Editorial La Tribuna del País Vasco
La poderosa llamada del exilio
![[Img #7186]](upload/img/periodico/img_7186.jpg)
“¿Qué hacer cuando la profesora de lengua de tu hija corrige una redacción y lo hace mal?”, le preguntó hace unos días un tuitero al escritor Arturo Pérez-Reverte. "¿Qué hago con la profesora de lengua de mi hija? ¿Algún consejo?", decía en su mensaje, junto a una captura de pantalla de la frase en cuestión, en la que la profesora había añadido una "h" a "echar de menos", que se escribe sin ella. La respuesta del escritor y académico de la Lengua fue rotunda: "Resignación. Su hija lo pagaría. No es la maestra, es el sistema. Que la niña aprenda bien inglés para poder largarse pronto de aquí".
Hace unas semanas, el periodista y escritor Hermann Tertsch, uno de los mejores analistas españoles de nuestra actualidad política y social, respondía a una larga entrevista en “La Tribuna del País Vasco”, y cuando le preguntábamos sobre cómo se imaginaba el país dentro de cinco años, respondía lo siguiente: “No tengo ninguna expectativa real de ver cambiar las cosas hacia bien. Creo que los dos grandes partidos, por mucho que salven los muebles ahora, son dos entes más que podridos, secos e inanes, lastres inútiles para el desarrollo de España. Por mucho que tengan gentes que inútilmente intenten hacer aun la renovación desde dentro. Otros partidos como Ciudadanos carecen de masa crítica para hacer la gran tarea de la regeneración. Respecto a Podemos y otros grupos extremistas que han surgido, sean éstos separatistas o no, creo que suponen una amenaza totalitaria y que son grupos que, en el poder, inevitablemente degenerarían muy pronto en regímenes criminales. Lo más importante es que en España y en Europa no vuelva a matarse. Y, desde luego, si tuviera dinero para ello, que no es el caso, garantizaría a mi familia y a mis seres queridos si no para esta, sí para las siguientes generaciones, una buena vida… en Estados Unidos”.
De un tiempo a esta parte, no pocas voces ilustradas como las citadas apuntan reiteradamente al exilio como uno de los pocos remedios que quedan, quizás el único, para unos ciudadanos hartos y agotados de contemplar, y de padecer, el hundimiento más absoluto de una sociedad como la española en la que la selección negativa ha triunfado por completo: los más mediocres y los más sinvergüenzas son quienes parecen haber vencido, han tenido un éxito brutal entre los partidos tradicionales y, además, han permitido, avalado e impulsado la aparición de nuevos grupos extremistas que se nutren de la debilidad de las instituciones y del sistema.
Basta mirar a Cataluña, Navarra, al Ayuntamiento de Madrid o a decenas de municipios del País Vasco para comprobar cómo habitamos un país en el que el desprestigio grotesco y generalizado de los valores tradicionales y el culto a las transgresiones más vacuas han servido para ofrecer recompensas permanentes a los peores entre los más marginales y para premiar a quienes una y otra vez destacan por su profundo desprecio y agresión a los más elementales cánones de la cultura y la civilidad.
No hay que olvidar que para ser un miembro destacado de la actual élite política generada por la extrema izquierda, los proetarras y los nacionalistas periféricos, todos ellos crecidos ante la inacción cobarde del PP y la decidida complicidad del PSOE, es suficiente con haber gritado “¡Gora, ETA! en alguna ocasión, haber orinado alguna vez en la calle, haber hecho striptease en una iglesia, haberse emborrachado en una esquina o haber quemado en alguna ocasión un coche policial.
La chusma ideológicamente extremista, intelectualmente exangüe, políticamente incendiaria y culturalmente indocta que se ha adueñado del país busca el control absoluto de los centros de poder, pero ésta solamente es su primera batalla. Porque la auténtica guerra a ganar es la que mantienen contra la democracia parlamentaria como marco político de convivencia, contra el capitalismo como disciplina económica, contra el liberalismo como doctrina social y contra las libertades individuales como base sociológica de nuestras colectividades.
Para ello, y apoyándose en el silencio cómplice de algunos de los medios de comunicación más sumisos y subvencionados de Europa, la morralla extremista e ignorante que lidera, en su mayor parte, la política, la cultura y la educación de este país, manipula nuestra más reciente historia y la convierten en un guiñapo banderizo con el que despertar el fantasma de las “dos Españas”; se alía con los movimientos independentistas más obtusos y ariscos para multiplicar el efecto corrosivo de éstos sobre el Estado democrático; disgrega el valor del idioma español como elemento de cohesión democrática mientras eleva cualquier jerga regional a la categoría de lengua imprescindible; apela, a través de manifiestos, manifestaciones, concentraciones o “mareas”, a la puesta en marcha de movimientos de masas incendiarios, desde el 15M hasta las “acciones” “Rodea el Congreso”, pasando por acampadas populares, marchas sindicales, huelgas sectoriales o convocatorias de protesta “espontáneas” a través de las redes sociales. Pero, sobre todo, y como puede contemplarse ya en ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona, Cádiz, Santiago de Compostela o Pamplona, bildutarras, radicales de izquierda y nacionalistas colocan en puestos institucionales claves a los personajes más sectarios y excluyentes, siempre prestos a servir a los proyectos ideológicos más reaccionarios, populistas y totalitarios.
Por todo esto, tenemos que estar alerta. Si no logramos hacer frente a quienes abogan por suprimir la libertad en aras de una siempre inexistente igualdad, si no conseguimos vencer a quienes desean imponer nuevas y ficticias fronteras dentro de las que levantar nuevos dominios que explotar a su gusto, si no somos capaces de que miserables a sueldo de países totalitarios como Venezuela o Irán dejen de mancillar nuestras instituciones o si no alcanzamos pactos y acuerdos efectivos que logren detener esta humillante y peligrosísima escalada de la gentuza éticamente despreciable y radical a nuestros principales órganos de poder, las consecuencias serán crueles y dramáticas para todos.
Y una de estas consecuencias será, sin duda, la marcha, el exilio, el abandono definitivo de la tierra a la que un día creímos pertenecer. Y, de hecho, esta es ya la opción tomada por no pocas personas. Según datos del Consejo de la Juventud de España, 10.000 jóvenes han abandonado el País Vasco entre 2009 y 2013. A nivel nacional, y en el mismo periodo, 218.000 jóvenes dejaron el país. Y la mayor parte de ellos, no regresará jamás.
Este exilio trata, sencillamente, de descubrir nuevos territorios para nuestros hijos. Nuevos espacios alejados del ambiente socio-político purulento y cruel de verdugos deificados, de malhechores adulados, de indolentes con los brazos cruzados y de caos moral y de escoria ideológica como el que nos rodea.
“¿Qué hacer cuando la profesora de lengua de tu hija corrige una redacción y lo hace mal?”, le preguntó hace unos días un tuitero al escritor Arturo Pérez-Reverte. "¿Qué hago con la profesora de lengua de mi hija? ¿Algún consejo?", decía en su mensaje, junto a una captura de pantalla de la frase en cuestión, en la que la profesora había añadido una "h" a "echar de menos", que se escribe sin ella. La respuesta del escritor y académico de la Lengua fue rotunda: "Resignación. Su hija lo pagaría. No es la maestra, es el sistema. Que la niña aprenda bien inglés para poder largarse pronto de aquí".
Hace unas semanas, el periodista y escritor Hermann Tertsch, uno de los mejores analistas españoles de nuestra actualidad política y social, respondía a una larga entrevista en “La Tribuna del País Vasco”, y cuando le preguntábamos sobre cómo se imaginaba el país dentro de cinco años, respondía lo siguiente: “No tengo ninguna expectativa real de ver cambiar las cosas hacia bien. Creo que los dos grandes partidos, por mucho que salven los muebles ahora, son dos entes más que podridos, secos e inanes, lastres inútiles para el desarrollo de España. Por mucho que tengan gentes que inútilmente intenten hacer aun la renovación desde dentro. Otros partidos como Ciudadanos carecen de masa crítica para hacer la gran tarea de la regeneración. Respecto a Podemos y otros grupos extremistas que han surgido, sean éstos separatistas o no, creo que suponen una amenaza totalitaria y que son grupos que, en el poder, inevitablemente degenerarían muy pronto en regímenes criminales. Lo más importante es que en España y en Europa no vuelva a matarse. Y, desde luego, si tuviera dinero para ello, que no es el caso, garantizaría a mi familia y a mis seres queridos si no para esta, sí para las siguientes generaciones, una buena vida… en Estados Unidos”.
De un tiempo a esta parte, no pocas voces ilustradas como las citadas apuntan reiteradamente al exilio como uno de los pocos remedios que quedan, quizás el único, para unos ciudadanos hartos y agotados de contemplar, y de padecer, el hundimiento más absoluto de una sociedad como la española en la que la selección negativa ha triunfado por completo: los más mediocres y los más sinvergüenzas son quienes parecen haber vencido, han tenido un éxito brutal entre los partidos tradicionales y, además, han permitido, avalado e impulsado la aparición de nuevos grupos extremistas que se nutren de la debilidad de las instituciones y del sistema.
Basta mirar a Cataluña, Navarra, al Ayuntamiento de Madrid o a decenas de municipios del País Vasco para comprobar cómo habitamos un país en el que el desprestigio grotesco y generalizado de los valores tradicionales y el culto a las transgresiones más vacuas han servido para ofrecer recompensas permanentes a los peores entre los más marginales y para premiar a quienes una y otra vez destacan por su profundo desprecio y agresión a los más elementales cánones de la cultura y la civilidad.
No hay que olvidar que para ser un miembro destacado de la actual élite política generada por la extrema izquierda, los proetarras y los nacionalistas periféricos, todos ellos crecidos ante la inacción cobarde del PP y la decidida complicidad del PSOE, es suficiente con haber gritado “¡Gora, ETA! en alguna ocasión, haber orinado alguna vez en la calle, haber hecho striptease en una iglesia, haberse emborrachado en una esquina o haber quemado en alguna ocasión un coche policial.
La chusma ideológicamente extremista, intelectualmente exangüe, políticamente incendiaria y culturalmente indocta que se ha adueñado del país busca el control absoluto de los centros de poder, pero ésta solamente es su primera batalla. Porque la auténtica guerra a ganar es la que mantienen contra la democracia parlamentaria como marco político de convivencia, contra el capitalismo como disciplina económica, contra el liberalismo como doctrina social y contra las libertades individuales como base sociológica de nuestras colectividades.
Para ello, y apoyándose en el silencio cómplice de algunos de los medios de comunicación más sumisos y subvencionados de Europa, la morralla extremista e ignorante que lidera, en su mayor parte, la política, la cultura y la educación de este país, manipula nuestra más reciente historia y la convierten en un guiñapo banderizo con el que despertar el fantasma de las “dos Españas”; se alía con los movimientos independentistas más obtusos y ariscos para multiplicar el efecto corrosivo de éstos sobre el Estado democrático; disgrega el valor del idioma español como elemento de cohesión democrática mientras eleva cualquier jerga regional a la categoría de lengua imprescindible; apela, a través de manifiestos, manifestaciones, concentraciones o “mareas”, a la puesta en marcha de movimientos de masas incendiarios, desde el 15M hasta las “acciones” “Rodea el Congreso”, pasando por acampadas populares, marchas sindicales, huelgas sectoriales o convocatorias de protesta “espontáneas” a través de las redes sociales. Pero, sobre todo, y como puede contemplarse ya en ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona, Cádiz, Santiago de Compostela o Pamplona, bildutarras, radicales de izquierda y nacionalistas colocan en puestos institucionales claves a los personajes más sectarios y excluyentes, siempre prestos a servir a los proyectos ideológicos más reaccionarios, populistas y totalitarios.
Por todo esto, tenemos que estar alerta. Si no logramos hacer frente a quienes abogan por suprimir la libertad en aras de una siempre inexistente igualdad, si no conseguimos vencer a quienes desean imponer nuevas y ficticias fronteras dentro de las que levantar nuevos dominios que explotar a su gusto, si no somos capaces de que miserables a sueldo de países totalitarios como Venezuela o Irán dejen de mancillar nuestras instituciones o si no alcanzamos pactos y acuerdos efectivos que logren detener esta humillante y peligrosísima escalada de la gentuza éticamente despreciable y radical a nuestros principales órganos de poder, las consecuencias serán crueles y dramáticas para todos.
Y una de estas consecuencias será, sin duda, la marcha, el exilio, el abandono definitivo de la tierra a la que un día creímos pertenecer. Y, de hecho, esta es ya la opción tomada por no pocas personas. Según datos del Consejo de la Juventud de España, 10.000 jóvenes han abandonado el País Vasco entre 2009 y 2013. A nivel nacional, y en el mismo periodo, 218.000 jóvenes dejaron el país. Y la mayor parte de ellos, no regresará jamás.
Este exilio trata, sencillamente, de descubrir nuevos territorios para nuestros hijos. Nuevos espacios alejados del ambiente socio-político purulento y cruel de verdugos deificados, de malhechores adulados, de indolentes con los brazos cruzados y de caos moral y de escoria ideológica como el que nos rodea.