La reforma de la Constitución
Rajoy ha manifestado que la Constitución será reformada en el 2016.
Me parece una frivolidad plantear una reforma constitucional con la previsión de un parlamento sumamente atomizado y sin mayorías estables, con una alta demagogia populista como paradigma. Una reforma de esa naturaleza se hace altamente improbable por la imposibilidad de establecer una mayoría cualificada suficiente para hacerla viable. Y, sobre todo, con una escasa probabilidad de llegar a unos consensos que logren una mejora del actual estatus constitucional, en la vía de fortalecer al Estado, darle estabilidad suficiente y crear las bases para la riqueza. Se hace absolutamente necesario fortalecer el Estado de Derecho generando seguridad jurídica y que las tribus imperantes dejen de zarandearnos llevando a España a la disgregación y a la insostenibilidad económica y, consiguientemente, social. El ahondar en las actuales diferencias interterritoriales, el profundizar en la España asimétrica, el poner las condiciones para el dispendio, para el déficit público estratosférico autonómico, y para la irresponsabilidad fiscal suponen ir en dirección contraria a crear las bases de la riqueza.
Plantear en puertas de unas elecciones generales una reforma constitucional cuando se va a perder la mayoría absoluta es otra muestra de indiferencia hacia los intereses generales y de populismo electoral. Tiempo han tenido para hacer esa reforma cuando entre el Partido Popular y los socialistas tenían la mayoría cualificada suficiente para hacerla. La entrada en escena del órdago secesionista catalán -y el que se va a retroactivar en el País Vasco como consecuencia-, así como la entronización en las Cortes de un partido claramente bolivariano y populista como es Podemos, llevan a la inviabilidad de cualquier ensayo de reforma coherente que corrija y rectifique los principales fallos de la actual Carta Magna. Por ejemplo, la corrección del título VIII de la C.E, para dar más peso a las instancias centrales, armonizadoras del Estado, es imposible con unas Cámaras parlamentarias en España dominadas por tendencias tan contrapuestas y sin que tengan una perspectiva histórica de lo que ha sido España; de donde venimos y hacia dónde vamos sin rupturas con nuestro legado histórico.
La actual Constitución exige una actualización y reforma, sensata y muy meditada. Es cierto. Pero eso no nos debe llevar al disparate de abrir el melón constitucional sin paracaídas, echando a los españoles al abismo. Y eso es lo que nos anuncia Rajoy, con una frivolidad que asusta.
¿Qué España quiere Rajoy en ese planteamiento de reforma? ¿La actual de las autonomías, generadora de un agujero de déficit irrecomponible en la actual escalada irrefrenable? ¿Una federal como la que preconiza el PSOE, de naturaleza asimétrica, que realmente es un oximorón, pues un Estado federal nace de la voluntad de dar un sentido igualitario a las partes que lo componen? ¿O una confederal, que es lo que realmente, en la práctica, va a venir por este camino? ¿Cree el Sr. Rajoy o el Sr. Sánchez que los nacionalistas se van a conformar? ¿No les basta la experiencia de estos más de treinta años en los que los nacionalistas jamás han aceptado el techo autonómico y siguen con una prédica victimista y absolutamente desleal con el Estado de Derecho y con el régimen constitucional? ¿Qué es lo que realmente pretenden estos políticos que carecen de miras de cara a asegurar el futuro de España para el bienestar de las futuras generaciones?
Si en algún momento se hace especialmente inoportuna una reforma constitucional, es precisamente en este.
Lo que se necesita, de forma perentoria, es que la actual Constitución se cumpla, cosa que no se hace desde el primero hasta el último artículo, y que se sea leal con el espíritu de los constituyentes que en 1978 nos dieron un sistema de convivencia que salvó una transición sumamente problemática. Aquella Constitución probablemente se haya quedado desfasada, pero de nada serviría si abriéramos un debate que nos lleve a agudizar los problemas que heredamos de aquellos pactos y de los déficits estructurales que nos han llevado al actual caos.
Una vez más los actuales políticos actúan de manera improvisada para resolver cuestiones imposibles de solucionar por la vía del diálogo, pues los nacionalistas llevan en su sangre el virus de la destrucción y del enfrentamiento.
Rajoy ha manifestado que la Constitución será reformada en el 2016.
Me parece una frivolidad plantear una reforma constitucional con la previsión de un parlamento sumamente atomizado y sin mayorías estables, con una alta demagogia populista como paradigma. Una reforma de esa naturaleza se hace altamente improbable por la imposibilidad de establecer una mayoría cualificada suficiente para hacerla viable. Y, sobre todo, con una escasa probabilidad de llegar a unos consensos que logren una mejora del actual estatus constitucional, en la vía de fortalecer al Estado, darle estabilidad suficiente y crear las bases para la riqueza. Se hace absolutamente necesario fortalecer el Estado de Derecho generando seguridad jurídica y que las tribus imperantes dejen de zarandearnos llevando a España a la disgregación y a la insostenibilidad económica y, consiguientemente, social. El ahondar en las actuales diferencias interterritoriales, el profundizar en la España asimétrica, el poner las condiciones para el dispendio, para el déficit público estratosférico autonómico, y para la irresponsabilidad fiscal suponen ir en dirección contraria a crear las bases de la riqueza.
Plantear en puertas de unas elecciones generales una reforma constitucional cuando se va a perder la mayoría absoluta es otra muestra de indiferencia hacia los intereses generales y de populismo electoral. Tiempo han tenido para hacer esa reforma cuando entre el Partido Popular y los socialistas tenían la mayoría cualificada suficiente para hacerla. La entrada en escena del órdago secesionista catalán -y el que se va a retroactivar en el País Vasco como consecuencia-, así como la entronización en las Cortes de un partido claramente bolivariano y populista como es Podemos, llevan a la inviabilidad de cualquier ensayo de reforma coherente que corrija y rectifique los principales fallos de la actual Carta Magna. Por ejemplo, la corrección del título VIII de la C.E, para dar más peso a las instancias centrales, armonizadoras del Estado, es imposible con unas Cámaras parlamentarias en España dominadas por tendencias tan contrapuestas y sin que tengan una perspectiva histórica de lo que ha sido España; de donde venimos y hacia dónde vamos sin rupturas con nuestro legado histórico.
La actual Constitución exige una actualización y reforma, sensata y muy meditada. Es cierto. Pero eso no nos debe llevar al disparate de abrir el melón constitucional sin paracaídas, echando a los españoles al abismo. Y eso es lo que nos anuncia Rajoy, con una frivolidad que asusta.
¿Qué España quiere Rajoy en ese planteamiento de reforma? ¿La actual de las autonomías, generadora de un agujero de déficit irrecomponible en la actual escalada irrefrenable? ¿Una federal como la que preconiza el PSOE, de naturaleza asimétrica, que realmente es un oximorón, pues un Estado federal nace de la voluntad de dar un sentido igualitario a las partes que lo componen? ¿O una confederal, que es lo que realmente, en la práctica, va a venir por este camino? ¿Cree el Sr. Rajoy o el Sr. Sánchez que los nacionalistas se van a conformar? ¿No les basta la experiencia de estos más de treinta años en los que los nacionalistas jamás han aceptado el techo autonómico y siguen con una prédica victimista y absolutamente desleal con el Estado de Derecho y con el régimen constitucional? ¿Qué es lo que realmente pretenden estos políticos que carecen de miras de cara a asegurar el futuro de España para el bienestar de las futuras generaciones?
Si en algún momento se hace especialmente inoportuna una reforma constitucional, es precisamente en este.
Lo que se necesita, de forma perentoria, es que la actual Constitución se cumpla, cosa que no se hace desde el primero hasta el último artículo, y que se sea leal con el espíritu de los constituyentes que en 1978 nos dieron un sistema de convivencia que salvó una transición sumamente problemática. Aquella Constitución probablemente se haya quedado desfasada, pero de nada serviría si abriéramos un debate que nos lleve a agudizar los problemas que heredamos de aquellos pactos y de los déficits estructurales que nos han llevado al actual caos.
Una vez más los actuales políticos actúan de manera improvisada para resolver cuestiones imposibles de solucionar por la vía del diálogo, pues los nacionalistas llevan en su sangre el virus de la destrucción y del enfrentamiento.