Es la hora del patriotismo constitucional
La Segunda República cayó no por un golpe militar sino por quienes la dinamitaron desde dentro para hacer una revolución de corte bolchevique, que alejó el régimen de libertades, el principio de la prevalencia del Estado de derecho y el respeto a la legalidad; y destruyó una visión plural de la política, agrediendo a los que estaban en otras claves. En el contrapunto estaba el socialista moderado Besteiro, que ante todo pretendía salvaguardar la República y preservar el régimen de libertades, más próximo a una socialdemocracia que al comunismo característico de Largo Caballero. Si en lugar de Largo Caballero o Indalecio Prieto hubiera tenido las riendas de la izquierda el humanista Julián Besteiro, probablemente la Historia hubiera ido por otros derroteros. Los cauces por donde transcurre el progreso se labran con sensatez, moderación y prudencia.
En estas elecciones se dibuja un hemiciclo parlamentario tremendamente fragmentado. Los que abominaban las mayorías a la búlgara se van a acordar de lo que es bueno. Nada es susceptible de no empeorar.
Ningún problema estructural de la política española se ha resuelto con el escenario que se nos presenta, a la italiana, con el signo de la ingobernabilidad. Y los que auspiciaban una perspectiva en la que los nacionalistas vascos o catalanes no tuvieran la llave de la gobernabilidad se han equivocado. Nuevamente, observamos horrorizados cómo el nuevo partido de Mas, los Republicanos de Izquierda catalana, ambos independentistas, acompañados de otras tribus como Bildu o PNV se hacen con la llave que abrirá esa puerta hacia el disparate, que puede ser la alianza entre el PSOE, Podemos y los citados, todos concernidos por acabar la obra de demolición de una España milenaria.
Claro está, que este enfoque prospectivo de los pactos que se avecinan puede partir de una premisa falsa, que es que PP y PSOE vayan a ser incapaces de superar los intereses de sus respectivas siglas y poner por encima de visiones cortoplacistas el bien común; eso que antaño llamábamos patriotismo, palabra preciosa teñida de ideas falsamente peyorativas, como que abogar por ser patriota es poco menos que ser facha. Patriotismo es precisamente eso: sacrificio a favor del bienestar colectivo, remar en dirección al progreso económico y social de la mayoría, de aquellos que comparten una misma nación, un mismo sistema labrado por el paso de la historia, con unas mismas fuentes culturales y de civilización, de orígenes comunes. Quien no mostrara patriotismo debería estar fuera del marco donde se concitan destinos compartidos e intereses colectivos.
Si la tendencia de los socialistas es la que siempre han demostrado, la de Tánatos, para la destrucción de los puentes que conforman una convivencia y confraternización bajo el paradigma de la Igualdad ante la ley, la Libertad basada en la tolerancia y la Fraternidad asentada en la solidaridad; que ha sido el origen de nuestra civilización contemporánea; la democracia en España estará fuertemente debilitada, pese al pronunciamiento de los ciudadanos en las urnas. Y eso se demostrará, por desgracia, una vez más, si los socialistas acuerdan gobernar con socios como Podemos y nacionalistas, resucitando el FRENTE POPULAR que se cargó la II República, pues rompió el marco de convivencia.
Los españoles tendemos a repetir la Historia, pues no la conocemos, ya que se ha erradicado de las escuelas desde una visión científica y despojada de tendencias sectarias.
Ahora más que nunca los españoles necesitamos estadistas que estén por encima de los intereses de su grupo ideológico o tendencia partidista. Estadistas que tengan visión de Estado, es decir que pongan por encima de sus naturales ambiciones el interés de la mayoría. Que construyan ámbitos de consenso y entendimiento para resolver los problemas estructurales como es la descomposición territorial de España; o un déficit exponencialmente creciente de las cuentas del Estado por el crecimiento absolutamente desbocado de las administraciones públicas y de los privilegios de las castas caciquiles en los ámbitos autonómicos; o los problemas de un sistema económico sujeto con hilvanes que puede descoserse a la mínima simplemente creando desasosiego y temor en los agentes económicos y en la inversión extranjera; o de un Estado de Derecho zarandeado, agravando la actual situación de inseguridad jurídica y de incoherencia en el andamiaje legislativo contaminando con su sectarismo la administración de la justicia. Y eso está, al parecer, en juego, pues ni el PSOE parece querer construir en el mismo campo que los de Rajoy ni Ciudadanos se presta a empujar con su hombro para formar ese marco de estabilidad según ya ha anunciado su líder; y así no se configuran políticas de Estado.
Esa es la herencia que nos han dejado los electores. Ahora toca definirse a los que tienen la encomienda de dirigir este barco no contra los arrecifes, sino a buen puerto.
La Segunda República cayó no por un golpe militar sino por quienes la dinamitaron desde dentro para hacer una revolución de corte bolchevique, que alejó el régimen de libertades, el principio de la prevalencia del Estado de derecho y el respeto a la legalidad; y destruyó una visión plural de la política, agrediendo a los que estaban en otras claves. En el contrapunto estaba el socialista moderado Besteiro, que ante todo pretendía salvaguardar la República y preservar el régimen de libertades, más próximo a una socialdemocracia que al comunismo característico de Largo Caballero. Si en lugar de Largo Caballero o Indalecio Prieto hubiera tenido las riendas de la izquierda el humanista Julián Besteiro, probablemente la Historia hubiera ido por otros derroteros. Los cauces por donde transcurre el progreso se labran con sensatez, moderación y prudencia.
En estas elecciones se dibuja un hemiciclo parlamentario tremendamente fragmentado. Los que abominaban las mayorías a la búlgara se van a acordar de lo que es bueno. Nada es susceptible de no empeorar.
Ningún problema estructural de la política española se ha resuelto con el escenario que se nos presenta, a la italiana, con el signo de la ingobernabilidad. Y los que auspiciaban una perspectiva en la que los nacionalistas vascos o catalanes no tuvieran la llave de la gobernabilidad se han equivocado. Nuevamente, observamos horrorizados cómo el nuevo partido de Mas, los Republicanos de Izquierda catalana, ambos independentistas, acompañados de otras tribus como Bildu o PNV se hacen con la llave que abrirá esa puerta hacia el disparate, que puede ser la alianza entre el PSOE, Podemos y los citados, todos concernidos por acabar la obra de demolición de una España milenaria.
Claro está, que este enfoque prospectivo de los pactos que se avecinan puede partir de una premisa falsa, que es que PP y PSOE vayan a ser incapaces de superar los intereses de sus respectivas siglas y poner por encima de visiones cortoplacistas el bien común; eso que antaño llamábamos patriotismo, palabra preciosa teñida de ideas falsamente peyorativas, como que abogar por ser patriota es poco menos que ser facha. Patriotismo es precisamente eso: sacrificio a favor del bienestar colectivo, remar en dirección al progreso económico y social de la mayoría, de aquellos que comparten una misma nación, un mismo sistema labrado por el paso de la historia, con unas mismas fuentes culturales y de civilización, de orígenes comunes. Quien no mostrara patriotismo debería estar fuera del marco donde se concitan destinos compartidos e intereses colectivos.
Si la tendencia de los socialistas es la que siempre han demostrado, la de Tánatos, para la destrucción de los puentes que conforman una convivencia y confraternización bajo el paradigma de la Igualdad ante la ley, la Libertad basada en la tolerancia y la Fraternidad asentada en la solidaridad; que ha sido el origen de nuestra civilización contemporánea; la democracia en España estará fuertemente debilitada, pese al pronunciamiento de los ciudadanos en las urnas. Y eso se demostrará, por desgracia, una vez más, si los socialistas acuerdan gobernar con socios como Podemos y nacionalistas, resucitando el FRENTE POPULAR que se cargó la II República, pues rompió el marco de convivencia.
Los españoles tendemos a repetir la Historia, pues no la conocemos, ya que se ha erradicado de las escuelas desde una visión científica y despojada de tendencias sectarias.
Ahora más que nunca los españoles necesitamos estadistas que estén por encima de los intereses de su grupo ideológico o tendencia partidista. Estadistas que tengan visión de Estado, es decir que pongan por encima de sus naturales ambiciones el interés de la mayoría. Que construyan ámbitos de consenso y entendimiento para resolver los problemas estructurales como es la descomposición territorial de España; o un déficit exponencialmente creciente de las cuentas del Estado por el crecimiento absolutamente desbocado de las administraciones públicas y de los privilegios de las castas caciquiles en los ámbitos autonómicos; o los problemas de un sistema económico sujeto con hilvanes que puede descoserse a la mínima simplemente creando desasosiego y temor en los agentes económicos y en la inversión extranjera; o de un Estado de Derecho zarandeado, agravando la actual situación de inseguridad jurídica y de incoherencia en el andamiaje legislativo contaminando con su sectarismo la administración de la justicia. Y eso está, al parecer, en juego, pues ni el PSOE parece querer construir en el mismo campo que los de Rajoy ni Ciudadanos se presta a empujar con su hombro para formar ese marco de estabilidad según ya ha anunciado su líder; y así no se configuran políticas de Estado.
Esa es la herencia que nos han dejado los electores. Ahora toca definirse a los que tienen la encomienda de dirigir este barco no contra los arrecifes, sino a buen puerto.