No hay democracia, sólo guiñol
“Annuit Coeptis, Novus Ordo Seclorum”. Esa era y es la pretensión: “Dios bendice el nuevo orden de los siglos que hemos iniciado”. Ahí se plasma por escrito en forma de Gran Sello la “garantía” moral autoproclamada por una secta para acabar con el verdadero “Ordo Seclorum” decretado por la divinidad y defendido hasta entonces por las grandes religiones y la aristocracia del mundo. Esta secta no tenía ningún talento especial para las artes, ni para las humanidades, tampoco para la política, la economía, o las ciencias. Ni siquiera eran guerreros. Pero tenían un conocimiento ancestral de las artes del encantamiento y de la alquimia: transformar plomo en oro o, en su defecto, hacer a todos creer que el plomo valía como el oro. Son unos sacerdotes esotéricos, cabalísticos, y por eso les gusta rodearse de simbología mágica inaccesible a los no iniciados. Lo hacen con tal descaro e impunidad porque son los amos del mundo y tienen un guiñol político que manejan habilidosos y que nos distrae cada cierto tiempo haciéndonos creer que somos dueños de nuestro propio destino.
La base de la alquimia es crear riqueza de la nada. Algo claramente perverso ya que no se corresponde con las realidades físicas. Sólo podemos transformar el papel en oro por medio de una ilusión, un encantamiento al que someten a una masa analfabeta de borregos adocenados que cada día son más pobres e ignorantes para que ellos adquieran más y más riqueza; más y más poder.
Pero se cuidan mucho de que la masa se rinda y caiga en el peligroso nihilismo. Para ello la antigua fórmula de la guerra y la democracia siempre funciona. La guerra para cerrar filas y vitalizar el negocio. La democracia para conservar la ilusión de soberanía.
Pero con tanta opulencia han descuidado un poco sus oficios y a veces su sistema enseña descosidos, pequeñas anomalías que dejan entrever lo que hay detrás de las bambalinas. No son buenos para La Secta algunos escenarios violentos que pueden descontrolarse. Por ejemplo, la marea de refugiados que han ocasionado sus guerras. Tampoco el creciente euroescepticismo o la incipiente animadversión popular a los banqueros. El enfriamiento democrático español por la repetición de elecciones no es positivo ya que repetir una y otra vez los mismos mensajes vacíos de contenido político real puede acabar por despertar a la masa de su encantamiento y hacerles pasar a la acción. Para que el guiñol político funcione las historietas que cuentan han de renovarse de vez en cuando y, en el caso español, empiezan a aburrir hasta los más cándidos. Ya no dan ganas ni de abstenerse, lo que dan ganas es de renunciar a la nacionalidad o de que resucite Rodrigo Díaz de Vivar.
La publicidad del guiñol político en televisión es peor, mucho peor, que la del detergente más chusquero de los años sesenta. Los debates, si es que se debate algo, tienen menos interés y trascendencia que las discusiones de un patio de colegio. Los candidatos… ¿Alguien en su sano juicio confiaría sus ahorros o sus negocios a alguno de ellos? Pues teóricamente les vamos a entregar la nación. Es para no poder dormir tranquilo y, sin embargo, todos sabemos que da lo mismo, que el país continuará funcionando más o menos mal pacten lo que pacten y sea presidente el que sea. Somos cómplices del engaño y hasta cierto punto nos sentimos cómodos en el engaño. El engaño forma parte de nuestra zona de confort.
Sea como fuere: vulgo contento, beneficio en aumento.
“Annuit Coeptis, Novus Ordo Seclorum”. Esa era y es la pretensión: “Dios bendice el nuevo orden de los siglos que hemos iniciado”. Ahí se plasma por escrito en forma de Gran Sello la “garantía” moral autoproclamada por una secta para acabar con el verdadero “Ordo Seclorum” decretado por la divinidad y defendido hasta entonces por las grandes religiones y la aristocracia del mundo. Esta secta no tenía ningún talento especial para las artes, ni para las humanidades, tampoco para la política, la economía, o las ciencias. Ni siquiera eran guerreros. Pero tenían un conocimiento ancestral de las artes del encantamiento y de la alquimia: transformar plomo en oro o, en su defecto, hacer a todos creer que el plomo valía como el oro. Son unos sacerdotes esotéricos, cabalísticos, y por eso les gusta rodearse de simbología mágica inaccesible a los no iniciados. Lo hacen con tal descaro e impunidad porque son los amos del mundo y tienen un guiñol político que manejan habilidosos y que nos distrae cada cierto tiempo haciéndonos creer que somos dueños de nuestro propio destino.
La base de la alquimia es crear riqueza de la nada. Algo claramente perverso ya que no se corresponde con las realidades físicas. Sólo podemos transformar el papel en oro por medio de una ilusión, un encantamiento al que someten a una masa analfabeta de borregos adocenados que cada día son más pobres e ignorantes para que ellos adquieran más y más riqueza; más y más poder.
Pero se cuidan mucho de que la masa se rinda y caiga en el peligroso nihilismo. Para ello la antigua fórmula de la guerra y la democracia siempre funciona. La guerra para cerrar filas y vitalizar el negocio. La democracia para conservar la ilusión de soberanía.
Pero con tanta opulencia han descuidado un poco sus oficios y a veces su sistema enseña descosidos, pequeñas anomalías que dejan entrever lo que hay detrás de las bambalinas. No son buenos para La Secta algunos escenarios violentos que pueden descontrolarse. Por ejemplo, la marea de refugiados que han ocasionado sus guerras. Tampoco el creciente euroescepticismo o la incipiente animadversión popular a los banqueros. El enfriamiento democrático español por la repetición de elecciones no es positivo ya que repetir una y otra vez los mismos mensajes vacíos de contenido político real puede acabar por despertar a la masa de su encantamiento y hacerles pasar a la acción. Para que el guiñol político funcione las historietas que cuentan han de renovarse de vez en cuando y, en el caso español, empiezan a aburrir hasta los más cándidos. Ya no dan ganas ni de abstenerse, lo que dan ganas es de renunciar a la nacionalidad o de que resucite Rodrigo Díaz de Vivar.
La publicidad del guiñol político en televisión es peor, mucho peor, que la del detergente más chusquero de los años sesenta. Los debates, si es que se debate algo, tienen menos interés y trascendencia que las discusiones de un patio de colegio. Los candidatos… ¿Alguien en su sano juicio confiaría sus ahorros o sus negocios a alguno de ellos? Pues teóricamente les vamos a entregar la nación. Es para no poder dormir tranquilo y, sin embargo, todos sabemos que da lo mismo, que el país continuará funcionando más o menos mal pacten lo que pacten y sea presidente el que sea. Somos cómplices del engaño y hasta cierto punto nos sentimos cómodos en el engaño. El engaño forma parte de nuestra zona de confort.
Sea como fuere: vulgo contento, beneficio en aumento.











