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Javier Salaberria
Miércoles, 17 de Agosto de 2016 Tiempo de lectura:

La monarquía “nini”

[Img #9461]Los romanos tenían clara la distinción entre auctoritas y potestas. La  auctoritas era una forma de legitimación social que procedía del saber, de la valía, una capacidad moral para emitir opiniones cualificadas que eran valoradas por la comunidad. Aunque legalmente carecía de valor vinculante, su fuerza moral era innegable. Es lo que nosotros llamaríamos “autoridad moral”.

 

La potestas, por el contrario, hacía referencia a la capacidad legal para tomar decisiones, al mando, al liderazgo y al poder ejecutivo. En suma, poder puro y duro.

 

También tenían claro que el buen gobernante debía tratar de aunar ambas.

 

Para tener un relaciones públicas cuya misión es invitar a tomar café con pastas a los políticos y empresarios del país, pasar revista a las tropas y representar a España en algunos escenarios internacionales, especialmente deportivos, no se necesita proveerlo ni de auctoritas ni de potestas sino de un buen montón de euros y unos cuantos palacios con jardines y vistas al mar.

 

Este sería un buen momento político para ver lo que los españoles nos perdemos por no tener un “soberano” en la jefatura del estado, bien sea rey o presidente de la república.

 

Lo que tenemos es una reliquia que no sirve para hacer milagros sino de puro adorno simbólico. Un adorno carísimo, bello, pero que nos quita mucho espacio en el salón de casa para otras actividades más prácticas.

 

Imaginen, es fácil si lo intentan, que el rey o reina de España conservara algunos poderes, algo de esa auctoritas y potestas de los romanos, o de los presidentes de cualquier república. No creo que por eso perdiera imparcialidad o nos arriesgáramos a que sacara los carros de asalto a las calles, disolviera las comunidades autónomas y quisiera recuperar el Sahara declarando la guerra a Marruecos al grito de “Santiago y cierra España”.

 

Teniendo en cuenta lo que invertimos en mantener la monarquía, no estaría mal que nos sirviera para algo más que para decorar el salón del trono.

 

Imaginen que en vez de recibir con una sonrisita fingida y de circunstancias a los líderes de los partidos políticos, los recibiera con la cara de pocos amigos que los recibiría cualquier director de empresa o cualquier ciudadano medio de este país, y les conminara a llegar a un acuerdo en el plazo de 48 horas. De lo contrario él, “el Rey de los españoles”, formaría un gobierno provisional con sus soberanos designios, formado o bien de prohombres,  o bien de políticos elegidos de entre los principales partidos. Medida que sería provisional hasta que dicho acuerdo fuera posible. Y si en el plazo de un año no se llegara a un acuerdo, disolvería las cortes y convocaría nuevas elecciones, pero eso sí, sabiendo a lo que se exponen si de nuevo no forman gobierno: el gobierno lo decidirá el rey, que para eso reina y es árbitro, aunque sea compartiendo soberanía con el pueblo español y sus distintas sensibilidades nacionales.

 

Si un rey no reina: ¿Que leñes hace? Es un rey “nini”: ni manda, ni deja que otro mande.

 

Hay una cosa clara, es mejor un mal gobierno que un desgobierno.

 

Pregúnteselo a los sirios, iraquíes, libios y egipcios…entre otros…

 

Esperemos que los españoles no seamos los siguientes de la lista. Cuesta creer que un país así no haya desaparecido antes. Como cuesta creer que el Imperio Español durara tanto con el panorama de reyes corruptos, minusválidos, locos y tontos que hemos tenido. Esperemos también que no sea el caso del actual.

 

El estado de la nación es el fruto de nuestros miedos y complejos. No podemos echar toda la culpa a los políticos. Tenemos miedo de que alguien pueda acumular poder, y por eso, en vez de a un tirano alimentamos a cientos de ellos. No es una buena idea. No responde a los retos que debemos afrontar como nación. Somos incapaces de confiar en nosotros mismos y nos ponemos tantos mecanismos de seguridad que su peso nos impide avanzar. Mientras, las naciones de alrededor se transforman y evolucionan a la velocidad del rayo.

 

Del mismo modo que no podemos dejar el futuro de la tauromaquia en manos de consultas populistas o en manos del inmovilismo más reaccionario –incapaz de evolucionar hacia un arte sin maltrato animal, más acorde con los tiempos-, no podemos dejar a la monarquía en este estado de inoperancia e impotencia absoluto, sólo por miedo a que se nos desmadre.

 

"Locura es pretender conseguir un resultado distinto haciendo las mismas cosas una y otra vez" -Albert Einstein-.

 

Arriesguemos, hagamos algo distinto: confiemos los unos en los otros y, para variar, pensemos en perspectiva, con imaginación y valentía, aprendiendo de los errores del pasado pero no paralizados por su recuerdo.

 


 

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