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Carlos Roldán López
Lunes, 13 de Marzo de 2017 Tiempo de lectura:

España (con perdón)

Hay quien escribió que la nación es la forma moderna de la patria. En efecto la nación es la figuración democrática del patriotismo, indisolublemente ligada y definida por la soberanía popular y la emergencia de la figura del ciudadano.  Y esto implica a su vez la sustitución de la legitimidad democrática sobre la dinástica y la dimanación popular de todo poder y por tanto, la superación de un concepto territorial basado en fueros, privilegios y prerrogativas.

 

La nación definida como comunidad de ciudadanos libres e iguales que confluyen en un espacio público. Lo nacional es un concepto relacionado con la modernidad y la superación del fuerismo medival y arcaico, que nada tiene que ver con el federalismo, sino con la fragmentación. El concepto de nación es republicano. Está históricamente unido al concepto revolucionario del poder popular. Lo normal de un republicano es ser también nacional.

 

En nuestro país lastramos una serie de fuerzas retardadoras de procedencia medieval que utilizan de forma bastarda el concepto de federalismo (relacionado a encontrar puntos de unión en lo que está separado, y no razones para separar lo que está unido) y que se basan descaradamente en conceptos tan reaccionarios como el Rh de la sangre, las fronteras históricas o atribuir derechos a territorios sobre los cuales han erigido una forma de Estado amparado políticamente por la corona y la izquierda jamón y queso que tenemos, que junto al abandono del rupturismo con el capital han abandonado también la modernidad en sus formulaciones territoriales. La izquierda es colaboradora con el capital y medieval en sus formulaciones territoriales. Una perlita. Un desastre.

 

Los argumentos etnicistas y filofascistas que plantean tanto el PNV como JxS son gestionados laxamente por sus consortes izquierdistas al amparo de un discurso falsamente federal, porque nunca se molestaron en aprender qué es el federalismo. Si lo hubieran aprendido también sabrían que no tiene sentido hablar de ello. Al plantear la soberanía en términos territoriales, en vez de en términos populares se posicionan en la extrema derecha.

 

La unificación de las naciones en Europa estuvo ligado siempre al exterminio de fuerzas oscurantistas medievales y a la configuración de un proyecto moderno y republicano que en España, como vemos, todavía no se ha producido. Seguimos con la forma de Estado medieval de la monarquía intimamente unida con una concepción medieval-Estado autonómico- que tiene mucho más en común con las taifas que con el concepto de federalismo.

 

El Estado Federal del que habla la izquierda jamón y queso es en la práctica un paso más en la desintegración de la forma moderna de nación para involucionar aún más y generar desigualdades -lingüísticas, económicas, históricas- entre los ciudadanos, que por cierto cada vez lo son menos.

 

Esta dinámica disgregadora  y antiespañolista no es una "trampa" en la que ha caído la izquierda como dicen algunos republicanos de izquierda, sino una deliberada estrategia  relacionada con la incorporación al liberalismo de todo el orbe partidista. Una estrategia deudora del discurso sobre la libre circulación opuesta a todo tipo de planificación nacional de las fuerzas económicas, por lo que curiosamente los mercados en el fondo andan dispuestos a estimular todo tipo de "hechos diferenciales". Un mundo plagado de hechos diferenciales es un mundo postrado a los intereses de los que ocupan una posición hegemónica en los mercados. 

 

La relación de la idea de España con cosmovisiones ideológicas totalitarias es correcta, en el sentido de que ha existido históricamente, pero en naciones modernas como Italia o Alemania no ha impregnado tan fuertemente esa simbiosis como en España, por motivos de interés, no por verdad histórica. Las tendencias nacionales de la modernidad republicana han existido históricamente y han sido silenciadas. Urge un republicanismo unitario desembarazado de herencias y complejos que garantice igualdad y que ponga frenos soberanistas a la voracidad económica global.

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