La paradoja post mortem del PSOE
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Decía Gabriel Celaya: A veces me parece que no comprendo nada / ni este asfalto que piso ni este anuncio que miro. Puede que ya nadie comprenda nada. Somos actores de una época que, como el poeta, encumbra el compromiso. Y es que este tiempo es en el que seguramente más se hable de política y, sin embargo, donde más despropósito analítico parece existir. Lo que se presupone coherente desaparece del mapa político. Puede que por esa obsesión parricida de ajusticiar a lo que huele a naftalina constitucionalista, no se sabe bien por qué. En esas, poniéndose una nietzscheanamente catastrofista, se puede afirmar que el PSOE ha muerto. O, por lo menos, ha fenecido tal y como lo conocía España. Empezó a morir el día que Pedro Sánchez fue elegido secretario general, aunque la enfermedad la adquirieran con Zapatero. Cabe pensar qué hubiese sido del Partido Socialista si, ante un PP herido y atravesado diametralmente por la corrupción y la desafección, hubiese estado delante el discurso serio de un Madina que, si algo le sobra, es eso de la olvidada coherencia. Pero de qué sirve ésta en una sociedad que, en parte, ningunea hasta el bochorno la histórica figura de un verdadero comprometido y acusa encima de traición. No, perdonen. Traición el Secretario General que decía antes de las elecciones de diciembre que quien pierde la batalla de las urnas dimite. Traición la del que pone por delante del devenir de España sus sueños conyugales en Moncloa. Traición quienes se erigen gurús y artífices del cambio podridos de corrupción y con uno de los pedristas ministeriables imputado por el ‘caso Abengoa’. Y, sobre todo, traición quienes, debiéndose a su país, acuerdan pactar con independentistas a nivel estatal mientras, a nivel local, tienden la mano a antiguos miembros de la banda que descerrajaba tiros y ponía bombas a (estos sí) valerosos socialistas.
Tras todo esto ya no queda nada. Solo un PSOE descosido al que no le vota ni el conserje de Ferraz. Sin embargo, desde distintos medios y cadenas de televisión se sigue manteniendo esa macabra idea por la cual se considera que la única forma de erigir a Podemos como única oposición del tablero político es la propia campaña por la podemización del PSOE. Propósito éste desde el origen, como reconoció el propio Iglesias a medios extranjeros antes de las elecciones municipales. Dos más dos son cuatro y, ellos lo llevan sabiendo desde los resultados de diciembre. La otra alternativa es creer que los propios simpatizantes de Podemos y algunos medios llenos de reconocidos politólogos consideran fantástica la continuidad de una línea a la que le ha faltado decencia pública y le han sobrado fracasos electorales. Estos, los más bochornosos de su historia. Y ese es otro de los problemas del PSOE. El choque de legitimidades existente entre la nueva dirección con un esforzado Javier Fernández a la cabeza, y Podemos (a los otros ya ni los nombramos), como si éstos tuviesen la potestad para determinar el rumbo que ha de tomar el partido socialista. Qué cosas. La supuesta superioridad moral de la izquierda radical, que también impera en la sociedad, vuelve a imponerse en este prorrateo de sensibilidades donde nada puede haber para una acomplejada derecha. Izquierda de las plazas, de la ética y, sobre todo, de la estética. De papeles mojados y andanzas almodovarianas por Panamá. Izquierda de puño morado en alto y marisco a la mesa desde la cual decide qué es bueno o malo para uno de los históricos de la política de este país.
De estas grandes “sensibilidades” hablaba mucho Meritxell Batet, quien estos días ha dejado de formar parte de la dirección. La opinión pública (la de unos, porque otros nunca salen) se lanza a demonizar a los socialistas. Ante semejante corajina solo se puede agradecer tamaña injerencia y demostración de mayor preocupación por la casa socialista que por la suya propia. No parecemos darnos cuenta de que el verdadero problema o uno de los que va a acabar por descoser al partido es la futilidad con la que algunos, entre ellos Batet, se toman la norma jurídica suprema, garante de nuestro Estado de Derecho y, por tanto, de nuestra democracia. Ahí está la declaración incendiaria de la catalana, de índole zapateriana, sobre su concepto de nación dependiente del contexto. O sus alusiones a Cataluña como país, que debieran hacer temblar cada mañana las paredes del aula de la Pompeu donde imparte clases. Con este tipo de veleidades, puede que su presencia en los órganos directivos no hubiese sido muy oportuna en un partido que dice ser para toda España.
¿Este es el PSOE que quieren? ¿Son Iceta o Mendía lo mejorcito que tiene este partido? Porque si es así, más vale que salga Hernando y, a la manera del segundo de Hillary, mande a sus últimos simpatizantes a casa. “¿Nosotros? Nosotros más modernos y más de izquierdas que la propia izquierda”, creerán. A los afiliados contrarios a esta doctrina, que en la época de la información se les silencia desde determinados programas de gran flujo informativo, les han de dar ganas de preguntar al PSOE aquello que cantaba Cecilia: Dónde están tus ojos, dónde están tus manos, dónde está tu cabeza. Porque hay que tener clara una cosa: al PSOE no lo ha matado Felipe González. Al PSOE le ha ido bien antes, durante y después de Felipe González. Es más, antes de la llegada del “felipismo", este partido ya sacaba más diputados de los que ha sacado el “bueno” de Sánchez. ¿Cuál es el pecado de sus máximos dirigentes? ¿Impedir que hubiese un gobierno con los pretenden que renuncien a la unidad de España? ¿No permitir un pacto con los palmeros de Bildu? Lo que ha hecho tanto daño a este partido es renunciar a los valores que le hicieron grande. Los que hicieron que les votaran tantos y tantos millones de españoles.
El PSOE no puede languidecer a costa del mantra sobre la militancia. “La militancia, la voz de la militancia” repiten los preocupados dirigentes de Podemos con Pablo Iglesias a la cabeza. Un Pablo que nombró a dedo al general Rodríguez Fernández, al número uno al Senado por Ávila, a la jueza Victoria Rosell y a tantos otros. Nombramientos que, obviamente, no fueron sometidos a las bases. Unas bases que en el PSOE están ya muy envenenadas, situación indiscutiblemente característica del quehacer de todo líder populista. Asimismo, cabe preguntarse: ¿De qué militancia hablamos?¿De la podemizada o de la que hace tanto que se ha ido? Porque para el Congreso del 2014 el partido tenía 198.123 militantes. Tras el huracán Sánchez, se estima que el número ha caído hasta los 176.000 en septiembre de este año. Es decir, unos 22.123 afiliados menos en algo más de dos años.
Quizá sea un error priorizar a la tan manida militancia -que cree ser libre mientras arrastra la soga al cuello- antes que a los millones de españoles que han dicho basta, que han dicho alto y claro que no quieren un partido socialista anticonstitucionalista, irresponsable, pro-independentista y amigo bufonesco de los antipolíticos que una vez casi acaban con la democracia. Que se aclare el PSOE. Que no ejecuten sus decisiones en función del “buenismo" monopolizado de un lado y de la situación geográfica de otro. Y que preparen, esta vez sí, un proyecto serio para todo el país.
Su indeterminación solo aupará aún más a los populistas y a este corral de comedias en el que comienza a convertirse la política española. Por un PSOE coherente para España. Si no, ya lo dice el dicho: casa en esquina, o muerte… o ruina.
Decía Gabriel Celaya: A veces me parece que no comprendo nada / ni este asfalto que piso ni este anuncio que miro. Puede que ya nadie comprenda nada. Somos actores de una época que, como el poeta, encumbra el compromiso. Y es que este tiempo es en el que seguramente más se hable de política y, sin embargo, donde más despropósito analítico parece existir. Lo que se presupone coherente desaparece del mapa político. Puede que por esa obsesión parricida de ajusticiar a lo que huele a naftalina constitucionalista, no se sabe bien por qué. En esas, poniéndose una nietzscheanamente catastrofista, se puede afirmar que el PSOE ha muerto. O, por lo menos, ha fenecido tal y como lo conocía España. Empezó a morir el día que Pedro Sánchez fue elegido secretario general, aunque la enfermedad la adquirieran con Zapatero. Cabe pensar qué hubiese sido del Partido Socialista si, ante un PP herido y atravesado diametralmente por la corrupción y la desafección, hubiese estado delante el discurso serio de un Madina que, si algo le sobra, es eso de la olvidada coherencia. Pero de qué sirve ésta en una sociedad que, en parte, ningunea hasta el bochorno la histórica figura de un verdadero comprometido y acusa encima de traición. No, perdonen. Traición el Secretario General que decía antes de las elecciones de diciembre que quien pierde la batalla de las urnas dimite. Traición la del que pone por delante del devenir de España sus sueños conyugales en Moncloa. Traición quienes se erigen gurús y artífices del cambio podridos de corrupción y con uno de los pedristas ministeriables imputado por el ‘caso Abengoa’. Y, sobre todo, traición quienes, debiéndose a su país, acuerdan pactar con independentistas a nivel estatal mientras, a nivel local, tienden la mano a antiguos miembros de la banda que descerrajaba tiros y ponía bombas a (estos sí) valerosos socialistas.
Tras todo esto ya no queda nada. Solo un PSOE descosido al que no le vota ni el conserje de Ferraz. Sin embargo, desde distintos medios y cadenas de televisión se sigue manteniendo esa macabra idea por la cual se considera que la única forma de erigir a Podemos como única oposición del tablero político es la propia campaña por la podemización del PSOE. Propósito éste desde el origen, como reconoció el propio Iglesias a medios extranjeros antes de las elecciones municipales. Dos más dos son cuatro y, ellos lo llevan sabiendo desde los resultados de diciembre. La otra alternativa es creer que los propios simpatizantes de Podemos y algunos medios llenos de reconocidos politólogos consideran fantástica la continuidad de una línea a la que le ha faltado decencia pública y le han sobrado fracasos electorales. Estos, los más bochornosos de su historia. Y ese es otro de los problemas del PSOE. El choque de legitimidades existente entre la nueva dirección con un esforzado Javier Fernández a la cabeza, y Podemos (a los otros ya ni los nombramos), como si éstos tuviesen la potestad para determinar el rumbo que ha de tomar el partido socialista. Qué cosas. La supuesta superioridad moral de la izquierda radical, que también impera en la sociedad, vuelve a imponerse en este prorrateo de sensibilidades donde nada puede haber para una acomplejada derecha. Izquierda de las plazas, de la ética y, sobre todo, de la estética. De papeles mojados y andanzas almodovarianas por Panamá. Izquierda de puño morado en alto y marisco a la mesa desde la cual decide qué es bueno o malo para uno de los históricos de la política de este país.
De estas grandes “sensibilidades” hablaba mucho Meritxell Batet, quien estos días ha dejado de formar parte de la dirección. La opinión pública (la de unos, porque otros nunca salen) se lanza a demonizar a los socialistas. Ante semejante corajina solo se puede agradecer tamaña injerencia y demostración de mayor preocupación por la casa socialista que por la suya propia. No parecemos darnos cuenta de que el verdadero problema o uno de los que va a acabar por descoser al partido es la futilidad con la que algunos, entre ellos Batet, se toman la norma jurídica suprema, garante de nuestro Estado de Derecho y, por tanto, de nuestra democracia. Ahí está la declaración incendiaria de la catalana, de índole zapateriana, sobre su concepto de nación dependiente del contexto. O sus alusiones a Cataluña como país, que debieran hacer temblar cada mañana las paredes del aula de la Pompeu donde imparte clases. Con este tipo de veleidades, puede que su presencia en los órganos directivos no hubiese sido muy oportuna en un partido que dice ser para toda España.
¿Este es el PSOE que quieren? ¿Son Iceta o Mendía lo mejorcito que tiene este partido? Porque si es así, más vale que salga Hernando y, a la manera del segundo de Hillary, mande a sus últimos simpatizantes a casa. “¿Nosotros? Nosotros más modernos y más de izquierdas que la propia izquierda”, creerán. A los afiliados contrarios a esta doctrina, que en la época de la información se les silencia desde determinados programas de gran flujo informativo, les han de dar ganas de preguntar al PSOE aquello que cantaba Cecilia: Dónde están tus ojos, dónde están tus manos, dónde está tu cabeza. Porque hay que tener clara una cosa: al PSOE no lo ha matado Felipe González. Al PSOE le ha ido bien antes, durante y después de Felipe González. Es más, antes de la llegada del “felipismo", este partido ya sacaba más diputados de los que ha sacado el “bueno” de Sánchez. ¿Cuál es el pecado de sus máximos dirigentes? ¿Impedir que hubiese un gobierno con los pretenden que renuncien a la unidad de España? ¿No permitir un pacto con los palmeros de Bildu? Lo que ha hecho tanto daño a este partido es renunciar a los valores que le hicieron grande. Los que hicieron que les votaran tantos y tantos millones de españoles.
El PSOE no puede languidecer a costa del mantra sobre la militancia. “La militancia, la voz de la militancia” repiten los preocupados dirigentes de Podemos con Pablo Iglesias a la cabeza. Un Pablo que nombró a dedo al general Rodríguez Fernández, al número uno al Senado por Ávila, a la jueza Victoria Rosell y a tantos otros. Nombramientos que, obviamente, no fueron sometidos a las bases. Unas bases que en el PSOE están ya muy envenenadas, situación indiscutiblemente característica del quehacer de todo líder populista. Asimismo, cabe preguntarse: ¿De qué militancia hablamos?¿De la podemizada o de la que hace tanto que se ha ido? Porque para el Congreso del 2014 el partido tenía 198.123 militantes. Tras el huracán Sánchez, se estima que el número ha caído hasta los 176.000 en septiembre de este año. Es decir, unos 22.123 afiliados menos en algo más de dos años.
Quizá sea un error priorizar a la tan manida militancia -que cree ser libre mientras arrastra la soga al cuello- antes que a los millones de españoles que han dicho basta, que han dicho alto y claro que no quieren un partido socialista anticonstitucionalista, irresponsable, pro-independentista y amigo bufonesco de los antipolíticos que una vez casi acaban con la democracia. Que se aclare el PSOE. Que no ejecuten sus decisiones en función del “buenismo" monopolizado de un lado y de la situación geográfica de otro. Y que preparen, esta vez sí, un proyecto serio para todo el país.
Su indeterminación solo aupará aún más a los populistas y a este corral de comedias en el que comienza a convertirse la política española. Por un PSOE coherente para España. Si no, ya lo dice el dicho: casa en esquina, o muerte… o ruina.