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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 14 de Septiembre de 2015 Tiempo de lectura:

¿Estamos ante el fin de Europa, tal y como hoy la conocemos?

[Img #6984]Es sorprendente el parecido de la caída del Imperio Romano con lo que está ocurriendo en la actualidad en Europa, si entendemos como actualidad un recorrido temporal de dos o tres décadas.

 

Como cuestiones previas tengo que mencionar la importancia ineludible que tienen las raíces judeocristianas y grecorromanas, con toda la carga de las fuentes filosóficas que han dado lugar a un modo de vida de Europa, y, por extensión de todo Occidente, en la conformación de lo que llamamos “civilización occidental”. Muy significativas son esas claves para entender el valor de nuestra civilización cuando vemos cómo masas de personas abandonadas en su dignidad arriesgan sus vidas para alcanzar el paraíso de nuestro ámbito de civilización, despojados de todos sus derechos e imposibilitados para vivir con un mínimo de respeto en su individualidad.

 

El elemento fundamental es la consideración de cada sujeto como detentador de valores y protecciones por el solo hecho de su humanidad, de su individualidad. Y esta consideración tiene raíces cristianas. Independientemente de nuestras creencias, esta afirmación es irrefutable y forma parte del abanico cultural que habita en nuestra civilización. El intento de menoscabar, de atacar o de suprimir estas raíces supone una agresión directa a los fundamentos axiológicos de nuestra forma de ser y de existir, y de los elementos constitutivos de nuestras formas de convivencia.

 

Estamos asistiendo a un fenómeno migratorio sin precedentes, tanto por razones económicas, de búsqueda de un vivir mejor, como por motivaciones políticas, religiosas o de conflictos bélicos, por pura supervivencia. Todos nos sentimos concernidos por las imágenes de familias desesperadas en búsqueda de un mundo donde poder vivir, perseguidos por las bombas, por las ráfagas de balas o por la persecución fanático-religiosa de un mundo islámico exacerbado que no asume los derechos subjetivos de las personas, como tampoco lo hacen los fanatismos nacionalistas exagerados que tenemos demasiado cerca. Yo soy uno más de los que me siento conmovido, profundamente afectado en mis sentimientos de solidaridad humanitaria, y quisiera acoger a todos los que huyen de la guerra o del fanatismo, o de ingenierías sociales para la hegemonía de poder. Pero…

 

Como decía, hay mareas humanas que pugnan por vencer las puertas de Europa y llegar a la tierra prometida donde existen derechos, donde la asistencia social es un paradigma y donde hay desarrollo económico y social, a pesar de la crisis endémica que nos afecta desde el prisma económico y de valores. Nos vemos abocados a un dilema que hemos de afrontar sin dar pábulo a la demagogia, a la sensiblería populista o interesada ni al cortoplacismo. Este dilema consiste en asumir la adopción de todos los emigrantes que buscan nuestro progreso y bienestar o poner límites en la acogida de dichos emigrantes, sean cuales sean las razones de su huída de los países de origen.

 

La acogida ilimitada forma parte de nuestra idiosincrasia radicada en las fuentes cristianas de nuestra estructura cognitiva y emocional colectiva, por tanto es una cuestión de coherencia con nuestra lógica colectiva. El poner límites responde a  la supervivencia, precisamente, de esa forma de ser, que, por lo visto, es tan envidiada por quienes carecen de los más elementales derechos, por vivir donde no existe esa forma de percibir las relaciones humanas, es decir, donde no existe la tolerancia y el respeto como pilares de la convivencia en comunidad. Hay que elegir entre una u otra, entre el buenismo ingenuo del demagogo y los límites de quienes quieran parar un proceso irremediable.

 

¿Y cuál es ese proceso irremediable?

 

Indudablemente, una colonización como la que hicieron los godos en la Roma Imperial, cuando la corrupción, la ausencia de valores, el hedonismo, la atonía, la indefinición…, provocaron el hachazo final tras dos siglos de ocupación progresiva del espacio romano, con, ahora, la islamización de Europa.Recordemos que el Imperio acabó desapareciendo del mapa para abrirnos a un nuevo periodo de las tinieblas: la Edad Media.  

 

Indudablemente, el enfrentamiento entre clases sociales acomodadas que ven peligrar su estatus con los nuevos parias que van a ir reconociendo sus derechos –lógicamente- como ciudadanos de un nuevo mundo que les ha acogido. Para esto se requiere tiempo, pero todo llega.

 

Indudablemente, la desaparición de los valores que han producido nuestra civilización occidental. También es cuestión de tiempo y de úteros.

 

Indudablemente, la aparición de movimientos xenófobos y totalitarios, que ya apuntan en Alemania, y que apuestan por la persecución al diferente. Este germen del fascismo estaba contenido o abducido, y brotará con fuerza.

 

Esto produce una situación de inestabilidad, de riesgo, y de incertidumbre de futuro.

 

Y… alguien me preguntará…  ¿Y cuál es su propuesta de solución?

 

Pues, en primer lugar, encarcelar a quien ha provocado la situación, bien por intereses de comercio armamentístico, por intereses geoestratégicos o por control de los mercados gasísticos y de hidrocarburos; o por producir inestabilidades regionales para lograr un nuevo orden mundial. No soy tan tonto como para pensar que eso es posible, pues controlan al mundo. Es más probable que el que vaya a la cárcel sea yo mismo.

 

Ellos son los que han provocado el problema, con falsas primaveras árabes, con el derrocamiento de sátrapas que tenían controlado el Magreb para llevar a esos países al caos y hacerles pasto fácil para una nueva revolución panislámica. Estos son los culpables y deben pagar su responsabilidad.

 

Por tanto, deducción lógica… ¿solución…? ¿Para qué sirve la OTAN, la ONU y otras organizaciones internacionales que son incapaces de poner racionalidad y orden en el mundo? En consecuencia… deduzcan ustedes mismos la respuesta.

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