Según un completo estudio del profesor Manuel Montero
El nacionalismo prima en todos los ámbitos a las personas con apellidos vascos
El profesor e investigador Manuel Montero ha publicado en la revista “Sancho el Sabio” una compleja y detallada investigación sobre la “Etnicidad e identidad en el nacionalismo vasco” que demuestra, por primera vez, “cómo los representantes de los nacionalistas vascos en los ayuntamientos, parlamentos o gobierno presentan una peculiaridad”: las personas con apellidos vascos tienen una presencia mayor que en el resto de la sociedad.
El estudio de Manuel Montero analiza la estructura demográfica del País Vasco según los grupos de apellidos y la compara con la que, desde ese punto de vista, presentan las representaciones políticas.
“En todos los ámbitos el nacionalismo prima a las personas con apellidos vascos y en particular a quienes tienen los dos de este tipo”, explica Montero, que añade que este principio no tiene excepciones. “Se produce en todas las poblaciones y niveles políticos. Lo encontramos en los puestos de gestión y en las representaciones en los órganos legislativos. Está también presente en los municipios, en las distintas circunstancias que pueden distinguirse. En las localidades donde tienen primacía los apellidos autóctonos –el modelo ascendente–, éstos copan las candidaturas nacionalistas, con una presencia muy escasa, incluso marginal, de los que carecen de ellos”.
El trabajo “Etnicidad e identidad en el nacionalismo vasco” demuestra que “el nacionalismo, hasta la fecha, no ha integrado a la población sin apellidos vascos de forma estadísticamente normalizada. En todos los casos presenta un sesgo que lo distancia de la estructura general que a este respecto presenta la población. Tiene importancia la cuestión, pues este peculiar etnicismo sobrevalora una parte de la sociedad y relega otra”.
Manuel Montero explica cómo la contundencia y la repetición de los resultados obtenidos en su investigación sugieren que las candidaturas locales representan la composición interna del nacionalismo. Y éstas ofrecen una imagen muy nítida. “Lo componen fundamentalmente personas asociadas a la procedencia autóctona, con un peso muy alto –si se compara con el conjunto de la población– de la principal representación simbólica de la autenticidad, los dos apellidos vascos. Esta circunstancia proporciona un concepto nacionalista del pueblo vasco que no sólo privilegia a las personas con algún apellido autóctono, sino que lo identifica sobre todo con quienes poseen los dos. En casi todos los ámbitos tienen éstos la primacía entre los tres grupos considerados. Con las principales excepciones de la margen izquierda, Bilbao y Vitoria, es el grupo mayoritario en las candidaturas nacionalistas”.
El estudio explica que, en los principales cargos nacionalistas –Juntas, Parlamento, órganos de gestión– se acentúan los rasgos etnicistas, si se comparan con las candidaturas locales. “Su estructura –primacía neta de los dos apellidos vascos y muy baja presencia de los dos castellanos– se asemeja a la del modelo cóncavo, en el que el nacionalismo resuelve la tensión entre dos grupos equiparables, a los que siente antagónicos, con la hegemonía de los apellidos locales (…) Incluso en las grandes ciudades el nacionalismo se articula en grupos de referencia étnica, que tienen así un perfil muy distinto a su entorno”.
Por eso, explica Manuel Montero en su texto, la argumentación identitaria de tipo cultural que utiliza el mundo nacionalista aparece como una mera justificación ideológica que evita las nociones étnicas, hoy desprestigiadas. “Además, proporciona un discurso de acogida a personas de otras procedencias, que tendrían limitada la adhesión si se desarrollase un planteamiento etnicista. Este argumentario cultural crea la noción de un pueblo abierto, de resonancias democráticas, pero a partir de los datos analizados no tiene consecuencias relevantes en la conformación del nacionalismo ni en la selección de sus principales cargos políticos. Éstos, ante todo, son entendibles a partir de las nociones etnicistas”.
Para Montero, según la actual composición del mundo nacionalista, han fracasado el discurso identitario y el proceso de nacionalización vía cambios educativos, al menos de momento. “El nacionalismo se reconoce sobre todo en criterios selectivos de resonancia étnica y no de otro tipo; y si aplica otros esquemas, los resultados no presentan diferencias sustanciales. No ha acogido a otras procedencias en un número relevante. El nacionalismo cuenta básicamente con grupos de apellidos vascos, con presencia secundaria de los de otros orígenes. En esto coinciden el nacionalismo moderado y el radical. Ambos proceden de los mismos ámbitos etnicistas”.
“En sus listas políticas, el nacionalismo aparece como la representación política de una comunidad que se reconoce sobre todo por su origen autóctono, con la integración minoritaria y secundaria de sectores de otras procedencias. Pese a las diferencias políticas entre la versión radical y moderada del nacionalismo, se impone la imagen de que comparten un origen similar. Posiblemente, la fuerza del nacionalismo vasco radica en buena medida en sus rasgos etnicistas, que proporciona mayor capacidad de cohesión que los esquemas culturales o las doctrinas ideológicas e identitarias, que no son aprehensibles de forma tan inmediata e intuitiva. Además, los rasgos etinicistas facilitan la afirmación de lo nuestro y lo ajeno, nociones fundamentales en un movimiento de este tipo. Crean vínculos de solidaridad prepolíticos, con capacidad de actuar políticamente. Favorecen adhesiones que no requieren un discurso ideológico complejo, así como solidaridades internas ante supuestas agresiones a una comunidad enlazada imaginariamente por lazos de sangre”.
Pero, según el profesor Montero, esta apuesta del nacionalismo vasco por el etnicismo, también le generará problemas. “En tanto mantenga sus rasgos etnicistas, su capacidad de crecimiento queda también limitada, sobre todo si –lo sugieren los datos– en los casos de tensiones identitarias se construye como un ámbito cerrado para gentes de otras procedencias. Además, la vinculación afectiva a entornos tradicionales con preferencia a la hibridación urbana crea también un ámbito imaginario de rasgos peculiares, a largo plazo de difícil encaje en la sociedad crecientemente urbanizada”.
“En suma, la imagen actual del nacionalismo, en función de su composición interna, sugiere fortaleza, pero también rémoras en su capacidad de desarrollo. Queda abocado a la tensión con otros sectores que quedan fuera de la filiación autóctona. Esta tensión no podría resolverse por su expansión hacia ámbitos que sigue identificando como foráneos y a los que, por lo que se ve, acoge de forma renuente, sin que ponga en cuestión las primacías históricas. Todo quedaría en manos de la eventual debilidad del adversario y de la fortaleza propia, en antagonismos anclados en un equilibrio de fuerzas estable, sin evolución posible”.
“En el nacionalismo hay un debate implícito –y silenciado– entre etnicidad e identidad. Lo ha resuelto a favor de lo primero. El discurso identitario, que se expone de forma radical, no ha tenido hasta la fecha capacidad de atracción, si es lo que pretende su enunciado. Persiste una contundente correlación entre el nacionalismo y la evocación étnica”.
El profesor e investigador Manuel Montero ha publicado en la revista “Sancho el Sabio” una compleja y detallada investigación sobre la “Etnicidad e identidad en el nacionalismo vasco” que demuestra, por primera vez, “cómo los representantes de los nacionalistas vascos en los ayuntamientos, parlamentos o gobierno presentan una peculiaridad”: las personas con apellidos vascos tienen una presencia mayor que en el resto de la sociedad.
El estudio de Manuel Montero analiza la estructura demográfica del País Vasco según los grupos de apellidos y la compara con la que, desde ese punto de vista, presentan las representaciones políticas.
“En todos los ámbitos el nacionalismo prima a las personas con apellidos vascos y en particular a quienes tienen los dos de este tipo”, explica Montero, que añade que este principio no tiene excepciones. “Se produce en todas las poblaciones y niveles políticos. Lo encontramos en los puestos de gestión y en las representaciones en los órganos legislativos. Está también presente en los municipios, en las distintas circunstancias que pueden distinguirse. En las localidades donde tienen primacía los apellidos autóctonos –el modelo ascendente–, éstos copan las candidaturas nacionalistas, con una presencia muy escasa, incluso marginal, de los que carecen de ellos”.
El trabajo “Etnicidad e identidad en el nacionalismo vasco” demuestra que “el nacionalismo, hasta la fecha, no ha integrado a la población sin apellidos vascos de forma estadísticamente normalizada. En todos los casos presenta un sesgo que lo distancia de la estructura general que a este respecto presenta la población. Tiene importancia la cuestión, pues este peculiar etnicismo sobrevalora una parte de la sociedad y relega otra”.
Manuel Montero explica cómo la contundencia y la repetición de los resultados obtenidos en su investigación sugieren que las candidaturas locales representan la composición interna del nacionalismo. Y éstas ofrecen una imagen muy nítida. “Lo componen fundamentalmente personas asociadas a la procedencia autóctona, con un peso muy alto –si se compara con el conjunto de la población– de la principal representación simbólica de la autenticidad, los dos apellidos vascos. Esta circunstancia proporciona un concepto nacionalista del pueblo vasco que no sólo privilegia a las personas con algún apellido autóctono, sino que lo identifica sobre todo con quienes poseen los dos. En casi todos los ámbitos tienen éstos la primacía entre los tres grupos considerados. Con las principales excepciones de la margen izquierda, Bilbao y Vitoria, es el grupo mayoritario en las candidaturas nacionalistas”.
El estudio explica que, en los principales cargos nacionalistas –Juntas, Parlamento, órganos de gestión– se acentúan los rasgos etnicistas, si se comparan con las candidaturas locales. “Su estructura –primacía neta de los dos apellidos vascos y muy baja presencia de los dos castellanos– se asemeja a la del modelo cóncavo, en el que el nacionalismo resuelve la tensión entre dos grupos equiparables, a los que siente antagónicos, con la hegemonía de los apellidos locales (…) Incluso en las grandes ciudades el nacionalismo se articula en grupos de referencia étnica, que tienen así un perfil muy distinto a su entorno”.
Por eso, explica Manuel Montero en su texto, la argumentación identitaria de tipo cultural que utiliza el mundo nacionalista aparece como una mera justificación ideológica que evita las nociones étnicas, hoy desprestigiadas. “Además, proporciona un discurso de acogida a personas de otras procedencias, que tendrían limitada la adhesión si se desarrollase un planteamiento etnicista. Este argumentario cultural crea la noción de un pueblo abierto, de resonancias democráticas, pero a partir de los datos analizados no tiene consecuencias relevantes en la conformación del nacionalismo ni en la selección de sus principales cargos políticos. Éstos, ante todo, son entendibles a partir de las nociones etnicistas”.
Para Montero, según la actual composición del mundo nacionalista, han fracasado el discurso identitario y el proceso de nacionalización vía cambios educativos, al menos de momento. “El nacionalismo se reconoce sobre todo en criterios selectivos de resonancia étnica y no de otro tipo; y si aplica otros esquemas, los resultados no presentan diferencias sustanciales. No ha acogido a otras procedencias en un número relevante. El nacionalismo cuenta básicamente con grupos de apellidos vascos, con presencia secundaria de los de otros orígenes. En esto coinciden el nacionalismo moderado y el radical. Ambos proceden de los mismos ámbitos etnicistas”.
“En sus listas políticas, el nacionalismo aparece como la representación política de una comunidad que se reconoce sobre todo por su origen autóctono, con la integración minoritaria y secundaria de sectores de otras procedencias. Pese a las diferencias políticas entre la versión radical y moderada del nacionalismo, se impone la imagen de que comparten un origen similar. Posiblemente, la fuerza del nacionalismo vasco radica en buena medida en sus rasgos etnicistas, que proporciona mayor capacidad de cohesión que los esquemas culturales o las doctrinas ideológicas e identitarias, que no son aprehensibles de forma tan inmediata e intuitiva. Además, los rasgos etinicistas facilitan la afirmación de lo nuestro y lo ajeno, nociones fundamentales en un movimiento de este tipo. Crean vínculos de solidaridad prepolíticos, con capacidad de actuar políticamente. Favorecen adhesiones que no requieren un discurso ideológico complejo, así como solidaridades internas ante supuestas agresiones a una comunidad enlazada imaginariamente por lazos de sangre”.
Pero, según el profesor Montero, esta apuesta del nacionalismo vasco por el etnicismo, también le generará problemas. “En tanto mantenga sus rasgos etnicistas, su capacidad de crecimiento queda también limitada, sobre todo si –lo sugieren los datos– en los casos de tensiones identitarias se construye como un ámbito cerrado para gentes de otras procedencias. Además, la vinculación afectiva a entornos tradicionales con preferencia a la hibridación urbana crea también un ámbito imaginario de rasgos peculiares, a largo plazo de difícil encaje en la sociedad crecientemente urbanizada”.
“En suma, la imagen actual del nacionalismo, en función de su composición interna, sugiere fortaleza, pero también rémoras en su capacidad de desarrollo. Queda abocado a la tensión con otros sectores que quedan fuera de la filiación autóctona. Esta tensión no podría resolverse por su expansión hacia ámbitos que sigue identificando como foráneos y a los que, por lo que se ve, acoge de forma renuente, sin que ponga en cuestión las primacías históricas. Todo quedaría en manos de la eventual debilidad del adversario y de la fortaleza propia, en antagonismos anclados en un equilibrio de fuerzas estable, sin evolución posible”.
“En el nacionalismo hay un debate implícito –y silenciado– entre etnicidad e identidad. Lo ha resuelto a favor de lo primero. El discurso identitario, que se expone de forma radical, no ha tenido hasta la fecha capacidad de atracción, si es lo que pretende su enunciado. Persiste una contundente correlación entre el nacionalismo y la evocación étnica”.