Martes, 16 de Septiembre de 2025

Actualizada Martes, 16 de Septiembre de 2025 a las 08:26:21 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 23 de Mayo de 2016 Tiempo de lectura:

Deuda impagable

Perdónenme por mi postura insociable, o, más bien diría yo, disociable, pero las cosas, pienso, hay que decirlas con honestidad y sin tapujos, sin falsas hipocresías.

 

Pienso, que, en general, estamos en una sociedad idiotizada y esclerotizada mentalmente. Es del género imbécil plantear el uso de una bandera en una confrontación de fútbol, con un  fin, objeto o sentido  de independencia para Cataluña, como un problema de Estado, cuando lo que acucia a la gente es otro tipo de preocupaciones. Sin duda, la Delegada del Gobierno de Madrid tiene razón. Y  el juez también. Esa bandera no busca la confraternización deportiva entre dos equipos de fútbol, sino el enfrentamiento político, la confrontación pura y dura con el sentimiento español, la provocación, el insulto a quienes queremos Cataluña en España porque es española y lo ha sido siempre. Yo no soy futbolero, más bien me aburre querer encontrar en las tardes de domingo una emisora que tenga un programa cultural o algo digno de ser escuchado y no poder sintonizar nada que no sea fútbol. Pero el hecho de que este deporte se utilice como ariete político me produce nausea.

 

El juez, desde el plano de su profesión, tiene  la obligación de salvaguardar la libre expresión garantizada por una Constitución en estado de derribo. Pero si antes, durante, o posteriormente a la celebración del partido de la Copa del Rey se produce algún incidente con consecuencias luctuosas, alguien tendrá la responsabilidad moral y ese no será ni la Delegación del Gobierno, ni el juez, sino quienes han dado alas y auspiciado la conversión de una liza deportiva en un enfrentamiento político. En el  momento que escribo este artículo aún no ha comenzado el partido.

 

Decía, no obstante, que es triste que este asunto de tan escasa enjundia intelectiva se lleve la principal atención de escribidores de prensa, tertulianos y público en general, y no una noticia que ha saltado a las páginas de economía. Ya se sabe que esta parte de los periódicos es la menos leída debido a la baja formación financiera de la mayoría de la sociedad, más teniendo en cuenta la escasa proporción de lectores habituales de la prensa.

 

Se trata de que la deuda del Estado es la mayor en 107 años, superando ya el PIB de nuestro país, que es tanto como decir que debemos más de lo que tenemos. Eso para una familia supondría quedarse literalmente en la calle y para una empresa la suspensión de pagos. Pero un gobierno frívolo de un Estado desestatalizado se permite el sofisma de la excusa baladí de que están los tipos de interés bajos y ello le da píe para subir el listón del endeudamiento; y que el crecimiento de la economía ayudará a revertir ese proceso imparable. Como dice Aznar, ese planteamiento de pan para hoy y hambre para mañana es una trampa mortal para nuestro futuro, sobre todo teniendo en cuenta que más pronto que tarde Estados Unidos nos arrastrará en la tendencia de subida de tipos, y, entonces no podremos subvenir a cubrir el pago ni de los intereses crediticios, y mucho menos del principal. Es decir, que dejaremos a nuestros nietos un país en quiebra que serán incapaces de abordar, puesto que el sistema habrá llegado al concurso de acreedores. La seguridad social se habrá volatilizado y el sistema en su conjunto será incapaz de hacer frente a sus obligaciones presupuestarias y al mantenimiento de los servicios esenciales. Véase Grecia.

 

Me repugna que la política sea el arte de lo posible. Ese pragmatismo de miras cortoplacistas es de una inmoralidad que conturba cualquier conciencia que tenga algún atisbo  altruista. La política debe ser, por el contrario, un compromiso moral con las futuras generaciones. Yo no me resigno a dejar a mis nietos un país inhabitable, descompuesto, sin derechos y libertades esenciales, sin la capacidad de abordar los servicios más elementales, infantilizado, tercermundista, empobrecido en sus esencias. Es una responsabilidad ética la que tenemos las actuales generaciones que soportamos esta democracia degradada con las futuras.

 

Yo denuncio la impasibilidad, el oportunismo cretinoide, la demagogia que nos lleva indefectiblemente a una situación inviable, que se puede cargar la propia cohesión y supervivencia de la Unión Europea, pues no creo que nuestros socios estén dispuestos a confraternizar con esta degradación de las cuentas públicas y las constantes trampas para sortear los incumplimientos de eso que se llama rimbombantemente los “objetivos del déficit”, como si el déficit fuera objeto de plantearse objetivos y no ser reducido a su mínima expresión. España no es Grecia ni por tamaño ni por demografía, y sería imposible una Unión Europea tal como la entendemos hoy con una España en situación de impago en un próximo futuro. No podemos estar eternamente viviendo del subsidio.

 

Un dato: en los años sesenta del pasado siglo, España no superaba el 15% de deuda sobre el PIB, y ahora hemos desbordado al propio Producto Interior Bruto. Se puede argumentar que el peso del Estado en aquellos tiempos era muy inferior, vale, pero quiero recordar que solamente habían transcurrido veinte años desde la finalización de la Guerra Civil, y las tasas de crecimiento económico eran apabullantes. Quien lo niegue, miente.

 

 

No puede ser que todos, sobre todo las Comunidades Autónomas, miren para otro lado ante este hecho de Estado. Es como si el pasaje de un barco que se hunde se esmerara en preservar su camarote, sin tener en cuenta que éste también va a ser engullido por el agua en cuanto se vaya a pique. Esto debe ser una responsabilidad colectiva. Y no se puede seguir con esta inconsciencia.

 

Lo que ocurre es que tenemos la peor clase política de lo que llevamos de democracia, unos políticos lastrados por la endogamia, el populismo, la demagogia, la picaresca y la corrupción política que es peor que la económica, y que solamente mira por sus intereses de seducir a una clientela incapaz de mirar algo con más altura que sus propios zapatos. Y así nos vamos todos al infierno.

 


 

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.