Vieja guardia socialista
Pese a que abogo desde el primer momento tras las últimas elecciones por un gobierno tripartito (PP/PSOE/C’S) coincido con el análisis de Alfonso Guerra, quien postula o un gobierno en minoría de su partido o ir a nuevas elecciones. El argumento de que los electores socialistas no perdonarían un gobierno de conjunción con la llamada derecha puede ser convincente, y no lo tiene fácil el Partido Socialista con un partido de izquierda bolchevique pisándole los talones. Ignorar esta variable es no ser comprensivo con el partido de Pablo Iglesias. Si bien algún análisis echo en falta sobre las culpas de Zapatero en esta situación, pues fue él quien puso las bases para el crecimiento de un partido como Podemos, ya que en ningún momento ha disimulado sus simpatías con este espacio electoral proclive a reproducir los errores del pasado y pasar a España por el cedazo de los antisistemas y la izquierda revolucionaria; es decir, por volver a las dos Españas, o lo que es lo mismo, al cuadro de Goya donde dos paisanos se arrean porrazos hasta la defunción de uno de ellos con la mitad de su cuerpo sepultado en la tierra.
Coincido con la agudeza de visión del que fue vicepresidente del Gobierno con González. Cualquier solución es mala para el Partido Socialista, incluso la repetición de las elecciones, pero probablemente es esta salida la menos perjudicial, puesto que es posible que muchos votos que se fueron a Podemos volvieran a su redil natural (el del socialismo-demócrata) ante las perspectivas del desastre en una España ingobernable. La pregunta es por qué el Partido Socialista ha llegado a esta situación, y otra vez tenemos que dirigirnos para encontrar una respuesta al personaje Zapatero, que generó un punto de inflexión de difícil retorno.
Si Sánchez, el discípulo de Zapatero, -el del “pensamiento Alicia”- decidiera gobernar con Podemos, como socio de coalición, entraríamos en un proceso de descomposición de la vida económica, social y política. Nos introduciríamos en una dinámica de enfrentamiento entre las dos cosmovisiones existentes en España, es decir la constitucional, la del entendimiento y la racionalidad por una parte, y la otra, la de la revolución y la voladura de los puentes que desde la Transición democrática han posibilitado una convivencia fructífera entre los españoles en Europa. Entraríamos en una dinámica de inseguridad jurídica y de imprevisión de futuro letales para el crecimiento de la economía y el empleo. Se pondrían en cuestión los principales referentes que han generado una cierta, aunque inestable, relación de buena vecindad entre los diferentes territorios que configuran la unidad española. Estaríamos, en definitiva, en la descomposición de España tal como la hemos conocido, desde el plano institucional, social, jurídico y, en definitiva, económico, aumentando el déficit público y el endeudamiento, abocando a la proletarización de la sociedad española, y vulnerando los principios constitucionales que tienen sus raíces en los derechos humanos, la igualdad ante la ley, la libertad de mercado, la forma de Estado y la unidad del mismo.
Por eso es comprensible la consternación de viejos socialistas como el señor Guerra que ve como de un momento a otro se puede descomponer la obra de quienes no solamente fueron capaces de sacar al Partido Socialista de la clandestinidad antes de 1976 para que fuera uno de los pilares del Estado Constitucional, sino un baluarte para la alternancia política, para la gobernabilidad de España.
La prueba del algodón de ello es el comportamiento de uno de los partidos que representan mejor el oportunismo político para asestar la estocada de muerte a su secular enemiga: España. Me refiero, cómo no, al PNV, que no deja pasar la ocasión para que, en los momentos de confusión, o de debilidad estructural, dar un giro de tuerca a su pretensión soberanista y avanzar hacia la ruptura de España. No hay más que prestar un poco de atención a la exigencia que han puesto a Sánchez para prestarle su apoyo a una posible investidura. Pero lo mismo ha sucedido en otros momentos clave de la historia, hasta el punto de que es un paradigma de la acción política del secesionismo vasco.
Ya lo dijo Sabino Arana: “Si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas, como agobia y aflige al ánimo del náufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera”
El problema radica en la deriva que la izquierda tuvo tras la Dictadura de Franco en relación a un tradicional enfoque de España antes de la Guerra Civil, nada afín a veleidades secesionistas. Andrés de Blas Guerrero lo reflejó con meridiana precisión en su trabajo “La izquierda española y el nacionalismo”:
“Que los partidos y fuerzas políticas nacionalistas de los sesenta y los setenta defendiesen, con mayor prudencia en ocasiones, lo que hoy proclaman respecto al problema nacional de España, está dentro de la normalidad. No resulta tan difícil de entender, sin embargo, el entusiasmo filonacionalista –con relación a los nacionalismos periféricos- que los partidos de izquierda estatal demostraron en la década de los setenta. Lo cierto es que entonces, tanto el PSOE como el PCE, del mismo modo que el PSP, defendieron posiciones a este respecto inmantenibles a la vuelta de muy pocos años. El Congreso del PSOE de octubre de 1974, en su resolución sobre las nacionalidades y regiones, asumía, en primer lugar, una explícita y rotunda defensa del derecho de una autodeterminación que <<… comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español>> El alcance de este derecho para los pueblos del ‘Estado’, la utilización del nombre de España es cuidadosamente evitada, se ve matizado por el reconocimiento -al modo leninista- de que el mismo <<…se enmarca dentro del contexto de la lucha de clases y del proceso histórico de la clase trabajadora en lucha por su completa emancipación>>. La aceptación del principio de la autodeterminación no evita el pronunciamiento del Partido a favor de <<una república federal de las nacionalidades que integran el Estado español>>, por entender que a través de esta fórmula se protegen suficientemente las peculiaridades de las nacionalidades y los intereses de la clase trabajadora”
Posición ésta que nada tenía en común con la de los socialistas de antaño, como quedaba reflejado en el órgano de expresión del Partido Socialista “La lucha de clases”, el 27 de febrero de 1897, en su editorial:
“Frente a las estupideces y miserias del proteccionismo, de la patriotería y del antimaquetismo, frente a todo eso, debe promover el Socialismo el más amplio cosmopolitismo, el más absoluto librecambio, la movilización mayor posible del obrero, la invasión lenta de unos pueblos en otros.”
O lo expresado por Indalecio Prieto en “El Socialista” el 17 de abril de 1918:
“El nacionalismo es una entidad profunda y totalmente separatista, su clericalismo exacerbado y sus afinidades ideológicas y sociales con el carlismo […] en materia religiosa se ha establecido un partido de campeonato de football, en el cual la Iglesia católica es la pelota que quieren meter en su respectivo goal unos y otros.”
Y hacía referencia al “[...] espíritu antiliberal, antidemocrático”.
En 1934, el socialista bilbaíno Zugazagoitia escribía un artículo titulado “Las raíces del nacionalismo vasco” en el que, haciendo referencia al PNV decía que “Toda la doctrina nacionalista vasca no era sino una combinación de sentimientos religiosos y locales, aspiraciones separatistas y reivindicación de las características raciales de los vascos”; criticando así la ideología separatista.
Y así podríamos reproducir muchas más expresiones antinacionalistas de los principales referentes del socialismo clásico.
Pese a todo ello, veremos cómo el señor Sánchez, con tal de salvarse a sí mismo y llegar a la Moncloa, aunque con ello perjudique a España como es evidente, pactará no solamente con la extrema izquierda antisistema sino con quienes abanderan las posiciones más rupturistas y separatistas, para la disgregación de la unidad nacional española. Todo con tal de llegar a la Presidencia y sobrevivir aunque sea solo unos meses.
Pese a que abogo desde el primer momento tras las últimas elecciones por un gobierno tripartito (PP/PSOE/C’S) coincido con el análisis de Alfonso Guerra, quien postula o un gobierno en minoría de su partido o ir a nuevas elecciones. El argumento de que los electores socialistas no perdonarían un gobierno de conjunción con la llamada derecha puede ser convincente, y no lo tiene fácil el Partido Socialista con un partido de izquierda bolchevique pisándole los talones. Ignorar esta variable es no ser comprensivo con el partido de Pablo Iglesias. Si bien algún análisis echo en falta sobre las culpas de Zapatero en esta situación, pues fue él quien puso las bases para el crecimiento de un partido como Podemos, ya que en ningún momento ha disimulado sus simpatías con este espacio electoral proclive a reproducir los errores del pasado y pasar a España por el cedazo de los antisistemas y la izquierda revolucionaria; es decir, por volver a las dos Españas, o lo que es lo mismo, al cuadro de Goya donde dos paisanos se arrean porrazos hasta la defunción de uno de ellos con la mitad de su cuerpo sepultado en la tierra.
Coincido con la agudeza de visión del que fue vicepresidente del Gobierno con González. Cualquier solución es mala para el Partido Socialista, incluso la repetición de las elecciones, pero probablemente es esta salida la menos perjudicial, puesto que es posible que muchos votos que se fueron a Podemos volvieran a su redil natural (el del socialismo-demócrata) ante las perspectivas del desastre en una España ingobernable. La pregunta es por qué el Partido Socialista ha llegado a esta situación, y otra vez tenemos que dirigirnos para encontrar una respuesta al personaje Zapatero, que generó un punto de inflexión de difícil retorno.
Si Sánchez, el discípulo de Zapatero, -el del “pensamiento Alicia”- decidiera gobernar con Podemos, como socio de coalición, entraríamos en un proceso de descomposición de la vida económica, social y política. Nos introduciríamos en una dinámica de enfrentamiento entre las dos cosmovisiones existentes en España, es decir la constitucional, la del entendimiento y la racionalidad por una parte, y la otra, la de la revolución y la voladura de los puentes que desde la Transición democrática han posibilitado una convivencia fructífera entre los españoles en Europa. Entraríamos en una dinámica de inseguridad jurídica y de imprevisión de futuro letales para el crecimiento de la economía y el empleo. Se pondrían en cuestión los principales referentes que han generado una cierta, aunque inestable, relación de buena vecindad entre los diferentes territorios que configuran la unidad española. Estaríamos, en definitiva, en la descomposición de España tal como la hemos conocido, desde el plano institucional, social, jurídico y, en definitiva, económico, aumentando el déficit público y el endeudamiento, abocando a la proletarización de la sociedad española, y vulnerando los principios constitucionales que tienen sus raíces en los derechos humanos, la igualdad ante la ley, la libertad de mercado, la forma de Estado y la unidad del mismo.
Por eso es comprensible la consternación de viejos socialistas como el señor Guerra que ve como de un momento a otro se puede descomponer la obra de quienes no solamente fueron capaces de sacar al Partido Socialista de la clandestinidad antes de 1976 para que fuera uno de los pilares del Estado Constitucional, sino un baluarte para la alternancia política, para la gobernabilidad de España.
La prueba del algodón de ello es el comportamiento de uno de los partidos que representan mejor el oportunismo político para asestar la estocada de muerte a su secular enemiga: España. Me refiero, cómo no, al PNV, que no deja pasar la ocasión para que, en los momentos de confusión, o de debilidad estructural, dar un giro de tuerca a su pretensión soberanista y avanzar hacia la ruptura de España. No hay más que prestar un poco de atención a la exigencia que han puesto a Sánchez para prestarle su apoyo a una posible investidura. Pero lo mismo ha sucedido en otros momentos clave de la historia, hasta el punto de que es un paradigma de la acción política del secesionismo vasco.
Ya lo dijo Sabino Arana: “Si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas, como agobia y aflige al ánimo del náufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera”
El problema radica en la deriva que la izquierda tuvo tras la Dictadura de Franco en relación a un tradicional enfoque de España antes de la Guerra Civil, nada afín a veleidades secesionistas. Andrés de Blas Guerrero lo reflejó con meridiana precisión en su trabajo “La izquierda española y el nacionalismo”:
“Que los partidos y fuerzas políticas nacionalistas de los sesenta y los setenta defendiesen, con mayor prudencia en ocasiones, lo que hoy proclaman respecto al problema nacional de España, está dentro de la normalidad. No resulta tan difícil de entender, sin embargo, el entusiasmo filonacionalista –con relación a los nacionalismos periféricos- que los partidos de izquierda estatal demostraron en la década de los setenta. Lo cierto es que entonces, tanto el PSOE como el PCE, del mismo modo que el PSP, defendieron posiciones a este respecto inmantenibles a la vuelta de muy pocos años. El Congreso del PSOE de octubre de 1974, en su resolución sobre las nacionalidades y regiones, asumía, en primer lugar, una explícita y rotunda defensa del derecho de una autodeterminación que <<… comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español>> El alcance de este derecho para los pueblos del ‘Estado’, la utilización del nombre de España es cuidadosamente evitada, se ve matizado por el reconocimiento -al modo leninista- de que el mismo <<…se enmarca dentro del contexto de la lucha de clases y del proceso histórico de la clase trabajadora en lucha por su completa emancipación>>. La aceptación del principio de la autodeterminación no evita el pronunciamiento del Partido a favor de <<una república federal de las nacionalidades que integran el Estado español>>, por entender que a través de esta fórmula se protegen suficientemente las peculiaridades de las nacionalidades y los intereses de la clase trabajadora”
Posición ésta que nada tenía en común con la de los socialistas de antaño, como quedaba reflejado en el órgano de expresión del Partido Socialista “La lucha de clases”, el 27 de febrero de 1897, en su editorial:
“Frente a las estupideces y miserias del proteccionismo, de la patriotería y del antimaquetismo, frente a todo eso, debe promover el Socialismo el más amplio cosmopolitismo, el más absoluto librecambio, la movilización mayor posible del obrero, la invasión lenta de unos pueblos en otros.”
O lo expresado por Indalecio Prieto en “El Socialista” el 17 de abril de 1918:
“El nacionalismo es una entidad profunda y totalmente separatista, su clericalismo exacerbado y sus afinidades ideológicas y sociales con el carlismo […] en materia religiosa se ha establecido un partido de campeonato de football, en el cual la Iglesia católica es la pelota que quieren meter en su respectivo goal unos y otros.”
Y hacía referencia al “[...] espíritu antiliberal, antidemocrático”.
En 1934, el socialista bilbaíno Zugazagoitia escribía un artículo titulado “Las raíces del nacionalismo vasco” en el que, haciendo referencia al PNV decía que “Toda la doctrina nacionalista vasca no era sino una combinación de sentimientos religiosos y locales, aspiraciones separatistas y reivindicación de las características raciales de los vascos”; criticando así la ideología separatista.
Y así podríamos reproducir muchas más expresiones antinacionalistas de los principales referentes del socialismo clásico.
Pese a todo ello, veremos cómo el señor Sánchez, con tal de salvarse a sí mismo y llegar a la Moncloa, aunque con ello perjudique a España como es evidente, pactará no solamente con la extrema izquierda antisistema sino con quienes abanderan las posiciones más rupturistas y separatistas, para la disgregación de la unidad nacional española. Todo con tal de llegar a la Presidencia y sobrevivir aunque sea solo unos meses.