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Ernesto Ladrón de Guevara
Martes, 02 de Febrero de 2016 Tiempo de lectura:

Atrapados por la partitocracia

De todos es conocido que la inseguridad y la incertidumbre generan desconfianza, y, por tanto, huída de capitales y paralización de las inversiones. Ello provoca un enfriamiento de la economía y estancamiento del empleo y de las fuerzas productivas.

 

De todos es conocido que una situación de “impasse” en la constitución del gobierno de la nación produce un descrédito internacional y una atracción preocupada de las miradas de los agentes que intervienen en los procesos de la constitución de riqueza, bien sea de puertas adentro como hacia fuera.

 

De todos es conocido que cuando se introducen factores que inducen a pensar en drásticos cambios estructurales, en revoluciones bolivarianas, o en una dinámica más visceral que racional, todo se solivianta y lejos de atraer tendencias positivas, constructivas, se alejan las expectativas de bienestar colectivo, de seguridad jurídica y de establecimiento de parámetros de progreso.

 

Todo eso lo conocen los partidos políticos, y sin embargo, alejándonos cada vez más de la cultura centro-europea o de los países bálticos, insistimos en repetir errores, pues hemos borrado la historia y su conocimiento de la memoria colectiva. Y esos mismos partidos insisten en mirar para dentro, en su endogamia suicida, en su incapacidad para salir de su ensimismamiento y de su introspección patológica.

 

Seguimos instalados en la incapacidad de los protagonistas de la política nacional para sacarnos del agujero postelectoral, para configurar un gobierno para España, bien sea de cambio o de reforma.

 

En mi modesto entender el principal culpable de esta situación es el Partido Socialista que impide la constitución de un gobierno de transición, una fórmula de consenso que permita configurar un ejecutivo que aplique un programa de legislatura razonable y racional, que supere los instintos rupturistas o los viajes a ninguna parte que tan bien representan los nacionalismos secesionistas y un partido antisistema, verdadera amalgama de ideas autodestructivas y antieuropeístas. Eximo de esa responsabilidad a los que arriesgando su situación de prestigio dentro del PSOE han dado un paso al frente para advertir que ciertos viajes ideológicos ya se experimentaron con Largo Caballero con el resultado catastrófico que nos desvela la historia del siglo pasado en España. No esa historia contada desde el ánimo sectario, sino la de los hechos objetivos.

 

El secretario General del Partido Socialista, el señor Sánchez, sigue con la idea suicida de pactar con todos menos con el Partido Popular, lo cual pasa por un acuerdo con Podemos y con los que laboran para romper España. Eso, como bien denuncia la vieja guardia de los socialistas, aboca a la desaparición más pronto que tarde del Partido Socialista que ha dado muestras más que palpables, en los últimos tiempos, de no tener claro su proyecto político, mimetizándose con  identidades que nada tienen que ver con su pasado, reciente o remoto. Tiene su partido hecho unos zorros y se sale por la tangente con una consulta no sabemos sobre qué a su militancia. Y mientras tanto las cosas del común aparcadas. ¡Qué irresponsabilidad!

 

El Partido Popular, por otra parte, ha entrado en una dinámica de descrédito, acosado por todos los frentes por una corrupción que no ha sabido o no ha querido atajar ni controlar. Rajoy está descalificado ante la opinión pública, bien por su habitual parsimonia e inacción, dejando que el tiempo pase y arregle los problemas, bien por su complicidad con la carcoma que ha desbaratado las bases morales del partido que representa.  Tengo amigos, hartos por la imagen de mangancia colectiva que afecta al PP, que han optado por votar a Podemos, movidos por la indignación. Son personas sensatas, con muchos años en sus espaldas, con la sabiduría que da la experiencia, no aventureros insensatos. Me temo que mucha gente así ha votado a Podemos, gente no afecta a revoluciones ni a involuciones, gentes que han querido dar un escarmiento a los partidos tradicionales para que se lo piensen, para que cambien. Pero lejos de aprender del error, estos partidos de la partitocracia oligopolística, se mantienen pasmados en su afán autodestructivo.

 

Creo, visto lo visto, que esto tiene solamente una solución: que el Partido Popular y el Partido Socialista prescindan de sus líderes, hagan un acto de responsabilidad generosa con sus ciudadanos, pongan a su frente a personas animadas por la búsqueda de acuerdos programáticos que configuren un gobierno de concentración entre quienes crean que la única manera de vivir en paz y progreso  es cumplir y hacer cumplir la ley.  Y que acometan la reforma de la Constitución para mejorarla, no para dar más herramientas a los que quieran la destrucción de la convivencia y la volatilización de los puentes de entendimiento, de la unidad y de la estabilidad constitucional. Si Rajoy y Sánchez siguen al frente de sus respectivos partidos no hay solución alguna, Desde el odio no se construye nada, desde la animadversión no se establecen puentes de consenso, y, por otra parte, con la imagen que proyecta el Partido Popular de corrupción, aunque sea injusta la generalización, no hay manera de legitimar una acción de gobierno y un entendimiento entre desiguales. Es preciso poner por delante o por encima de los intereses sectarios los de la Nación, los de la ciudadanía, los del bien común.

 

Un acto de suprema generosidad es que Sánchez y Rajoy se aparten, que sus respectivos partidos elijan a alguien con prestigio en el imaginario colectivo de ambas comunidades de electores y con probada solvencia, y que nos saquen de esta situación de estancamiento. Una fórmula sería que Felipe González y Aznar volvieran, se pusieran al frente de sus respectivos partidos aunque fuera de forma transitoria, y pactaran una forma de recuperar los logros constitucionales del pasado, sin rupturas y con ánimo reformista. Estoy seguro que con el espíritu pragmático de ambos protagonistas saldríamos en pocas jornadas con una fórmula de transición, sin tener que repetir unas elecciones que nos vuelvan a reproducir la misma situación como si de un bucle demencial se tratara. O eso o la designación por el Rey de un candidato independiente que haga de árbitro de la situación y gobierne con el respaldo de la mayoría de la Cámara, lo cual me parece prácticamente imposible. Y tampoco tiene el Rey atribuciones suficientes para hacerlo salvo situación de emergencia nacional extrema, que no es descartable.

 

No hay nada que objetar hacia el comportamiento del partido de Albert Rivera. Es el único que lo está haciendo bien, que está haciendo algo, que plantea cosas razonables llenas de sentido común. Lo demás es un puro y rotundo disparate.

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