La “crisis” de Podemos y el fraccionalismo leninista
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Las supuestas tensiones internas que estaría sufriendo Podemos en diversos frentes (territoriales, personales en su cúpula dirigente, etc.) están siendo expuestas con evidente regocijo por quienes pretenden recoger réditos de las mismas, caso de un PSOE que se sentiría fortalecido en un nuevo escenario con un Podemos en descomposición, así como por comunicadores ávidos de carnaza.
Y no podía ser de otra manera: dada su juventud como organización, era inevitable que surgieran diversas tensiones en su seno; más cuando la incertidumbre propia del actual panorama político es mala consejera de trepas, ambiciosos e impacientes poco formados políticamente.
Podemos es una organización in fieri. Es la criatura de un pequeño grupo directivo, muy cohesionado, que ha agrupado diversas oleadas de simpatizantes y militantes, muchos de ellos procedentes de causas ciudadanas muy diversas; en todo caso alejados del modelo de militancia rígida y paramilitar que caracteriza a todas las sectas marxistas-revolucionarias. Su estructura inicial, la de los célebres “círculos” -que recordaba en su proclamas iniciales, salvando y mucho las distancias, la de los soviets rusos del 17-, se ha visto desbordada por la realidad: es imposible mantener una estructura asamblearia de manera permanente en todas sus esferas de competencias y ámbitos de decisión. Por ello, las sucesivas denuncias de ausencia de democracia interna eran de esperar.
Sin haberse consolidado como organización, apenas diseñado el modelo de los “círculos”, y debiendo afrontar varios retos electorales decisivos para la formación, a día de hoy la estructura formal y material de Podemos sigue determinada por su inicial cuádruple fractura:
1) Líderes leninistas versus militancia de tics populistas.
El equipo fundador es el “soviet” de Somosaguas. Fogueados en “Contrapoder” y en las luchas de pasillo de una facultad estatal, estos pijo-progres, aunque procedentes de diversas organizaciones marxistas revolucionarias, comparten todos ellos su entusiasmo por la figura mítica de Lenin. Pero no hace falta decir que ni Iglesias es Lenin, ni Errejón, Trotski. Pero, lo que es más decisivo: sus bases militantes no son, ni mucho menos, los bolcheviques del año 17 forjados en la clandestinidad, el destierro y una voluntad de poder a muerte y a cualquier precio. Por el contrario, su militancia apenas está formada; y más que proletario consciente y disciplinado es “precariado” indignado porque sus altas expectativas de confort material y estabilidad burguesa no se han satisfecha en el contexto de la actual crisis. Al soviet dirigente le encantaría que esta amalgama militante se transformara en una homogénea fuerza de choque pero, recordémoslo, no estamos en 1917. Consecuencia inevitable de esta fractura es la toma de decisiones unidireccional de los dirigentes, alejándose progresivamente de fórmulas asamblearias, de orientación populista, apenas practicadas y en absoluto desarrolladas.
2) Centro versus periferia.
Madrid es el motor de arranque de Podemos, su alma máter. Y como crisol de todas las tendencias radical-progresistas al uso, Podemos no tiene más remedio que reconocer el “derecho de autodeterminación de los pueblos”, que a entender de sus líderes se habría resuelto teóricamente en el marxismo-leninismo; siendo la práctica soviética una grosera burla de esos principios todavía vírgenes para cualquier praxis ideal. La teoría es sencilla. Cada pueblo, en su madurez política y con una conciencia progresista, debe autodeterminarse: en todos sus niveles. En lo que respecta a la estructura estatal, puede asociarse -o no- a otras más amplias. En el caso soviético estaba claro: por coherencia revolucionaria la autodeterminación lo era en favor de la suprema Unión (la URSS). Otra decisión habría sido contrarrevolucionaria (de ahí la eliminación en los primeros años de los dirigentes comunistas armenios y de otras nacionalidades que aspiraban a repúblicas propias).
Podemos es presa de sus presupuestos teóricos, lo que explica que tras su inicial expansión, la siguiente fase fuera la de “acumulación de fuerzas” y, en estos momentos de flujos y reflujos, la eclosión de “fórmulas nacionales”: las Mareas en Galicia, Compromís en Valencia, el partido de Ada Colau en Cataluña… ¿Cómo se resolverá finalmente esta tensión territorial? Pues dependerá de dos factores: la obtención de resultados tangibles conforme la actual estrategia y la impaciencia de los líderes de la periferia: “si no dirigimos España, al menos hagámoslo en la patria chica”, pensarán. Tal tendencia, además, está acentuada por el temperamento español que ha trasladado esta tensión centro-periferia al PSOE (que formuló sus partidos autonómicos y en el caso de Cataluña uno hermano de ligazón federal) y el propio centro-derecha, quien ha conocido numerosas expresiones “regionalistas” en su inmensa mayoría fracasadas.
3) Centralismo democrático versus tendencias internas.
Además de la tensión generada por la dinámica escasamente resolutiva de los primitivos “círculos”, existe otro factor generador de crispaciones internas: la existencia de tendencias organizadas dotadas de una disciplina autónoma. Una fuerza motriz e impulsora de Podemos de sus primeros momentos fue Izquierda Anticapitalista, de orientación trotskista. Pretendieron copar el liderazgo de Podemos, pero el soviet de Somosaguas lo impidió, lanzándoles un órdago: el nuevo partido no admitiría otros en su interior. A resultas de ello, IA se disolvió como partido… para permanecer como tendencia. De ahí las tensiones sucesivas focalizadas desde Andalucía por la anticapitalista Teresa Rodríguez y los suyos. Pero estas tensiones no tendrán largo recorrido: Anticapitalistas, fuera de Podemos, no son nada; a lo sumo un pequeño equipo de militantes profesionales, bien relacionados e incrustados en diversos movimientos sociales; pero alejados de cualquier centro real de poder. Y de persistir en sus retos y desaires, a la dirección de Podemos únicamente le quedará una salida: la expulsión de Anticapitalistas en bloque como tendencia, admitiendo únicamente a quienes a título individual rindieran pleitesía y cláusula de obediencia a Iglesias y los suyos. Y con la cabeza baja.
4) Revolucionarismo versus gradualismo.
Podemos, ¿es una organización revolucionarias, y con fines revolucionarios, o gradualista de objetivos socialdemócratas? Cuando meses atrás Iglesias habló de un giro socialdemócrata de la organización, muchos suspiraron de alivio: se alejaría –a su juicio- un panorama revolucionario de dudosa génesis y más incierto desarrollo. España no es la Rusia de 1917. Tampoco la propia España de 1936. ¿Qué modelo persigue, entonces, Podemos?, ¿la socialdemocracia nórdica, que parece “estar de vuelta” en no pocos aspectos “marxistas”, o el socialismo bolivariano del siglo XXI”? Sus máximos dirigentes son marxistas-leninistas, venimos afirmando, ergo sus objetivos finales siempre serán revolucionarios. Pero la realidad se impone: ni la situación española es revolucionaria, ni existen masas desesperadas, ni su militancia es una guardia bolchevique, ni se vislumbran tendencias revolucionarias decisivas en casi ningún lugar del planeta; de modo que la revolución… tendrá que esperar. O mantenerla únicamente como un horizonte ideal al que mirar, suspirar, para inmediatamente jugar a la “política real”, es decir, a la socialdemocracia gradualista.
Para encajar todas estas piezas del tablero organizativo de Podemos, y tratar de entender qué sucede en su seno y porqué, bien pudiera ayudarnos un repaso la Historia, remontando hasta las fuentes doctrinales de sus fundadores y la experiencia de alguno de sus militantes más probados.
Para ello puede ayudarnos traer a colación la teoría del fraccionalismo leninista. Y lo vamos a hacer de la mano de Jorge Semprún quien, en su formidable “Autobiografía de Federico Sánchez”, relata magistralmente sus peripecias en la clandestinidad del franquismo como militante del PCE y sus relaciones con el núcleo dirigente del partido dirigido por el implacable Santiago Carrillo; todo ello enmarcado en el seguidismo del comunismo español de las consignas de Moscú, a pesar de no pocos de sus militantes más aventajados.
Situados en tamaña coyuntura histórica, tanto Semprún como su correligionario Fernando Claudín se ampararon en un sano y “científico” ejercicio de fraccionalismo leninista; como método de discusión, debate y avance doctrinal, táctico y estratégico, del partido. Pero paradójicamente, también Carrillo y los suyos se resguardaron en similares diatribas dialécticas, aunque con el objetivo muy distinto de eliminar a ambos; aunque sin llegar a la perversión total y demoníaca del modelo, tal y como hizo Stalin al objeto de desembarazarse de millones de enemigos de clase -reales y supuestos- en teoría encuadrados en alguna fracción traidora (trotskistas, bujarinistas, zinovievistas, revisionistas, social-fascistas, pequeño-burgueses, cosmopolitas, etc.).
Semprún afirma: “En 1921, en uno de los momentos más difíciles de la historia de la joven república soviética, cuando surgieron profundas divergencias en el partido a propósito del papel que debían desempeñar los sindicatos, Lenin escribe un artículo sobre La crisis del partido en el que dice: ‘¿Qué hay que hacer para obtener la curación más rápida y más segura? Es necesario que todos los miembros del partido se pongan a estudiar con absoluta sangre fría y la mayor atención 1) el fondo de las divergencias, 2) la evolución de la lucha en el partido. El estudio de uno y otra es indispensable, puesto que el mismo fondo de las divergencias se desarrolla, se aclara, se concreta (y a menudo incluso se modifica) en el curso de la lucha, que, pasando por diferentes fases, nos revela siempre, en cada fase, la composición y la importancia diferentes de los efectivos, las posiciones diferentes en la lucha, etc. Es necesario estudiar uno y otra sin dejar de reclamar los documentos más precisos, impresos y que puedan ser controlados bajo todos sus aspectos”. Un trabajo que, nos parece, difícilmente puede asumir una base militante de Podemos que bien podría calificarse de pequeño-burguesa con todos sus defectos obstruccionistas.
Y, más adelante, Semprún concreta: “El partido que se lanza a la conquista del poder es un partido de debates permanentes, de enfrentamientos teóricos, de tendencias y hasta de fracciones. Es un partido donde la libertad de expresión está como el pez en el agua. Y es que lo decisivo son las masas, su movimiento ascendente en la ciudad, en el campo y en los frentes de la guerra imperialista. Que se sepa, la consigna del momento era "¡todo el poder a los soviets!" y no "¡todo el poder al partido bolchevique!". Con esta última consigna no se hubiera producido la revolución rusa. Y es que el germen de universalidad que había en ella se localizaba precisamente en ese tipo de vinculación de la vanguardia con las masas, que hacía de aquélla mera expresión concentrada y coherente de las aspiraciones de éstas; el germen de universalidad residía en las formas soviéticas de un poder de nuevo tipo. Cuando el partido deja de ser eso, cuando comienza a devorar cancerosamente todo el tejido social, a homogeneizar todas las formas de vida social, en función de una concepción despótica, aunque se pretendiera ilustrada, de la hegemonía; cuando el partido destruye el pluralismo y liquida las formas del poder soviético, entonces la revolución rusa pierde su vocación y su significación universal, y se convierte en una mera peripecia específica de acumulación del capital social en una sociedad atrasada”.
Podemos se encuentra en una coyuntura tan difícil como apasionante: puede conseguir todo, o quedarse en nada. Pero la discusión interna, la existencia de fracciones, incluso las expulsiones de militantes significativos, son indicativo de que el partido está vivo, que discurre por adecuados cauces “leninistas” y se fortalece. Pero, tal y como advierte Semprún, si empieza a “devorar cancerosamente todo el tejido social”, es decir, el precariado del que se alimenta y pretende “concienciar”, encuadrar y dirigir, Podemos perdería la principal de sus bazas; pues las demás fracturas ya presentes eclosionarían inevitablemente, destrozándolo.
Las supuestas tensiones internas que estaría sufriendo Podemos en diversos frentes (territoriales, personales en su cúpula dirigente, etc.) están siendo expuestas con evidente regocijo por quienes pretenden recoger réditos de las mismas, caso de un PSOE que se sentiría fortalecido en un nuevo escenario con un Podemos en descomposición, así como por comunicadores ávidos de carnaza.
Y no podía ser de otra manera: dada su juventud como organización, era inevitable que surgieran diversas tensiones en su seno; más cuando la incertidumbre propia del actual panorama político es mala consejera de trepas, ambiciosos e impacientes poco formados políticamente.
Podemos es una organización in fieri. Es la criatura de un pequeño grupo directivo, muy cohesionado, que ha agrupado diversas oleadas de simpatizantes y militantes, muchos de ellos procedentes de causas ciudadanas muy diversas; en todo caso alejados del modelo de militancia rígida y paramilitar que caracteriza a todas las sectas marxistas-revolucionarias. Su estructura inicial, la de los célebres “círculos” -que recordaba en su proclamas iniciales, salvando y mucho las distancias, la de los soviets rusos del 17-, se ha visto desbordada por la realidad: es imposible mantener una estructura asamblearia de manera permanente en todas sus esferas de competencias y ámbitos de decisión. Por ello, las sucesivas denuncias de ausencia de democracia interna eran de esperar.
Sin haberse consolidado como organización, apenas diseñado el modelo de los “círculos”, y debiendo afrontar varios retos electorales decisivos para la formación, a día de hoy la estructura formal y material de Podemos sigue determinada por su inicial cuádruple fractura:
1) Líderes leninistas versus militancia de tics populistas.
El equipo fundador es el “soviet” de Somosaguas. Fogueados en “Contrapoder” y en las luchas de pasillo de una facultad estatal, estos pijo-progres, aunque procedentes de diversas organizaciones marxistas revolucionarias, comparten todos ellos su entusiasmo por la figura mítica de Lenin. Pero no hace falta decir que ni Iglesias es Lenin, ni Errejón, Trotski. Pero, lo que es más decisivo: sus bases militantes no son, ni mucho menos, los bolcheviques del año 17 forjados en la clandestinidad, el destierro y una voluntad de poder a muerte y a cualquier precio. Por el contrario, su militancia apenas está formada; y más que proletario consciente y disciplinado es “precariado” indignado porque sus altas expectativas de confort material y estabilidad burguesa no se han satisfecha en el contexto de la actual crisis. Al soviet dirigente le encantaría que esta amalgama militante se transformara en una homogénea fuerza de choque pero, recordémoslo, no estamos en 1917. Consecuencia inevitable de esta fractura es la toma de decisiones unidireccional de los dirigentes, alejándose progresivamente de fórmulas asamblearias, de orientación populista, apenas practicadas y en absoluto desarrolladas.
2) Centro versus periferia.
Madrid es el motor de arranque de Podemos, su alma máter. Y como crisol de todas las tendencias radical-progresistas al uso, Podemos no tiene más remedio que reconocer el “derecho de autodeterminación de los pueblos”, que a entender de sus líderes se habría resuelto teóricamente en el marxismo-leninismo; siendo la práctica soviética una grosera burla de esos principios todavía vírgenes para cualquier praxis ideal. La teoría es sencilla. Cada pueblo, en su madurez política y con una conciencia progresista, debe autodeterminarse: en todos sus niveles. En lo que respecta a la estructura estatal, puede asociarse -o no- a otras más amplias. En el caso soviético estaba claro: por coherencia revolucionaria la autodeterminación lo era en favor de la suprema Unión (la URSS). Otra decisión habría sido contrarrevolucionaria (de ahí la eliminación en los primeros años de los dirigentes comunistas armenios y de otras nacionalidades que aspiraban a repúblicas propias).
Podemos es presa de sus presupuestos teóricos, lo que explica que tras su inicial expansión, la siguiente fase fuera la de “acumulación de fuerzas” y, en estos momentos de flujos y reflujos, la eclosión de “fórmulas nacionales”: las Mareas en Galicia, Compromís en Valencia, el partido de Ada Colau en Cataluña… ¿Cómo se resolverá finalmente esta tensión territorial? Pues dependerá de dos factores: la obtención de resultados tangibles conforme la actual estrategia y la impaciencia de los líderes de la periferia: “si no dirigimos España, al menos hagámoslo en la patria chica”, pensarán. Tal tendencia, además, está acentuada por el temperamento español que ha trasladado esta tensión centro-periferia al PSOE (que formuló sus partidos autonómicos y en el caso de Cataluña uno hermano de ligazón federal) y el propio centro-derecha, quien ha conocido numerosas expresiones “regionalistas” en su inmensa mayoría fracasadas.
3) Centralismo democrático versus tendencias internas.
Además de la tensión generada por la dinámica escasamente resolutiva de los primitivos “círculos”, existe otro factor generador de crispaciones internas: la existencia de tendencias organizadas dotadas de una disciplina autónoma. Una fuerza motriz e impulsora de Podemos de sus primeros momentos fue Izquierda Anticapitalista, de orientación trotskista. Pretendieron copar el liderazgo de Podemos, pero el soviet de Somosaguas lo impidió, lanzándoles un órdago: el nuevo partido no admitiría otros en su interior. A resultas de ello, IA se disolvió como partido… para permanecer como tendencia. De ahí las tensiones sucesivas focalizadas desde Andalucía por la anticapitalista Teresa Rodríguez y los suyos. Pero estas tensiones no tendrán largo recorrido: Anticapitalistas, fuera de Podemos, no son nada; a lo sumo un pequeño equipo de militantes profesionales, bien relacionados e incrustados en diversos movimientos sociales; pero alejados de cualquier centro real de poder. Y de persistir en sus retos y desaires, a la dirección de Podemos únicamente le quedará una salida: la expulsión de Anticapitalistas en bloque como tendencia, admitiendo únicamente a quienes a título individual rindieran pleitesía y cláusula de obediencia a Iglesias y los suyos. Y con la cabeza baja.
4) Revolucionarismo versus gradualismo.
Podemos, ¿es una organización revolucionarias, y con fines revolucionarios, o gradualista de objetivos socialdemócratas? Cuando meses atrás Iglesias habló de un giro socialdemócrata de la organización, muchos suspiraron de alivio: se alejaría –a su juicio- un panorama revolucionario de dudosa génesis y más incierto desarrollo. España no es la Rusia de 1917. Tampoco la propia España de 1936. ¿Qué modelo persigue, entonces, Podemos?, ¿la socialdemocracia nórdica, que parece “estar de vuelta” en no pocos aspectos “marxistas”, o el socialismo bolivariano del siglo XXI”? Sus máximos dirigentes son marxistas-leninistas, venimos afirmando, ergo sus objetivos finales siempre serán revolucionarios. Pero la realidad se impone: ni la situación española es revolucionaria, ni existen masas desesperadas, ni su militancia es una guardia bolchevique, ni se vislumbran tendencias revolucionarias decisivas en casi ningún lugar del planeta; de modo que la revolución… tendrá que esperar. O mantenerla únicamente como un horizonte ideal al que mirar, suspirar, para inmediatamente jugar a la “política real”, es decir, a la socialdemocracia gradualista.
Para encajar todas estas piezas del tablero organizativo de Podemos, y tratar de entender qué sucede en su seno y porqué, bien pudiera ayudarnos un repaso la Historia, remontando hasta las fuentes doctrinales de sus fundadores y la experiencia de alguno de sus militantes más probados.
Para ello puede ayudarnos traer a colación la teoría del fraccionalismo leninista. Y lo vamos a hacer de la mano de Jorge Semprún quien, en su formidable “Autobiografía de Federico Sánchez”, relata magistralmente sus peripecias en la clandestinidad del franquismo como militante del PCE y sus relaciones con el núcleo dirigente del partido dirigido por el implacable Santiago Carrillo; todo ello enmarcado en el seguidismo del comunismo español de las consignas de Moscú, a pesar de no pocos de sus militantes más aventajados.
Situados en tamaña coyuntura histórica, tanto Semprún como su correligionario Fernando Claudín se ampararon en un sano y “científico” ejercicio de fraccionalismo leninista; como método de discusión, debate y avance doctrinal, táctico y estratégico, del partido. Pero paradójicamente, también Carrillo y los suyos se resguardaron en similares diatribas dialécticas, aunque con el objetivo muy distinto de eliminar a ambos; aunque sin llegar a la perversión total y demoníaca del modelo, tal y como hizo Stalin al objeto de desembarazarse de millones de enemigos de clase -reales y supuestos- en teoría encuadrados en alguna fracción traidora (trotskistas, bujarinistas, zinovievistas, revisionistas, social-fascistas, pequeño-burgueses, cosmopolitas, etc.).
Semprún afirma: “En 1921, en uno de los momentos más difíciles de la historia de la joven república soviética, cuando surgieron profundas divergencias en el partido a propósito del papel que debían desempeñar los sindicatos, Lenin escribe un artículo sobre La crisis del partido en el que dice: ‘¿Qué hay que hacer para obtener la curación más rápida y más segura? Es necesario que todos los miembros del partido se pongan a estudiar con absoluta sangre fría y la mayor atención 1) el fondo de las divergencias, 2) la evolución de la lucha en el partido. El estudio de uno y otra es indispensable, puesto que el mismo fondo de las divergencias se desarrolla, se aclara, se concreta (y a menudo incluso se modifica) en el curso de la lucha, que, pasando por diferentes fases, nos revela siempre, en cada fase, la composición y la importancia diferentes de los efectivos, las posiciones diferentes en la lucha, etc. Es necesario estudiar uno y otra sin dejar de reclamar los documentos más precisos, impresos y que puedan ser controlados bajo todos sus aspectos”. Un trabajo que, nos parece, difícilmente puede asumir una base militante de Podemos que bien podría calificarse de pequeño-burguesa con todos sus defectos obstruccionistas.
Y, más adelante, Semprún concreta: “El partido que se lanza a la conquista del poder es un partido de debates permanentes, de enfrentamientos teóricos, de tendencias y hasta de fracciones. Es un partido donde la libertad de expresión está como el pez en el agua. Y es que lo decisivo son las masas, su movimiento ascendente en la ciudad, en el campo y en los frentes de la guerra imperialista. Que se sepa, la consigna del momento era "¡todo el poder a los soviets!" y no "¡todo el poder al partido bolchevique!". Con esta última consigna no se hubiera producido la revolución rusa. Y es que el germen de universalidad que había en ella se localizaba precisamente en ese tipo de vinculación de la vanguardia con las masas, que hacía de aquélla mera expresión concentrada y coherente de las aspiraciones de éstas; el germen de universalidad residía en las formas soviéticas de un poder de nuevo tipo. Cuando el partido deja de ser eso, cuando comienza a devorar cancerosamente todo el tejido social, a homogeneizar todas las formas de vida social, en función de una concepción despótica, aunque se pretendiera ilustrada, de la hegemonía; cuando el partido destruye el pluralismo y liquida las formas del poder soviético, entonces la revolución rusa pierde su vocación y su significación universal, y se convierte en una mera peripecia específica de acumulación del capital social en una sociedad atrasada”.
Podemos se encuentra en una coyuntura tan difícil como apasionante: puede conseguir todo, o quedarse en nada. Pero la discusión interna, la existencia de fracciones, incluso las expulsiones de militantes significativos, son indicativo de que el partido está vivo, que discurre por adecuados cauces “leninistas” y se fortalece. Pero, tal y como advierte Semprún, si empieza a “devorar cancerosamente todo el tejido social”, es decir, el precariado del que se alimenta y pretende “concienciar”, encuadrar y dirigir, Podemos perdería la principal de sus bazas; pues las demás fracturas ya presentes eclosionarían inevitablemente, destrozándolo.