Hijos del totalitarismo
Una foto para la Historia: flores, banderas y un cortejo de casi 200 personas esperan pacientes a que se abran las puertas de la prisión de Logroño. La ocasión lo merece: son pocos, teniendo en cuenta el carisma del personaje, pero acuden para honrar la liberación de un preso de conciencia. Un peso pesado en la defensa de la libertad, en el sentido más amplio de la palabra. Un héroe que ha pagado, en la oscuridad de una sombría celda, seis años de su vida por disentir con un Estado opresor. Una víctima de una Justicia totalitaria que sanciona la decisiva contribución a la paz que este buen hombre ha legado a su Comunidad y al país entero. Una víctima, en definitiva, de ese genocidio lingüístico, político y cultural que los españoles practicamos alegremente contra ese mestizaje ideológico llamado progresismo. Todo este teatro ante las cámaras de televisión y los micrófonos de una prensa idiota y adoctrinada es normal. La libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas. Un simple tuit, a las nueve de la mañana, con el que cualquier demócrata estaría de acuerdo.
Sólo que hay un problema, y matices importantes que hacen que el café con leche y la tostada del desayuno se indigesten en el estómago de la mitad de los españoles. De los que somos decentes, y demócratas, y amantes de la libertad aunque no seamos gente. Y es que este personaje, el tal Otegi, este que no llega ni a la suela del zapato de ningún subnormal del PP y que se postula como futuro Lehendakari, no es un preso de conciencia. Este personaje no ha ido a la cárcel por defender sus ideas. Porque España es un país democrático y aquí no hay presos políticos. La prueba está en el recorrido mediático-político del propio autor del miserable tuit, Pablo Iglesias, que califica de demócrata a un terrorista, asesora en técnicas de represión a la dictadura venezolana, recibe financiación del Estado terrorista de Irán o ensalza la memoria, en la propia sede de la Soberanía Nacional, de la socialista Margarita Nelken - esa joya responsable del asesinato de Calvo Sotelo en 1936 - o de su propio abuelo, encarcelado por perseguir y ajusticiar fachas en las sacas comunistas de Madrid durante la Guerra Civil. Oteg i es un terrorista que ha cumplido pena de prisión, sin ningún maltrato y a cuerpo de rey, no por unas ideas asesinas, sino por ponerlas en práctica: por pertenencia a banda terrorista, por secuestrar, torturar, matar e intentar reorganizar esa banda de asesinos llamada ETA que hoy no mata, sencillamente, porque no lo necesita. Porque, como la serpiente de su logo, han escupido y diseminado su veneno por todas las instituciones que pretenden reventar. Y el aspirante a dictador que en realidad es Pablo Iglesias, puede tranquilamente animar al personal a salir de cacería para aplicar la justicia proletaria y disculparse ante sus hordas por no partir la cara a los fachas que salen en los medios de comunicación que no le ríen las gracias porque está seguro, amparado por unas garantías jurídicas que negaría de inmediato a los que califica amablemente de lúmpenes.
Resulta francamente difícil digerir cómo estos verdaderos hijos del totalitarismo tienen cabida en una España plural que cerró las heridas de la Guerra Civil abrazando en las Cortes el pasado manchado de cal viva de las dos almas de nuestra nación. Cuando los referentes ideológicos de la ultra izquierda, aupada por un Partido Socialista desnortado que ha perdido toda decencia y sentido de Estado, y unos oportunistas de nuevo cuño (Ciudadanos) se asientan en los principios del estalinismo, el bolivarismo, el independentismo, el indigenismo irredento, el islamofascismo y el antisemitismo, y toman el control de las instituciones del Estado, es que algo muy grave ha pasado para que, de la noche a la mañana, nos levantemos la mitad de los españoles con el alma en vilo. Necesitamos con urgencia un marco jurídico de referencia que eleve el techo electoral y proteja nuestro sistema de veleidades rupturistas y autoritarias, y que asegure las libertades individuales y colectivas frente a los que quieren servirse de las Instituciones para desmantelarlas. De lo contrario, estaremos asistiendo al final de nuestra democracia.
(*) Marta González Isidoro (@Bejaelma). Periodista y Analista Política. Autora del blog www.vocesdesdeorientemedio.blogspot.com
Una foto para la Historia: flores, banderas y un cortejo de casi 200 personas esperan pacientes a que se abran las puertas de la prisión de Logroño. La ocasión lo merece: son pocos, teniendo en cuenta el carisma del personaje, pero acuden para honrar la liberación de un preso de conciencia. Un peso pesado en la defensa de la libertad, en el sentido más amplio de la palabra. Un héroe que ha pagado, en la oscuridad de una sombría celda, seis años de su vida por disentir con un Estado opresor. Una víctima de una Justicia totalitaria que sanciona la decisiva contribución a la paz que este buen hombre ha legado a su Comunidad y al país entero. Una víctima, en definitiva, de ese genocidio lingüístico, político y cultural que los españoles practicamos alegremente contra ese mestizaje ideológico llamado progresismo. Todo este teatro ante las cámaras de televisión y los micrófonos de una prensa idiota y adoctrinada es normal. La libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas. Un simple tuit, a las nueve de la mañana, con el que cualquier demócrata estaría de acuerdo.
Sólo que hay un problema, y matices importantes que hacen que el café con leche y la tostada del desayuno se indigesten en el estómago de la mitad de los españoles. De los que somos decentes, y demócratas, y amantes de la libertad aunque no seamos gente. Y es que este personaje, el tal Otegi, este que no llega ni a la suela del zapato de ningún subnormal del PP y que se postula como futuro Lehendakari, no es un preso de conciencia. Este personaje no ha ido a la cárcel por defender sus ideas. Porque España es un país democrático y aquí no hay presos políticos. La prueba está en el recorrido mediático-político del propio autor del miserable tuit, Pablo Iglesias, que califica de demócrata a un terrorista, asesora en técnicas de represión a la dictadura venezolana, recibe financiación del Estado terrorista de Irán o ensalza la memoria, en la propia sede de la Soberanía Nacional, de la socialista Margarita Nelken - esa joya responsable del asesinato de Calvo Sotelo en 1936 - o de su propio abuelo, encarcelado por perseguir y ajusticiar fachas en las sacas comunistas de Madrid durante la Guerra Civil. Oteg i es un terrorista que ha cumplido pena de prisión, sin ningún maltrato y a cuerpo de rey, no por unas ideas asesinas, sino por ponerlas en práctica: por pertenencia a banda terrorista, por secuestrar, torturar, matar e intentar reorganizar esa banda de asesinos llamada ETA que hoy no mata, sencillamente, porque no lo necesita. Porque, como la serpiente de su logo, han escupido y diseminado su veneno por todas las instituciones que pretenden reventar. Y el aspirante a dictador que en realidad es Pablo Iglesias, puede tranquilamente animar al personal a salir de cacería para aplicar la justicia proletaria y disculparse ante sus hordas por no partir la cara a los fachas que salen en los medios de comunicación que no le ríen las gracias porque está seguro, amparado por unas garantías jurídicas que negaría de inmediato a los que califica amablemente de lúmpenes.
Resulta francamente difícil digerir cómo estos verdaderos hijos del totalitarismo tienen cabida en una España plural que cerró las heridas de la Guerra Civil abrazando en las Cortes el pasado manchado de cal viva de las dos almas de nuestra nación. Cuando los referentes ideológicos de la ultra izquierda, aupada por un Partido Socialista desnortado que ha perdido toda decencia y sentido de Estado, y unos oportunistas de nuevo cuño (Ciudadanos) se asientan en los principios del estalinismo, el bolivarismo, el independentismo, el indigenismo irredento, el islamofascismo y el antisemitismo, y toman el control de las instituciones del Estado, es que algo muy grave ha pasado para que, de la noche a la mañana, nos levantemos la mitad de los españoles con el alma en vilo. Necesitamos con urgencia un marco jurídico de referencia que eleve el techo electoral y proteja nuestro sistema de veleidades rupturistas y autoritarias, y que asegure las libertades individuales y colectivas frente a los que quieren servirse de las Instituciones para desmantelarlas. De lo contrario, estaremos asistiendo al final de nuestra democracia.
(*) Marta González Isidoro (@Bejaelma). Periodista y Analista Política. Autora del blog www.vocesdesdeorientemedio.blogspot.com