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Francisco López
Domingo, 24 de Abril de 2016 Tiempo de lectura:
Lo que la izquierda europea calla

La agonía del laicismo en el mundo árabe

[Img #8635]Posiblemente, el mayor legado de la Ilustración fue el principio de la libertad del individuo en materia religiosa. El Estado no podía imponer la religión a sus súbditos y estos eran libres para poder cambiar de fe o no tener ninguna.

 

El triunfo de este principio coincidió con el apogeo del imperialismo europeo. En el siglo XIX, Europa se hace con el control de buena parte de Asia y África. Junto los ejércitos europeos, también van sus ideas y estas pronto prenden entre la intelectualidad de estos países, que interpretan correctamente que han sido ocupados por su atraso, en todos los aspectos, respecto a Occidente. Así adoptarán nuestras ideas, que al tener como eje central “la libertad”, serán el motor que impulse el anticolonialismo.

 

Cuando los países con mayoría religiosa musulmana se independizaron, sus legislaciones mantuvieron la huella de las ideas y cultura occidentales. Sus primeros dirigentes estudiaron en las metrópolis, fueron sus funcionarios y, por lo tanto, aún guardaban una afinidad con el principio de la separación Estado/religión. Aunque los primeros signos del regreso de la influencia religiosa en la política ya aparecen a mediados de los años sesenta del pasado siglo, todo salta por los aires definitivamente en 1979, cuando Jomeini obtiene el poder en Irán e instala la primera teocracia moderna.

 

A partir de este momento, durante las dos últimas décadas del siglo XX se asistirá al final de la influencia ideológica de Occidente en el mundo musulmán y su sustitución por el ideario islamista. Con independencia de su carácter sunnita o chiita, el ejemplo de Irán sustituyendo sus códigos civiles y penales por el Corán y la Sunna, se convirtió en el modelo a seguir. Por otro lado, Arabia Saudí temerosa de la influencia de su eterno enemigo iraní, a golpe de petrodólar va a exportar su propia versión islamista extrema. El último actor, Occidente, se limitará a dejar hacer, más preocupado por el acceso barato al petróleo que a otros factores.

 

Los efectos se empezaron a notar a finales de siglo, cuando en los países hasta entonces más tolerantes se empezó a perseguir y encarcelar a los laicistas. En Argelia, Marruecos, Túnez, Egipto, el reclamar un Estado libre de imposiciones religiosas se convirtió en algo peligroso que podía costar la prisión. En Asia empezó a costar la muerte.

 

El atentado contra las Torres Gemelas de 2001, entre sus múltiples efectos colaterales, tuvo uno poco conocido. La presión contra los laicistas creció hasta llegar a la eliminación física y los grupos organizados fueron desarticulados por la acción conjunta de gobiernos y radicales. La islamización de la legislación llega al extremo de que, actualmente, en 13 países abandonar el Islam o proclamarse públicamente agnóstico o ateo está condenado con la muerte, mientras que en otros 19 es considerado delito y, por lo tanto, está penado por la Justicia. La libertad individual en materia religiosa ha sido borrada del mapa en todo el mundo islámico.

 

Los impulsores de este proceso siguen siendo los mismos, pero en estos inicios del siglo XXI se les ha unido con sorprendente entusiasmo y peligrosísima influencia un inesperado aliado: la izquierda occidental. El mismo ideario que durante los siglos XIX y XX fue el motor del laicismo, termina siendo, posiblemente de modo inconsciente, en el esbirro de las más retrógradas teocracias.

 

Los lectores de este periódico, La Tribuna del País Vasco, conocemos el linchamiento ideológico que la crème de la intelectualidad de izquierda francesa ha realizado al argelino Kamel Daoud, por decir exactamente lo mismo que esa misma intelectualidad había dicho respecto Occidente durante las últimas décadas. Y lo conocemos en exclusiva: ningún otro medio español se ha hecho eco de esta polémica que ha convulsionado a Francia. Hasta estos extremos llega en España la dictadura de lo políticamente correcto.

 

En defensa de Kamel Dauod ha salido la canadiense-argelina Djemila Benhabib, mediante una entrevista publicada el 18 de marzo en uno de los últimos periódicos en lengua francesa que sobreviven en el norte de África, Al Wattan. Con claridad ha descrito el papel de la izquierda comunitaria occidental.

 

Djemila Benhabib denuncia cómo en Occidente son censurados los debates sobre el Islam, porque “hay una detestable policía del pensamiento que se hizo fuerte dentro de la izquierda comunitaria y que considera que cualquier crítica al Islam revela racismo y xenofobia. Este pensamiento ha entrado en las universidades, los medios de comunicación, grupos de mujeres, sindicatos y partidos políticos”. Para esta izquierda, empezando por la española, que en nuestras sociedades es particularmente celosa en eliminar todo elemento religioso, incluido aquellos que son en gran medida cultura, toda la problemática musulmana debe ser abordada “exclusivamente a través de la lente de la religión”.

 

Esta izquierda multicultural, en el fondo, sigue mostrando tics de paternalismo e incluso superioridad moral: los musulmanes siguen siendo seres dominados que ella tiene la misión de defender”. Y es que los que presumen de oír a la gente muestran “un profundo desconocimiento de las aspiraciones a la modernidad de los pueblos de la región”, las cuales ya estaban presentes en las luchas anticoloniales, cuando los muyadines tenían claro que la “religión no debía interferir en la política”.

 

Nos explica Djemila Benhabib con claridad a qué realidad está haciendo oídos sordos la izquierda comunitaria occidental. Para los islamistas, ya sean los “moderados” Hermanos Musulmanes o los yihaidisitas “todo lo se ha dicho y escrito en el Corán y la Sunna. Sólo queda por aplicar lo que está contenido en los llamados textos sagrados. El resto, es decir, la innovación, la creación, la ciencia, las artes, la cultura, la literatura, es algo que es necesario  combatir por todos los medios, incluso mediante el asesinato de creadores y pensadores”. Y nos avisa: Seamos claros, el terrorismo no es simplemente el aumento de la intolerancia. Es más que eso. Es la legitimación religiosa de la ejecución política. Del suicidio, el asesinato del periodista, la lapidación de la mujer adúltera o el ahorcamiento de homosexuales, estamos frente a un proceso de deshumanización de las masas para establecer una hegemonía global que sólo nos recuerda los métodos que los nazis utilizaron para restringir y alienar”.

 

No plantea que Occidente intervenga para acabar con este peligro. En ningún momento hace la menor referencia, mientras sí defiende que “a través de la movilización ciudadana la resistencia es posible”. No intervenir no significa permanecer pasivos. Como dice en relación al acoso sexual que sufre la mujer en la calle “¿Cómo permanecer insensible a esta profunda ofensa a la dignidad humana?”. Sin intervenir de forma protagonista en un debate que debe producirse en el seno de la propia comunidad, si se puede ayudar, primero no poniendo palos en la rueda a aquellos que defienden nuestros mismos valores de libertad del individuo.

 

Con dureza acusa a esta intelectualidad que ha provocado la retirada del periodismo de Kamel Daoud de “incapacidad para captar la realidad y participar en el debate de las ideas. Estos académicos han perdido el contacto con la realidad”. Aunque no sean mayoría, hay muchos más ciudadanos de mundo musulmán de los que parece, que tienen hambre de libertad. Las redes sociales que catalizaron las primaveras árabes alumbran fenómenos tan sorprendentes como los conversos a otras religiones incluso en terribles países del Golfo o que la palabra más buscada en Google en los países musulmanes sea… ¡ateísmo!.

 

Finaliza con un mensaje de esperanza y de reivindicación de las personalidades laicistas “Daoud, como Boualem Sansal y Amin Zaoui, por nombrar sólo unos pocos, son faros en la oscuridad. Ellos son nuestro honor”. Son su honor y son también nuestro honor, pero la propia descripción que hace de “faros en la oscuridad” nos demuestra hasta qué punto en este primer cuarto del siglo XXI, estas voces libres son débiles puntos en medio de la más espesa negrura.

 

Djemila Benhabib se refiere a la izquierda europea. Pero ¿y la española? Mientras en Europa hay debate y por lo menos hay sectores que han contestado a la línea oficial de “una clase política demasiado ocupada en los cálculos electorales”, en España el panorama es desolador. Salvo alguna tímida voz, la más conocida Rosa Montero, el silencio entre la intelectualidad y organizaciones de izquierda ha sido atronador. El desinterés por estos laicistas y ateos perseguidos es completo y total. Hay un dato ilustrativo en las numerosas jornadas y encuentros de culturas que se han celebrado en nuestro país, esas figuras, “faros en la oscuridad”, son sistemáticamente ignoradas, mientras clérigos de las diferentes sensibilidades integristas son sistemáticamente invitados. Respecto a la derecha, en este como en tantos otros temas, la tenemos practicando su deporte favorito, esconder la cabeza bajo el ala.

 

A la España más laica y atea de su historia, le importan un pito los laicos y ateos que hay al otro lado de las vallas de Ceuta y Melilla.

 

 

 

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