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Javier Salaberria
Sábado, 21 de Noviembre de 2015 Tiempo de lectura:

Matamos a nuestros antepasados

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El pasado jueves, el Real Club Náutico de San Sebastián, presentó la conferencia “Blas de Lezo” ante un nutrido público que siguió con mucho interés las dos horas que duró el evento que concluyó con un vinito y unos pinchos.

 

La conferencia se enmarca dentro de las jornadas “Gente de Mar” que el Náutico ha puesto en marcha el tercer jueves de cada mes y que se prolongarán al menos durante un año. Han despertado mucho interés por la variedad y relevancia de los temas a tratar en una ciudad como San Sebastián -cuyo escudo de armas es un buque a todo trapo- que vive abrazada a la mar beneficiándose de sus frutos y cuya historia no puede explicarse sin las gestas de sus marinos.

 

Los ponentes fueron Carlos Rilova Jericó, doctor en Historia Contemporánea y fundador de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanos “Miguel de Aranburu”; Juan Pérez-Foncea, autor entre otras de la novela histórica:  “El héroe del Caribe”, dedicada a la defensa de Cartagena de Indias por Blas de Lezo; y Juan Barrero De La Fuente, Presidente del Real Club Náutico de San Sebastián quien introdujo a los dos anteriores y disertó sobre uno de los episodios más notorios en la vida del ilustre marino guipuzcoano, cuya biografía sería una leyenda universal equiparable a la de héroes nacionales como Nelson en Gran Bretaña o Jean Bart en Francia, y que sin embargo es prácticamente desconocido en su tierra y en el mundo. Ni siquiera sabemos dónde fue enterrado, a pesar de haber salvado el Imperio Español de su segura destrucción. Murió degradado y calumniado por sus superiores, aquellos que debieron de hacerle justicia por sus incalculables servicios a la corona, su valentía y su genio militar. ¡Qué mala madre ha sido España para sus héroes!

 

A la entrada del acto se repartió un sencillo folleto en el que se daba cuenta de la “relación de los Generales, Almirantes, Cuatralbos, Brigadieres e Intendentes de Marina, naturales de la provincia de Guipúzcoa”. Más de 100, muchos de ellos claves en la historia naval universal. También se hace una relación de “constructores navales naturales de la provincia de Guipúzcoa”. También más de 100. También algunos de ellos fueron ingenieros navales que revolucionaron la construcción de buques a nivel internacional y fueron admirados e imitados por todas las naciones. El folleto termina con un listado de naves construidas en astilleros de Guipúzcoa entre 1476 y 1810. También es muy extenso y detallado. Esto prueba hasta qué grado los vascos estamos implicados en la construcción de España y de su historia, y hasta qué grado resulta absurdo negar esos hechos con una visión totalmente distorsionada y manipuladora de la realidad.

 

La “Leyenda Negra” nos la han metido doblada y ha calado hasta los huesos.

 

Pero no han sido sólo los ingleses, franceses y holandeses, y posteriormente los norteamericanos, con su estupendo marketing histórico, los que han logrado semejante destrozo. Hemos sido nosotros mismos, con nuestras rencillas, envidias y pulsos los que nos hemos cargado nuestra memoria histórica, los que hemos “matado a nuestros antepasados”.

Es verdad que los ingleses han sabido vender siempre su historia a costa de la nuestra. Para muestra un botón.

 

Todos conocemos el enfrentamiento del Acheron y del HSM Surprise bajo el mando del intrépido capitán Jack Aubrey (interpretado magistralmente en la película Master and Commander por Russell Crowe). Lo que poca gente conoce, menos aún en España, es que los hechos están basados en un episodio sin precedentes en la historia naval: la captura del navío inglés HMS Stanhope por una pequeña fragata francesa, La Valeur, comandada por Blas de Lezo. Para hacernos una idea del mérito de este excepcional marino guipuzcoano, cuando una fragata oteaba en el horizonte a un navío de guerra, en este caso a un Indianman (los más poderosos buques de guerra de la época) ponía pies en polvorosa aprovechando su mayor velocidad y maniobrabilidad en la mar. Las probabilidades de sobrevivir a un ataque eran nulas.

 

Las razones eran de peso: un navío de guerra de dos puentes podía albergar 74 cañones de gran porte y transportar de 600 a 1.000 hombres, muchos de ellos armados hasta las trancas y excelentes tiradores que se colocaban en los palos a disparar aprovechando su altura y ángulo de tiro. Lo que no destrozaba la artillería lo remataban los fusileros. Frente a esa fortaleza flotante, una fragata era un buque con un solo puente, más ligero y rápido, con una potencia artillera de unos 30 cañones ligeros (La Valeur contaba sólo con 20) y con una capacidad limitada a un máximo de unos 200 hombres. Blas de Lezo, lejos de rehuir el combate, logró apresar al HMS Stanhope destrozando su timón, su palo mayor y su mesana, embistiéndolo por la popa y tomándolo al abordaje.

 

Si mis hijos saben lo que es un Indianman es por el videojuego East Indian Company o por  Assesin Creed Black Flag, ambos ambientados en el Caribe de los tiempos de Blas de Lezo y de la piratería, en los que encontramos un trabajado catálogo de buques españoles bastante respetuosos con la realidad histórica. Por supuesto, nada de esto lo van a estudiar en la ikastola.

 

Nadie les dirá que hay historias de ilustres marinos vascos al servicio de la corona española, mucho más interesantes que las mejores películas o videojuegos de Hollywood. Estos antepasados nuestros, valientes, ingeniosos y leales, pusieron patas arriba las pretensiones de ingleses, holandeses, franceses y piratas, tanto en el Caribe como en el Atlántico, el Mediterráneo y el Pacífico.

 

Se les conoce mejor en el extranjero que en su propia tierra, empeñada en borrar una historia que le resulta incómoda.

 

Pero el olvido de la historia, o lo que es aun peor, la aceptación acrítica de su adulteración ideológica, significa matar a nuestros muertos en sus tumbas, asesinar la memoria de nuestros antepasados, especialmente aquellos que entregaron su vida para que nosotros podamos ser lo que somos ahora.

 

El olvido de la historia significa la muerte de nuestra identidad y, a la vez, la construcción de identidades falsificadas, manipulables e incoherentes.

 

El desarraigo, la desafección, la crisis de identidad y la incultura programada, son el terreno propicio para que ciertas semillas de odio germinen. Sus amargos y envenenados frutos los estamos padeciendo estos días en toda Europa.

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