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Ernesto Ladrón de Guevara
Martes, 30 de Junio de 2015 Tiempo de lectura:

De victoria en victoria hasta la derrota final

[Img #6592]Es evidente que estamos en un Estado de Derecho fallido.

 

Cuando un sector de la ciudadanía y su clase política correspondiente se niegan a acatar las leyes dimanadas de la soberanía nacional es obvio que debería actuar la justicia con todos los instrumentos que la Constitución le atribuye. De lo contrario la anomia social y el estado de rebelión permanente se implanta en la realidad de las cosas, desembocando en lo que Hobbes denominaba el estado de la naturaleza como contraposición al Estado de Derecho, es decir, la ley de la jungla, del que más protesta o del más incívico.

 

Hace unas cuantas semanas contemplé en Vitoria una manifestación de padres con sus respectivos hijos. Siento repugnancia por la utilización de los niños como ariete para determinadas reivindicaciones. Los padres que lo hacen no son conscientes de que están usando a sus hijos como rehenes para lograr objetivos que a ellos les puedan parecer justos, pero que no lo son, pues violentan el marco jurídico, y para modificarlo están los representantes legítimos de la ciudadanía, pues para eso votamos. Pero lo más grave es que de forma indirecta se está adoctrinando a sus hijos, siendo esta actuación lo más antitético a lo que entendemos por educación. Aún recuerdo con desgarro cuando un rebaño de  mal llamados padres acudía frente a mi casa junto a sus hijos que no levantaban más de un metro del suelo, insultándome. Eran tiempos en los que fui, para mi desgracia, Delegado Territorial de Educación. Y digo para mi desgracia porque por mucho que me empeñaba en aplicar la ley e instar a su acatamiento, no había forma, y era una rebelión permanente contra lo que yo significaba entonces. Y lo peor de todo es que algunos periodistas se negaban a asumir que yo era un simple servidor del Estado de Derecho y que no hacía otra cosa que actuar con el rigor que la ley me imponía.

 

Los padres que se manifestaban recientemente  hacían un llamamiento a la insumisión a la LOMCE y a dejarla sin efecto por la vía de la insubordinación. Reivindicaban la supresión de la llamada reválida que en realidad es una evaluación diagnóstica como bien afirmaba la propia Consejera de Educación, no sé si convencida de lo que decía o para salvar los trastos.

 

A mí me parece una insensatez y una irresponsabilidad por muy nacionalista que se sea pedir que se anule una evaluación de los egresos escolares logrados por sus pupilos. Es como si en un hospital nos negáramos a que hubiera una auditoría de las prácticas médicas, prefiriendo correr el riesgo de que un médico en lugar de operarte de la vesícula te hiciera un transplante de riñón. Si se es un buen padre, lo que se quiere, en buena lógica, es que la educación que se proporcione a tus hijos sea con criterios de excelencia y no tanto ajustada a los cánones nacionalistas, es decir justificatorios de contenidos que no transciendan más allá de Pancorbo, en definitiva que no sepan nada de dónde nace el Ebro, o quienes fueron los Reyes Católicos, Cánovas  del Castillo o Hernán Cortés, por poner ejemplos.

 

Claro es que se ha impuesto el paradigma de que una buena educación es la que imparte pocos contenidos cognitivos y logra “competencias”, como si éstas no tuvieran nada que ver con unos aprendizajes básicos que son la puerta para ampliar nuevos logros de conocimiento.

 

Prueba de lo que digo es el empeño de que el aprendizaje cognitivo se adquiera con solo poner un ordenador delante del niño, como si la navegación por Internet se pudiera hacer sin tener una estructura cognitiva que permita desbrozar contenidos e ir a lo esencial, sabiendo interpretar textos complejos y adquirir conocimientos esenciales.

 

Es lamentable la falta de interés por cuestionarse lo “pedagógicamente correcto” que sospechosamente suele coincidir con lo “políticamente correcto”, sin hacer una mínima reflexión de qué es conveniente en un mundo globalizado y cada vez más competitivo, donde el no saber interpretar lo que dice un periódico, o no ser capaz de situar un óleo de Rembrant en su momento histórico y de valorar los valores estéticos, la semiótica contenida en el cuadro, o ubicar geográficamente el país al que pertenece el autor, fuera una circunstancia baladí en la evolución personal del sujeto. Según esto es más importante lograr unos aprendizajes tecnológicos que una buena formación humanística. Y lo lamentable  es que esos padres acepten estos hechos, sin profundizar más allá que el hecho de su pertenencia a la tribu.

 

Así vamos. De victoria en victoria hasta la derrota final.

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