Los negreros de Calais: un film y dos lecciones
![[Img #7659]](upload/img/periodico/img_7659.jpg)
El film Welcome, del director francés Philipe Lioret, es un film bello y de sentimientos altruistas aterciopelados. Entre los miles de inmigrantes que se esconden en la región de Calais en espera de la oportunidad de saltar a Inglaterra, está el joven Bilal, un kurdo irakí de 17 años. Lleva en el bolsillo los 500 euros que le van a cobrar las mafias albanesas por arrebujarse en un camión y cubrir la cabeza en una bolsa de plástico para evitar el escape de gas carbónico. Entre decenas de inmigrantes apelotonados en el camión, Bilal es el único que no aguanta retener su rostro dentro de la bolsa de plástico, y la policía de fronteras detecta el CO2. La operación fracasa, lo cual le cuesta a Bilal una paliza, que podía haber sido de muerte de no haber mediado otro paisano kurdo. Pero el muchacho tiene suerte y encuentra un alma generosa que le cobija. Welcome dice la alfombra del domicilio de esa alma generosa, que se está jugando cinco años de prisión por colaboración con el tráfico ilegal de personas. Bilal aprende con él a nadar porque, ya sin dinero, quería llegar a nado adonde su novia, pese a que ésta le avisase que iba a ser casada a la fuerza por sus padres. A su segundo intento, Bilal desaparece en el mar a escasos metros de la costa inglesa.
El film Welcome dibuja con acierto mil detalles emotivos de esa tragedia personal, y conduce al espectador a un estado anímicamente renovado por predisposiciones favorables hacia la solidaridad más imbatible para con los inmigrantes. Sin embargo, el film no dice nada sobre dos aspectos esenciales de esa tragedia como son la sociología del traficante negrero que ha conducido hasta Calais a miles y miles de inmigrantes y los ha aparcado allá en manos de otras mafias del transporte pesado. Pero, sobre todo, silencia el destrozo cívico generado en una región a causa del permanente hacinamiento de inmigrantes que viven ilegalmente en la más completa insalubridad y malviven de la caridad de las ONG, a cuya sombra se enriquecen los negreros.
Este verano pasado, nada más que en Calais, la policía francesa llevaba desmanteladas en lo que iba de año diecinueve redes de tráfico ilegal de inmigrantes. La Compañía Eurotúnel afirmaba haber interceptado en esos primeros seis meses de 2015 “a más de 37.000 inmigrantes”. Según la policía (1), cada una de las siete redes desmanteladas de delincuentes albaneses había generado cerca de dos millones de euros. La red de negreros suele actuar como una empresa criminal internacional con “hombres-mula” paquistaníes, afganos, iraquíes o vietnamitas circulando por la nueva jungla hasta Calais, donde abandonan la mercancía humana en los bosques de los aledaños o en determinados parking de gasolineras. Los albaneses prefieren buscar pisos u hotelitos para sus clientes. El salto a Gran Bretaña les cuesta a los eritreos 500 euros, a los iraquíes entre 900 y 1.500 euros, pero a los albaneses, sirios e indios entre 6.000 y 8.000 euros. La red china es la única que lleva su mercancía desde el origen hasta el punto deseado y por 20.000 euros disponen de plazas vip (incluso en la cabina misma de los camiones) así como de fórmulas de garantía en caso de fracaso de la expedición. Una red bangladeshí, desmantelada en marzo de este año, procuraba a sus clientes tarjetas visa de estudiante válidas en Gran Bretaña, y se sabe que había generado unos seis millones de euros. Otra red srilankesa, que cayó en junio, suministraba por 15.000 euros falsos pasaportes británicos fabricados en Tailandia.
El film Welcome no habla de esta inhumanitaria trama de negreros ni de esos inmigrantes que aceptan ser tratados sin dignidad ni compasión; elude hablar de la violencia entre los inmigrantes dispuestos a robarle a su vecino y despojarle de todo, y de inmigrantes que dan por bueno engañar como fuere al país de acogida. En el film solamente aparecen inmigrantes deseosos de llegar a Gran Bretaña, pobres y muy necesitados, entre ellos un simpático joven llamado Bilal. No se sabe cómo él, a sus 17 años, en Calais, tiene al menos 500 euros en el bolsillo, ni se sabe que el resto de los miles de necesitados como él tengan incluso miles de euros en sus bolsillos. Solamente se deja ver que son necesitados porque una acogedora ONG les da de comer a la hora, calmando con ello cualquier atisbo de conciencia que pudiese darse entre los negreros. Además, si Secours Catholique distribuye a diario entre los inmigrantes “kits cabaña” con palets y mantas, ¿a qué viene tener mala conciencia? ¿no se hallan los inmigrantes alojados y alimentados? El film tampoco refiere que con esas maderas y mantas tan benevolentes se han construido auténticas casas de prostitución, especialmente entre eritreos y etíopes. Ni que muchos de estos jóvenes, ellos y ellas, tengan que ofrecer sus cuerpos por tres euros para poder dar el salto a Gran Bretaña. Tampoco se sabe por el film que, dadas las dificultades cada vez mayores de pasar a Gran Bretaña, muchos inmigrantes deciden hacer marcha atrás y presentarse en Alemania, donde este último año las demandas de asilo habían crecido en un 108% antes de la llegada masiva de los refugiados sirio-iraquíes.
A nadie de nosotros le gusta vivir en zonas de porosidad humana, donde según sea la hora del día se mueven masas humanas desconocidas y se señalan hurtos y robos y, de noche, se escuchan voces y hasta gritos no se sabe si de marcha o de persecución. La ciudadanía acaba refiriendo hechos ocurridos, los cuales nunca se sabe si son sueños desagradables o puras sensaciones de miedo. Porque es un hecho que en esas condiciones la ciudadanía llega a tener miedo y se siente insegura y teme por sus niñas. Y clama para que se conozca quién es “esa gente” sobrevenida y qué hace. Y por qué se le da de comer, cuando a mi hijo en paro y a mis nietos los tengo que alimentar yo, un jubilado de 70 años. O cuando a mi madre viuda se le ha denegado un subsidio de ayuda o a mi vecina paralítica la tenemos que socorrer los vecinos de casa.
La respuesta frecuente a estas quejas es “¡Sois unos racistas!”. Toda la izquierda es unánime en utilizar este socorrido soniquete de racismo para acallar miedos mal expresados o acaso temores de un futuro incierto. Sin embargo el miedo a analizar la realidad y a tener que concluir que ésta sobrepasa sus creencias conduce a la izquierda a recurrir a su viejo cliché del fascismo racista. Y luego vienen la elecciones y pasa lo que pasa: en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas el Front National ha obtenido un triunfo espectacular sumando más de seis millones de votos. En el bastión francés, tradicionalmente socialista, del Norte-Paso de Calais el FN ha sobrepasado a todas las fuerzas políticas colocándose en cabeza con un score del 45% de los votos. Los socialistas han sido allí, en Calais precisamente, barridos; y han desistido de presentar candidato en la segunda vuelta de mañana, domingo 13 de diciembre. Uno de los compromisos del programa de ese partido ultraderechista era la expulsión de la región de todos los inmigrantes irregulares (“ilegales” en lenguaje políticamente no correcto).
La pregunta obvia es quién hace que, a cada votación, el FN vaya creciendo en Francia de 10 puntos y, esta vez, de 20 puntos: ¿los llamados “racistas” o quienes llaman “racistas” a todos los demás? ¿Por qué se prefiere dar de comer y acoger a quien entra en nuestra casa sin llamar a explicar la situación a los de casa y calmar sus temores? ¿Cómo se calman nuestros temores en democracia, insultando a la ciudadanía o acercándose a ella para entenderla? ¿Por qué se permite el tráfico de inmigrantes dentro de nuestro territorio? ¿Por qué se permiten “kits-cabaña” o comedores de acogida para gentes que han sido ilegalmente transportadas a nuestras ciudades? ¿Las ONG de acogida benefician a la democracia o sólo calman nuestra mala conciencia? ¿Por qué esas ONG no se dedican a educar a nuestra ciudadanía en el acogimiento y la empatía en lugar de maldecir a la ciudadanía? ¿Acogería usted a inmigrantes que, enseguida, obligarán a casarse a sus hijas con quien ellos deseen pero ellas no desean?
Les invito a ustedes a ver el hermoso film de Ph. Lioret pero, a la vez, les invito a entender qué va a pasar en las elecciones regionales francesas del Pas-de-Calais y también a que piense usted en si sus hijas deben o no ser forzadas a casarse con quien usted desee.
(1) Tomo la noticia de Julia Pascual, corresponsal en Calais de Le Monde (14 de agosto de 2015)
El film Welcome, del director francés Philipe Lioret, es un film bello y de sentimientos altruistas aterciopelados. Entre los miles de inmigrantes que se esconden en la región de Calais en espera de la oportunidad de saltar a Inglaterra, está el joven Bilal, un kurdo irakí de 17 años. Lleva en el bolsillo los 500 euros que le van a cobrar las mafias albanesas por arrebujarse en un camión y cubrir la cabeza en una bolsa de plástico para evitar el escape de gas carbónico. Entre decenas de inmigrantes apelotonados en el camión, Bilal es el único que no aguanta retener su rostro dentro de la bolsa de plástico, y la policía de fronteras detecta el CO2. La operación fracasa, lo cual le cuesta a Bilal una paliza, que podía haber sido de muerte de no haber mediado otro paisano kurdo. Pero el muchacho tiene suerte y encuentra un alma generosa que le cobija. Welcome dice la alfombra del domicilio de esa alma generosa, que se está jugando cinco años de prisión por colaboración con el tráfico ilegal de personas. Bilal aprende con él a nadar porque, ya sin dinero, quería llegar a nado adonde su novia, pese a que ésta le avisase que iba a ser casada a la fuerza por sus padres. A su segundo intento, Bilal desaparece en el mar a escasos metros de la costa inglesa.
El film Welcome dibuja con acierto mil detalles emotivos de esa tragedia personal, y conduce al espectador a un estado anímicamente renovado por predisposiciones favorables hacia la solidaridad más imbatible para con los inmigrantes. Sin embargo, el film no dice nada sobre dos aspectos esenciales de esa tragedia como son la sociología del traficante negrero que ha conducido hasta Calais a miles y miles de inmigrantes y los ha aparcado allá en manos de otras mafias del transporte pesado. Pero, sobre todo, silencia el destrozo cívico generado en una región a causa del permanente hacinamiento de inmigrantes que viven ilegalmente en la más completa insalubridad y malviven de la caridad de las ONG, a cuya sombra se enriquecen los negreros.
Este verano pasado, nada más que en Calais, la policía francesa llevaba desmanteladas en lo que iba de año diecinueve redes de tráfico ilegal de inmigrantes. La Compañía Eurotúnel afirmaba haber interceptado en esos primeros seis meses de 2015 “a más de 37.000 inmigrantes”. Según la policía (1), cada una de las siete redes desmanteladas de delincuentes albaneses había generado cerca de dos millones de euros. La red de negreros suele actuar como una empresa criminal internacional con “hombres-mula” paquistaníes, afganos, iraquíes o vietnamitas circulando por la nueva jungla hasta Calais, donde abandonan la mercancía humana en los bosques de los aledaños o en determinados parking de gasolineras. Los albaneses prefieren buscar pisos u hotelitos para sus clientes. El salto a Gran Bretaña les cuesta a los eritreos 500 euros, a los iraquíes entre 900 y 1.500 euros, pero a los albaneses, sirios e indios entre 6.000 y 8.000 euros. La red china es la única que lleva su mercancía desde el origen hasta el punto deseado y por 20.000 euros disponen de plazas vip (incluso en la cabina misma de los camiones) así como de fórmulas de garantía en caso de fracaso de la expedición. Una red bangladeshí, desmantelada en marzo de este año, procuraba a sus clientes tarjetas visa de estudiante válidas en Gran Bretaña, y se sabe que había generado unos seis millones de euros. Otra red srilankesa, que cayó en junio, suministraba por 15.000 euros falsos pasaportes británicos fabricados en Tailandia.
El film Welcome no habla de esta inhumanitaria trama de negreros ni de esos inmigrantes que aceptan ser tratados sin dignidad ni compasión; elude hablar de la violencia entre los inmigrantes dispuestos a robarle a su vecino y despojarle de todo, y de inmigrantes que dan por bueno engañar como fuere al país de acogida. En el film solamente aparecen inmigrantes deseosos de llegar a Gran Bretaña, pobres y muy necesitados, entre ellos un simpático joven llamado Bilal. No se sabe cómo él, a sus 17 años, en Calais, tiene al menos 500 euros en el bolsillo, ni se sabe que el resto de los miles de necesitados como él tengan incluso miles de euros en sus bolsillos. Solamente se deja ver que son necesitados porque una acogedora ONG les da de comer a la hora, calmando con ello cualquier atisbo de conciencia que pudiese darse entre los negreros. Además, si Secours Catholique distribuye a diario entre los inmigrantes “kits cabaña” con palets y mantas, ¿a qué viene tener mala conciencia? ¿no se hallan los inmigrantes alojados y alimentados? El film tampoco refiere que con esas maderas y mantas tan benevolentes se han construido auténticas casas de prostitución, especialmente entre eritreos y etíopes. Ni que muchos de estos jóvenes, ellos y ellas, tengan que ofrecer sus cuerpos por tres euros para poder dar el salto a Gran Bretaña. Tampoco se sabe por el film que, dadas las dificultades cada vez mayores de pasar a Gran Bretaña, muchos inmigrantes deciden hacer marcha atrás y presentarse en Alemania, donde este último año las demandas de asilo habían crecido en un 108% antes de la llegada masiva de los refugiados sirio-iraquíes.
A nadie de nosotros le gusta vivir en zonas de porosidad humana, donde según sea la hora del día se mueven masas humanas desconocidas y se señalan hurtos y robos y, de noche, se escuchan voces y hasta gritos no se sabe si de marcha o de persecución. La ciudadanía acaba refiriendo hechos ocurridos, los cuales nunca se sabe si son sueños desagradables o puras sensaciones de miedo. Porque es un hecho que en esas condiciones la ciudadanía llega a tener miedo y se siente insegura y teme por sus niñas. Y clama para que se conozca quién es “esa gente” sobrevenida y qué hace. Y por qué se le da de comer, cuando a mi hijo en paro y a mis nietos los tengo que alimentar yo, un jubilado de 70 años. O cuando a mi madre viuda se le ha denegado un subsidio de ayuda o a mi vecina paralítica la tenemos que socorrer los vecinos de casa.
La respuesta frecuente a estas quejas es “¡Sois unos racistas!”. Toda la izquierda es unánime en utilizar este socorrido soniquete de racismo para acallar miedos mal expresados o acaso temores de un futuro incierto. Sin embargo el miedo a analizar la realidad y a tener que concluir que ésta sobrepasa sus creencias conduce a la izquierda a recurrir a su viejo cliché del fascismo racista. Y luego vienen la elecciones y pasa lo que pasa: en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas el Front National ha obtenido un triunfo espectacular sumando más de seis millones de votos. En el bastión francés, tradicionalmente socialista, del Norte-Paso de Calais el FN ha sobrepasado a todas las fuerzas políticas colocándose en cabeza con un score del 45% de los votos. Los socialistas han sido allí, en Calais precisamente, barridos; y han desistido de presentar candidato en la segunda vuelta de mañana, domingo 13 de diciembre. Uno de los compromisos del programa de ese partido ultraderechista era la expulsión de la región de todos los inmigrantes irregulares (“ilegales” en lenguaje políticamente no correcto).
La pregunta obvia es quién hace que, a cada votación, el FN vaya creciendo en Francia de 10 puntos y, esta vez, de 20 puntos: ¿los llamados “racistas” o quienes llaman “racistas” a todos los demás? ¿Por qué se prefiere dar de comer y acoger a quien entra en nuestra casa sin llamar a explicar la situación a los de casa y calmar sus temores? ¿Cómo se calman nuestros temores en democracia, insultando a la ciudadanía o acercándose a ella para entenderla? ¿Por qué se permite el tráfico de inmigrantes dentro de nuestro territorio? ¿Por qué se permiten “kits-cabaña” o comedores de acogida para gentes que han sido ilegalmente transportadas a nuestras ciudades? ¿Las ONG de acogida benefician a la democracia o sólo calman nuestra mala conciencia? ¿Por qué esas ONG no se dedican a educar a nuestra ciudadanía en el acogimiento y la empatía en lugar de maldecir a la ciudadanía? ¿Acogería usted a inmigrantes que, enseguida, obligarán a casarse a sus hijas con quien ellos deseen pero ellas no desean?
Les invito a ustedes a ver el hermoso film de Ph. Lioret pero, a la vez, les invito a entender qué va a pasar en las elecciones regionales francesas del Pas-de-Calais y también a que piense usted en si sus hijas deben o no ser forzadas a casarse con quien usted desee.
(1) Tomo la noticia de Julia Pascual, corresponsal en Calais de Le Monde (14 de agosto de 2015)