Emoción versus razón
La prueba más evidente de que las masas pueden ser guiadas como un rebaño mediante el estímulo de la emoción es la final de la Copa del Rey entre el Atlético de Bilbao y el Barcelona, este pasado sábado.
Los independentistas repartieron miles de silbatos para pitar al himno nacional, en una prueba más de falta de respeto no solamente a ese símbolo sino a millones de ciudadanos que aunque no nos mueva un especial sentimiento de identidad con lo que representa nuestro país, vemos la necesidad de la unidad, de la concordia y de vivir en un marco común, el de todos los españoles; un encuadre fraguado a lo largo de la historia durante siglos, que nadie tiene el derecho de romper, y menos con frivolidades y gestos descerebrados.
No es el fútbol un deporte que me provoque reacciones de ningún tipo. Más bien me muestro indiferente a él, pues creo que es el opio del pueblo, como es evidente en el ejemplo que motiva este artículo. Para mí es un espectáculo, sin más, que no debería ser mezclado de ninguna de las formas con las vísceras, con los impulsos más bajos, con la pedagogía del odio. Debería ser una competición limpia, ajena a cualquier tipo de pretensión de tipo político. Bastante es que tengamos los ciudadanos que perdonar –no es mi caso- los deberes que tienen los clubes de contribuir a la Seguridad Social y al fisco, como cualquier otra sociedad que busca el lucro.
A mí me parece que puestos a generar impulsos viscerales de naturaleza peligrosa para la convivencia entre ciudadanos, lo que debería hacer el Club de Fútbol Barcelona, ya que permite este tipo de actos incívicos e irreverentes para la sensibilidad de ciudadanos que no comparten estos comportamientos y que simpatizan con los símbolos patrios, es no participar en este tipo de competiciones, por coherencia. Si no se acepta a nuestro monarca, ni nuestro himno, ni nuestra bandera, no tiene sentido que participe en este campeonato que tiene como nombre “Copa del Rey”. Estoy hablando de coherencia. Y si no es así, debería instar a sus socios a guardarse las inquinas para otro momento, aunque solamente sea por respeto a las instituciones. Y, en cualquier caso, puesto que están –los del silbato- en contra del Rey, y quieren la República como forma de gobierno, lo que deben hacer los del “Barça” es no recoger la copa del Rey, y cedérsela al subcampeón. Y si aún así el subcampeón tampoco la acepta, en coherencia, regalársela a Cáritas junto con todos los estipendios económicos que han recibido sus jugadores por haber ganado esta liza futbolera.
Pero como ya sabemos que la coherencia se escribe con H de honestidad, y estos comportamientos responden a impulsos primarios, poco racionales, no podemos esperar que prevalezcan valores como el respeto a los demás, el civismo en los comportamientos colectivos, la aceptación de las normas democráticas, de la ley, y el acatamiento al marco constitucional. Y por eso estamos como estamos, con una falta considerable de credibilidad internacional y muy poca imagen de seriedad y de unas bases aceptables de estabilidad como fuente de crecimiento económico y de bienestar social.
Por algo Cataluña, más que una comunidad que gana prestigio y atrae riqueza, se empobrece a marchas aceleradas.
Ahora bien. Algo tienen que ver con esta escalada hacia la estupidez las instituciones del Estado, y, sobre todo, los partidos políticos que tienen el deber constitucional de cumplir y hacer cumplir las leyes, pues si en diferentes competiciones se han permitido este tipo de conductas colectivas, sojuzgando el marco jurídico, el devenir de estos comportamientos puede terminar en puertos que hoy resulten inimaginables.
La prueba más evidente de que las masas pueden ser guiadas como un rebaño mediante el estímulo de la emoción es la final de la Copa del Rey entre el Atlético de Bilbao y el Barcelona, este pasado sábado.
Los independentistas repartieron miles de silbatos para pitar al himno nacional, en una prueba más de falta de respeto no solamente a ese símbolo sino a millones de ciudadanos que aunque no nos mueva un especial sentimiento de identidad con lo que representa nuestro país, vemos la necesidad de la unidad, de la concordia y de vivir en un marco común, el de todos los españoles; un encuadre fraguado a lo largo de la historia durante siglos, que nadie tiene el derecho de romper, y menos con frivolidades y gestos descerebrados.
No es el fútbol un deporte que me provoque reacciones de ningún tipo. Más bien me muestro indiferente a él, pues creo que es el opio del pueblo, como es evidente en el ejemplo que motiva este artículo. Para mí es un espectáculo, sin más, que no debería ser mezclado de ninguna de las formas con las vísceras, con los impulsos más bajos, con la pedagogía del odio. Debería ser una competición limpia, ajena a cualquier tipo de pretensión de tipo político. Bastante es que tengamos los ciudadanos que perdonar –no es mi caso- los deberes que tienen los clubes de contribuir a la Seguridad Social y al fisco, como cualquier otra sociedad que busca el lucro.
A mí me parece que puestos a generar impulsos viscerales de naturaleza peligrosa para la convivencia entre ciudadanos, lo que debería hacer el Club de Fútbol Barcelona, ya que permite este tipo de actos incívicos e irreverentes para la sensibilidad de ciudadanos que no comparten estos comportamientos y que simpatizan con los símbolos patrios, es no participar en este tipo de competiciones, por coherencia. Si no se acepta a nuestro monarca, ni nuestro himno, ni nuestra bandera, no tiene sentido que participe en este campeonato que tiene como nombre “Copa del Rey”. Estoy hablando de coherencia. Y si no es así, debería instar a sus socios a guardarse las inquinas para otro momento, aunque solamente sea por respeto a las instituciones. Y, en cualquier caso, puesto que están –los del silbato- en contra del Rey, y quieren la República como forma de gobierno, lo que deben hacer los del “Barça” es no recoger la copa del Rey, y cedérsela al subcampeón. Y si aún así el subcampeón tampoco la acepta, en coherencia, regalársela a Cáritas junto con todos los estipendios económicos que han recibido sus jugadores por haber ganado esta liza futbolera.
Pero como ya sabemos que la coherencia se escribe con H de honestidad, y estos comportamientos responden a impulsos primarios, poco racionales, no podemos esperar que prevalezcan valores como el respeto a los demás, el civismo en los comportamientos colectivos, la aceptación de las normas democráticas, de la ley, y el acatamiento al marco constitucional. Y por eso estamos como estamos, con una falta considerable de credibilidad internacional y muy poca imagen de seriedad y de unas bases aceptables de estabilidad como fuente de crecimiento económico y de bienestar social.
Por algo Cataluña, más que una comunidad que gana prestigio y atrae riqueza, se empobrece a marchas aceleradas.
Ahora bien. Algo tienen que ver con esta escalada hacia la estupidez las instituciones del Estado, y, sobre todo, los partidos políticos que tienen el deber constitucional de cumplir y hacer cumplir las leyes, pues si en diferentes competiciones se han permitido este tipo de conductas colectivas, sojuzgando el marco jurídico, el devenir de estos comportamientos puede terminar en puertos que hoy resulten inimaginables.











