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Enrique Arias Vega
Sábado, 31 de Diciembre de 2016 Tiempo de lectura:

Un país sin historia

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Hace unos días, en una encuesta callejera de televisión, ningún joven menor de 30 años sabía quién fue Adolfo Suárez, por ejemplo. Cuando oímos hablar a nuestros compatriotas, descubrimos su desconocimiento generalizado sobre el pasado colectivo.


A Felipe González, otro ejemplo más, solo se le atribuye un siniestro episodio de “cal viva”, por alusión directa y reciente de Pablo Iglesias, ignorando, en cambio, una ingente y positiva acción gubernamental de 13 largos años.


Estamos borrando, pues, nuestra historia mediante paletadas de olvido, desinformación o interesada manipulación. La tan traída y llevada “memoria histórica”, por no ir más lejos, más que para reparar las atrocidades del franquismo, parece usarse para ignorar su realidad, como si cerrando los ojos lográramos el milagro de que no haya existido.


La anécdota tonta que lo ejemplifica son las repetidas pintadas al imperceptible medallón de Franco en la Plaza Mayor de Salamanca, junto a otra treintena de retratos en piedra de personajes históricos de la ciudad. Su presencia allí, ni es una apología del fascismo ni la madre que lo parió.


Y es que, a base de ignorar nuestro pasado, ni sabemos de dónde venimos ni adónde vamos. Cada político con mando en plaza se inventa la historia colectiva que le viene en gana y, generalmente, da pábulo a todo lo que perjudica a la verdad, a la convivencia colectiva y a los valores de nuestros antepasados. Otro ejemplo es el del presunto genocidio durante la conquista de Ultramar, cuando la verdad es que la mayoría de los habitantes de Hispanoamérica tiene sangre indígena, a diferencia de donde pasaron ingleses, franceses u holandeses, quienes masacraron sin piedad a la población nativa sin que nadie se haya hecho eco de ello.


Podríamos aplicar ese análisis retrospectivo de ignorancia a la Guerra de Sucesión del siglo XVIII, la invasión francesa, un siglo después, o la batalla de las Navas de Tolosa, cinco siglos antes. Más, ¿para qué? Bástenos saber que, como dijo el filósofo George Santayana, “quien olvida su propia historia está condenado a repetirla”.


Pues eso: ahorrémonos semejante disgusto.   

 



 

 

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