Sábado, 13 de Septiembre de 2025

Actualizada Sábado, 13 de Septiembre de 2025 a las 13:46:26 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Javier Salaberria
Domingo, 20 de Diciembre de 2015 Tiempo de lectura:

¡Buen viaje, Don Vicente!

[Img #7715]No aprendemos de los que se empeñan en predicar si no de aquellos que aman. Un instante con ellos vale más que cien enciclopedias. El 7 de diciembre nos dejaba Don Vicente Zaragüeta Laffitte a sus 89 años. Cuando me lo presentaron hace dos, me asombró su seductora juventud. Su secreto estaba impreso en el brillo de sus ojos. Su mirada era la de un hombre enamorado. Enamorado del mar, de San Sebastián, de su pasado, de su trabajo, de sus proyectos y, especialmente, de las personas, sin importarle su edad, su origen o sus ideas políticas.

 

Intercambiamos ilusiones como los niños intercambian cromos a la salida de un colegio. Hablamos de un submarino como el de los Beatles que diera paseos por un arrecife de estatuas sumergidas como los que ya existen en el Caribe; de fondear grandes veleros y revitalizar una regata trasatlántica que partiera de Donostia; de crear un mirador submarino en la escollera del Paseo Nuevo, comunicado con el Aquarium, que permitiera ver los temporales de olas desde el fondo del mar. “¡Te imaginas! Sería fantástico, pero no creo que llegue a verlo…”. Yo, que iba a presentarle un proyecto editorial, me despedí de él con más ideas de las que había acudido a su encuentro. Y sobre todo con la necesidad de volver a estar a su lado. Daba y te enriquecía sin pedir nada a cambio.

 

Era un hombre renacentista, un caballero de los de antes, un vasco emprendedor y universal al que no asustaban los desafíos del presente porque los encaraba con optimismo e ilusión. Capaz de estrechar la mano de reyes, príncipes, duquesas, empresarios, políticos de todos los colores, pero también de gente sencilla a la que empujaba con su energía inagotable y trataba como iguales.

 

Estudió Profesorado Mercantil en la Escuela de Comercio de San Sebastián y obtuvo el título de Intendente Mercantil en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Bilbao. Como empresario fue vicepresidente de El Diario Vasco, presidió desde 1996 la Sociedad Oceanográfica de Guipúzcoa, siendo además miembro Eusko Ikaskuntza y de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. En 1999 recibió la Medalla del Mérito Ciudadano de San Sebastián. En 2011 participó en la Conferencia Internacional de Aiete para alcanzar la paz en el País Vasco y el cese de la actividad terrorista de ETA. Dos años después presidió como patrono de honor la Conferencia de Alcaldes  que organizó el entonces regidor donostiarra de BILDU, Juan Karlos Izagirre. Estaba orgulloso de sus antepasados. Era nieto del investigador Vicente Laffitte Obineta, primer presidente del Aquarium; sobrino de Pedro Zaragüeta Aristizabal, alcalde de San Sebastián entre 1920 y 1922, y de Juan Zaragüeta, sacerdote y filósofo. Hace dos años recibió uno de los premios Korta concedido por el Gobierno Vasco a propuesta de los empresarios. Uno de los últimos actos públicos a los que asistió fue el pasado 24 de octubre en el acuartelamiento de Loyola de San Sebastián, donde fue reconocido con la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco.

 

Los que vivimos aquí sabemos lo difícil que resulta entender que tras haber tenido que vivir escoltado por ser un empresario importante, pocos años después pudiera charlar cordialmente con un alcalde de Bildu. El mismo que retiró el retrato del Rey Don Juan Carlos I del salón de plenos del ayuntamiento donostiarra, se le podía ver abrazado a quien había invitado al monarca a veranear de nuevo en San Sebastián y había sido homenajeado por todos los comandantes de marina destinados en la capital guipuzcoana.

 

Tal era la grandeza de este ser extraordinario capaz de poner de acuerdo a polos tan opuestos en lo fundamental: paz, convivencia, progreso y visión de futuro. Defendía el Concierto Económico Vasco: “Si ha funcionado tan bien… ¿para qué vamos a tocarlo?”. Pero por encima de todo quería que su amada San Sebastián fuera cosmopolita, abierta, tolerante y atractiva como siempre lo había sido; como él mismo era. Daba valor a la persona por encima de su estatus, ideología o pertenencia a un grupo y conectaba directamente con el corazón porque esa es la virtud principal del que ama y no sabe odiar. Sólo el que tiene esa magia tiene el poder transformativo que tenía Don Vicente. Transformaba su entorno, lo mejoraba con su simple presencia, pero también transformaba a las personas, sacaba de ellas su esencia más humana.

 

Podríamos aprender mucho de su obra, de su ejemplo, pero quizás lo más importante que nos legó es una forma de ver el mundo, una manera de enfocar la realidad a través de unos ojos brillantes llenos de luz.

 

Gracias mil, Don Vicente, espero que consiga ese Tambor de Oro a título póstumo que están proponiendo estos días las redes sociales. Esta ciudad, este país, le debe mucho más que un homenaje o un reconocimiento público. La mejor manera de honrarle es continuar trabajando como usted lo hacía por un mundo mejor, siempre con una sonrisa, con un gesto amable y con la capacidad de dar sin esperar otro beneficio propio que no sea la satisfacción de sentirse querido y respetado por todos.

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.