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Carlos Roldán López
Martes, 25 de Abril de 2017 Tiempo de lectura:

Sin corrupción no se podría gobernar

La corrupción no depende de buenas o malas voluntades y no es un efecto, sino una causa. No es una desviación, sino el centro mismo de gravedad en torno al cual se distribuye gradualmente el poder. No es una trama delictiva ni un aparato de generar dinero, no es la consecuencia de una defectuosa ética o moralidad personal, tampoco es algo consustancial al sistema. Es todo eso, pero ni mucho menos su aspecto esencial. El sistema no está corrupto porque es el sistema mismo: la corrupción es la esencia misma de la globalización posmoderna. Es la "realpolitik".

 

No hay un alguien corrupto y alguien que no, la corrupción simplemente es un mecanismo que funciona y en torno al cuál se marcan las grandes líneas estratégicas del nuevo orden mundial; ese que clama contra Le Pen y Melenchon a la vez; ese que clamó contra el Brexit; es la corrupción generalizada la que manda intervenir países, aunque eso implique el ascenso del yihadismo, la que provocó "a sangre y fuego" la operación de remodelación del África de los Grandes Lagos y el que convierte al bravucón Trump en apenas días en un manso corderito y al "rojo" Tsipras en un aprendiz de Rockefeller. Por supuesto, es el que le dio el puro a Felipe Gonzalez y el que convertió al capitalismo a la China de Mao. Es quien puso y quitó a Pinochet...

 

En ninguno de estos hechos hay la más mínima reflexión ideológica, no hay largas evoluciones filosóficas, ni acuerdos asamblearios. Son cambios bruscos y aparentemente sorprendentes  -el último de ellos, el de Trump- que se producen cuando los advenedizos que llegan a la alta gestión del capitalismo se dan cuenta que sencillamente serán relevados si no se cumple aquello de lo que de ellos se espera, Cuando directamente no se les amenaza con desestabilizar el país. Tan sencillo como eso.

 

Y lo que de ellos se espera no son precisamente decisiones, al contrario. Lo que de ellos se espera es que cumplan las decisiones de otros.  El orden mundial es una red de pillaje sistemático y estable que en función de la coyuntura aplicarán medidas militares o económicas que enriquecen a gentes sin el menor escrúpulo.
Nada distintos  a los  Ignacios González y Granados, Luisroldanes y Manueleschaves. Ninguna diferencia moral. Sí, de recursos: Platino, Cobalto, diamantes, uranio, cromo... esto y no otra cosa es lo que deciden guerras como la de Siria. Esto es lo que explica que de las chaquetas de pana pasemos directamente a laminar derechos laborales, privatización de servicios, al despojo de las rentas del trabajo, al estrangulamiento de la economía y a la ejecución de sus viviendas de cientos de miles de familias. Es la misma receta. Es lo que explica que gane quien gane, se haga lo mismo. Esa es la madre de todas las corrupciones.

 

La corrupción fue el agente-arquitecto de lo real y sigue siendo aún hoy en día. Nuestras bipartidistas partidocracias no fueron más que gerentes de esa corrupción global, como diría Joan Carrero, "una especie de fusibles que se recambian sin ningún problema cuando el sistema se recalienta". En unos casos fusibles, en otros directamente mamporreros. Si Zapatero era el fusible, Rajoy es el mamporrero. La diferencia entre fusible y mamporrero es toda la diferencia que podemos encontrar en la partidocracia bipartidista. Eso es la derecha y la socialdemocracia. Fusible o mamporrero de la corrupción. Soberana del mundo.

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