriva islamista de este joven de clase media. Vivía con sus padres, con su hermana y su hermano, sin hacer sospechar nada a nadie. “Mi hermano era un ‘bon vivant’; le gustaba vestir bien y sentirse bien considerado por los amigos y la familia. No tenía complejos y se relacionaba con todo el mundo”.
Según recuerdan sus allegados, Yasin comenzó a interesarse por el Islam y a rezar tres años atrás, poco después de la revolución tunecina de enero de 2011. Pero no parecía interesarse por las corrientes más extremistas y, de hecho, por las noches “todo era normal”, mientras veía con sus padres y hermanos películas y documentales en la televisión.
Yasin solamente había abandonado el hogar de sus padres en una ocasión. Fue durante 27 días del mes de diciembre de 2014. Dijo que había pasado unas vacaciones en la localidad portuaria de Sfax, situada al sur de Túnez. Pero ahora sus padres se preguntan sobre dónde fue realmente. Los investigadores policiales aseguran que Labidi pasó ese tiempo en Libia, donde fue adiestrado en el manejo de armas.
Su primo Walid, desolado, explica a la agencia AFP que “antes de comenzar a rezar, Yasin disfrutaba de su juventud. Bebía, fumaba y tenía una novia”. Labidi acudía a la mezquita de El Faleh, situada a pocos metros de su casa. Y fue allí donde, según su hermano, se llenó de “ideas venenosas que, en nombre de la religión, envían a jóvenes hacia la muerte”, mientras asesinan a personas inocentes. “Jóvenes que, por su formación, podrían ser miembros de las fuerzas de seguridad, médicos o abogados, son convertidos en asesinos después de que les lavan el cerebro. Cualquier familia tunecina puede ver a sus hijos manipulados de este modo. Nadie está a salvo de que le ocurra lo mismo que nos ha pasado a nosotros. Ahora, solamente queremos enterrar al Yasin que era un ser humano y que quería a su familia y a sus amigos; no queremos enterrar al Yasin fruto de la podredumbre y la peste integrista y fanática”.
Unas pocas horas antes de que el pasado miércoles 18 de marzo tuviera lugar el atentado del tunecino Museo del Bardo en el que 25 personas fueron asesinadas, 20 de ellas turistas, Yasin Labidi, uno de los terroristas muertos en el ataque y al que la policía considera el líder de la operación, había tomado su desayuno (dátiles, pan y aceite de oliva) en compañía de su familia. Un poco más tarde, a las diez de la mañana de la jornada en la que Yasin Labidi sabía que iba a morir, el asesino pidió permiso a sus superiores para abandonar la agencia de viajes en la que trabajaba y abandonó la oficina para dirigirse directamente al Museo del Bardo.
La web tunecina “Kapitalis”, que ha reconstruido las últimas horas del criminal islamista, cuenta que ese día el hermano mayor de Labidi, mientras seguía las consecuencias del atentado terrorista por la televisión, no dejaba de insultar a los asesinos, “sin pensar jamás que mi hermano estaba implicado en el atentado”. Ya por la tarde, cuando miembros de la policía llamaron a su casa para interrogar a todos los allegados del terrorista, fue cuando los parientes más cercanos del islamista se enteraron de que aquel hijo y hermano de 27 años, “afectuoso, de buen trato y amable”, era un “miserable” asesino yihadista que ya estaba siendo investigado por la policía.
El hijo mayor de la familia Labidi no se explica cómo su hermano está muerto y cómo pudo implicarse en este crimen horrendo. “Nadie en nuestra familia entiende nada. Yasin era un joven cordial que aparentemente no tenía nada en común con los yihadistas”, explica a la agencia AFP. “Ha sido un golpe tremendo. No entiendo nada de nada”, explica mientras pide que, por favor, su nombre no sea publicado.
Nada, según los más próximos a Yasin Labidi, dejaba entrever la deriva islamista de este joven de clase media. Vivía con sus padres, con su hermana y su hermano, sin hacer sospechar nada a nadie. “Mi hermano era un ‘bon vivant’; le gustaba vestir bien y sentirse bien considerado por los amigos y la familia. No tenía complejos y se relacionaba con todo el mundo”.
Según recuerdan sus allegados, Yasin comenzó a interesarse por el Islam y a rezar tres años atrás, poco después de la revolución tunecina de enero de 2011. Pero no parecía interesarse por las corrientes más extremistas y, de hecho, por las noches “todo era normal”, mientras veía con sus padres y hermanos películas y documentales en la televisión.
Yasin solamente había abandonado el hogar de sus padres en una ocasión. Fue durante 27 días del mes de diciembre de 2014. Dijo que había pasado unas vacaciones en la localidad portuaria de Sfax, situada al sur de Túnez. Pero ahora sus padres se preguntan sobre dónde fue realmente. Los investigadores policiales aseguran que Labidi pasó ese tiempo en Libia, donde fue adiestrado en el manejo de armas.
Su primo Walid, desolado, explica a la agencia AFP que “antes de comenzar a rezar, Yasin disfrutaba de su juventud. Bebía, fumaba y tenía una novia”. Labidi acudía a la mezquita de El Faleh, situada a pocos metros de su casa. Y fue allí donde, según su hermano, se llenó de “ideas venenosas que, en nombre de la religión, envían a jóvenes hacia la muerte”, mientras asesinan a personas inocentes. “Jóvenes que, por su formación, podrían ser miembros de las fuerzas de seguridad, médicos o abogados, son convertidos en asesinos después de que les lavan el cerebro. Cualquier familia tunecina puede ver a sus hijos manipulados de este modo. Nadie está a salvo de que le ocurra lo mismo que nos ha pasado a nosotros. Ahora, solamente queremos enterrar al Yasin que era un ser humano y que quería a su familia y a sus amigos; no queremos enterrar al Yasin fruto de la podredumbre y la peste integrista y fanática”.