Estudio del OIET
La amenaza siempre latente del terrorismo nuclear
Tras la reciente entrada en vigor de la directiva de la Convención de la Protección Física del Material Nuclear, el experto del OIET Juan Avilés, doctor en Historia y director del Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, analiza en la web del Observatorio de Estudios Internacionales sobre Terrorismo el fenómeno de la amenaza nuclear y alerta del empleo de una "bomba sucia" por parte de organizaciones terroristas.
En su texto, el profesor Juan Avilés recuerda que, el pasado mes de noviembre, se encontró en el registro de una guarida del Daesh un video, supuestamente grabado por los hermanos El Bakraoui, dos de los terroristas suicidas del 22 de marzo en Bruselas, en el que se seguían los pasos del director del Centro de Estudios Nucleares de Bélgica. “E inmediatamente después de los atentados fueron suspendidos de empleo cuatro trabajadores de la central nuclear belga de Tihange, lo que puso de relieve el temor a complicidades en el interior de instalaciones nucleares. De ello hay un claro precedente en Bélgica, donde el 4 de agosto de 2014 un reactor de la central de Doel sufrió daños graves por un sabotaje interno, cuyos autores no fueron identificados”.
En este sentido, este experto recalca la importancia que tiene el hecho de que el pasado 8 de mayo entrase en vigor una enmienda que amplía considerablemente el alcance de la Convención para la Protección Física del Material Nuclear de 1997, que han suscrito 152 estados. “Dicha convención imponía rigurosas medidas de seguridad en el transporte internacional de material radioactivo, pero la enmienda extiende las obligaciones de los estados firmantes a la seguridad en el almacenamiento y transporte del material radioactivo en el interior de sus territorios nacionales, e impone una amplia serie de medidas para incrementar la seguridad. Cabe recordar que la enmienda se pactó en 2005 pero que su entrada en vigor ha exigido su ratificación por dos tercios de los estados firmantes de la convención, objetivo que sólo se ha logrado hace un mes cuando la ratificó Nicaragua”.
Ahora bien, ¿cómo podría materializarse la amenaza terrorista nuclear? En primer lugar, escribe Juan Avilés, cabe descartar que un grupo terrorista pueda detonar un arma nuclear propiamente dicha, ya que ni es verosímil que pudiera disponer de la capacidad científica y tecnológica necesaria para producirla, ni que pudiera robarla a un Estado (están enormemente protegidas y además los terroristas necesitarían conseguir también los ultra secretos códigos de activación) ni que Estado alguno estuviera dispuesto a proporcionársela a un grupo que no estuviera completamente bajo su control (en cuyo caso, de producirse un atentado, ese Estado se expondría a represalias devastadoras). “La segunda posibilidad, que sería la fabricación de un artefacto nuclear improvisado, capaz de provocar la fisión nuclear pero con menor capacidad que las armas nucleares de los estados, es casi igualmente inverosímil, entre otras cosas por la dificultad de adquirir, mediante compra o robo, uranio altamente enriquecido (cuya producción directa por un grupo terrorista no es factible)".
“Podemos pues descartar la amenaza de una explosión nuclear terrorista, pero queda otra posibilidad, la dispersión de material radiológico. Ello podría lograrse mediante un ataque a una central nuclear que provocara un accidente del tipo del ocurrido hace ahora veinte años en Chernobyl, pero las medidas de protección física e informática de las centrales lo hacen extremadamente difícil, incluso contando con complicidades internas. Una posibilidad sería estrellar un avión de gran tamaño contra una central, en una versión nuclear de los atentados del 11S, pero aun así es dudoso que se produjera un efecto Chernobyl”.
Avilés conluye señalando que lo que más preocupa a los expertos es la dispersión de otras sustancias radioactivas distintas al plutonio y el uranio de las armas nucleares de fisión, sustancias que por ser utilizadas en muchos procesos científicos, médicos e industriales son mucho más susceptibles de adquisición por un grupo terrorista. “En concreto, el peligro más grave vendría del empleo de una “bomba sucia”, es decir un artefacto que difundiría una sustancia radioactiva en la atmósfera mediante la detonación de un explosivo convencional, un tipo de atentado que, aunque sus efectos en términos de mortalidad fueran limitados, podría tener unos devastadores efectos psicológicos, y por tanto económicos y políticos. De ahí la enorme importancia de las medidas de control de las sustancias radioactivas, que la enmienda a la convención que entra en vigor el 8 de mayo reforzará a nivel internacional.”
Tras la reciente entrada en vigor de la directiva de la Convención de la Protección Física del Material Nuclear, el experto del OIET Juan Avilés, doctor en Historia y director del Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, analiza en la web del Observatorio de Estudios Internacionales sobre Terrorismo el fenómeno de la amenaza nuclear y alerta del empleo de una "bomba sucia" por parte de organizaciones terroristas.
En su texto, el profesor Juan Avilés recuerda que, el pasado mes de noviembre, se encontró en el registro de una guarida del Daesh un video, supuestamente grabado por los hermanos El Bakraoui, dos de los terroristas suicidas del 22 de marzo en Bruselas, en el que se seguían los pasos del director del Centro de Estudios Nucleares de Bélgica. “E inmediatamente después de los atentados fueron suspendidos de empleo cuatro trabajadores de la central nuclear belga de Tihange, lo que puso de relieve el temor a complicidades en el interior de instalaciones nucleares. De ello hay un claro precedente en Bélgica, donde el 4 de agosto de 2014 un reactor de la central de Doel sufrió daños graves por un sabotaje interno, cuyos autores no fueron identificados”.
En este sentido, este experto recalca la importancia que tiene el hecho de que el pasado 8 de mayo entrase en vigor una enmienda que amplía considerablemente el alcance de la Convención para la Protección Física del Material Nuclear de 1997, que han suscrito 152 estados. “Dicha convención imponía rigurosas medidas de seguridad en el transporte internacional de material radioactivo, pero la enmienda extiende las obligaciones de los estados firmantes a la seguridad en el almacenamiento y transporte del material radioactivo en el interior de sus territorios nacionales, e impone una amplia serie de medidas para incrementar la seguridad. Cabe recordar que la enmienda se pactó en 2005 pero que su entrada en vigor ha exigido su ratificación por dos tercios de los estados firmantes de la convención, objetivo que sólo se ha logrado hace un mes cuando la ratificó Nicaragua”.
Ahora bien, ¿cómo podría materializarse la amenaza terrorista nuclear? En primer lugar, escribe Juan Avilés, cabe descartar que un grupo terrorista pueda detonar un arma nuclear propiamente dicha, ya que ni es verosímil que pudiera disponer de la capacidad científica y tecnológica necesaria para producirla, ni que pudiera robarla a un Estado (están enormemente protegidas y además los terroristas necesitarían conseguir también los ultra secretos códigos de activación) ni que Estado alguno estuviera dispuesto a proporcionársela a un grupo que no estuviera completamente bajo su control (en cuyo caso, de producirse un atentado, ese Estado se expondría a represalias devastadoras). “La segunda posibilidad, que sería la fabricación de un artefacto nuclear improvisado, capaz de provocar la fisión nuclear pero con menor capacidad que las armas nucleares de los estados, es casi igualmente inverosímil, entre otras cosas por la dificultad de adquirir, mediante compra o robo, uranio altamente enriquecido (cuya producción directa por un grupo terrorista no es factible)".
“Podemos pues descartar la amenaza de una explosión nuclear terrorista, pero queda otra posibilidad, la dispersión de material radiológico. Ello podría lograrse mediante un ataque a una central nuclear que provocara un accidente del tipo del ocurrido hace ahora veinte años en Chernobyl, pero las medidas de protección física e informática de las centrales lo hacen extremadamente difícil, incluso contando con complicidades internas. Una posibilidad sería estrellar un avión de gran tamaño contra una central, en una versión nuclear de los atentados del 11S, pero aun así es dudoso que se produjera un efecto Chernobyl”.
Avilés conluye señalando que lo que más preocupa a los expertos es la dispersión de otras sustancias radioactivas distintas al plutonio y el uranio de las armas nucleares de fisión, sustancias que por ser utilizadas en muchos procesos científicos, médicos e industriales son mucho más susceptibles de adquisición por un grupo terrorista. “En concreto, el peligro más grave vendría del empleo de una “bomba sucia”, es decir un artefacto que difundiría una sustancia radioactiva en la atmósfera mediante la detonación de un explosivo convencional, un tipo de atentado que, aunque sus efectos en términos de mortalidad fueran limitados, podría tener unos devastadores efectos psicológicos, y por tanto económicos y políticos. De ahí la enorme importancia de las medidas de control de las sustancias radioactivas, que la enmienda a la convención que entra en vigor el 8 de mayo reforzará a nivel internacional.”