Asalto y muerte al Estado de derecho
El principal problema que España tiene no es la crisis económica ni el paro. Esos son la consecuencia, no la causa de la disolución del Estado de bienestar.
El problema raíz es la demolición del Estado de derecho, la falta de respeto a las reglas de juego, para que la convivencia entre españoles funcione, que es el respeto a la ley y la subordinación de ésta al interés general. Sin eso, el caos, la desvertebración política y social, y la anomia están servidos.
Cuando escribo estas líneas se reúnen los consejeros de educación de las comunidades autónomas con el Ministro de Educación. Doce de ellos ya han anunciado que no van a permitir la aplicación de la LOMCE en sus respectivas comunidades.
Hay que recordar que la LOMCE, como todas las leyes ordenadoras de la educación en España, es una ley orgánica, y por tanto forma parte del entramado básico legislativo en el Estado español, y es de obligado cumplimiento. Esta rebelión contra la LOMCE no es de recibo por muchas discrepancias que se puedan tener con la ley, las cuales tienen que ver, esencialmente, con la idiosincrasia feudal que se ha instalado en España.
Mi tesis doctoral versaba sobre las resistencias a la formación del Estado liberal, del Estado nacional, sobre la base del tronco común educativo, de la configuración de un sistema educativo nacional como columna vertebral de un Estado nacional moderno durante el siglo XIX, al igual que los que se formaron a partir de las revoluciones liberales en Inglaterra, y en Francia en el siglo XVIII, que superaron el Antiguo Régimen con los ideales de la Ilustración francesa como referencia. No sé si la expulsión de los franceses en España fue buena o no, lo que sí sé es que ello posibilitó la coronación del felón Fernando VII que nos dejó una herencia de atraso económico, político y social, y los pilares para la instalación de estructuras políticas e ideológicas que impidieron el salto a la modernidad y la superación de las resistencias feudales para la construcción de un sistema unitario democrático; en definitiva de un corpus que diera lugar a un Estado como forma de vertebración del liberalismo; como expresión democrática de organización política. Fruto de aquella vuelta al pasado fue el carlismo con dos (algunos historiadores dicen que tres) guerras que debilitaron a España y posibilitaron la descomposición de las esferas de ultramar y el peso internacional de nuestro país, con la caída en picado de nuestra influencia en el mundo y la destrucción de las bases de la riqueza. En ello tuvo un peso esencial la ausencia de un verdadero sistema nacional de educación, y así seguimos, si bien no solamente no corregimos el entuerto sino que vamos en dirección contraria a la superación de ese lastre histórico, a pesar de que todos los indicadores objetivos nos dicen que tenemos unos resultados educativos penosos que nos ponen a la cola de la OCDE.
Curiosamente, quienes deberían –por lo que es el imaginario colectivo- ser los baluartes de esa configuración moderna basada en un sistema educativo fuerte, unitario y vertebrador, son los que más trabas ponen a los consensos básicos para lograrlo, es decir, los socialistas y con ellos toda la izquierda que va en sentido contrario al legado transmitido por, a modo de ejemplo, la Institución Libre de la Enseñanza y sus expresiones más paradigmáticas. Por no decir los nacionalismos periféricos que, como todo el mundo sabe, persiguen la destrucción del Estado español y la disolución mediante mitos y mentiras históricas de 500 años de historia desde la constitución por los Reyes Católicos de la España al modo renacentista.
La izquierda, ayudada de forma muy efectiva por los nacionalistas, persiste en los principales errores educativos de la legislación que ha permanecido en sus rasgos esenciales durante estos más de treinta años últimos. Estos errores son, en lo esencial, los siguientes:
- No considerar como meta educativa el lograr individuos maduros, capaces de llevar adelante su propia vida y la de su familia, es decir adaptados a las duras condiciones de una sociedad muy competitiva y globalizada. En definitiva. Lo que se decía hasta hace no mucho y se ha olvidado, es que la escuela está para que las personas sean capaces de adaptarse a la vida tal como es, y fortalecerles para que no se derrumben al primer soplo de aire. Eso supone personas autoafirmadas, con una identidad fuerte lograda a base del sacrificio y el esfuerzo, con un sistema de valores bien afianzado, y con capacidad para proponerse retos de superación personal. Lo políticamente correcto va en dirección contraria a esta finalidad.
- Entre los aspectos más importantes de la educación está el desarrollo del lenguaje y del pensamiento que tiene su fuente en él. Lejos de centrar los esfuerzos en aquellas lenguas comunes e imperantes en el mundo, como es la mayoritaria entre los españoles –el español- y el inglés, perdemos las energías en inmersiones lingüísticas localistas que hacen retrasar los rendimientos de aprendizaje, lo que obliga a su vez a una bajada escalonada de los niveles y egresos educativos para justificar el objetivo de generalizar las lenguas regionales entre los escolares. Es decir, la vuelta a la Edad Media. El objetivo ya se sabe cual es: la construcción nacionalista. Una consecuencia es que los alumnos no tienen una lectura comprensiva y son incapaces de asimilar textos que tengan cierta complejidad y unos registros cultos.
- El desprecio a la formación y selección de un profesorado cribado con criterios de excelencia. Hoy todo el mundo admite que la base de que en Finlandia, Singapur, Corea del Sur o Taiwan la educación esté en cabeza de los sistemas educativos es el profesorado, seleccionado con mucho cuidado y muy formado, y también muy acreditado ante su propia sociedad que respalda y colabora con dicho profesorado.
- El no valorar que la llamada “nueva pedagogía” ha fracasado. Las teorías de Rousseau y sus seguidores de la llamada “Escuela nueva”, se han mostrado ineficaces para el mundo en el que vivimos. El buenismo aplicado a la escuela es demoledor. Según éste el niño ha de ser feliz, aprender jugando; y no se le debe exigir nada. Con lo cual las palabras disciplina y esfuerzo han sido desplazadas del recinto escolar, y todo el mundo obvia que nada se aprende sin esfuerzo y sin disciplina. Las aulas son lugares donde no existe un ambiente propicio para el aprendizaje y domina el ruido.
- El igualitarismo es el paradigma que da lugar a la llamada “educación comprensiva” que es, en síntesis, igualar a todo el mundo por debajo, desaprovechando a los más capaces, que tienen que llevar durante su escolaridad la rémora de los que van más despacio. En lugar de habilitar aulas para posibilitar que cada grupo de alumnos aprenda en función de sus capacidades los sacrificados son aquellos alumnos más dotados. Eso es un desaprovechamiento que en un país como España, cuyo factor de riqueza económica es el humano, pues no tenemos materias primas, es un disparate. Lo mismo ocurre con la falta de itinerarios formativos a una edad temprana, lo que provoca un fenómeno llamado de “objetores escolares” que hacen lo del perro del hortelano, ni comer ni dejar comer. La naturaleza nos hace diferentes, y cada cual necesita un tratamiento específico en función de sus potencialidades.
- La pedagogía constructivista se presenta como la verdad científica. Y ha servido para deslegitimar otras formas de acción pedagógica. En síntesis, consiste en que el método usurpa el lugar de los saberes tradicionales y convierte a los alumnos en egoístas cognitivos. Para estos alumnos sus ideas son el centro del universo y han llegado a ellas por casualidad. No existe para ellos la transmisión cultural, el conocimiento ahormado a lo largo de los siglos, la acumulación de la sabiduría y su perfeccionamiento por el tiempo. Los profesores son, de esta guisa, simples organizadores de “situaciones” de aprendizaje. El rechazo al conocimiento es el paradigma de este enfoque. Y desconocen otras teorías como la de la Escuela pedagógica de Vigostki que establece que la capacidad de pensar se fundamenta en sucesivos logros cognitivos y en el entramado de conceptos que los auspician.
- Una prueba evidente de todo ello es que pese a haberse bajado a límites sonrrojantes los niveles educativos, los índices del fracaso escolar y del abandono no han mejorado sino todo lo contrario. Pese a lo cual sus precursores persisten pertinazmente en el empeño de ahondar el desastre. ¿Qué intereses –aparte de la ignorancia profunda que suele motivar este tipo de políticas- existen en sus autores?
- La destrucción de la cultura, entendida ésta en su acepción más amplia.
- El relativismo absoluto que da píe al nihilismo. Todo vale y nada existe.
Por este camino y sin que haya quienes aboguen por un pacto educativo basado en el análisis inteligente, no hay remedio.
El principal problema que España tiene no es la crisis económica ni el paro. Esos son la consecuencia, no la causa de la disolución del Estado de bienestar.
El problema raíz es la demolición del Estado de derecho, la falta de respeto a las reglas de juego, para que la convivencia entre españoles funcione, que es el respeto a la ley y la subordinación de ésta al interés general. Sin eso, el caos, la desvertebración política y social, y la anomia están servidos.
Cuando escribo estas líneas se reúnen los consejeros de educación de las comunidades autónomas con el Ministro de Educación. Doce de ellos ya han anunciado que no van a permitir la aplicación de la LOMCE en sus respectivas comunidades.
Hay que recordar que la LOMCE, como todas las leyes ordenadoras de la educación en España, es una ley orgánica, y por tanto forma parte del entramado básico legislativo en el Estado español, y es de obligado cumplimiento. Esta rebelión contra la LOMCE no es de recibo por muchas discrepancias que se puedan tener con la ley, las cuales tienen que ver, esencialmente, con la idiosincrasia feudal que se ha instalado en España.
Mi tesis doctoral versaba sobre las resistencias a la formación del Estado liberal, del Estado nacional, sobre la base del tronco común educativo, de la configuración de un sistema educativo nacional como columna vertebral de un Estado nacional moderno durante el siglo XIX, al igual que los que se formaron a partir de las revoluciones liberales en Inglaterra, y en Francia en el siglo XVIII, que superaron el Antiguo Régimen con los ideales de la Ilustración francesa como referencia. No sé si la expulsión de los franceses en España fue buena o no, lo que sí sé es que ello posibilitó la coronación del felón Fernando VII que nos dejó una herencia de atraso económico, político y social, y los pilares para la instalación de estructuras políticas e ideológicas que impidieron el salto a la modernidad y la superación de las resistencias feudales para la construcción de un sistema unitario democrático; en definitiva de un corpus que diera lugar a un Estado como forma de vertebración del liberalismo; como expresión democrática de organización política. Fruto de aquella vuelta al pasado fue el carlismo con dos (algunos historiadores dicen que tres) guerras que debilitaron a España y posibilitaron la descomposición de las esferas de ultramar y el peso internacional de nuestro país, con la caída en picado de nuestra influencia en el mundo y la destrucción de las bases de la riqueza. En ello tuvo un peso esencial la ausencia de un verdadero sistema nacional de educación, y así seguimos, si bien no solamente no corregimos el entuerto sino que vamos en dirección contraria a la superación de ese lastre histórico, a pesar de que todos los indicadores objetivos nos dicen que tenemos unos resultados educativos penosos que nos ponen a la cola de la OCDE.
Curiosamente, quienes deberían –por lo que es el imaginario colectivo- ser los baluartes de esa configuración moderna basada en un sistema educativo fuerte, unitario y vertebrador, son los que más trabas ponen a los consensos básicos para lograrlo, es decir, los socialistas y con ellos toda la izquierda que va en sentido contrario al legado transmitido por, a modo de ejemplo, la Institución Libre de la Enseñanza y sus expresiones más paradigmáticas. Por no decir los nacionalismos periféricos que, como todo el mundo sabe, persiguen la destrucción del Estado español y la disolución mediante mitos y mentiras históricas de 500 años de historia desde la constitución por los Reyes Católicos de la España al modo renacentista.
La izquierda, ayudada de forma muy efectiva por los nacionalistas, persiste en los principales errores educativos de la legislación que ha permanecido en sus rasgos esenciales durante estos más de treinta años últimos. Estos errores son, en lo esencial, los siguientes:
- No considerar como meta educativa el lograr individuos maduros, capaces de llevar adelante su propia vida y la de su familia, es decir adaptados a las duras condiciones de una sociedad muy competitiva y globalizada. En definitiva. Lo que se decía hasta hace no mucho y se ha olvidado, es que la escuela está para que las personas sean capaces de adaptarse a la vida tal como es, y fortalecerles para que no se derrumben al primer soplo de aire. Eso supone personas autoafirmadas, con una identidad fuerte lograda a base del sacrificio y el esfuerzo, con un sistema de valores bien afianzado, y con capacidad para proponerse retos de superación personal. Lo políticamente correcto va en dirección contraria a esta finalidad.
- Entre los aspectos más importantes de la educación está el desarrollo del lenguaje y del pensamiento que tiene su fuente en él. Lejos de centrar los esfuerzos en aquellas lenguas comunes e imperantes en el mundo, como es la mayoritaria entre los españoles –el español- y el inglés, perdemos las energías en inmersiones lingüísticas localistas que hacen retrasar los rendimientos de aprendizaje, lo que obliga a su vez a una bajada escalonada de los niveles y egresos educativos para justificar el objetivo de generalizar las lenguas regionales entre los escolares. Es decir, la vuelta a la Edad Media. El objetivo ya se sabe cual es: la construcción nacionalista. Una consecuencia es que los alumnos no tienen una lectura comprensiva y son incapaces de asimilar textos que tengan cierta complejidad y unos registros cultos.
- El desprecio a la formación y selección de un profesorado cribado con criterios de excelencia. Hoy todo el mundo admite que la base de que en Finlandia, Singapur, Corea del Sur o Taiwan la educación esté en cabeza de los sistemas educativos es el profesorado, seleccionado con mucho cuidado y muy formado, y también muy acreditado ante su propia sociedad que respalda y colabora con dicho profesorado.
- El no valorar que la llamada “nueva pedagogía” ha fracasado. Las teorías de Rousseau y sus seguidores de la llamada “Escuela nueva”, se han mostrado ineficaces para el mundo en el que vivimos. El buenismo aplicado a la escuela es demoledor. Según éste el niño ha de ser feliz, aprender jugando; y no se le debe exigir nada. Con lo cual las palabras disciplina y esfuerzo han sido desplazadas del recinto escolar, y todo el mundo obvia que nada se aprende sin esfuerzo y sin disciplina. Las aulas son lugares donde no existe un ambiente propicio para el aprendizaje y domina el ruido.
- El igualitarismo es el paradigma que da lugar a la llamada “educación comprensiva” que es, en síntesis, igualar a todo el mundo por debajo, desaprovechando a los más capaces, que tienen que llevar durante su escolaridad la rémora de los que van más despacio. En lugar de habilitar aulas para posibilitar que cada grupo de alumnos aprenda en función de sus capacidades los sacrificados son aquellos alumnos más dotados. Eso es un desaprovechamiento que en un país como España, cuyo factor de riqueza económica es el humano, pues no tenemos materias primas, es un disparate. Lo mismo ocurre con la falta de itinerarios formativos a una edad temprana, lo que provoca un fenómeno llamado de “objetores escolares” que hacen lo del perro del hortelano, ni comer ni dejar comer. La naturaleza nos hace diferentes, y cada cual necesita un tratamiento específico en función de sus potencialidades.
- La pedagogía constructivista se presenta como la verdad científica. Y ha servido para deslegitimar otras formas de acción pedagógica. En síntesis, consiste en que el método usurpa el lugar de los saberes tradicionales y convierte a los alumnos en egoístas cognitivos. Para estos alumnos sus ideas son el centro del universo y han llegado a ellas por casualidad. No existe para ellos la transmisión cultural, el conocimiento ahormado a lo largo de los siglos, la acumulación de la sabiduría y su perfeccionamiento por el tiempo. Los profesores son, de esta guisa, simples organizadores de “situaciones” de aprendizaje. El rechazo al conocimiento es el paradigma de este enfoque. Y desconocen otras teorías como la de la Escuela pedagógica de Vigostki que establece que la capacidad de pensar se fundamenta en sucesivos logros cognitivos y en el entramado de conceptos que los auspician.
- Una prueba evidente de todo ello es que pese a haberse bajado a límites sonrrojantes los niveles educativos, los índices del fracaso escolar y del abandono no han mejorado sino todo lo contrario. Pese a lo cual sus precursores persisten pertinazmente en el empeño de ahondar el desastre. ¿Qué intereses –aparte de la ignorancia profunda que suele motivar este tipo de políticas- existen en sus autores?
- La destrucción de la cultura, entendida ésta en su acepción más amplia.
- El relativismo absoluto que da píe al nihilismo. Todo vale y nada existe.
Por este camino y sin que haya quienes aboguen por un pacto educativo basado en el análisis inteligente, no hay remedio.