Un sistema electoral que es una farsa
Un sistema electoral que es una farsa
Existen diferentes sistemas políticos en los cuales se articulan las diferentes sociedades, y la distinción entre sistemas democráticos y dictaduras es básica.
De las dictaduras queda por decir, escribir y hacer, pero mantienen denominadores comunes que se reflejan en una forma de actuación que vulnera los Derechos Humanos de la población para beneficio de unos pocos. Siguen siendo varias en el planeta, y en todas ellas encontramos la ausencia de sistemas electorales o sistemas viciados de origen o manipulados o manipulables.
Pero los sistemas democráticos funcionan en base a un ordenamiento jurídico, que está por encima de caprichos personales y condiciona el funcionamiento de las instituciones y las relaciones entre ciudadanos. De esos sistemas jurídicos emanan sistemas electorales más o menos eficaces y eficientes.
Tras las elecciones del pasado día 24 de mayo se ofrece a los votantes un lamentable escenario de pactismo postelectoral que vulnera (como poco, parcialmente) el voto de los electores. No está bien que se conformen mayorías de gobierno en función de intereses partidistas o personalistas, utilizando el voto individual, secreto e intransferible, para obtener puestos concretos de poder, "poltronas".
Cuando los ciudadanos hemos ido a votar lo hemos hecho individualmente y pensando en el sistema político que queremos sostener con nuestro voto, pero no hemos decidido con nuestro voto qué coaliciones postelectorales conformarían los partidos, entre otras cosas porque en campaña electoral y en los programas electorales esa variable no estaba definida (salvo raras excepciones). Lo que ha ocurrido es lamentable y desmovilizador. Algunos marcaron "líneas rojas" que muchos se están saltando, creando confusión por la disparidad de criterios en función del lugar donde se pacta.
Una parte del problema que sufrimos se resolvería con tres medidas básicas, sencillas y baratas de aplicar, que pasan por modificar las Leyes Electorales, empezando por la Ley Electoral General. Y me refiero a medidas que se utilizan con éxito en países de nuestro entorno con mucha más experiencia en el ejercicio de la democracia:
1) - Listas abiertas, para que la configuración final la realice el elector y no el partido.
2) - Segunda vuelta, para impedir fragmentaciones que dificultan la gobernabilidad.
3) - Eliminación del Senado y las Diputaciones, que no sirven para nada, más que aumentar el número de "poltronas" y aforamientos. Les aseguro que en la cámara alta un día normal de trabajo es difícil encontrar a más de 10 señorías.
La modificación de las Leyes Electorales requiere de mayorías que se antojan imposibles de alcanzar, pero es una cuestión falsa, porque estamos concluyendo una legislatura con mayoría absoluta, y lo que es más sangrante, en privado prácticamente la totalidad de los políticos, indistintamente de su filiación, reconocen que, por ejemplo, la segunda vuelta sería una excelente medida que clarificaría el panorama, pero cuando esos políticos acceden a la "poltrona" el tema se olvida, y así ha sido desde que existe esta democracia.
¿Cómo voy a apoyar la segunda vuelta si yo voy a ser tercera o cuarta fuerza, pero en muchos sitios voy a poder jugar a ser "bisagra"?.
En el caso de las listas abiertas el problema es más grave, porque ningún partido quiere perder el tremendo poder que les concede a sus dirigentes elaborarlas, ¿Cómo voy a apoyar listas abiertas en mi partido si podría ocurrir que a mí no me elijan? Y, además, ¿Por qué tendría que regalar ese poder que tengo? Y la eliminación del Senado y de las Diputaciones también es una cuestión tabú, que en privado y con la boca pequeña, es cuestión que reconocen casi todos, pero que implica eliminar muchas "poltronas", la "tarta" a repartir se haría más pequeña, ¿Cómo voy a votar en contra de la eliminación del Senado si algún día, quizá, yo pueda ser senador y vivir mejor que un Rey?
No sé si nos engañan o nos autoengañamos, pero nuestro sistema electoral es una farsa dentro de nuestro sistema político, y así observamos con asombro fenómenos como el que ha ocurrido en Pamplona, y así observaremos cosas muy extrañas en las próximas elecciones generales.
Sería muy fácil que el legislador modificase el sistema electoral para hacerlo más democrático y, sobre todo, más representativo, pero no existe voluntad política, y nuestro actual sistema es un desastre por ineficiencia democrática, por fraude al elector y por generar vicios automáticos.
Existen diferentes sistemas políticos en los cuales se articulan las diferentes sociedades, y la distinción entre sistemas democráticos y dictaduras es básica.
De las dictaduras queda por decir, escribir y hacer, pero mantienen denominadores comunes que se reflejan en una forma de actuación que vulnera los Derechos Humanos de la población para beneficio de unos pocos. Siguen siendo varias en el planeta, y en todas ellas encontramos la ausencia de sistemas electorales o sistemas viciados de origen o manipulados o manipulables.
Pero los sistemas democráticos funcionan en base a un ordenamiento jurídico, que está por encima de caprichos personales y condiciona el funcionamiento de las instituciones y las relaciones entre ciudadanos. De esos sistemas jurídicos emanan sistemas electorales más o menos eficaces y eficientes.
Tras las elecciones del pasado día 24 de mayo se ofrece a los votantes un lamentable escenario de pactismo postelectoral que vulnera (como poco, parcialmente) el voto de los electores. No está bien que se conformen mayorías de gobierno en función de intereses partidistas o personalistas, utilizando el voto individual, secreto e intransferible, para obtener puestos concretos de poder, "poltronas".
Cuando los ciudadanos hemos ido a votar lo hemos hecho individualmente y pensando en el sistema político que queremos sostener con nuestro voto, pero no hemos decidido con nuestro voto qué coaliciones postelectorales conformarían los partidos, entre otras cosas porque en campaña electoral y en los programas electorales esa variable no estaba definida (salvo raras excepciones). Lo que ha ocurrido es lamentable y desmovilizador. Algunos marcaron "líneas rojas" que muchos se están saltando, creando confusión por la disparidad de criterios en función del lugar donde se pacta.
Una parte del problema que sufrimos se resolvería con tres medidas básicas, sencillas y baratas de aplicar, que pasan por modificar las Leyes Electorales, empezando por la Ley Electoral General. Y me refiero a medidas que se utilizan con éxito en países de nuestro entorno con mucha más experiencia en el ejercicio de la democracia:
1) - Listas abiertas, para que la configuración final la realice el elector y no el partido.
2) - Segunda vuelta, para impedir fragmentaciones que dificultan la gobernabilidad.
3) - Eliminación del Senado y las Diputaciones, que no sirven para nada, más que aumentar el número de "poltronas" y aforamientos. Les aseguro que en la cámara alta un día normal de trabajo es difícil encontrar a más de 10 señorías.
La modificación de las Leyes Electorales requiere de mayorías que se antojan imposibles de alcanzar, pero es una cuestión falsa, porque estamos concluyendo una legislatura con mayoría absoluta, y lo que es más sangrante, en privado prácticamente la totalidad de los políticos, indistintamente de su filiación, reconocen que, por ejemplo, la segunda vuelta sería una excelente medida que clarificaría el panorama, pero cuando esos políticos acceden a la "poltrona" el tema se olvida, y así ha sido desde que existe esta democracia.
¿Cómo voy a apoyar la segunda vuelta si yo voy a ser tercera o cuarta fuerza, pero en muchos sitios voy a poder jugar a ser "bisagra"?.
En el caso de las listas abiertas el problema es más grave, porque ningún partido quiere perder el tremendo poder que les concede a sus dirigentes elaborarlas, ¿Cómo voy a apoyar listas abiertas en mi partido si podría ocurrir que a mí no me elijan? Y, además, ¿Por qué tendría que regalar ese poder que tengo? Y la eliminación del Senado y de las Diputaciones también es una cuestión tabú, que en privado y con la boca pequeña, es cuestión que reconocen casi todos, pero que implica eliminar muchas "poltronas", la "tarta" a repartir se haría más pequeña, ¿Cómo voy a votar en contra de la eliminación del Senado si algún día, quizá, yo pueda ser senador y vivir mejor que un Rey?
No sé si nos engañan o nos autoengañamos, pero nuestro sistema electoral es una farsa dentro de nuestro sistema político, y así observamos con asombro fenómenos como el que ha ocurrido en Pamplona, y así observaremos cosas muy extrañas en las próximas elecciones generales.
Sería muy fácil que el legislador modificase el sistema electoral para hacerlo más democrático y, sobre todo, más representativo, pero no existe voluntad política, y nuestro actual sistema es un desastre por ineficiencia democrática, por fraude al elector y por generar vicios automáticos.