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Xabi Olaskoaga
Lunes, 26 de Diciembre de 2016 Tiempo de lectura:

2016, el fin de la socialdemocracia

[Img #10413]Si hay algo por lo que será recordado este 2016 que está a punto de llegar a su ocaso es por el fin de la socialdemocracia. A lo largo del orbe, los socialdemócratas han hecho su particular canto del cisne siendo barridos por la derecha liberal-conservadora y los populismos de derecha alternativa, con la excepción española que ha optado por un populismo de izquierdas.


En Europa, los partidos que han defendido este corpus ideológico se encuentran en fase de liquidación y derribo. Especialmente significativo ha sido el hundimiento de los socialistas españoles -vascos incluidos- y franceses, formaciones que han sido claves durante décadas en la gobernabilidad de sus respectivos Estados y que están a punto de diluirse por el sumidero de la historia.


La mayoría de los analistas políticos coinciden en que los socialdemócratas deben reformular sus ideas y presentar un nuevo liderazgo. Bajo mi punto de vista, la socialdemocracia va a morir porque sus planteamientos traen un defecto de forma inicial y no existe salvación posible para ellos. Gran parte de los problemas que sufre hoy Europa y el mundo se deben, precisamente, a  la socialdemocracia y así lo han entendido los electores a lo largo de este año en no pocos países.


Aunque los socialdemócratas actuales se empeñen en ocultar su pasado marxista, el hecho es que comparten con los comunistas un mismo origen y una misma finalidad. La diferencia entre ambos estriba en la metodología: el comunismo es el tren de alta velocidad del marxismo mientras que la socialdemocracia es el tren a vapor. Sin embargo, su estación de destino es idéntica.


Durante años, los socialdemócratas han logrado camuflar su gemellaggio ideológico con el comunismo, presentándose como una opción política menos radical en lo superficial y en lo temporal para el electorado, pero manteniendo parte del trasfondo del marxismo en materia económica, social y cultural. Y les ha funcionado bien durante décadas puesto que han sido, con diferencia, los partidos socialdemócratas los que han controlado la política europea continental. En otras palabras, los socialdemócratas se han presentado como la rama aceptable de la misma familia marxista mientras acusaban a los comunistas de ser poco menos que el coco.


El choque socialdemócrata con el iceberg se produjo en 2007, con el estallido de la crisis financiera global. Los socialdemócratas optaron por ponerse de perfil, sonreir al electorado e intentar mantener su base de poder con buenas palabras y mejores intenciones. José Luis Rodríguez Zapatero o Gerhard Schöder, entre otros, son buena muestra de ello: políticos con una gran capacidad de comunicación y empatía con los votantes y ninguna idea sustancial. Ambos llegaron, incluso, a crear escuela, siendo François Hollande y Gordon Brown dos de sus alumnos más destacados. Hoy no queda nada de ellos.


En Alemania, la competencia de Angela Merkel no son los socialdemócratas sino la nueva derecha de Alternativa por Alemania, que aspira a ser, a su forma, un movimiento de masas según las tesis marxistas.

 

En Francia, las elecciones presidenciales se decidirán, según todas las previsiones, entre el liberal-conservador opuesto a la inmigración François Fillon y la frontista Marine Le Pen, cuyo programa económico es claramente socialista. El socialismo francés ni está, ni se le espera, ni le interesa a nadie tras la hecatombe legada por Hollande.

 

En España, la única oposición al Partido Popular y a Mariano Rajoy se encuentra en el populismo de izquierdas de Podemos comandado por Pablo Iglesias, tras la autodestrucción predecible y lógica del PSOE de Pedro Sánchez, Susana Díaz y compañía, pupilos todos, en mayor o menor medida, de José Luis Rodríguez Zapatero.

 

En Grecia, Syriza destrozó al socialdemócrata PASOK y ahora tiene como únicos adversarios a la conservadora Nueva Democracia o a los nacional-socialistas de Amanecer Dorado. Y así, un largo etcétera.


La crisis financiera ha endurecido al electorado. La socialdemocracia solo ha ofrecido promesas y voluntarismo frente a otros sectores, particularmente el populismo, que quieren tomar el cielo al asalto. Los socialdemócratas no pueden combatir el aumento del paro, las desigualdades sociales, la inmigración descontrolada o el terrorismo islamista porque no tienen voluntad de lucha y como son una versión soft, una especie de whisful thinking del marxismo, jamás aplicarán medidas estructurales o radicales, quedándose siempre en lo cosmético, en lo superficial. En las crisis, los votantes quieren líderes, cambios, rupturas. Y todo eso no se lo proporcionará la socialdemocracia, una fotocopia mala e insustancial del comunismo, ideología a la que debe reconocerse una voluntad de combate político inequívoca y que ha servido de ejemplo en este aspecto para los nuevos populismos, tanto de derechas como de izquierdas.


Aunque algunos sigan empeñados en resucitarla, la socialdemocracia ha fallecido en 2016. No habrá ningún mesías redentor que, como a Lázaro, le haga volver a andar. Y en 2017 será enterrada sin ningún tipo de honores.

 


 

 

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