Legitimidad, democracia y ley
En Cataluña y en Euskadi asistimos a un importante debate provocado por los sectores independentistas. ¿Cuál es la fuente primaria de la legitimidad que proporciona el poder de tomar las grandes decisiones en una sociedad? ¿La democracia o la Ley? Este dilema es tan antiguo como la existencia de las sociedades.
La democracia (del griego, dominio del pueblo) era en la antigua Grecia la autoridad "soberana" que operaba en la "polis" mediante el funcionamiento de la asamblea, que tomaba decisiones por mayoría y en la que participaban todos los ciudadanos con dinero y derecho a serlo (por este orden), esto es, todos menos el tercio de la población que era esclava. Aristóteles la consideraba errónea porque decía que tenía tendencia a la demagogia, y pensaba que eso la hacía inviable en el medio plazo; le preocupaban los populismos. Así les fue. Sobra decir que el maestro de Alejandro era especialmente inteligente y perspicaz.
El concepto moderno de democracia fue desarrollado en el siglo XVIII por Montesquieu, Rousseau y Voltaire (entre otros), nos dejaron la guillotina, pero también la separación de poderes, la igualdad entre todos los ciudadanos y un nuevo concepto de representatividad que entendía la imposibilidad de la democracia directa.
En general, todos entendemos el concepto de democracia en oposición a los autoritarismos. En las dictaduras las democracias se denominan: orgánica (caso de las cortes franquistas), popular (algunos comunismos como los maoístas o el delirante caso de Corea del Norte), o centralistas (los comunismos de inspiración leninista como es el caso de la antigua U.R.S.S.).
Max Weber clasificó la legitimidad en tres grupos en función de su origen: la tradicional (los reyes), la carismática (Hitler), y la racional; para obtener esta última legitimidad es fundamental el respeto a los procedimientos, tanto en el momento en el que se ha alcanzado el poder como en su ejercicio posterior, y es muy importante tener en cuenta que ese poder se alcanza gracias a esos procedimientos.
En el siglo XXI, la ley es la norma publicitada oficialmente con tal carácter que contiene un mandato normativo de los órganos que constitucionalmente tienen la competencia, y lógicamente las constituciones son leyes; leyes fundamentales, leyes principales.
La democracia se sustancia en leyes. En democracia, la legitimidad se manifiesta en leyes de las que se dota el conjunto de ciudadanos mediante un procedimiento. Decir que la legitimidad emana directamente de la voluntad popular es propiciar el incumplimiento de las leyes o relativizar su obligado cumplimiento. El incumplimiento de las leyes ataca los fundamentos de la democracia moderna, nunca al revés salvo en el caso de los regímenes autoritarios.
Una democracia moderna y homologable internacionalmente genera leyes que controlan el buen funcionamiento de la sociedad. Las leyes principales decretan, desde el primer momento, la posibilidad de su modificación en aras del sostenimiento de la democracia y apoyándose en un legitimidad racional, no tradicional ni mucho menos carismática.
Sin democracia puede haber leyes, pero sin leyes no hay nada. Tras la Segunda Guerra mundial en Alemania reinaba el caos más absoluto, y los aliados configuraron una gran ley que sigue en vigor y que devolvió la democracia a ese país, por eso su Constitución la conocemos como "Ley fundamental de 1949", ley que inspiró en gran medida a los creadores de la Constitución española de 1978. Primero es la ley, porque sin ley no hay democracia.
En Cataluña, asistimos a un auténtico acto premeditado de ilegalidad, que es antidemocrático y que se basa en una legitimidad carismática. Y si no es así, sería peor, porque nos estaríamos enfrentando a un acto de vesania.
En Cataluña y en Euskadi asistimos a un importante debate provocado por los sectores independentistas. ¿Cuál es la fuente primaria de la legitimidad que proporciona el poder de tomar las grandes decisiones en una sociedad? ¿La democracia o la Ley? Este dilema es tan antiguo como la existencia de las sociedades.
La democracia (del griego, dominio del pueblo) era en la antigua Grecia la autoridad "soberana" que operaba en la "polis" mediante el funcionamiento de la asamblea, que tomaba decisiones por mayoría y en la que participaban todos los ciudadanos con dinero y derecho a serlo (por este orden), esto es, todos menos el tercio de la población que era esclava. Aristóteles la consideraba errónea porque decía que tenía tendencia a la demagogia, y pensaba que eso la hacía inviable en el medio plazo; le preocupaban los populismos. Así les fue. Sobra decir que el maestro de Alejandro era especialmente inteligente y perspicaz.
El concepto moderno de democracia fue desarrollado en el siglo XVIII por Montesquieu, Rousseau y Voltaire (entre otros), nos dejaron la guillotina, pero también la separación de poderes, la igualdad entre todos los ciudadanos y un nuevo concepto de representatividad que entendía la imposibilidad de la democracia directa.
En general, todos entendemos el concepto de democracia en oposición a los autoritarismos. En las dictaduras las democracias se denominan: orgánica (caso de las cortes franquistas), popular (algunos comunismos como los maoístas o el delirante caso de Corea del Norte), o centralistas (los comunismos de inspiración leninista como es el caso de la antigua U.R.S.S.).
Max Weber clasificó la legitimidad en tres grupos en función de su origen: la tradicional (los reyes), la carismática (Hitler), y la racional; para obtener esta última legitimidad es fundamental el respeto a los procedimientos, tanto en el momento en el que se ha alcanzado el poder como en su ejercicio posterior, y es muy importante tener en cuenta que ese poder se alcanza gracias a esos procedimientos.
En el siglo XXI, la ley es la norma publicitada oficialmente con tal carácter que contiene un mandato normativo de los órganos que constitucionalmente tienen la competencia, y lógicamente las constituciones son leyes; leyes fundamentales, leyes principales.
La democracia se sustancia en leyes. En democracia, la legitimidad se manifiesta en leyes de las que se dota el conjunto de ciudadanos mediante un procedimiento. Decir que la legitimidad emana directamente de la voluntad popular es propiciar el incumplimiento de las leyes o relativizar su obligado cumplimiento. El incumplimiento de las leyes ataca los fundamentos de la democracia moderna, nunca al revés salvo en el caso de los regímenes autoritarios.
Una democracia moderna y homologable internacionalmente genera leyes que controlan el buen funcionamiento de la sociedad. Las leyes principales decretan, desde el primer momento, la posibilidad de su modificación en aras del sostenimiento de la democracia y apoyándose en un legitimidad racional, no tradicional ni mucho menos carismática.
Sin democracia puede haber leyes, pero sin leyes no hay nada. Tras la Segunda Guerra mundial en Alemania reinaba el caos más absoluto, y los aliados configuraron una gran ley que sigue en vigor y que devolvió la democracia a ese país, por eso su Constitución la conocemos como "Ley fundamental de 1949", ley que inspiró en gran medida a los creadores de la Constitución española de 1978. Primero es la ley, porque sin ley no hay democracia.
En Cataluña, asistimos a un auténtico acto premeditado de ilegalidad, que es antidemocrático y que se basa en una legitimidad carismática. Y si no es así, sería peor, porque nos estaríamos enfrentando a un acto de vesania.