Arnaldo Otegi: ¿un torturador?
En una ocasión, preguntado por el terrorismo, Enrique Tierno Galván dijo que el País Vasco era el último reducto de la “España negra”. El viejo profesor no era original dado que antes otros intelectuales como Miguel Unamuno y Claudio Sánchez Albornoz, expresaron la misma idea: en algunos aspectos, los vascos eran los españoles más puros.
Uno de nuestros mayores defectos es una acusada laxitud con nuestros dirigentes. Pocos pueblos en Europa presentan tal capacidad por parte de medios, clase política y ciudadanía a la hora de ignorar el pasado y amnistiar, sin la menor aclaración y/o reconocimiento previo, los más turbios comportamientos.
Sólo en España es posible que en pleno siglo XXI siga siendo una estrella mediática y electoral un señor como Miguel Ángel Revilla que fue militante activo de la Falange, una de las familias más ultras de la Dictadura, y que sistemáticamente se ha negado a aclarar su pasado. Es más, cuando vivimos el apogeo de la Memoria Histórica, el único falangista de carnet de aquellos años que queda en activo, es votado y cortejado por el principal líder de la izquierda.
Mientras en Alemania el ministro llamado a sustituir a la señora Merkel fue obligado a dimitir por plagiar una tesis doctoral, en España un político de la talla de Oriol Junqueras fue acusado de lo mismo y nadie, empezando por sus más acérrimos adversarios, ha pedido una investigación aclarando si hubo o no irregularidades, máxime cuando el dirigente de ERC fue presentado durante años por la Brunete mediática secesionista como el “Doctor Junqueras”. Son sólo dos ejemplos de una lista larga, demasiado larga.
Políticos mentirosos, sinvergüenzas, corruptos, que incluso públicamente no disimulaban sus comportamientos poco ortodoxos, han encabezado encuestas de popularidad y triunfado en las urnas. Ahora, le toca unirse a este selecto grupo de los más populares y admirados a la gran esperanza abertzale, Arnaldo Otegi. Entre España y Francia acumula varios ingresos en prisión con bastantes años a la sombra y ahora, tras su salida a la calle, es el político de moda. ¡Qué mejor ejercicio de españolismo que mirar para otro lado ante tan turbio pasado!
Lo último que nos quedaba por conocer fue publicado por El Mundo el día 29 de febrero, un día antes de su salida de prisión, donde se daban detalles inéditos del secuestro de Luis Abaitua el 19 de febrero de 1979, el único delito de este tipo por el que finalmente fue condenado Armando Otegi.
En este artículo aparece este inquietante párrafo:
"Era algo escabroso. Mi padre me contó que, para amedrentarle, no dudaban en representar escenas truculentas como el juego de la ruleta rusa. Le hacían coger una pistola y le obligaban a dispararse. (...) Temimos que lo mataran. Él también: cuando salió nos contó que pensaba que no iba a salir con vida".
Todo secuestro es en sí un acto de tortura, pero, al menos, en algunos casos, los captores no se cebaron con su víctima. En esta ocasión, las cosas no fueron así. La ejecución fingida es uno de los métodos habituales de tortura a los detenidos, siendo especialmente cruel y sádica cuando la amenaza de asesinato tiene verosimilitud, algo que ocurría en este caso, dado que los secuestradores no disimularon su “odio de clase”.
Como suele ser habitual en España cuando se habla de oscuros comportamientos en el pasado, nadie se ha mostrado inquieto porque uno de los políticos actuales más importantes pudiera estar implicado como autor o cómplice en un caso de malos tratos y torturas a un detenido. Ni tan siquiera el hecho de que las fuerzas políticas y sociales que sustentan al señor Otegi hayan hecho eje central de su propaganda este tipo de denuncias, ha movido a nadie a poner el foco en este turbio asunto. Como buen político español, el líder indiscutible de la “nueva Batasuna” sabe que cuenta con total impunidad.
Sus partidarios insistentemente le están presentando como el “Mandela vasco”. Puestos a buscar comparaciones no hay que irse a la lejana Sudáfrica. Más cerca tenemos el caso del único ex presidiario que hasta la llegada de don Armando había triunfado en las urnas: Jesús Gil y Gil. De la misma forma que todos, empezando por sus votantes, sabíamos que cuando decía que él cumplía escrupulosamente la normativa urbanística, no era cierto, todos empezando por sus votantes y admiradores, sabemos que el señor Otegi no es sincero cuando proclama su empatía con las víctimas por el terrorismo y lamenta los efectos de la violencia.
Los bonitos discursos tienen que venir respaldados por hechos, porque si no son una estafa. En su caso, no hay nada de verosimilitud en sus pronunciamientos. Nada. No sólo falta la condena y el arrepentimiento por los crímenes, por la sangrienta persecución política a los adversarios, por su apoyo entusiasta y sin fisuras a las represalias contra la población civil que se realizaron al amparo de la política de la “Socialización del sufrimiento”, sino que falta lo que es exigible en todo responsable político: la transparencia. Esta virtud no se puede reducir a saber si los políticos tienen cuentas en Andorra o los sueldos que reciben. Esta virtud es exigible con igual firmeza cuando hay que aclarar comportamientos poco éticos o directamente delictivos del pasado, incluso cuando penalmente hayan prescrito.
El posible candidato a Lehendakari no ha sido transparente. Se ha limitado a citar su “lucha”, pero siempre ha faltado una explicación concreta y detallada de qué hizo en aquellos años. Ahora tiene también que hablar de malos tratos y torturas. Menos palabras y más hechos. Quien oculta su pasado carece de toda credibilidad cara al futuro.
En contra de las hagiografías con que nos están bombardeando, la ciudadanía nada le debe a este presunto torturador. Nada. El terrorismo desapareció debido a la profunda infiltración que las Fuerzas de Seguridad del Estado habían conseguido en el seno de la banda criminal. A ello hay unir otro factor que empezó a incidir a inicios del siglo XXI: para el tipo de terrorismo que practicaba ETA, la revolución tecnológica en materia de comunicaciones y de medidas de seguridad electrónicas se vislumbraba como letal. La combinación de unas fuerzas de seguridad omnipresentes y un mundo donde los controles electrónicos hacen que los ciudadanos dejemos rastros por donde quiera que pasemos, auguraban para la banda una imposibilidad material de seguir realizando actos terroristas con un mínimo margen de seguridad.
Otegi no fue la causa. Otegi fue la excusa. Por tanto, a Otegi no le debemos nada, mientras él nos debe algo muy importante: la verdad.
En una ocasión, preguntado por el terrorismo, Enrique Tierno Galván dijo que el País Vasco era el último reducto de la “España negra”. El viejo profesor no era original dado que antes otros intelectuales como Miguel Unamuno y Claudio Sánchez Albornoz, expresaron la misma idea: en algunos aspectos, los vascos eran los españoles más puros.
Uno de nuestros mayores defectos es una acusada laxitud con nuestros dirigentes. Pocos pueblos en Europa presentan tal capacidad por parte de medios, clase política y ciudadanía a la hora de ignorar el pasado y amnistiar, sin la menor aclaración y/o reconocimiento previo, los más turbios comportamientos.
Sólo en España es posible que en pleno siglo XXI siga siendo una estrella mediática y electoral un señor como Miguel Ángel Revilla que fue militante activo de la Falange, una de las familias más ultras de la Dictadura, y que sistemáticamente se ha negado a aclarar su pasado. Es más, cuando vivimos el apogeo de la Memoria Histórica, el único falangista de carnet de aquellos años que queda en activo, es votado y cortejado por el principal líder de la izquierda.
Mientras en Alemania el ministro llamado a sustituir a la señora Merkel fue obligado a dimitir por plagiar una tesis doctoral, en España un político de la talla de Oriol Junqueras fue acusado de lo mismo y nadie, empezando por sus más acérrimos adversarios, ha pedido una investigación aclarando si hubo o no irregularidades, máxime cuando el dirigente de ERC fue presentado durante años por la Brunete mediática secesionista como el “Doctor Junqueras”. Son sólo dos ejemplos de una lista larga, demasiado larga.
Políticos mentirosos, sinvergüenzas, corruptos, que incluso públicamente no disimulaban sus comportamientos poco ortodoxos, han encabezado encuestas de popularidad y triunfado en las urnas. Ahora, le toca unirse a este selecto grupo de los más populares y admirados a la gran esperanza abertzale, Arnaldo Otegi. Entre España y Francia acumula varios ingresos en prisión con bastantes años a la sombra y ahora, tras su salida a la calle, es el político de moda. ¡Qué mejor ejercicio de españolismo que mirar para otro lado ante tan turbio pasado!
Lo último que nos quedaba por conocer fue publicado por El Mundo el día 29 de febrero, un día antes de su salida de prisión, donde se daban detalles inéditos del secuestro de Luis Abaitua el 19 de febrero de 1979, el único delito de este tipo por el que finalmente fue condenado Armando Otegi.
En este artículo aparece este inquietante párrafo:
"Era algo escabroso. Mi padre me contó que, para amedrentarle, no dudaban en representar escenas truculentas como el juego de la ruleta rusa. Le hacían coger una pistola y le obligaban a dispararse. (...) Temimos que lo mataran. Él también: cuando salió nos contó que pensaba que no iba a salir con vida".
Todo secuestro es en sí un acto de tortura, pero, al menos, en algunos casos, los captores no se cebaron con su víctima. En esta ocasión, las cosas no fueron así. La ejecución fingida es uno de los métodos habituales de tortura a los detenidos, siendo especialmente cruel y sádica cuando la amenaza de asesinato tiene verosimilitud, algo que ocurría en este caso, dado que los secuestradores no disimularon su “odio de clase”.
Como suele ser habitual en España cuando se habla de oscuros comportamientos en el pasado, nadie se ha mostrado inquieto porque uno de los políticos actuales más importantes pudiera estar implicado como autor o cómplice en un caso de malos tratos y torturas a un detenido. Ni tan siquiera el hecho de que las fuerzas políticas y sociales que sustentan al señor Otegi hayan hecho eje central de su propaganda este tipo de denuncias, ha movido a nadie a poner el foco en este turbio asunto. Como buen político español, el líder indiscutible de la “nueva Batasuna” sabe que cuenta con total impunidad.
Sus partidarios insistentemente le están presentando como el “Mandela vasco”. Puestos a buscar comparaciones no hay que irse a la lejana Sudáfrica. Más cerca tenemos el caso del único ex presidiario que hasta la llegada de don Armando había triunfado en las urnas: Jesús Gil y Gil. De la misma forma que todos, empezando por sus votantes, sabíamos que cuando decía que él cumplía escrupulosamente la normativa urbanística, no era cierto, todos empezando por sus votantes y admiradores, sabemos que el señor Otegi no es sincero cuando proclama su empatía con las víctimas por el terrorismo y lamenta los efectos de la violencia.
Los bonitos discursos tienen que venir respaldados por hechos, porque si no son una estafa. En su caso, no hay nada de verosimilitud en sus pronunciamientos. Nada. No sólo falta la condena y el arrepentimiento por los crímenes, por la sangrienta persecución política a los adversarios, por su apoyo entusiasta y sin fisuras a las represalias contra la población civil que se realizaron al amparo de la política de la “Socialización del sufrimiento”, sino que falta lo que es exigible en todo responsable político: la transparencia. Esta virtud no se puede reducir a saber si los políticos tienen cuentas en Andorra o los sueldos que reciben. Esta virtud es exigible con igual firmeza cuando hay que aclarar comportamientos poco éticos o directamente delictivos del pasado, incluso cuando penalmente hayan prescrito.
El posible candidato a Lehendakari no ha sido transparente. Se ha limitado a citar su “lucha”, pero siempre ha faltado una explicación concreta y detallada de qué hizo en aquellos años. Ahora tiene también que hablar de malos tratos y torturas. Menos palabras y más hechos. Quien oculta su pasado carece de toda credibilidad cara al futuro.
En contra de las hagiografías con que nos están bombardeando, la ciudadanía nada le debe a este presunto torturador. Nada. El terrorismo desapareció debido a la profunda infiltración que las Fuerzas de Seguridad del Estado habían conseguido en el seno de la banda criminal. A ello hay unir otro factor que empezó a incidir a inicios del siglo XXI: para el tipo de terrorismo que practicaba ETA, la revolución tecnológica en materia de comunicaciones y de medidas de seguridad electrónicas se vislumbraba como letal. La combinación de unas fuerzas de seguridad omnipresentes y un mundo donde los controles electrónicos hacen que los ciudadanos dejemos rastros por donde quiera que pasemos, auguraban para la banda una imposibilidad material de seguir realizando actos terroristas con un mínimo margen de seguridad.
Otegi no fue la causa. Otegi fue la excusa. Por tanto, a Otegi no le debemos nada, mientras él nos debe algo muy importante: la verdad.