La deslegitimación moral de ETA
Los antiguos miembros de ETA y su exiguo papel en la deslegitimación del terrorismo (1º Parte)
Si ya es difícil arrostrar la presión de ETA y de su abrasivo submundo paralegal tras abandonar cualquier tipo de compromiso con la organización de la violencia terrorista, al ex etarra le está resultando poco asumible llegar a sentir culpabilidad moral por los irreparables destrozos humanos causados.
LA PAUTA GENERAL DEL FINIQUITO DEL EX ETARRA HA SIDO SUPONER QUE LA VIOLENCIA NO ERA ÚTIL Y CONVENÍA ABANDONARLA
Tempranamente bajo el franquismo, esa pauta vino motivada por un cambio en los objetivos de lucha del militante. Para muchos militantes la liberación nacional de Euskadi no constituía ya el marco de la lucha puesto que fijaban como objetivo la liberación social con, su protagonista, la clase obrera. El referente de ésta era un partido obrero y ya no ETA, y su marco no era Euskadi sino España. Fue éste el caso de los ETAberri, “Saioak” y los “minoritarios” de ETA VIª, todos ellos imbuidos de ideología marxista y leninista en la que no entraba el ejercicio de la violencia individual, ni siquiera para derrocar el régimen de Franco. Pero no se explicitó con rotundidad que estaba moralmente mal haberla ejercido hasta entonces. Los “Saioak” sí condenaron públicamente el asesinato de Carrero Blanco y fue también tras este asesinato por lo que emergió en el seno de ETA VIª una gran fracción militante que condenaba la violencia y desertó de sus filas.
En plena democracia (años 80), los “polimilis” y sus guardeses en civil, los políticos de EIA o “euskadikos”, supusieron que sin violencia terrorista ya era factible lograr los mismos objetivos y, por consiguiente, ya no era útil en adelante. Este postulado llevaba a bendecir la violencia habida hasta ese momento, motivo por el cual no revisaron jamás la conexión entre los objetivos perseguidos y la violencia ejercida para lograrlos. Dieron así por aprobados los once asesinatos, varios secuestros y múltiples extorsiones, robos y chantajes perpetrados en período democrático y tras la amnistía total de la Transición. Hasta abandonarla ellos, ETA habría sido más o menos buena pero, a partir de abandonarla ellos, ETA ya no estaba en la senda de lograr esos objetivos nacional-sociales: eso sostenían los “polimilis” y “euskadikos”. Mediante hábiles negociaciones con el Gobierno lograron no asumir la culpabilidad penal por haber violado leyes y estándares de la dignidad personal y los derechos humanos con la promesa de no volver a la violencia terrorista. Y pese a autocalificarse de “políticos” (además de “militares”) tampoco asumieron culpabilidad política alguna ante el conjunto de la sociedad y de los miles de votantes y simpatizantes suyos a fin de que también ellos se sintiesen co-responsables del daño político ejercido a la convivencia en democracia. Y tampoco asumieron ninguna responsabilidad moral por la que, desde el arrepentimiento de los males ejercidos a sus víctimas, se excusasen ante éstas pidiendo perdón.
Con posterioridad, SOLAMENTE UNOS POCOS MILITANTES HAN REBASADO ESA PAUTA EX ETARRA DEL “ADIÓS A LAS ARMAS Y PELILLOS A LA MAR”, LLEVÁNDOLA HASTA LA CULPABILIDAD MORAL.
Eso ha ocurrido a cuentagotas y en las cárceles, especialmente cuando la opinión pública tomaba conciencia del estado de abandono de las víctimas del terrorismo y éstas, venciendo su habitual postración y vergüenza, ya salían a la calle y se extendía en la sociedad una sensación general de la derrota policial y judicial de ETA. Los casos más notorios de arrepentimiento y petición de perdón lo constituyen eso que se da en llamar “reinsertados” de la vía Nanclares (Urrusolo, García Corporales, Guisasola, Etxezarreta, Caride, Pikabea, Oteiza, Alza) y otros cuantos ex presos más como Txelis o Rekarte.
Sin embargo hasta para este puñado de presos y ex-presos convencidos de la necesidad de un final de ETA fue lento el proceso de compunción moral porque, todavía en 2010, no barruntaban más allá de pedirle a ETA que “cerrara el ciclo de la violencia” y de que, como se estaba dando un “proceso irreversible” de cambio social, la izquierda abertzale estaba obligada a una transformación. O sea, pedían colgar las armas porque había conciencia de que estaban perdiendo la batalla y ya “no tenía sentido” seguir matando. Incluso se le llamaba “proceso de paz” al mero cesar la actividad terrorista. (1)
En el año 2012, quien fuera cabeza pensante pero también ejecutiva de ETA, el preso Chelis Alvarez Santacristina, dio un gran paso adelante arrepintiéndose públicamente y pidiendo perdón a las víctimas directas de sus acciones terroristas en un célebre texto que él mismo trató de leer en un curso de verano de la UPV (2). Dos años después, también el preso arrepentido Ibon Etxezarreta, uno de los asesinos de J.M. Jaúregui, explicitó un sentido mea culpa después de entrevistarse con la viuda del asesinado asegurando lo “injustificable... de arrebatar una vida” y lo “irreparable” de aquella acción. Esta compunción moral la llevó hasta exigir al actual brazo político de ETA (SORTU) que “abandone su silencio” ante ETA y abandone “su inmovilismo... (puesto que) para llegar a una normalizada vida en común debemos curar las heridas y odios en la medida de lo posible” (3). Txelis ya había expresado algo similar afirmando que debiéramos “labrar entre todos un presente más ilusionado y un futuro no lejano donde la convivencia entre ciudadanos de diferentes y aun contrapuestas visiones ideológicas y sociales sea realmente posible”. De esta manera LA CULPA ASUMIDA POR ESTOS EX MILITANTES COMENZABA A APUNTAR HACIA ESE ASPECTO MORAL DE LA RESPONSABILIDAD CÍVICA Y LA RECONCILIACIÓN DE LOS VASCOS.
Sin embargo sólo es posible dar sentido a eso de “curar las heridas y odios” y “labrar un futuro” ilusionante, si el victimario aborda una reflexión que vaya más allá “del sufrimiento” inducido a sus víctimas de carne y hueso. Al victimario le es preciso concienciarse de que ADEMÁS DEL SUFRIMIENTO PERSONAL, EXISTE EL CONJUNTO DE LAS CONSECUENCIAS SOCIALES QUE HA PRODUCIDO SU ACCIÓN TERRORÍFICA. Consecuencias tan fatales como la fractura social en Euskadi, el abandono forzoso de su tierra para miles de ciudadanos vascos, la perversión del lenguaje, la falsificación de la historia vasca, el envilecimiento de la vida social (los demócratas, tratados como traidores y fascistas; los terroristas, como héroes; los castellanohablantes, proscritos por el mero querer serlo o por el no poder o no querer aprender el vascuence), el enorme coste económico para el Estado de Derecho, el gran freno al desarrollo económico, el retroceso del progreso moral de la ciudadanía consentidora, acobardada o entregada.
De lo que yo conozco, acaso quien se haya aproximado a entrever este aspecto cívico de la culpa moral fue la reinsertada Carmen Guisasola, cuando hace unos meses en una intervención pública mantuvo que “Mucha gente que nos incitaba en la juventud a meternos en ETA teorizando sobre la conveniencia de la lucha armada pero cuidándose de no practicarla, hoy está sentada en los sillones con puestos relevantes, sin responsabilizarse de lo que ha ocurrido y dejando toda la carga a los presos, como si no hubiéramos navegado todos en el mismo barco”. Guisasola acusaba a la izquierda abertzale y pedía “responsabilidad política” por los estragos de ETA a los periodistas, alcaldes, abogados, diputados y políticos de la legalidad etarra por haber defendido e impulsado a ETA. Calificó esta necesidad como “un cambio de cultura política por parte de los grupos que han apoyado o se han silenciado ante la violencia” (4).
¿Cuál es la necesidad impostergable? ¿Se trata de un cambio de la “cultura política” del victimario o, más bien, de un cambio de su sentimiento moral?
Siguiente Capítulo: El porqué de tan limitada deslegitimación de ETA por parte de sus antiguos alumnos
(1) Documento de los ocho “Presos comprometidos con el irreversible Proceso de Paz”, noviembre 2010, en la prisión de Nanclares de la Oca
(2) Documento “Pedir perdón desde el sufrimiento de las víctimas” al que yo mismo respondí con otro texto “Terrorismo y perdón en el País Vasco” colgándolos ambos en la red en noviembre de 2012 http://www.nuestrahora.es. El filósofo Reyes Mate analizó esta polémica constructiva en IX Jornadas de Derecho Penal en Homenaje a José María Lidón, tituladas "Justicia restaurativa. Una justicia para el siglo XXI: potencialidades y retos", celebradas en Bilbao, Palacio de Justicia, 21 de noviembre 2012
(3) Ver sus declaraciones en Deia, 29 julio 2014
(4) Jornadas en San Telmo (31 oct. 2015) sobre “Los valores de la autocrítica”, impulsadas por el Gobierno Vasco
Si ya es difícil arrostrar la presión de ETA y de su abrasivo submundo paralegal tras abandonar cualquier tipo de compromiso con la organización de la violencia terrorista, al ex etarra le está resultando poco asumible llegar a sentir culpabilidad moral por los irreparables destrozos humanos causados.
LA PAUTA GENERAL DEL FINIQUITO DEL EX ETARRA HA SIDO SUPONER QUE LA VIOLENCIA NO ERA ÚTIL Y CONVENÍA ABANDONARLA
Tempranamente bajo el franquismo, esa pauta vino motivada por un cambio en los objetivos de lucha del militante. Para muchos militantes la liberación nacional de Euskadi no constituía ya el marco de la lucha puesto que fijaban como objetivo la liberación social con, su protagonista, la clase obrera. El referente de ésta era un partido obrero y ya no ETA, y su marco no era Euskadi sino España. Fue éste el caso de los ETAberri, “Saioak” y los “minoritarios” de ETA VIª, todos ellos imbuidos de ideología marxista y leninista en la que no entraba el ejercicio de la violencia individual, ni siquiera para derrocar el régimen de Franco. Pero no se explicitó con rotundidad que estaba moralmente mal haberla ejercido hasta entonces. Los “Saioak” sí condenaron públicamente el asesinato de Carrero Blanco y fue también tras este asesinato por lo que emergió en el seno de ETA VIª una gran fracción militante que condenaba la violencia y desertó de sus filas.
En plena democracia (años 80), los “polimilis” y sus guardeses en civil, los políticos de EIA o “euskadikos”, supusieron que sin violencia terrorista ya era factible lograr los mismos objetivos y, por consiguiente, ya no era útil en adelante. Este postulado llevaba a bendecir la violencia habida hasta ese momento, motivo por el cual no revisaron jamás la conexión entre los objetivos perseguidos y la violencia ejercida para lograrlos. Dieron así por aprobados los once asesinatos, varios secuestros y múltiples extorsiones, robos y chantajes perpetrados en período democrático y tras la amnistía total de la Transición. Hasta abandonarla ellos, ETA habría sido más o menos buena pero, a partir de abandonarla ellos, ETA ya no estaba en la senda de lograr esos objetivos nacional-sociales: eso sostenían los “polimilis” y “euskadikos”. Mediante hábiles negociaciones con el Gobierno lograron no asumir la culpabilidad penal por haber violado leyes y estándares de la dignidad personal y los derechos humanos con la promesa de no volver a la violencia terrorista. Y pese a autocalificarse de “políticos” (además de “militares”) tampoco asumieron culpabilidad política alguna ante el conjunto de la sociedad y de los miles de votantes y simpatizantes suyos a fin de que también ellos se sintiesen co-responsables del daño político ejercido a la convivencia en democracia. Y tampoco asumieron ninguna responsabilidad moral por la que, desde el arrepentimiento de los males ejercidos a sus víctimas, se excusasen ante éstas pidiendo perdón.
Con posterioridad, SOLAMENTE UNOS POCOS MILITANTES HAN REBASADO ESA PAUTA EX ETARRA DEL “ADIÓS A LAS ARMAS Y PELILLOS A LA MAR”, LLEVÁNDOLA HASTA LA CULPABILIDAD MORAL.
Eso ha ocurrido a cuentagotas y en las cárceles, especialmente cuando la opinión pública tomaba conciencia del estado de abandono de las víctimas del terrorismo y éstas, venciendo su habitual postración y vergüenza, ya salían a la calle y se extendía en la sociedad una sensación general de la derrota policial y judicial de ETA. Los casos más notorios de arrepentimiento y petición de perdón lo constituyen eso que se da en llamar “reinsertados” de la vía Nanclares (Urrusolo, García Corporales, Guisasola, Etxezarreta, Caride, Pikabea, Oteiza, Alza) y otros cuantos ex presos más como Txelis o Rekarte.
Sin embargo hasta para este puñado de presos y ex-presos convencidos de la necesidad de un final de ETA fue lento el proceso de compunción moral porque, todavía en 2010, no barruntaban más allá de pedirle a ETA que “cerrara el ciclo de la violencia” y de que, como se estaba dando un “proceso irreversible” de cambio social, la izquierda abertzale estaba obligada a una transformación. O sea, pedían colgar las armas porque había conciencia de que estaban perdiendo la batalla y ya “no tenía sentido” seguir matando. Incluso se le llamaba “proceso de paz” al mero cesar la actividad terrorista. (1)
En el año 2012, quien fuera cabeza pensante pero también ejecutiva de ETA, el preso Chelis Alvarez Santacristina, dio un gran paso adelante arrepintiéndose públicamente y pidiendo perdón a las víctimas directas de sus acciones terroristas en un célebre texto que él mismo trató de leer en un curso de verano de la UPV (2). Dos años después, también el preso arrepentido Ibon Etxezarreta, uno de los asesinos de J.M. Jaúregui, explicitó un sentido mea culpa después de entrevistarse con la viuda del asesinado asegurando lo “injustificable... de arrebatar una vida” y lo “irreparable” de aquella acción. Esta compunción moral la llevó hasta exigir al actual brazo político de ETA (SORTU) que “abandone su silencio” ante ETA y abandone “su inmovilismo... (puesto que) para llegar a una normalizada vida en común debemos curar las heridas y odios en la medida de lo posible” (3). Txelis ya había expresado algo similar afirmando que debiéramos “labrar entre todos un presente más ilusionado y un futuro no lejano donde la convivencia entre ciudadanos de diferentes y aun contrapuestas visiones ideológicas y sociales sea realmente posible”. De esta manera LA CULPA ASUMIDA POR ESTOS EX MILITANTES COMENZABA A APUNTAR HACIA ESE ASPECTO MORAL DE LA RESPONSABILIDAD CÍVICA Y LA RECONCILIACIÓN DE LOS VASCOS.
Sin embargo sólo es posible dar sentido a eso de “curar las heridas y odios” y “labrar un futuro” ilusionante, si el victimario aborda una reflexión que vaya más allá “del sufrimiento” inducido a sus víctimas de carne y hueso. Al victimario le es preciso concienciarse de que ADEMÁS DEL SUFRIMIENTO PERSONAL, EXISTE EL CONJUNTO DE LAS CONSECUENCIAS SOCIALES QUE HA PRODUCIDO SU ACCIÓN TERRORÍFICA. Consecuencias tan fatales como la fractura social en Euskadi, el abandono forzoso de su tierra para miles de ciudadanos vascos, la perversión del lenguaje, la falsificación de la historia vasca, el envilecimiento de la vida social (los demócratas, tratados como traidores y fascistas; los terroristas, como héroes; los castellanohablantes, proscritos por el mero querer serlo o por el no poder o no querer aprender el vascuence), el enorme coste económico para el Estado de Derecho, el gran freno al desarrollo económico, el retroceso del progreso moral de la ciudadanía consentidora, acobardada o entregada.
De lo que yo conozco, acaso quien se haya aproximado a entrever este aspecto cívico de la culpa moral fue la reinsertada Carmen Guisasola, cuando hace unos meses en una intervención pública mantuvo que “Mucha gente que nos incitaba en la juventud a meternos en ETA teorizando sobre la conveniencia de la lucha armada pero cuidándose de no practicarla, hoy está sentada en los sillones con puestos relevantes, sin responsabilizarse de lo que ha ocurrido y dejando toda la carga a los presos, como si no hubiéramos navegado todos en el mismo barco”. Guisasola acusaba a la izquierda abertzale y pedía “responsabilidad política” por los estragos de ETA a los periodistas, alcaldes, abogados, diputados y políticos de la legalidad etarra por haber defendido e impulsado a ETA. Calificó esta necesidad como “un cambio de cultura política por parte de los grupos que han apoyado o se han silenciado ante la violencia” (4).
¿Cuál es la necesidad impostergable? ¿Se trata de un cambio de la “cultura política” del victimario o, más bien, de un cambio de su sentimiento moral?
Siguiente Capítulo: El porqué de tan limitada deslegitimación de ETA por parte de sus antiguos alumnos
(1) Documento de los ocho “Presos comprometidos con el irreversible Proceso de Paz”, noviembre 2010, en la prisión de Nanclares de la Oca
(2) Documento “Pedir perdón desde el sufrimiento de las víctimas” al que yo mismo respondí con otro texto “Terrorismo y perdón en el País Vasco” colgándolos ambos en la red en noviembre de 2012 http://www.nuestrahora.es. El filósofo Reyes Mate analizó esta polémica constructiva en IX Jornadas de Derecho Penal en Homenaje a José María Lidón, tituladas "Justicia restaurativa. Una justicia para el siglo XXI: potencialidades y retos", celebradas en Bilbao, Palacio de Justicia, 21 de noviembre 2012
(3) Ver sus declaraciones en Deia, 29 julio 2014
(4) Jornadas en San Telmo (31 oct. 2015) sobre “Los valores de la autocrítica”, impulsadas por el Gobierno Vasco