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Sábado, 25 de Febrero de 2017 Tiempo de lectura:

Kuropaty, el Katyn bielorruso, amenazado por la desmemoria histórica comunista

[Img #10863]El 3 de junio de 1988, Zenon Pozniak y Evgenii Smigalov informaron al periódico Literatura i Mastactva (Unión de Escritores bielorrusos) del hallazgo de fosas comunes a 20 kilómetros de Minsk en un lugar conocido en ese momento como Kuropaty. En cada una de esas fosas comunes se habrían encontrado los cuerpos de entre 50 y 60 personas… y se calculaba que el número total de fosas podría rondar las 550, aproximadamente.

 

En plena glasnot, el Consejo de Ministros de la República Socialista Soviética de Bielorrusia, resolvió crear una comisión de investigación que concluyó que las matanzas se habrían producido entre 1937 y 1941. Uno de los miembros de la comisión,  M.B. Osipova, se negó a firmar las conclusiones de la misma y decidió formar una Comisión Pública Independiente (que contaría con el apoyo de la KGB)  la cual atribuyó las matanzas a los alemanes: Bielorrusia se encontraba con su particular Katyn.

 

No obstante, una y otra comisión coincidía en que la munición empleada en las ejecuciones provenía de armas de fabricación soviética, revólveres Nagan y pistolas TT.

 

Uno de los argumentos esgrimidos por la Comisión organizada en torno a Osipova consistía en señalar que algunas víctimas vestían prendas o calzaban zapatos que ningún ciudadano soviético hubiera podido lucir nunca, como es el caso de la víctima que llevaba zapatos importados de Austria; sin embargo, los defensores de la “teoría alemana” olvidan que la Polonia de la II República incluía amplios territorios poblados por ucranianos y bielorrusos, territorios donde el nacionalismo era, precisamente, especialmente fuerte, y cuya población, en consecuencia, era tan hostil a los polacos como a los soviéticos. Cuando estos últimos, en conjunción con los nazis, invadieron Polonia en septiembre de 1939 se encontraron con una población que había vivido, más o menos, en una sociedad democrática, de libre mercado, en la que se respetaban los derechos humanos y el pluralismo político, costumbres y actitudes no demasiado bien vistas por el régimen totalitario de Stalin: a la Gran Purga estalinista de 1937, se habrían de sumar una serie de matanzas en 1939 que se extenderían hasta 1941, fecha en la que Alemania invade la Unión Soviética, matanzas entre cuyas víctimas encontraríamos a gran cantidad de ucranianos y bielorrusos occidentales.

 

Como Sandarmoh, Vínnytsia,  Bykivnia o Katyn, Kuropaty viene a sumarse a la negra lista de lugar de ejecución de decenas de miles de personas y como otros nombres de atroz recuerdo como Auschwitz o Treblinka su preservación y “monumentalización” se han convertido en acta de acusación contra los regímenes totalitarios y perpetuo recuerdo por el que evitar la repetición de tan abominables actos.

 

Hoy, sin embargo, asistimos al intento de las autoridades bielorrusas de destruir la memoria del oprobio soviético con dinero - ¡ qué casualidad! – moscovita: precisamente sobre los terrenos donde se erige el Memorial de la masacre de Kuropaty se ha proyectado construir un edificio de oficinas, lo que ha llevado a muchos ciudadanos bielorrusos a protestar y mostrar su más rotunda oposición: ¿se imaginan que una empresa alemana comprara los terrenos del campo de Auschwitz para levantar sobre el mismo un centro comercial?

 

De momento, los activistas han logrado detener las excavadoras y eso a pesar de que las autoridades bielorrusas han enviado, no a fuerzas de orden público, como sería lógico y normal de un gobierno democrático, sino a los conocidos como titushki, matones a sueldo, que no han dudado en golpear a los concentrados para protestar y detener el avance de las máquinas.

 

No podemos perder de vista que el triunfo de estos proyectos no sería el triunfo del progreso, como alegan los partidarios del gobierno, sino el de la banalización de la tragedia y el crimen.

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