Maltrato animal por Dios y fueros
La religión, paradójicamente, se ha vuelto el mayor obstáculo para el desarrollo espiritual del ser humano. Un cofre vacío al que robaron su tesoro y, sin embargo, al que nos aferramos a muerte. En interminables debates con colegas y amigos parecía que coincidíamos en que el materialismo capitalista era la verdadera religión no reconocida de esta civilización mundial nuestra. Sin embargo, por si solo, éste no explica muchos de los males asociados a nuestro presente. Uno de ellos es el fanatismo religioso, bien asociado a una religión formal tradicional, o bien derivado de alguna religión moderna como el nacionalismo o los fenómenos deportivos y culturales, ya sean masivos o estrambóticos. Sin embargo, ambas realidades, la del materialismo no trascendente y la del fanatismo, están estrechamente conectadas ya que la falta de sentido, que acaba siendo absurdo existencial grave, conduce al abrazo de ideologías extremas, irracionales, no solidarias y, sobre todo, carentes de empatía.
Pero en este mundo tambaleante y débil desde un punto de vista moral, la mayor parte de los seres humanos se declaran militantes de distintas religiones cuyo fin principal en sus inicios era precisamente el de crear una sociedad moralmente fuerte, llena de sentido, a través del desarrollo espiritual de sus individuos y comunidades.
¿Qué ha sucedido? ¿Eran falsas todas esas religiones? ¿Resulta absurdo vincular el desarrollo espiritual del individuo condicionándolo a la fe en una quimera divina?
Hay muchos signos que nos explican lo sucedido para el que quiera verlos y entenderlos. Algunos son realmente pornográficos, como la pederastia sacerdotal, el terror del carnaval fundamentalista, las sectas destructivas o los charlatanes de feria sacamantecas. Pero se pueden excusar como “excepciones” o falsas religiones.
Los signos interesantes son aquellos que no son excepcionales sino cotidianos y que nos afectan a todos, porque nos obligan a cuestionarnos, a cambiar nuestro punto de vista y, consecuentemente, nuestro comportamiento.
Cuando una idea preconcebida de nuestra religión entra en colisión con un sentimiento personal deben saltar las alarmas cognitivas. No seamos pacatos y lancémonos al desarrollo espiritual aceptando esa contradicción e investigando qué nos trata de enseñar. Ese es el verdadero sentido del trabajo espiritual, conseguir que el corazón se apacigüe porque está en sintonía con la razón y nuestro obrar.
El mundo tremendamente convulso que nos rodea nos distrae de lo esencial. Lo más probable es que en lo sencillo, en lo simple, encontremos antes una respuesta que en lo complejo y trascendente.
Viendo uno de los muchos reportajes sobre el Toro de la Vega y leyendo un artículo crítico sobre el Eid al Adha (la fiesta del sacrificio) también conocida por Eid al Kabir (la fiesta grande) -que los musulmanes celebran tras a finalización de la peregrinación anual y que conmemora el sacrificio del carnero que Abrahán hizo tras suspender el sacrificio de su hijo por orden divina-, me llevé una grata sorpresa: ambas realidades tienen una conexión en su significado en esta época: maltrato animal.
Es grata para mí, personalmente, porque siendo un activista medioambiental, amante de la naturaleza y de los animales, y a la vez defensor de la tradición y de la religión, con mis antepasados cazando ballenas en el Cantábrico, entraba en serios conflictos internos cuando me enfrentaba a estos asuntos: caza, tauromaquia y sacrificio ritual de animales. Me imagino que este conflicto interno no es nada comparado con el que tendrá Maroto, que tiene que casar la ideología conservadora de su partido con su condición de homosexual militante, es decir, de minoría discriminada como las que él atacó siendo alcalde.
Pero precisamente en estas contradicciones es donde se forja el conocimiento verdadero, y no en la confortable “tradición” que nos permite ritualizar nuestra vida sin entrar a fondo en el por qué de las cosas.
El caso es que si algo hay que reseñar en la tauromaquia o en la caza es el valor de los cazadores y de los toreros o lanceros. Ese es el sentido, el valor al servicio de la supervivencia de la comunidad. Sin embargo, en el reportaje sobre el Toro de la Vega, objetivamente, yo veía mucho más valor en el grupo de abolicionistas que se jugaba literalmente la vida por defender sus ideas de un modo altruista y por una causa común, que la cobarde turba de lanceros que acababan con la vida de un magnífico toro acorralado, agotado e indefenso. Todo por defender la “tradición”. Es decir, la irreflexión.
Lo mismo me ocurre cuando un correligionario defiende que en el Islam el sacrificio del animal, para que sea halal (permitido), debe hacerse sin que el ovino sufra temor o daño, con misericordia, recordando que esa vida no te pertenece, que la tomas prestada, etc. Nada que ver con los baños de sangre que se pueden presenciar en la Fiesta del Sacrificio.
¿Qué sentido tiene en este siglo que decenas de millones de corderos y cabritos se sacrifiquen masivamente y sin ninguna garantía “halal” e incluso sanitaria el mismo día en todo el mundo? ¿Es ese un acto de alabanza y celebración? ¿Nos regocija el sufrimiento animal?
En un mundo en el que la defensa del medio ambiente es una prioridad a la altura de la lucha por acabar con la desigualdad y la pobreza ¿tiene sentido esta orgía de sangre?
¿Realmente es un sacrificio para nosotros o lo que sacrificamos es nuestra capacidad de crecer espiritualmente amparados en la tradición?
Hay que hacer caza y tauromaquia con corruptos y especuladores. Eso es valiente, ético y necesario socialmente. Hay que sacrificar el ego en favor del bien común. Esa es la mejor inmolación que podemos hacer en la Fiesta del Sacrificio. ¿Por qué no acoger a un refugiado sirio en lugar de cortarle el pescuezo a un inofensivo cordero?
Yo creo que podemos sustituir el Toro de la Vega por el Corrupto de la Carrera de San Gerónimo, trasladar allí a los lanceros y hacer un encierro como el de San Fermín.
La época demanda que acabemos con el maltrato animal. La época demanda que defendamos lo que nos queda del mundo natural y reinterpretemos las tradiciones y religiones para devolverles el sentido didáctico original.
La religión, paradójicamente, se ha vuelto el mayor obstáculo para el desarrollo espiritual del ser humano. Un cofre vacío al que robaron su tesoro y, sin embargo, al que nos aferramos a muerte. En interminables debates con colegas y amigos parecía que coincidíamos en que el materialismo capitalista era la verdadera religión no reconocida de esta civilización mundial nuestra. Sin embargo, por si solo, éste no explica muchos de los males asociados a nuestro presente. Uno de ellos es el fanatismo religioso, bien asociado a una religión formal tradicional, o bien derivado de alguna religión moderna como el nacionalismo o los fenómenos deportivos y culturales, ya sean masivos o estrambóticos. Sin embargo, ambas realidades, la del materialismo no trascendente y la del fanatismo, están estrechamente conectadas ya que la falta de sentido, que acaba siendo absurdo existencial grave, conduce al abrazo de ideologías extremas, irracionales, no solidarias y, sobre todo, carentes de empatía.
Pero en este mundo tambaleante y débil desde un punto de vista moral, la mayor parte de los seres humanos se declaran militantes de distintas religiones cuyo fin principal en sus inicios era precisamente el de crear una sociedad moralmente fuerte, llena de sentido, a través del desarrollo espiritual de sus individuos y comunidades.
¿Qué ha sucedido? ¿Eran falsas todas esas religiones? ¿Resulta absurdo vincular el desarrollo espiritual del individuo condicionándolo a la fe en una quimera divina?
Hay muchos signos que nos explican lo sucedido para el que quiera verlos y entenderlos. Algunos son realmente pornográficos, como la pederastia sacerdotal, el terror del carnaval fundamentalista, las sectas destructivas o los charlatanes de feria sacamantecas. Pero se pueden excusar como “excepciones” o falsas religiones.
Los signos interesantes son aquellos que no son excepcionales sino cotidianos y que nos afectan a todos, porque nos obligan a cuestionarnos, a cambiar nuestro punto de vista y, consecuentemente, nuestro comportamiento.
Cuando una idea preconcebida de nuestra religión entra en colisión con un sentimiento personal deben saltar las alarmas cognitivas. No seamos pacatos y lancémonos al desarrollo espiritual aceptando esa contradicción e investigando qué nos trata de enseñar. Ese es el verdadero sentido del trabajo espiritual, conseguir que el corazón se apacigüe porque está en sintonía con la razón y nuestro obrar.
El mundo tremendamente convulso que nos rodea nos distrae de lo esencial. Lo más probable es que en lo sencillo, en lo simple, encontremos antes una respuesta que en lo complejo y trascendente.
Viendo uno de los muchos reportajes sobre el Toro de la Vega y leyendo un artículo crítico sobre el Eid al Adha (la fiesta del sacrificio) también conocida por Eid al Kabir (la fiesta grande) -que los musulmanes celebran tras a finalización de la peregrinación anual y que conmemora el sacrificio del carnero que Abrahán hizo tras suspender el sacrificio de su hijo por orden divina-, me llevé una grata sorpresa: ambas realidades tienen una conexión en su significado en esta época: maltrato animal.
Es grata para mí, personalmente, porque siendo un activista medioambiental, amante de la naturaleza y de los animales, y a la vez defensor de la tradición y de la religión, con mis antepasados cazando ballenas en el Cantábrico, entraba en serios conflictos internos cuando me enfrentaba a estos asuntos: caza, tauromaquia y sacrificio ritual de animales. Me imagino que este conflicto interno no es nada comparado con el que tendrá Maroto, que tiene que casar la ideología conservadora de su partido con su condición de homosexual militante, es decir, de minoría discriminada como las que él atacó siendo alcalde.
Pero precisamente en estas contradicciones es donde se forja el conocimiento verdadero, y no en la confortable “tradición” que nos permite ritualizar nuestra vida sin entrar a fondo en el por qué de las cosas.
El caso es que si algo hay que reseñar en la tauromaquia o en la caza es el valor de los cazadores y de los toreros o lanceros. Ese es el sentido, el valor al servicio de la supervivencia de la comunidad. Sin embargo, en el reportaje sobre el Toro de la Vega, objetivamente, yo veía mucho más valor en el grupo de abolicionistas que se jugaba literalmente la vida por defender sus ideas de un modo altruista y por una causa común, que la cobarde turba de lanceros que acababan con la vida de un magnífico toro acorralado, agotado e indefenso. Todo por defender la “tradición”. Es decir, la irreflexión.
Lo mismo me ocurre cuando un correligionario defiende que en el Islam el sacrificio del animal, para que sea halal (permitido), debe hacerse sin que el ovino sufra temor o daño, con misericordia, recordando que esa vida no te pertenece, que la tomas prestada, etc. Nada que ver con los baños de sangre que se pueden presenciar en la Fiesta del Sacrificio.
¿Qué sentido tiene en este siglo que decenas de millones de corderos y cabritos se sacrifiquen masivamente y sin ninguna garantía “halal” e incluso sanitaria el mismo día en todo el mundo? ¿Es ese un acto de alabanza y celebración? ¿Nos regocija el sufrimiento animal?
En un mundo en el que la defensa del medio ambiente es una prioridad a la altura de la lucha por acabar con la desigualdad y la pobreza ¿tiene sentido esta orgía de sangre?
¿Realmente es un sacrificio para nosotros o lo que sacrificamos es nuestra capacidad de crecer espiritualmente amparados en la tradición?
Hay que hacer caza y tauromaquia con corruptos y especuladores. Eso es valiente, ético y necesario socialmente. Hay que sacrificar el ego en favor del bien común. Esa es la mejor inmolación que podemos hacer en la Fiesta del Sacrificio. ¿Por qué no acoger a un refugiado sirio en lugar de cortarle el pescuezo a un inofensivo cordero?
Yo creo que podemos sustituir el Toro de la Vega por el Corrupto de la Carrera de San Gerónimo, trasladar allí a los lanceros y hacer un encierro como el de San Fermín.
La época demanda que acabemos con el maltrato animal. La época demanda que defendamos lo que nos queda del mundo natural y reinterpretemos las tradiciones y religiones para devolverles el sentido didáctico original.