Anasagasti y la inmersión lingüística
Es indudable que Iñaki Anasagasti (PNV) tiene todo el derecho a opinar sobre política lingüística, pero lo que expresaba en la entrevista “Argumentos a favor y en contra de la inmersión lingüística educativa” en el ABC digital, recientemente, es una sarta de contradicciones e inexactitudes.
Para empezar, alguien que cuando se le preguntó en su día que por qué él no aprende euskera, cuando pretende imponerlo al resto de los vascos, dijo que “loro viejo no aprende a hablar”, está descalificado de partida, pues por esa teoría habría bastantes colectivos limitados para adquirir una lengua que no es contextual en la mayor parte del País Vasco. Por ejemplo: un 15% de población escolar que tiene de una forma u otra diversos trastornos madurativos, de lenguaje o disfunciones de un amplio espectro.
Afirmar que “El niño es una esponja y aprende por ósmosis lo que le enseñen” es un lugar común muy sofista porque es una generalización que no tiene en cuenta lo que dice la pedagogía diferencial que es ni más ni menos que cada persona es un mundo y sus condiciones y circunstancias difieren según el espectro sociológico y cultural en el que viva o por razones individuales. Con afirmaciones tan vagas e inconcretas solamente se logra llegar a posiciones demagógicas y determinaciones vagas y vaporosas, tan típicas de quienes tratan de encaminar desde pensamientos simples a lugares comunes para el provecho político de unos cuantos.
Otra simpleza demagógica es afirmar que son los padres los que eligen la inmersión lingüística. Pues no, señor Anasagasti, usted sabe sobradamente que durante muchos años los que creemos que el castellano es la lengua ambiental, con datos estadísticos en la mano, y que es mejor la educación en la lengua materna, tal como se ha propugnado desde instituciones internacionales tan poco sospechosas como la UNESCO o la UNICEF, o la Comisión europea contra la discriminación lingüística, hemos sido castigados con la imposición de los modelos D.
Para el que no esté familiarizado con el alfabeto de los modelos lingüísticos hay que aclarar que el aún vigente Decreto del Gobierno Vasco que regula los modelos lingüísticos conforme a lo dispuesto en la Ley de normalización del uso del Euskera, también vigente, existen tres modelos, el A, para zonas castellanohablantes; el D, para zonas vascohablantes; y el B, para zonas mixtas, y que la regulación de la implantación del euskera debía adaptarse como un guante a la mano a las tres realidades sociolingüísticas vascas. Pues este criterio legal ha sido conculcado sistemáticamente. Lo ha sido con la extensión a machamartillo del modelo D, igual que el que se está implantando contra viento y marea en Navarra haciendo caso omiso a las preferencias de los padres. Y esta dinámica se hizo con una presión ambiental de diferentes grupos mamporreros del ámbito abertzale, con la intromisión de ayuntamientos nacionalistas en la libre decisión de los padres, guiando ideológicamente –no técnicamente- la opcionalidad de los mismos, y segregando a todo aquel que se saliera del redil de la construcción nacionalista. Y todo ello en un contexto de terrorismo y opresión social. Eso los sabe cualquiera que haya vivido durante la década de los ochenta y noventa en Euskadi y no sea uno más del rebaño nacionalista.
Pero, además, se ha producido en la colectividad escolar un curioso fenómeno, nada casual, que es la estratificación social, de tal manera que el modelo A, con una ingeniería social y cultural muy meditada, se ha convertido en un gueto donde se segrega a alumnos de colectivos muy desfavorecidos, con lo que se vulnera el preceptivo principio de integración, desacreditando de paso ese modelo que respeta la lengua materna de la mayoría de los vascos sean o no nacidos en Euskadi.
No es casual que en la última evaluación diagnóstica aparezcan los mejores resultados escolares en el modelo A de los centros concertados. Por algo será… y no precisamente porque el modelo A sea un mal paradigma. Y si la evaluación resulta negativa en los modelos A de la red pública habría que preguntarse el por qué, y si tiene algo que ver en ello el que esos grupos sean un cajón de sastre de aquellos alumnos que han sido segregados del resto del sistema, entre otras razones por campañas infames, como aquellas de que “tu hijo será analfabeto si no va a euskera” o la aquella ridícula del contagioso virus “Ukan” que consistía en que “Para ser buena persona hay saber euskera” (palabras textuales).
Pero resulta muy curioso que para los nacionalistas de hoy el principio de lengua materna como lengua vehicular no sea aceptable y si lo fuera para los nacionalistas del ayer, como lo prueban múltiples manifestaciones de próceres del nacionalismo de antaño. Como botón de muestra cito lo que manifestaba en 1920 Landeta, coincidiendo con el III Congreso de Estudios Vascos, donde presentó un “Proyecto de Escuela Primaria Elemental:
“Enseñanza en la lengua materna de los niños y el aprendizaje progresivo de la segunda lengua, método activo, formación cristiana y patriotismo, currículo vasco (historia, geografía, literatura y cultura vasca) […]”
Este mismo autor, se refería a la Escuela Vasca en los siguientes términos:
“[…] Abogo porque la enseñanza se difunda en esa escuela en la lengua materna, es decir, vasca, si vasca es la lengua de los alumnos; castellana si ésta es la lengua de los asistentes; pero sin que en ambos casos el aprendizaje del euskera o del castellano sea desterrado de ellas”
En el mismo contexto, un tal Oyarbide, también de la familia nacionalista, planteó en la prensa este problema:
“Qué ha de ser la escuela vasca. Y en aquel entonces habré de exponer mi pensamiento acerca de este particular, y recuerdo que, refiriéndome a la lengua en que debía instruirse en la escuela vasca, decía que si la lengua maternal del niño era la vasca, en euskera debía recibir su instrucción primaria y ser educado, sin que, por eso, y a su tiempo, se dejara de enseñarle la lengua castellana; así como también decía que, si la lengua maternal de un niño era la castellana, en castellano debía instruírsele y educarle; pero que la escuela vasca haría funcionar diariamente una clase de euskera, para que, poco a poco, sin prisa alguna, fuera el niño iniciándose en ella”
Y en otro apartado, afirmaba…
“Al maestro más inteligente y abnegado, pero que ignora la lengua de los niños, no le es posible disipar la atmósfera de aburrimiento y de indiferencia que le rodea y, en cambio, en cuanto se les habla su lengua maternal, parece que se despierta el espíritu de esos niños y que la clase se abre a la vida[…]”
Y sigue…
“Lo que nosotros podemos afirmar por haberlo prácticamente comprobado, es que, en general, el niño vasco que entra en la escuela de su aldea sin hablar (que es distinto que conocer) que el suyo maternal, sale de esa escuela sin haber aprendido, cual es debido, su propia lengua, y por ende sin conocer ni comprender tampoco el castellano que le hablaba el maestro, lo cual le coloca en un plano de inferioridad notoria respecto de aquellos otros niños que han sido educados e instruidos en su propia lengua[…]”
¿Si aquel criterio valía para los niños euskaldunes por qué no ha de servir para los castellanohablantes?
Quizás la respuesta nos la da el ideológo del nacionalismo Luis Eleizalde, que en 1910 afirmaba:
“Las etapas que debe recorrer todo nacionalismo normal, y por tanto el nuestro, son tres, y por este mismo orden cronológico: Primeramente, la etapa social y cultural, en la que se va despertando y arraigando la conciencia de la nacionalidad renaciente. Esta es la etapa fundamental, la etapa de las escuelas, de las academias y ateneos, de las publicaciones científicas y literarias, de las cooperativas obreras, de los Congresos de Estudios, de las Semanas Sociales, etc. Viene a continuación, aunque sin cerrar la primera que sigue subsistiendo, la etapa política, durante la cual el Nacionalismo, por medio de sus representaciones parlamentarias y administrativas, trata de incorporar a la vida pública el conjunto de soluciones estudiadas y elaboradas durante la etapa anterior. Esta segunda es la etapa de las elecciones, de los mítines políticos y de todo el movimiento que esta clase de actuación trae consigo. Finalmente y subsistiendo de las dos primeras etapas llega la final, la del triunfo completo y pleno dominio” (El subrayado es mío para remarcar esa idea tan “democrática”)
Y quizás la clave de la cuestión se encuentre en este paradigma de la estrategia nacionalista, que se concentra en una palabra: adoctrinamiento.
El euskera se ha convertido en un filtro. El principal de ellos el del profesorado, como agente sustantivo y sustancial para el adoctrinamiento. Un somero análisis de la evolución del voto sindical en la enseñanza así lo refleja claramente. El hilo conductor de la mayor parte del profesorado vasco es el constructo nacionalista. Y en ello los modelos lingüísticos son la excusa perfecta para la conformación de un ideario nacionalista a través de la escuela. Es lo que nos oculta el señor Anasagasti.
Podríamos seguir citando a especialistas internacionales que escriben en esta complicada cuestión de lengua materna e inmersión lingüística, pero nos extenderíamos demasiado. Quizás para otro artículo.
Es indudable que Iñaki Anasagasti (PNV) tiene todo el derecho a opinar sobre política lingüística, pero lo que expresaba en la entrevista “Argumentos a favor y en contra de la inmersión lingüística educativa” en el ABC digital, recientemente, es una sarta de contradicciones e inexactitudes.
Para empezar, alguien que cuando se le preguntó en su día que por qué él no aprende euskera, cuando pretende imponerlo al resto de los vascos, dijo que “loro viejo no aprende a hablar”, está descalificado de partida, pues por esa teoría habría bastantes colectivos limitados para adquirir una lengua que no es contextual en la mayor parte del País Vasco. Por ejemplo: un 15% de población escolar que tiene de una forma u otra diversos trastornos madurativos, de lenguaje o disfunciones de un amplio espectro.
Afirmar que “El niño es una esponja y aprende por ósmosis lo que le enseñen” es un lugar común muy sofista porque es una generalización que no tiene en cuenta lo que dice la pedagogía diferencial que es ni más ni menos que cada persona es un mundo y sus condiciones y circunstancias difieren según el espectro sociológico y cultural en el que viva o por razones individuales. Con afirmaciones tan vagas e inconcretas solamente se logra llegar a posiciones demagógicas y determinaciones vagas y vaporosas, tan típicas de quienes tratan de encaminar desde pensamientos simples a lugares comunes para el provecho político de unos cuantos.
Otra simpleza demagógica es afirmar que son los padres los que eligen la inmersión lingüística. Pues no, señor Anasagasti, usted sabe sobradamente que durante muchos años los que creemos que el castellano es la lengua ambiental, con datos estadísticos en la mano, y que es mejor la educación en la lengua materna, tal como se ha propugnado desde instituciones internacionales tan poco sospechosas como la UNESCO o la UNICEF, o la Comisión europea contra la discriminación lingüística, hemos sido castigados con la imposición de los modelos D.
Para el que no esté familiarizado con el alfabeto de los modelos lingüísticos hay que aclarar que el aún vigente Decreto del Gobierno Vasco que regula los modelos lingüísticos conforme a lo dispuesto en la Ley de normalización del uso del Euskera, también vigente, existen tres modelos, el A, para zonas castellanohablantes; el D, para zonas vascohablantes; y el B, para zonas mixtas, y que la regulación de la implantación del euskera debía adaptarse como un guante a la mano a las tres realidades sociolingüísticas vascas. Pues este criterio legal ha sido conculcado sistemáticamente. Lo ha sido con la extensión a machamartillo del modelo D, igual que el que se está implantando contra viento y marea en Navarra haciendo caso omiso a las preferencias de los padres. Y esta dinámica se hizo con una presión ambiental de diferentes grupos mamporreros del ámbito abertzale, con la intromisión de ayuntamientos nacionalistas en la libre decisión de los padres, guiando ideológicamente –no técnicamente- la opcionalidad de los mismos, y segregando a todo aquel que se saliera del redil de la construcción nacionalista. Y todo ello en un contexto de terrorismo y opresión social. Eso los sabe cualquiera que haya vivido durante la década de los ochenta y noventa en Euskadi y no sea uno más del rebaño nacionalista.
Pero, además, se ha producido en la colectividad escolar un curioso fenómeno, nada casual, que es la estratificación social, de tal manera que el modelo A, con una ingeniería social y cultural muy meditada, se ha convertido en un gueto donde se segrega a alumnos de colectivos muy desfavorecidos, con lo que se vulnera el preceptivo principio de integración, desacreditando de paso ese modelo que respeta la lengua materna de la mayoría de los vascos sean o no nacidos en Euskadi.
No es casual que en la última evaluación diagnóstica aparezcan los mejores resultados escolares en el modelo A de los centros concertados. Por algo será… y no precisamente porque el modelo A sea un mal paradigma. Y si la evaluación resulta negativa en los modelos A de la red pública habría que preguntarse el por qué, y si tiene algo que ver en ello el que esos grupos sean un cajón de sastre de aquellos alumnos que han sido segregados del resto del sistema, entre otras razones por campañas infames, como aquellas de que “tu hijo será analfabeto si no va a euskera” o la aquella ridícula del contagioso virus “Ukan” que consistía en que “Para ser buena persona hay saber euskera” (palabras textuales).
Pero resulta muy curioso que para los nacionalistas de hoy el principio de lengua materna como lengua vehicular no sea aceptable y si lo fuera para los nacionalistas del ayer, como lo prueban múltiples manifestaciones de próceres del nacionalismo de antaño. Como botón de muestra cito lo que manifestaba en 1920 Landeta, coincidiendo con el III Congreso de Estudios Vascos, donde presentó un “Proyecto de Escuela Primaria Elemental:
“Enseñanza en la lengua materna de los niños y el aprendizaje progresivo de la segunda lengua, método activo, formación cristiana y patriotismo, currículo vasco (historia, geografía, literatura y cultura vasca) […]”
Este mismo autor, se refería a la Escuela Vasca en los siguientes términos:
“[…] Abogo porque la enseñanza se difunda en esa escuela en la lengua materna, es decir, vasca, si vasca es la lengua de los alumnos; castellana si ésta es la lengua de los asistentes; pero sin que en ambos casos el aprendizaje del euskera o del castellano sea desterrado de ellas”
En el mismo contexto, un tal Oyarbide, también de la familia nacionalista, planteó en la prensa este problema:
“Qué ha de ser la escuela vasca. Y en aquel entonces habré de exponer mi pensamiento acerca de este particular, y recuerdo que, refiriéndome a la lengua en que debía instruirse en la escuela vasca, decía que si la lengua maternal del niño era la vasca, en euskera debía recibir su instrucción primaria y ser educado, sin que, por eso, y a su tiempo, se dejara de enseñarle la lengua castellana; así como también decía que, si la lengua maternal de un niño era la castellana, en castellano debía instruírsele y educarle; pero que la escuela vasca haría funcionar diariamente una clase de euskera, para que, poco a poco, sin prisa alguna, fuera el niño iniciándose en ella”
Y en otro apartado, afirmaba…
“Al maestro más inteligente y abnegado, pero que ignora la lengua de los niños, no le es posible disipar la atmósfera de aburrimiento y de indiferencia que le rodea y, en cambio, en cuanto se les habla su lengua maternal, parece que se despierta el espíritu de esos niños y que la clase se abre a la vida[…]”
Y sigue…
“Lo que nosotros podemos afirmar por haberlo prácticamente comprobado, es que, en general, el niño vasco que entra en la escuela de su aldea sin hablar (que es distinto que conocer) que el suyo maternal, sale de esa escuela sin haber aprendido, cual es debido, su propia lengua, y por ende sin conocer ni comprender tampoco el castellano que le hablaba el maestro, lo cual le coloca en un plano de inferioridad notoria respecto de aquellos otros niños que han sido educados e instruidos en su propia lengua[…]”
¿Si aquel criterio valía para los niños euskaldunes por qué no ha de servir para los castellanohablantes?
Quizás la respuesta nos la da el ideológo del nacionalismo Luis Eleizalde, que en 1910 afirmaba:
“Las etapas que debe recorrer todo nacionalismo normal, y por tanto el nuestro, son tres, y por este mismo orden cronológico: Primeramente, la etapa social y cultural, en la que se va despertando y arraigando la conciencia de la nacionalidad renaciente. Esta es la etapa fundamental, la etapa de las escuelas, de las academias y ateneos, de las publicaciones científicas y literarias, de las cooperativas obreras, de los Congresos de Estudios, de las Semanas Sociales, etc. Viene a continuación, aunque sin cerrar la primera que sigue subsistiendo, la etapa política, durante la cual el Nacionalismo, por medio de sus representaciones parlamentarias y administrativas, trata de incorporar a la vida pública el conjunto de soluciones estudiadas y elaboradas durante la etapa anterior. Esta segunda es la etapa de las elecciones, de los mítines políticos y de todo el movimiento que esta clase de actuación trae consigo. Finalmente y subsistiendo de las dos primeras etapas llega la final, la del triunfo completo y pleno dominio” (El subrayado es mío para remarcar esa idea tan “democrática”)
Y quizás la clave de la cuestión se encuentre en este paradigma de la estrategia nacionalista, que se concentra en una palabra: adoctrinamiento.
El euskera se ha convertido en un filtro. El principal de ellos el del profesorado, como agente sustantivo y sustancial para el adoctrinamiento. Un somero análisis de la evolución del voto sindical en la enseñanza así lo refleja claramente. El hilo conductor de la mayor parte del profesorado vasco es el constructo nacionalista. Y en ello los modelos lingüísticos son la excusa perfecta para la conformación de un ideario nacionalista a través de la escuela. Es lo que nos oculta el señor Anasagasti.
Podríamos seguir citando a especialistas internacionales que escriben en esta complicada cuestión de lengua materna e inmersión lingüística, pero nos extenderíamos demasiado. Quizás para otro artículo.