Sánchez o el legado de Zapatero
Es tragicómico cómo alaba Iglesias a Zapatero. Yo que Zapatero me escondería bajo la mesa cada vez que Iglesias le pone como modelo. Es para pensar. Yo me plantearía sobre qué es lo que habría hecho tan mal para que un procomunista que tiene como referencias Venezuela y Grecia considere la gestión realizada y el modelo político puesto en activo por mí como ejemplos a seguir. Es la prueba del algodón de lo inane y escatológico del paso de Zapatero por la reciente política española, de la que surgió el desmoronamiento del sistema constitucional, la bancarrota del entramado económico, el regreso a las dos Españas, el guerracivilismo y la superficialidad doctrinal y política, germen del populismo.
Pero Sánchez no lo está haciendo mejor. Ha llevado a su partido a mínimos electorales nunca conocidos desde la Transición. Ha logrado que Podemos supere en intención de voto al Partido Socialista. Nos ha llevado a unas segundas elecciones que no van a resolver nada sino más bien agravar la situación anterior, de las primeras, sin visos de solución de un pacto racional de legislatura que impida el llamado “sorpasso” de los populistas procomunistas; que posibilite salir del agujero de la insolvencia política e incapacidad para dar respuesta a los principales problemas que tiene el país; que recupere los parámetros de las garantías constitucionales y de la igualdad de todos los españoles ante la ley; que permita establecer mecanismos de control del déficit fiscal de las comunidades autónomas; que contemple acciones de Estado para obligar al cumplimiento de la legislación a los separatistas periféricos, etc. Ninguno de los problemas estructurales ha sido contemplado por el líder socialista. Es como si todo su fundamento estratégico se basara en el derrumbe de Rajoy sin proponer nada a cambio, ni ninguna idea constructiva para solventar la situación de inestabilidad territorial, política, social, económica y del régimen de derechos y libertades.
Imaginemos que tras las primeras elecciones generales de diciembre el comportamiento de Sánchez hubiera sido diametralmente distinto. Es decir que hubiera dado su apoyo programático a Rajoy para que gobernara la candidatura más votada. Que hubiera condicionado ese apoyo a un programa minucioso de lucha contra la corrupción, de contención del gasto público para poder nutrir el fondo de pensiones de la Seguridad Social en perspectiva de insolvencia, de reducción del aparato del Estado por la megalomanía de los caciques territoriales que lo hacen crecer de forma ilimitada para dar alimento al voto cautivo, de reformas constitucionales para fijar la distribución de competencias entre las comunidades autónomas y el Estado de forma clara e inequívoca y así contener la ilimitada tendencia a crear miniestados independientes dentro del Estado, repitiendo la España de los Taifas, etc. Un plan de financiación de la Innovación tecnológica, la investigación científica, y el desarrollo del tejido productivo potenciando la industria, para que España no sea un monocultivo del turismo. Un Pacto educativo para establecer las bases de una nueva ley educativa que tenga como parámetros la calidad por encima de la igualdad y el aprendizaje del castellano culto más una lengua extranjera con preferencia a las lenguas autóctonas. Y así un largo etc.
Todo ello con un calendario de aplicación que obligara a un seguimiento y evaluación de los logros. Seguramente Sánchez habría salido prestigiado como hombre de Estado, su partido hubiera recuperado su prestigio como elemento imprescindible para pivotar el sistema constitucional, político e institucional, y Podemos hubiera quedado como opción rupturista y por tanto irrelevante para la vertebración política española. Hubiera logrado recuperar con su prestigio muchos enteros en la credibilidad del sistema político español ante la esfera internacional y habría dado solidez y coherencia a la nueva legislatura, para bien de toda la ciudadanía española.
Ello no ha ocurrido así, y nos vemos abocados a unas nuevas elecciones que lejos de resolver algo agravan aún más la desvertebración política y la inviabilidad de la gobernación de este país, llevándonos a los españoles al píe de los caballos.
Zapatero e Iglesias son una lacra que vamos a pagar muy cara, si no se remedia este tipo de cosas tras las elecciones de este domingo.
De la incapacidad de los actuales candidatos para articular un repertorio de soluciones para el País da sobrada muestra el debate a cuatro celebrado hace una semana. Todos desplegaron un abanico de argumentos para descalificar a los contrarios pero no dieron ni una sola idea programática ni formularon una sola solución a los problemas que tenemos los españoles. No hubo ni un planteamiento doctrinal ni un proyecto de acciones para la próxima legislatura. El populismo, la sofística y la demagogia han calado, por desgracia, en todo el espectro de los partidos, incluido, desgraciadamente, el PP, que está como enclaustrado, abigarrado, agarrotado por “el todos contra Rajoy” que tan negativo es para el país pues no permite vislumbrar ningún horizonte en positivo.
Tras las elecciones de este próximo domingo debe surgir un nuevo escenario de responsabilidades colectivas que obliguen a los partidos a ponerse de acuerdo por encima de ideologías o fundamentos doctrinales para el bien común y para posibilitar una solución de gobierno para la próxima legislatura. No es tampoco de recibo que se diga, como se está afirmando, que de dar con una solución para permitir al PP gobernar sería una legislatura corta de menos de dos años bajo el signo de la inestabilidad. Eso no es una solución. Eso es un parche y prolongar la agonía.
Cíclicamente volvemos al síndrome de Tánatos y acude al imaginario colectivo la idea de la destrucción y el enfrentamiento. Y así no se construye nada.
Es tragicómico cómo alaba Iglesias a Zapatero. Yo que Zapatero me escondería bajo la mesa cada vez que Iglesias le pone como modelo. Es para pensar. Yo me plantearía sobre qué es lo que habría hecho tan mal para que un procomunista que tiene como referencias Venezuela y Grecia considere la gestión realizada y el modelo político puesto en activo por mí como ejemplos a seguir. Es la prueba del algodón de lo inane y escatológico del paso de Zapatero por la reciente política española, de la que surgió el desmoronamiento del sistema constitucional, la bancarrota del entramado económico, el regreso a las dos Españas, el guerracivilismo y la superficialidad doctrinal y política, germen del populismo.
Pero Sánchez no lo está haciendo mejor. Ha llevado a su partido a mínimos electorales nunca conocidos desde la Transición. Ha logrado que Podemos supere en intención de voto al Partido Socialista. Nos ha llevado a unas segundas elecciones que no van a resolver nada sino más bien agravar la situación anterior, de las primeras, sin visos de solución de un pacto racional de legislatura que impida el llamado “sorpasso” de los populistas procomunistas; que posibilite salir del agujero de la insolvencia política e incapacidad para dar respuesta a los principales problemas que tiene el país; que recupere los parámetros de las garantías constitucionales y de la igualdad de todos los españoles ante la ley; que permita establecer mecanismos de control del déficit fiscal de las comunidades autónomas; que contemple acciones de Estado para obligar al cumplimiento de la legislación a los separatistas periféricos, etc. Ninguno de los problemas estructurales ha sido contemplado por el líder socialista. Es como si todo su fundamento estratégico se basara en el derrumbe de Rajoy sin proponer nada a cambio, ni ninguna idea constructiva para solventar la situación de inestabilidad territorial, política, social, económica y del régimen de derechos y libertades.
Imaginemos que tras las primeras elecciones generales de diciembre el comportamiento de Sánchez hubiera sido diametralmente distinto. Es decir que hubiera dado su apoyo programático a Rajoy para que gobernara la candidatura más votada. Que hubiera condicionado ese apoyo a un programa minucioso de lucha contra la corrupción, de contención del gasto público para poder nutrir el fondo de pensiones de la Seguridad Social en perspectiva de insolvencia, de reducción del aparato del Estado por la megalomanía de los caciques territoriales que lo hacen crecer de forma ilimitada para dar alimento al voto cautivo, de reformas constitucionales para fijar la distribución de competencias entre las comunidades autónomas y el Estado de forma clara e inequívoca y así contener la ilimitada tendencia a crear miniestados independientes dentro del Estado, repitiendo la España de los Taifas, etc. Un plan de financiación de la Innovación tecnológica, la investigación científica, y el desarrollo del tejido productivo potenciando la industria, para que España no sea un monocultivo del turismo. Un Pacto educativo para establecer las bases de una nueva ley educativa que tenga como parámetros la calidad por encima de la igualdad y el aprendizaje del castellano culto más una lengua extranjera con preferencia a las lenguas autóctonas. Y así un largo etc.
Todo ello con un calendario de aplicación que obligara a un seguimiento y evaluación de los logros. Seguramente Sánchez habría salido prestigiado como hombre de Estado, su partido hubiera recuperado su prestigio como elemento imprescindible para pivotar el sistema constitucional, político e institucional, y Podemos hubiera quedado como opción rupturista y por tanto irrelevante para la vertebración política española. Hubiera logrado recuperar con su prestigio muchos enteros en la credibilidad del sistema político español ante la esfera internacional y habría dado solidez y coherencia a la nueva legislatura, para bien de toda la ciudadanía española.
Ello no ha ocurrido así, y nos vemos abocados a unas nuevas elecciones que lejos de resolver algo agravan aún más la desvertebración política y la inviabilidad de la gobernación de este país, llevándonos a los españoles al píe de los caballos.
Zapatero e Iglesias son una lacra que vamos a pagar muy cara, si no se remedia este tipo de cosas tras las elecciones de este domingo.
De la incapacidad de los actuales candidatos para articular un repertorio de soluciones para el País da sobrada muestra el debate a cuatro celebrado hace una semana. Todos desplegaron un abanico de argumentos para descalificar a los contrarios pero no dieron ni una sola idea programática ni formularon una sola solución a los problemas que tenemos los españoles. No hubo ni un planteamiento doctrinal ni un proyecto de acciones para la próxima legislatura. El populismo, la sofística y la demagogia han calado, por desgracia, en todo el espectro de los partidos, incluido, desgraciadamente, el PP, que está como enclaustrado, abigarrado, agarrotado por “el todos contra Rajoy” que tan negativo es para el país pues no permite vislumbrar ningún horizonte en positivo.
Tras las elecciones de este próximo domingo debe surgir un nuevo escenario de responsabilidades colectivas que obliguen a los partidos a ponerse de acuerdo por encima de ideologías o fundamentos doctrinales para el bien común y para posibilitar una solución de gobierno para la próxima legislatura. No es tampoco de recibo que se diga, como se está afirmando, que de dar con una solución para permitir al PP gobernar sería una legislatura corta de menos de dos años bajo el signo de la inestabilidad. Eso no es una solución. Eso es un parche y prolongar la agonía.
Cíclicamente volvemos al síndrome de Tánatos y acude al imaginario colectivo la idea de la destrucción y el enfrentamiento. Y así no se construye nada.