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Mikel Azurmendi
Viernes, 08 de Enero de 2016 Tiempo de lectura:
Ensayo

El yihadista

[Img #7833]El yihadista es el hombre kleenex de la actual cultura musulmana, un hombre de usar y tirar, un don nadie al servicio de lo que unos capos quieran hacer de él. Porque él es un creyente a machamartillo, un sometido coránico (“Corán” significa “sumisión” y una de las misiones del Corán es la yihad) hasta el punto de hacerse yihadista.

 

La yihad tal como la entienden los islamistas es la guerra al infiel. Y guerra significa para ellos una disponibilidad completa a servir como soldados contra el enemigo infiel, un estar dispuestos a mostrar que su vida terrenal no vale nada si se la compara con su ideal de islamizar el mundo de Allah implantando por doquier la sharî´a.

 

De esta manera la vida del yihadista se convierte en un puro pretexto para hacer propaganda. Porque lo que realmente hace un yihadista al asesinar a gente inocente, o al intentarlo, es propagar la grandeza de sus ideales. El significado de los atentados terroristas no es otro que colocar potentes altavoces al mensaje de muerte: “¡LA QUE OS ESPERA: ESTO ES SÓLO EL COMIENZO DE VUESTRO FINAL!”. Sus macabros atentados con muertos apilados unos sobre otros pregonan únicamente ese recado: constituyen propaganda pura. Hoy, un hombre amenazando con un cuchillo en la mano y gritando “Allah es grande” ha sido abatido en París. Sólo quería propagar el mensaje de la yihad.

 

A diferencia de la propaganda o reclamo de las agencias de publicidad occidentales, las cuales usan y abusan de la imagen del candor, la belleza o la felicidad (sean predicadas de lo infantil, de lo femenino o hasta de los ancianos), el islamista usa únicamente la imagen del terror de su bandera negra sea en bares o en locales abarrotados de gente. Esa bandera de crueldad también la ondea con la imagen del tiro en la nuca o del cuchillo que degüella infieles. Y, así, además de intentar infundir temor y terror a Occidente, sociedad “decrépita” a la que él combate, el yihadista también muestra a los musulmanes de casa que Occidente carece de gente con agallas, que en Occidente no hay redaños como en los países musulmanes. Y esa propaganda se convierte en una indiscutible motivación para que los musulmanes prosigan en su creencia tradicional porque los yihadistas... acaso tengan razón y convenga hacerles caso.

 

Así es como el arma del yihadista suicida se convierte en un arma mil veces más letal que el misil más sofisticado de Occidente porque con una única muerte logra un efecto inaudito e insólito en cualquier guerra tradicional.

 

Desde el primer atentado suicida de 1982, llevado a cabo por Hezbollah en Líbano (donde con un camión-bomba asesinó a 115 ciudadanos judíos) hasta este último de París, los terroristas suicidas del islam han asesinado a 45.000 personas, muchísimas de ellas también de religión musulmana. Eso sin contar la población iraquí y siria a la que ha desplazado, perseguido y asesinado, así como enormes franjas sociales del Sur, que se extienden desde Filipinas hasta Nigeria pasando por Pakistán o Afganistán. Ahora mismo, tras los últimos atentados en Francia, en este intempestivo momento de un despertar entre explosiones y sangre estamos tomando conciencia de que nos hallamos inmersos en una guerra. Una guerra jamás conocida hasta ahora porque el enemigo lo tenemos en casa y es un enemigo intratable, camuflado, escurridizo, volátil. Ahora mismo, Francia sabe que de los 570 franceses que marcharon a Siria a combatir junto al DAESH, han vuelto clandestinamente unos doscientos de ellos. En España no hay semana en la que no sean detenidos presuntos yihadistas que se aprestaban a partir hacia Siria. De los que ya partieron se sabe algo menos, pero no hay duda de que muchos de ellos volverán a fin de “recuperar para el islam” nuestro país que ellos creen suyo.

 

¿Qué mueve a un joven europeo que vive relativamente bien a hacerse yihadista? ¿Cómo es posible que un miembro de nuestra sociedad sea tan insensible al daño que crea a su alrededor pero, en cambio, vibre intensamente ante una realidad trans-mundana, como es la del paraíso celeste? Porque es un hecho que de la masa de miles de yihadistas reclutados en Europa, el 60% proviene de las clases medias y el 40% restante se reparte entre la clase alta y la baja. Se trata de jóvenes por lo general ateos, nada practicantes de su religión sino más bien dados al consumo de drogas, alcohol e Internet que vinculados a cierta ascesis personal tras la vida buena. Aquel antiguo reclutamiento por parte de Al-Nosra (de la rama de Al-Qaida que a tantas mujeres captó) está perdiendo hoy fuerza con respecto al que realiza DAESH porque éstos ya no actúan con el disimulo de aquéllos. Los reclutadores de DAESH ya no se andan con paños calientes ni camuflan su postulado terrorista bajo las apariencias de que sean pacifistas y condenen el crimen y la tortura. No, estos otros banalizan la violencia como lo hacía ETA; la muestran como una parte necesaria de la guerra y tratan de fundamentar su postulado de hallarse en guerra. Ya no hacen funcionar, pues, aquel otro disfraz antiguo de querer cambiar el mundo a mejor exigiendo de los musulmanes más responsabilidad e implicación personal (eso hacían antes los reclutadores de Al-Qaeda). Ahora, a los jóvenes apáticos con cierto malestar personal les “abren los ojos” hacia lo pésimo que es nuestra civilización cristiana e imperialista y lo perentorio de que desaparezca. Culpan de todos los males del mundo a nuestra cultura hasta volverla abominable merced a decenas de vídeos. El militante o la militante que capta y enrola en nuestros países europeos juega primero a seducir y “utiliza por lo común el típico lenguaje de ligue el cual, luego, encauza hacia determinados vídeos” e incluso hacia “encuentros físicos”. (1)

 

El reclutamiento que hacía ETA entre nosotros y el que hacen los de DAESH se asemejan en la enorme dosis de irrealidad de sus respectivos mensajes: España era la culpable de todos los males del País Vasco, empezando por la propia insatisfacción personal del reclutado. España, con una inmensa perfidia, nos iba a hacer desaparecer a los vascos como ya lo había hecho con el euskera. La guerra civil no terminó en 1939 sino que prosigue larvada y es menester reavivarla, sacarla a la luz, a fin de ganarla mediante el terror, que se convertirá en guerra abierta. Este falso anclaje en la realidad era un factor muy motivador para el etarra porque incentivaba emociones de profundo odio a lo español y de solidaridad para con el combatiente. Y, a su vez, estas motivantes emociones confirmaban su impenitente irrealismo hasta volverlo eminentemente real. Si el etarra no llegaba jamás a suicidarse era porque no había religión ni escatología en su creencia, sino desnuda ideología. O sea, había una concepción falsa de la historia real de España y el País Vasco, falsedad que servía para disfrazar los motivos de la violencia y proyectaba temores propios no reconocidos hacia un supuesto enemigo. Con ello expresaba la solidaridad intergrupal abertzale.

 

Los yihadistas también han construido un mapa de sus tan problemáticas sociedades musulmanas pero lo han hecho desde la religión. Sólo apelan a la historia para deshacerse de ella. Según ellos, la historia es mala, está hecha por los occidentales. Ellos, en cambio, se reivindican del comienzo de los tiempos, de la época de los ancestros del islam (salaf, ancestro venerable) y quieren volver a ella. Para lo cual han retradicionalizado sus costumbres y pretenden implantar la ley vieja (sharî´a). Dios les ofrece el paraíso si mueren en esa lucha. Y lo hacen matando a mansalva y así llegan a ser mártires de Dios, santos. La destrucción, la muerte y la tortura de gente inocente es para el yihadista el camino a través del cual se llega a implantar el reino de Dios destruyendo el nuestro de Satanás.

 

La creencia islamista se ha convertido en la cultura de un Estado, a cuyo servicio se dirigen miles de europeos conversos. Esa cultura es de un irrealismo completo y de una crueldad patética, tanto como lo eran la nazi o la de los últimos aztecas, y seguramente terminará soliviantando a la humanidad más tolerante. Esperemos que así ocurra, pero aunque eso ocurra, aunque despierte Occidente de su sopor buenista, si los musulmanes del mundo entero no se desmarcan del islamismo mediante vigorosa crítica, mediante una oposición cerval y una reforma religiosa profunda, nuestra cultura democrática no tendrá las de ganar. Los yihadistas cuentan con ello y por eso aterrorizan a sus musulmanes.

 

Hoy hace un año quedó patente que estamos ante una guerra, un nuevo tipo de guerra.

 

 
(1) Eso sostiene la antropóloga Dounia Bouzar, quien lleva más de un año trabajando para el Ministerio del Interior francés en un Centro de Prevención contra las derivas sectarias ligadas al islam. Esta antropóloga es autora del libro Comment sortir de l´emprise djihadiste? (2015, éd. de l´atelier, Paris).

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