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Mikel Azurmendi
Miércoles, 06 de Abril de 2016 Tiempo de lectura:
LA SANSILVESTRADA EN KÖLN

¿Qué significó la violencia contra las mujeres en las ciudades alemanas?

[Img #8504]Día de San Silvestre, Fin de Año 2015 en numerosas ciudades alemanas: bandas de jóvenes inmigrantes magrebíes pero mezclados también con sirios e iraquíes en espera de la obtención de refugio político hostigaron en las calles y asaltaron a mujeres arrancándoles el vestido, manoseándolas, insultándolas y hasta persiguiéndolas. Por supuesto que por doquier en Alemania se dieron de inmediato pequeñas manifestaciones de cuño anti-musulmán en muchas ciudades y villas. Y aparecieron bien pronto opiniones en contra de recibir más refugiados e inmigrantes. Nada más normal; como cuando violan a un niño en una aldea, a una joven en un descampado o asesinan a un ser inocente en un barrio y de inmediato se exceden los vecinos en manifestar su cólera. Esta vez la cólera podía aparecer en muchos manifestantes con el tinte racista, eso es verdad. Pero para contrarrestarlo existe alguna medicina democrática: la primera de todas es investigar los hechos hasta dar con la verdad, y luego llevar a los tribunales al delincuente. Al mes ya había en los tribunales alemanes 800 denuncias por parte de mujeres, la mayoría por agresión sexual.

 

En Europa se mantuvo durante cierto tiempo muy viva la polémica en torno al significado que tuvieron aquellos patéticos acontecimientos y se vertieron muchas opiniones en público, y se discrepaba siempre de manera cortés hasta que, en un momento dado, se estableció la línea roja de lo políticamente correcto. Entonces, se acabó el debate. El chiflido de final de debate lo dio en Francia la izquierda, pontificando qué era lo “correcto” y lanzando una orden de anatema contra un periodista argelino en el peor de los estilos reaccionarios del propio islamismo. En Alemania, lo dio el feminismo de izquierda tratando de derechona y fascista a la rama del feminismo de siempre. El periódico de masas alemán Bild había publicado, transcurrida una semana de aquellos hechos, un informe del Ministerio de Interior que asimilaba las agresiones sexuales a un “modus operandi conocido en los países árabes”. Se refería a cierto tipo de hostigamiento colectivo sexual aparecido en Egipto años atrás, llamado taharosh gamea. Así, en octubre de 2006, al final del ramadán en una calle de El Cairo, pero también durante la revolución de 2011 en la plaza Tahrir, mujeres, manifestantes egipcias y algunas periodistas occidentales fueron agredidas por bandas de jóvenes. Egipto es un país donde el 99´3% de las mujeres declara haber sido víctimas de algún hostigamiento sexual; eso lo dice un estudio de 2013 realizado por ONU-MUJER pero no existen hoy por hoy estudios similares en ningún otro país de cultura musulmana.

 

Un gran número de feministas alemanas, como Alice Schwartzer (73 años), que militan desde la primera hora acaudillando la lucha contra la pornografía (razón por la cual se oponen a Los Verdes), contra la prostitución y contra el velo musulmán ya se habían opuesto a la politización del islam desde la revolución de los ayatolah de Irán por tener “como principal enemigo la emancipación de la mujer”. Ahora, en la sansilvestrada consideraron muy problemática la llegada de refugiados sirio-irakíes porque “cada vez en mayor número nos llegan hombres impregnados de esa cultura (del islam) y que, además, son víctimas de guerras civiles, nos crean un problema que no podemos ignorar”. Enfrentándose a estas feministas, algunas otras -entre quienes figuraba la ministra socialista encargada de la familia, Manuela Schwesig- lanzaron un manifiesto condenando no sólo la violencia sexual sino también el racismo, la xenofobia y la posición anti-árabe de sus propias compañeras acusándolas de haber sido utilizadas por los populistas de derecha. El manifiesto emergió desde la activista Anne Wizorek (35 años) para poner distancia entre las jóvenes de izquierda y las antiguas, a las que tildan de hacer el juego a la derecha. Éstas del manifiesto de izquierdas no están ya contra el velo musulmán por lo que tachan a sus compañeras de neocolonialismo; ni están a favor de la laicidad que prevalece en Francia “como si fuese dogma”. Se desmarcan asimismo de la creencia de que nuestra cultura disponga “de valores universales” cayendo en el relativismo de creer que, a partir de la experiencia nazi en Alemania, “ya no se puede imponer nuestra cultura” a quienes vengan a nosotros. Alguna de estas jóvenes, como la rapera Reyhan, llega a sostener que “el velo es un signo de emancipación” de la mujer musulmana.

 

Lo menos que se puede decir de este debate es que no ha servido para educar a la ciudadanía en el respeto de nuestros valores de humanidad y acogida de refugiados sino que sólo ha servido para radicalizarla ciegamente en contra de las posiciones relativistas y entreguistas del multiculturalismo, tal como han sentenciado las recientes elecciones alemanas.

 

En Francia, esta pista feminista del debate quedó explícita merced a una interpretación que subrayaba la cultura como factor esencial de aquellos hechos. Así, para Mona Eltahawy, escritora feminista egipcia-americana cuya infancia transcurrió a Arabia Saudí, el hostigamiento sexual ejercido por bandas de jóvenes sería puro reflejo del machismo. Según ella, es el fondo machista de las sociedades árabo-musulmanas lo que el islamismo ha convertido en “odio de la mujer(1). Para el antropólogo Farhad Khosrokhavar, director del Centro de análisis e intervención sociológica de Paris y gran especialista del Irán, “los jóvenes inmigrantes no comprenden los códigos sexuales del consentimiento que rigen en nuestras sociedades”. También él sostenía que en las sociedades musulmanas el islamismo está justificando el derecho a increpar y solicitar a las mujeres que parezcan “modernas” y crea un clima gregario de dificultar a las mujeres que van solas al trabajo o cogen el bus (2) Rompió otra lanza más en esta misma dirección el escritor argelino Kamel Daoud (Premio Goncourt de primera novela), periodista del Quotidien d´Oran quien, por su libertad de decir las cosas, sufre una fatwa islamista en su contra. Trataba él de hacer una defensa del inmigrante que no es ningún salvaje pese a que viene de tierras en las que “la relación a la mujer, tan fundamental para la modernidad de Occidente, le es incomprensible durante mucho tiempo... y por temor comienza a negociarla...  pero basta una nadería, una vuelta de lo gregario o un fracaso afectivo para que vuelva a lo de siempre”. Y concluía que “no basta con ofrecerle papeles y un hogar colectivo al inmigrante. Hay que ofrecerle asilo para su cuerpo pero también convencer a su alma a que cambie... Él viene de ese vasto universo árabo-musulmán, doloroso y horrible, de la miseria sexual, la relación enfermiza con la mujer, con el cuerpo y el deseo. Acoger al inmigrante no es curarlo(3). Tras un duro análisis del deseo, K. Daoud aseguraba que el inmigrante “ve Occidente a través del cuerpo de la mujer: la libertad de la mujer es avistada a través de la categoría religiosa de consentimiento licencioso o virtud. El cuerpo de la mujer se ve no como el lugar mismo de la libertad, esencial valor en Occidente, sino como una decadencia: se quiere reducirlo a la posesión o al crimen de ´velarlo`”. E insistía en que el asilo no es un mero asunto de papeles sino de que acepten el contrato social vigente entre nosotros, nuestros valores. También un sociólogo que ha combatido sin ambages esa idea de que no existen culturas ni hechos culturales, Hugues Lagrange, atribuyó los hechos ocurridos en fin de año en Alemania “a la confrontación de hombres jóvenes de cultura patriarcal (radicalizada por las corrientes islamistas) con una Europa que sólo admite más simetría entre sexos y un espacio público abierto a todos posibilitado por la frágil interiorización del control de uno mismo”.

 

Frente a este tipo de opinión ubicaron la suya con virulencia otros pensadores condenando a quien no pensara como ellos. Así François Burgat, universitario y director de investigaciones sobre el mundo árabe y musulmán (Iremam) tachó de “culturalista” ese modo de pensar porque trata a los inmigrantes como delincuentes sexuales y al conjunto de los musulmanes como sexistas incapaces de integrarse en nuestras sociedades europeas. Y en descargo de los inmigrantes que delinquieron en las ciudades alemanas, sostenía que actos muy similares “se han observado a menudo a través del ancho mundo”. O sea sostenía que esos comportamientos sexuales de hostigamiento, que la impunidad del anonimato parecería estimular, se dan por doquier en ambientes masculinizados como el ejército, los deportistas, estudiantes, etc. ¿Hostigamiento sexual? Lo hay en todos los lugares, vino a decir el profesor disculpando a los inmigrantes que se extralimitaron en Alemania. Incluso señalaba la fiesta de la cerveza en Baviera donde últimamente se habrían dado agresiones sexuales y quejas por parte de organizaciones en defensa de la mujer. Otro sociólogo, Eric Fassin, dio un paso más y tachó de islamófobo a ese supuesto campo “culturalista” porque reduce el islam a una cultura eternamente fija de desprecio a la mujer. Para él habría que investigar más en los efectos del alcohol sobre aquellos jóvenes inmigrantes en Alemania. El politólogo especialista en el islam Olivier Roy prefería hablar de una amplísima “cultura mediterránea” muy propensa a la misoginia y a comportamientos machistas. O sea, su ventilador lo ponía en marcha sobre el extenso hábitat mediterráneo, tanto cristiano como musulmán, convirtiéndolo en propenso a hacer lo que aquellas bandas de inmigrantes.  Y en lo que atañe a éstos de fin de año en Alemania, el politólogo prefería  sospechar  que la causa fueron sus difíciles condiciones de vida, sin derecho a trabajar en tanto aguardan la carta de refugiado, macerándose en solitario y llevando una vida de frustración sexual.

 

Sin embargo, en un corto intervalo de tiempo, veinte profesores, con nombre y apellido árabe en su mayor parte, se echaron a degüello sobre Kamel Daoud y en un manifiesto cobarde lo acusaron de islamófobo y de vehicular clichés periclitados.  Ellos no analizaban los hechos ocurridos en Alemania sino solamente el artículo del periodista argelino mostrando únicamente ideas, preestablecidas evidentemente. Daban tres pruebas de la infamia de Daoud: 1) haber reducido en su texto un espacio de más de mil millones de habitantes en una entidad homogénea, definida únicamente por la religión (el mundo de Allah); 2) haber psicologizado la violencia como proveniente de gente (musulmana) desviacionista sexual;  3) haber caído en la irreductible alteridad del otro, índice de un paternalismo colonial que juzga superiores a nuestros valores y dictamina lo que le conviene al pobre inmigrante: darle asilo al cuerpo pero también al alma. En este punto último el manifiesto mostraba realmente su idea de absoluto relativismo ético ante la integración social de los inmigrantes, a quienes no se podría “imponer” nuestros valores ni tan siquiera el del respeto a la mujer (4).

 

Estos profesores de la izquierda francesa se vengaban así de un pensador como Daoud que, cuando los atentados de CharlyHebdo en París, había fustigado sin contemplaciones no sólo a los terroristas de la yihad sino las razones religiosas por las que asesinaban, o sea, el islam mismo. En una conversación con el semanario "Nouvel Observateur" (14.01.2015) había asegurado que:

 

<<Ya no basta con condenar (hechos como los de Charlie Hebdo) sino que hay que plantearse qué es lo que representamos. La élite musulmana debe ponerse a pensar en voz alta. Si dice que los terroristas no representan el islam, entonces debe de tener la valentía de decir qué islam encarna esa élite. No se podrá erradicar el islamismo sin reformar el islam y esto corresponde a los musulmanes. Hay que hacer una revolución dentro del islam, comenzando por reconocer que el ligamen de los musulmanes al islam es un ligamen enfermo>>

 

En aquella entrevista K. Daoud rechazaba así la teoría determinista de la sociología francesa de izquierdas como explicación del yihadismo de algunos musulmanes franceses: “El pobre quiere llegar a ser rico, no yihadista... Además, la violencia islamista no ha surgido en Francia, existe por doquier”.

 

“¿Estamos en guerra, según usted?”, le preguntaron también y respondía que sí, “que todos estamos en guerra. Cuando se trata de vida o muerte, cuando estamos en la defensa de nuestras libertades fundamentales, estamos en una especie de guerra, se admita así o no. Nuestra turbación proviene de que, en teoría, la guerra es de un país contra otro. Pero los yihadistas tienen otra cartografía mental, no se encuentran bajo la problemática del Estado-nación sino que viven en el imaginario que rechaza lo presente. El yihadismo no posee nacionalidad”.

 

Ante el vengativo linchamiento por parte de una veintena de profesores izquierdistas de vientre satisfecho viviendo en la Europa de las libertades democráticas, el librepensador laico K.Daoud -que vive en Argelia con una fatwa islamista contra su persona-  publicó una carta donde reivindicaba su libertad para observar la realidad y decirla como quisiera pero, reclamando para sí su amor a la tierra y a su gente y rechazando el veredicto de fusilamiento por islamofobia. “Nous vivons désormais une époque de sommations. Si on n´est pas d´un côté, on est de l´autre” escribía diagnosticando con exactitud el mal que nos corroe: las trincheras y la orden de fusilamiento a quien no sea de izquierdas. Daoud avisaba de que seguiría siendo libre y escribiendo en libertad, aunque para ello dejaba para siempre el periodismo. Su carta estaba escrita como respuesta a la carta de su amigo americano, Adam Shatz, quien daba su asentimiento a los izquierdistas pero trataba de disculpar a Daoud (5).

 

En España apenas se ha atrevido nadie a ahondar en aquella violencia ejercida sobre las mujeres alemanas en la noche de San Silvestre. Es tal el pánico a que le llamen a uno islamófobo que la precaución de no indagar en las cosas relacionadas con los inmigrantes musulmanes campa por sus respetos. Y no te digo nada si esas cosas de musulmanes tienen algo que ver con la mujer... Porque sea cual fuere la circunstancia que nos sacuda, la ideología del antirracismo ya lo deja definido de entrada: si el violador o el ladrón es un alemán, un inglés o un laosiano no habrá problemas en identificarles públicamente al darse la noticia de su delito, pero si se trata de un musulmán se silencia su identidad. Ejemplo reciente de noticia sesgada por esa ideología: en Almonte, una madre ataba a su hijo con cadenas y lo mantenía encadenado en casa todo el día al irse ella a trabajar. Y la prensa abundó en lo horrible del hecho hasta que un periodista indiscreto pero algo mosqueado le preguntó al alcalde por la nacionalidad de la madre. A trancas y a barrancas el alcalde dio a entender que se trataba de una familia magrebí. Era esto lo que no convenía decirse.

 

La pregunta que surge es qué fomenta más el racismo anti-islam, si decir la verdad o manipularla ocultándola o disimulándola. ¿Por qué lo prudente es no abrir debates entre la ciudadanía sobre racismo y sobre cuáles de nuestros valores son absolutamente necesarios para convivir?

 


 

(1) En su libro Pañuelos e hímenes (2015, Belfond) había asegurado que “La cultura de la pureza convierte a las mujeres y chicas en responsables de su propia seguridad frente a la violencia masculina y a la `tentación´ que puedan sentir los hombres ante ellas (...) Ellos nos odian porque nos necesitan, porque nos temen y porque comprenden hasta qué punto es preciso controlarnos para impedirnos salir de lo permitido...”

 

(2) Traía él a colación la realidad real del film Las mujeres del autobús 678 del cineasta egipcio Mohamed Diab (2011). Su posición y algunas otras las extracto del artículo “Cologne, question sur un cauchemar” de Frédéric  Joignot, en Le Monde (sábado 6 febrero, 2016)

 

(3) El artículo del que estoy extractando su posición apareció primero en italiano, en La Repubblica y, después, en otros idiomas. Mi lectura proviene de Le Monde (viernes 5 febrero 2016), artículo que fue titulado “Cologne, lieu de fantasmes”

 

(4) Este manifiesto con el nombre y apellido de sus respectivos firmantes lo publicó Le Monde (viernes 12 febrero)

 

(5) Ver ambas cartas en Le Monde (21-22 febrero 2016)

 

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