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Javier Igartua Ybarra
Domingo, 29 de Noviembre de 2015 Tiempo de lectura:
Testimonio

Toda una vida escoltado

[Img #7566]En primer lugar, quiero agradecer a La Tribuna del País Vasco que me permita dar voz y explicar cómo hemos vivido los que hemos sobrevivido al ataque etarra y explicar cuál es el precio que hemos pagado. Con ejemplos concretos del día a día.

 

Quiero que a esos grandes olvidados les pongamos caras y ojos y se vea la vida encapsulada que muchos hemos tenido que vivir e intentar que esa cápsula no se coma a la persona que están dentro de ella.

 

Miren, “Ocho apellidos vascos” puede hacer gracia, pero de verdad que a los que hemos vivido el terror en primera mano, nos parece más propio de un drama que de una película humorística, pues mientras los amigos de los terroristas y los nacionalistas podían tomar chuletones y tomar potes tan tranquilos, nosotros, los que defendíamos España, el país de los vascos, para esto tan típico en el País Vasco, lo teníamos que hacer acompañados y no siempre en los mismo sitios, ni a la misma hora. Increíble pero cierto.

 

Lo más curioso y digno de estudio marciano eran las entradas y salidas de la casa del encapsulado. Parecía por el nivel de seguridad que se tomaba, que de ahí iba a salir el mismo Obama.

 

La frase que oía todas las mañanas antes de los buenos días era: “Javier, puede salir ya, todo está ok”.

 

Esta era la frase que mis escoltas me decían al descolgar el teléfono, antes de salir de mi casa.

 

Y yo me decía a mí mismo, no entiendo nada, pero si soy una persona normal, no Obama, no entiendo nada, pero si yo no soy nadie.

 

La noche anterior, cuando volvía a mi casa y salía de la cápsula y volvía a mi libertad casera dentro de mi domicilio, la frase que me decía mi equipo de seguridad era: “Mañana, a qué hora vamos a salir”. Pregunta muy complicada de responder y más cuando en tu trabajo, pues yo vivo de mi trabajo no de la política, no todos los días son iguales,

 

En ese momento, te venían dos pensamientos: El primero es que los escoltas tenían que descansar y eso lo tenías que tener en cuenta, pues tu vida la vivían tres persona, no sólo tú. El segundo pensamiento era: y yo qué sé a qué hora saldré mañana, pues es fin de semana o quedan menos de ocho hora para salir, pues he salido tarde de trabajar y estos pobres no van a poder ni descansar.

 

Es una sensación horrible, pensar que tienes a dos personas detrás, que tienen familia y que por mucho que estén trabajando, te sientes un egoísta pues muchas veces no quieres renunciar a tu vida y sabes que esas dos personas no se van a su casa hasta que tú no estés en la tuya. Os juro que es horrorosa esa cápsula, no solo por la falta de libertad sino por ser responsable de que dos personas puedan hacer también su vida.

 

La capsula no sólo te afecta a ti, sino también a los tuyos.

 

Para tu familia, aparte del miedo que pasa por saber si vas a volver o no, el tener que ir a comer o dar una vuelta con un tipo que parece Obama por su seguridad, tampoco es fácil.

 

Tampoco es fácil estar encapsulado cuando sales por ahí a tomar algo por la noche, pues eres joven y no te has metido a cartujo y quieres hacer lo que tu cuadrilla hace. Y ya, si tienes la fortuna de que una chica te guste una noche, la cual desconoce tu cápsula y te quieres ir con ella a conocerla más en privado, es muy engorrosa la cápsula.

 

Esta situación sí que era de película de James Bond.

 

1: ¿Cómo le explicas que todos los movimientos que hagas no van a ser vistos solo por sus ojos y lo tuyos sino también por cuatro ojos más?

 

2. ¿Cómo le haces ver que su vida a partir de ahora va a estar condicionada por las decisiones del equipo que dirige tu cápsula, perdiendo así la posibilidad de qué hacer en el día a día?

 

Os aseguro que esto no es fácil, y muchas no aguantaron la presión, lo cual es de lo más duro que te puede pasar, pues te afecta en los sentimientos, que es por lo que nos movemos los humanos. Menos mal que apareció la persona más importante en mi vida, que sí aguanto estas dos encapsuladas preguntas y situaciones difíciles y me dio normalidad a la anormalidad de mi cápsula, y esa persona es mi mujer.

 

Gracias a mi mujer por estar ahí siempre. Permitidme esta licencia, pero es lo mínimo que le debo.

 

Os podría contar miles de anécdotas, pero no quiero aburriros. Sólo os puedo asegurar que no sólo es la posibilidad de que te maten, sino que lo más duro es la falta de libertad que tienes en tu vida.

 

Quiero, con estas líneas, dar las gracias a mis escoltas por su paciencia, su profesionalidad y su discreción. Gracias por hacerme que la cápsula no me apretara en momentos que necesitaba intimidad, gracias por haberme hecho la vida normal dentro de la anormalidad y gracias por proteger mi vida.

 

En el siguiente artículo os contaré lo que ha supuesto el fin del terrorismo en mi día a día.

 

Un abrazo a todos los lectores de Tribuna del País Vasco. Muchas gracias.

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