El cachondeo perifrástico-nacional
Un rasgo que define a las democracias es el respeto casi reverencial de los ciudadanos a sus instituciones representativas, y, por tanto, la decencia en los gestos y maneras de sus electos en sus parlamentos y gobiernos.
La decadencia de las democracias viene a plasmarse, en sentido contrario, por actitudes, maneras o comportamientos contrarios al respeto y a los protocolos establecidos por la costumbre. En esto, como en todo, existen sus ritos.
Hace tiempo que se está dinamitando la transición democrática del 78, con la cual yo soy uno de los críticos aunque desde la aceptación de que no hubo, probablemente, otra forma de hacerla de manera tranquila, y sin sobresaltos que provocaran involuciones irremediables.
Hace tiempo que se están tirando por la borda años de convivencia y de aceptación de reglas de juego para la convivencia.
Hace tiempo que están liquidando los restos de una Constitución en estado de derribo por fuerzas que no aceptan un marco jurídico básico que dote de estabilidad política e institucional al Reino de España, independientemente del mayor o menor grado de aceptación de ese encuadre político-jurídico, para el desarrollo social, económico y político de la Nación española, y para la superación de dos centurias de asonadas, cambios revolucionarios de timón y derramamiento de sangre.
Y el problema es que todo este afán compulsivo por no detener el movimiento pendular de la historia tampoco alumbra tiempos de construcción sensata, o de definición de otro modelo claramente diseñado sobre el que podamos posicionarnos. Nadie sabe con certeza hacia dónde se nos lleva, para qué y con qué modelo alternativo de convivencia; a modo de rebaño donde lobos y corderos caminan juntos sin que podamos evitar que los segundos acaben fagocitados por los primeros.
El espectáculo, a mi modo de ver es deplorable y se está reflejando en las últimas fechas en casi todas las instituciones del Estado –salvo la Corona-.
La aceptación de las reglas de juego exige un principio de lealtad con la realidad institucional y constitucional. Y eso exige un mínimo de decencia o la renuncia. No se pueden usar fórmulas de jura o promesa de acatamiento a las reglas de juego que nos hemos dado democráticamente que sean un recochineo o una burla al propio marco constitucional. No se pueden soslayar, como en Cataluña, las exigencias legales para constituir un nuevo gobierno, sin que nadie tome medidas para anular el acto de investidura fraudulento. No se puede hacer la payasada de ir a ocupar el escaño con un bebé en brazos, mediante una exposición impúdica de un niño, sin el más mínimo respeto a su individualidad, atentando contra el derecho a no ser manipulado con fines ideológicos, políticos o partidarios. Y me voy a detener en este extremo: una madre tiene la obligación de defender el superior interés de su hijo, y si no lo hace está vulnerando la Carta de Derechos Universales del Niño, que ampara la intimidad del menor y ser protegido y no utilizado para fines ajenos a su propio desarrollo. En esto Podemos queda retratado como lo que es: un partido que falta a los más elementales principios del respeto a los más débiles, actitud muy propia de los regímenes comunistas o totalitarios como Irán o Venezuela, países de cuyas instancias, según parece, han recibido magros estipendios dirigentes importantes de este Partido. Y esto es una alegoría de lo que nos vendrá si, como vamos comprobando, Sánchez logra la investidura presidencial con el apoyo de esta ralea variopinta de gentes carentes de los más elementales principios democráticos, más allá de proclamas populistas y verborreas fáciles.
Ya apunta maneras el señor Sánchez llevando a su Partido hacia el desastre final y a posiciones irrelevantes, culminando una hégira trazada por su antecesor Zapatero. La cesión de escaños a partidos independentistas de Cataluña para que puedan formar grupo propio muestra la cara –dura- del aspirante al trono de la nada, de un personaje que mide los intereses del País en función de los suyos propios, para tener el apoyo de quienes, precisamente, buscan la voladura del edificio constitucional y de la desintegración de la Nación. Y todo esto con total irresponsabilidad, favoreciendo a los enemigos de España.
Yo no sé aún cual es el proyecto del Señor Sánchez, más allá de reeditar la exclusión a la derecha aún a riesgo de dejar maltrecho a su País.
Yo no sé cuál es el proyecto político o programático para mantener las bases del crecimiento, de recuperación sostenida del empleo, para atajar el grave problema estructural del déficit público y de la deuda que hipoteca a las generaciones futuras, ni de resolver de forma solvente el problema territorial, causa principal de las graves desigualdades de los ciudadanos según donde vivan, ni los graves déficits de nuestro sistema educativo en todas sus instancias que provocan graves problemas de inserción social, laboral y cultural de los ciudadanos jóvenes, ni los problemas de movilidad de los ciudadanos y de asistencia sanitaria fuera de su ámbito autonómico o de igualdad de condiciones en dicha atención sanitaria, y un largo etc. Desconozco cual es el proyecto de gobierno del señor Sánchez más allá de su propia supervivencia política que la centra en salvarse a sí mismo mediante el acceso a la Moncloa; y así un largo etc. Seguimos en el “pensamiento Alicia” que tan bien describió el filósofo Gustavo Bueno para describir las políticas de Zapatero.
Dejen de hacer patochadas, representen dignamente al pueblo español, y si no lo saben hacer, dimitan.
Un rasgo que define a las democracias es el respeto casi reverencial de los ciudadanos a sus instituciones representativas, y, por tanto, la decencia en los gestos y maneras de sus electos en sus parlamentos y gobiernos.
La decadencia de las democracias viene a plasmarse, en sentido contrario, por actitudes, maneras o comportamientos contrarios al respeto y a los protocolos establecidos por la costumbre. En esto, como en todo, existen sus ritos.
Hace tiempo que se está dinamitando la transición democrática del 78, con la cual yo soy uno de los críticos aunque desde la aceptación de que no hubo, probablemente, otra forma de hacerla de manera tranquila, y sin sobresaltos que provocaran involuciones irremediables.
Hace tiempo que se están tirando por la borda años de convivencia y de aceptación de reglas de juego para la convivencia.
Hace tiempo que están liquidando los restos de una Constitución en estado de derribo por fuerzas que no aceptan un marco jurídico básico que dote de estabilidad política e institucional al Reino de España, independientemente del mayor o menor grado de aceptación de ese encuadre político-jurídico, para el desarrollo social, económico y político de la Nación española, y para la superación de dos centurias de asonadas, cambios revolucionarios de timón y derramamiento de sangre.
Y el problema es que todo este afán compulsivo por no detener el movimiento pendular de la historia tampoco alumbra tiempos de construcción sensata, o de definición de otro modelo claramente diseñado sobre el que podamos posicionarnos. Nadie sabe con certeza hacia dónde se nos lleva, para qué y con qué modelo alternativo de convivencia; a modo de rebaño donde lobos y corderos caminan juntos sin que podamos evitar que los segundos acaben fagocitados por los primeros.
El espectáculo, a mi modo de ver es deplorable y se está reflejando en las últimas fechas en casi todas las instituciones del Estado –salvo la Corona-.
La aceptación de las reglas de juego exige un principio de lealtad con la realidad institucional y constitucional. Y eso exige un mínimo de decencia o la renuncia. No se pueden usar fórmulas de jura o promesa de acatamiento a las reglas de juego que nos hemos dado democráticamente que sean un recochineo o una burla al propio marco constitucional. No se pueden soslayar, como en Cataluña, las exigencias legales para constituir un nuevo gobierno, sin que nadie tome medidas para anular el acto de investidura fraudulento. No se puede hacer la payasada de ir a ocupar el escaño con un bebé en brazos, mediante una exposición impúdica de un niño, sin el más mínimo respeto a su individualidad, atentando contra el derecho a no ser manipulado con fines ideológicos, políticos o partidarios. Y me voy a detener en este extremo: una madre tiene la obligación de defender el superior interés de su hijo, y si no lo hace está vulnerando la Carta de Derechos Universales del Niño, que ampara la intimidad del menor y ser protegido y no utilizado para fines ajenos a su propio desarrollo. En esto Podemos queda retratado como lo que es: un partido que falta a los más elementales principios del respeto a los más débiles, actitud muy propia de los regímenes comunistas o totalitarios como Irán o Venezuela, países de cuyas instancias, según parece, han recibido magros estipendios dirigentes importantes de este Partido. Y esto es una alegoría de lo que nos vendrá si, como vamos comprobando, Sánchez logra la investidura presidencial con el apoyo de esta ralea variopinta de gentes carentes de los más elementales principios democráticos, más allá de proclamas populistas y verborreas fáciles.
Ya apunta maneras el señor Sánchez llevando a su Partido hacia el desastre final y a posiciones irrelevantes, culminando una hégira trazada por su antecesor Zapatero. La cesión de escaños a partidos independentistas de Cataluña para que puedan formar grupo propio muestra la cara –dura- del aspirante al trono de la nada, de un personaje que mide los intereses del País en función de los suyos propios, para tener el apoyo de quienes, precisamente, buscan la voladura del edificio constitucional y de la desintegración de la Nación. Y todo esto con total irresponsabilidad, favoreciendo a los enemigos de España.
Yo no sé aún cual es el proyecto del Señor Sánchez, más allá de reeditar la exclusión a la derecha aún a riesgo de dejar maltrecho a su País.
Yo no sé cuál es el proyecto político o programático para mantener las bases del crecimiento, de recuperación sostenida del empleo, para atajar el grave problema estructural del déficit público y de la deuda que hipoteca a las generaciones futuras, ni de resolver de forma solvente el problema territorial, causa principal de las graves desigualdades de los ciudadanos según donde vivan, ni los graves déficits de nuestro sistema educativo en todas sus instancias que provocan graves problemas de inserción social, laboral y cultural de los ciudadanos jóvenes, ni los problemas de movilidad de los ciudadanos y de asistencia sanitaria fuera de su ámbito autonómico o de igualdad de condiciones en dicha atención sanitaria, y un largo etc. Desconozco cual es el proyecto de gobierno del señor Sánchez más allá de su propia supervivencia política que la centra en salvarse a sí mismo mediante el acceso a la Moncloa; y así un largo etc. Seguimos en el “pensamiento Alicia” que tan bien describió el filósofo Gustavo Bueno para describir las políticas de Zapatero.
Dejen de hacer patochadas, representen dignamente al pueblo español, y si no lo saben hacer, dimitan.