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Lunes, 02 de Enero de 2017 Tiempo de lectura:
Reportaje

Oración, ascetismo y silencio: los últimos ermitaños de Mallorca

[Img #10454]Un anciano con una túnica marrón grisácea abre la pesada puerta de madera. Se hace llamar "ermitaño Gabriel", nombre que él mismo eligió, y sonríe de forma afable tras su espesa barba. A sus 72 años, es el más joven de los cuatro eremitas que viven en la ermita de la Santísima Trinidad, en la isla mediterránea de Mallorca.

 

Ellos son los últimos monjes conocidos que aún siguen el estricto estilo de vida de los "padres del desierto", que se remonta al siglo III en el desierto egipcio, para dedicar su vida al ascetismo y la oración. Cuando mueran, se extinguirá una antiquísima herencia de la cristiandad.

 

"Una pena", dice Felio Bauzá, quien escribió un libro sobre esta tradición profundamente religiosa de su pueblo natal. Aunque el abogado vive ahora en la capital, Palma, procede de la pintoresca Valldemossa, 20 kilómetros al norte y muy cercana a la ermita de los monjes.

 

"Durante toda mi juventud vi siempre a los eremitas los domingos y los festivos, cuando venían al pueblo e iban a misa", cuenta. "Con el libro pretendía dar testimonio de sus vidas para las futuras generaciones".

 

Hasta hace pocos años aún quedaban seis ermitaños en dos ermitas diferentes, pero después de que dos de ellos fallecieran, en 2010 se cerró la ermita de Betlem en Artà.

 

Los otros cuatro monjes de entre 72 y 80 años viven ahora en Valldemossa. Antes, hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, aún quedaban 60 eremitas en Mallorca, apunta Bauzá. Ahora, la antigua tradición se encuentra cercana a su fin.

 

Las máximas de la "congregación de los ermitaños de San Pablo y San Antonio" son estrictas y espartanas, infinitamente apartadas del mundo de los smartphones y las tablets. La orden fue creada en el siglo XVII por el mallorquín Juan Mir, quien desde los 15 años fue un eremita.

 

Las reglas creadas por él se basan en el estilo de vida de los ermitaños cristianos Pablo de Tebas y Antonio Abad, los "padres del desierto" egipcios.

 

Sobre un tablón de madera que cuelga de una simple pared blanca se puede leer: "La base de la vida ascética es la penitencia y la oración, su perdón es el silencio; su protección, el retiro; y su objetivo, la unidad con Dios".

 

[Img #10455]En la práctica esto significa para ellos levantarse a las cuatro de la madrugada y después rezar, rezar y rezar. Los ermitaños recitan salmos y oraciones durante prácticamente 18 horas, a veces en silencio y para sí, y otras conjuntamente en la capilla. Solo en las últimas horas de la tarde pueden hablar. Incluso cuando viajan en su abollado Renault R4 amarillo en dirección al pueblo, rezan el rosario.

 

"Su único objetivo es vivir para Dios y para nadie más, ni siquiera para sí mismos, solo para Dios", explica Bauzá mientras pasea la mirada por la costa mallorquina.

 

La vista desde la ermita es impresionantemente bella. A la derecha se encuentra una pequeña capilla de piedra, frente a ella un cementerio y en el jardín repleto de cipreses se alza una estatua del fundador de la orden, Juan Mir.

 

Los monjes cosechan gran parte de sus alimentos, en un pequeño huerto crecen árboles de cítricos y verdura. Solo comen carne una vez por semana y el alcohol es tabú. También cosen sus propias túnicas y cuando eran jóvenes incluso se fabricaban sus propias sandalias.

 

No les gusta posar para fotos, por lo que solo existen unas pocas.

 

¿Cómo es que una persona se decide por una vida tan retirada, apartada de la civilización? "No lo he elegido yo, sino que es Dios el que me ha llamado. Y esas llamadas son un misterio", dice Gabriel, quien en ocasiones rompe su silencio para los visitantes.

 

Es ermitaño desde que tenía 29 años, "pues los candidatos tienen que ser lo suficientemente mayores como para estar seguros de que podrán aguantar", dice Bauzá. Gabriel había visitado previamente varios monasterios de la zona y había leído libros sobre el tema. Además, su propio tío vivía ya como eremita.

 

Pero corrían otros tiempos. Actualmente ya no se encuentra ningún sucesor en la ermita de Valldemossa. "En los últimos 20 años solo ha habido unos dos o tres interesados, pero esta vida profundamente religiosa resultaba demasiado difícil para ellos", explica Bauzá, quién investigó durante dos años y se acercó como nadie a los ermitaños para escribir su libro.

 

Gabriel tiene otra explicación: "Los jóvenes de hoy están ocupados con demasiadas cosas, les rodea demasiado ruido de manera que no son capaces de escuchar la llamada".

 

De momento, los monjes no quieren pensar en el final de su forma de vida. "No quieren ni oír hablar de ello y no les gusta que les pregunten al respecto", aclara Bauzá. "Puede que Dios nos envíe a alguien que continúe la tradición", reza su credo.

 

A la hora de la comida sale de la cocina el vapor de la verdura asada. Sobre las montañas pasan nubes bajas, los pájaros gorjean y a lo lejos ruge el mar. De este lugar emana una espiritualidad especial que hace que uno quiera quedarse.

 

Sin embargo, ¿no resulta duro día tras día, durante toda la jornada, rezar sin interrupción? "No para mí", sonríe Gabriel. Después, cierra la puerta de madera y desaparece en el silencio.

 


 

 

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