“Muchos paisanos acaban sintiéndose extranjeros entre pieles nórdicas enrojecidas y pilotos de japoneses siguiendo un banderín alzado”
“El País” avala a un articulista que dice que los turistas “colonizan sin miramientos nuestro ecosistema lingüístico”
Con una deuda de 5.000 millones de euros, controlado económicamente por un fondo de inversión norteamericano y esperando como agua de mayo nuevas inyecciones de capital de un grupo catarí que nunca acaban de concretarse, “El País”, el periódico que un día fuera “buque insignia” de la prensa europea “progresista” boquea entre la estulticia, la radicalidad de extrema izquierda y el más absoluto de los ridículos.
Un ejemplo. Bajo el título de “El peaje lingüístico de la ‘marca Barcelona’”, el diario acaba de publicar un artículo, en catalán, de un tal Rudolf Ortega en el que el “analista” lleva hasta sus últimas consecuencias el absolutismo totalitario que afecta a numerosos catalanes y en el que apela, sin miramientos, a que los impuestos turísticos que están diseñando las instituciones de esta comunidad se destinen a proteger el catalán. ¿Por qué?, se preguntarán los lectores. Ortega tiene la respuesta: “Ahora que se pone a debate el modelo turístico que queremos, es imprescindible valorar también cuál es el impacto sociolingüístico que tiene la llegada masiva y continua de turistas que no saben catalán y que posiblemente están poco predispuestos a que los hablen en esta lengua, y, a la vez, determinar cuál es la presencia mínima que queremos garantizar a la lengua si pretendemos evitar que termine completamente alienada. No estaría de más establecer mecanismos de resarcimiento que compensen la tolerancia ante la hidra a cambio de inversiones en otros ámbitos. Me parecería este un destino excelente para la recaudación de la tasa turística”.
Por si no quedara clara su tesis aberrante, que en lenguaje de la calle quiere decir algo así como que los turistas son un plaga invasora que nos perjudican porque no hablan en nuestro idioma, el individuo en cuestión aclara sus intenciones xenófobas: “La puesta en el escaparate de extensas áreas de la capital catalana (y un poco más allá, que el turismo no aterriza sólo en ciudad) para la llegada masiva de turistas ha alertado del retroceso que la lengua catalana, por efecto del turismo, tiene en estas zonas. No encuentro que haya estudios que hayan profundizado en este tema, más allá del lamento de muchos paisanos que se acaban sintiéndose extranjeros entre pieles nórdicas enrojecidas, pilotos de japoneses siguiendo un banderín alzado y rótulos en los alfabetos más remotos. No hace falta ser una lumbrera sociolingüística para percibir que, de Plaza Catalunya a Colón, la Rambla de Barcelona ya no pertenece a la zona catalanófona”.
Y añade, porque este señor es un valiente y no tiene “pelos en la lengua”: “El sector suele sacar pecho a partir de los datos de pernoctaciones. Según el portal Idescat.cat, en 2014 Cataluña recibió 13 millones de visitantes no catalanes alojados en hoteles, a los que hay que añadir más de un millón de campistas y 50.000 usuarios del turismo rural. Además, deberíamos sumar los residentes extranjeros que están en Cataluña por motivo de estudios o negocios (becados de Erasmus, estudiantes de lengua española, directivos y profesionales de multinacionales) y la guinda del atractivo de Barcelona, esto es, los usuarios de los escurridizos apartamentos turísticos ilegales. En total, y con perdón de los visitantes procedentes de otras tierras de habla catalana, podemos cuantificar por encima de los 15 millones a los no catalanófonos que nos visitan cada año, los cuales, por si fueran pocos, tienden a concentrarse en áreas precisas, colonizando sin muchos miramientos el ecosistema lingüístico propio”.
Con una deuda de 5.000 millones de euros, controlado económicamente por un fondo de inversión norteamericano y esperando como agua de mayo nuevas inyecciones de capital de un grupo catarí que nunca acaban de concretarse, “El País”, el periódico que un día fuera “buque insignia” de la prensa europea “progresista” boquea entre la estulticia, la radicalidad de extrema izquierda y el más absoluto de los ridículos.
Un ejemplo. Bajo el título de “El peaje lingüístico de la ‘marca Barcelona’”, el diario acaba de publicar un artículo, en catalán, de un tal Rudolf Ortega en el que el “analista” lleva hasta sus últimas consecuencias el absolutismo totalitario que afecta a numerosos catalanes y en el que apela, sin miramientos, a que los impuestos turísticos que están diseñando las instituciones de esta comunidad se destinen a proteger el catalán. ¿Por qué?, se preguntarán los lectores. Ortega tiene la respuesta: “Ahora que se pone a debate el modelo turístico que queremos, es imprescindible valorar también cuál es el impacto sociolingüístico que tiene la llegada masiva y continua de turistas que no saben catalán y que posiblemente están poco predispuestos a que los hablen en esta lengua, y, a la vez, determinar cuál es la presencia mínima que queremos garantizar a la lengua si pretendemos evitar que termine completamente alienada. No estaría de más establecer mecanismos de resarcimiento que compensen la tolerancia ante la hidra a cambio de inversiones en otros ámbitos. Me parecería este un destino excelente para la recaudación de la tasa turística”.
Por si no quedara clara su tesis aberrante, que en lenguaje de la calle quiere decir algo así como que los turistas son un plaga invasora que nos perjudican porque no hablan en nuestro idioma, el individuo en cuestión aclara sus intenciones xenófobas: “La puesta en el escaparate de extensas áreas de la capital catalana (y un poco más allá, que el turismo no aterriza sólo en ciudad) para la llegada masiva de turistas ha alertado del retroceso que la lengua catalana, por efecto del turismo, tiene en estas zonas. No encuentro que haya estudios que hayan profundizado en este tema, más allá del lamento de muchos paisanos que se acaban sintiéndose extranjeros entre pieles nórdicas enrojecidas, pilotos de japoneses siguiendo un banderín alzado y rótulos en los alfabetos más remotos. No hace falta ser una lumbrera sociolingüística para percibir que, de Plaza Catalunya a Colón, la Rambla de Barcelona ya no pertenece a la zona catalanófona”.
Y añade, porque este señor es un valiente y no tiene “pelos en la lengua”: “El sector suele sacar pecho a partir de los datos de pernoctaciones. Según el portal Idescat.cat, en 2014 Cataluña recibió 13 millones de visitantes no catalanes alojados en hoteles, a los que hay que añadir más de un millón de campistas y 50.000 usuarios del turismo rural. Además, deberíamos sumar los residentes extranjeros que están en Cataluña por motivo de estudios o negocios (becados de Erasmus, estudiantes de lengua española, directivos y profesionales de multinacionales) y la guinda del atractivo de Barcelona, esto es, los usuarios de los escurridizos apartamentos turísticos ilegales. En total, y con perdón de los visitantes procedentes de otras tierras de habla catalana, podemos cuantificar por encima de los 15 millones a los no catalanófonos que nos visitan cada año, los cuales, por si fueran pocos, tienden a concentrarse en áreas precisas, colonizando sin muchos miramientos el ecosistema lingüístico propio”.