Desafortunado Premio Princesa de Asturias
Karen Armstrong o el islam como víctima de la civilización judeocristiana
![[Img #11559]](upload/img/periodico/img_11559.jpg)
Si quería darle el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017 a alguien que halaga a las dictaduras religiosas presentando el islam como víctima de la civilización judeocristiana, el jurado acertó concediéndoselo a la británica Karen Armstrong.
De 72 años, a los 18 profesó como monja, pero abandonó los hábitos a los 25 tras sufrir según sus libros abusos psicológicos; y físicos con disciplinas de alambres de espinas.
Bondadosa y compasiva comenzó a predicar el buenismo y el relativismo que inspiran la corrección política, ese masoquismo creador del pensamiento blando y tolerante con la maldad porque es tan legítima como la bondad.
En realidad maldad y bondad no existen, son una abstracción racista y heteropatriarcal de los antiguos hombres blancos, judeocristianos y liberales.
Tras estudiar literatura inglesa en Oxford comenzó a investigar las tres principales religiones monoteístas y a publicar sus impresiones, siempre con esa visión positiva del islam que fascina a tantas universitarias, emoción que debería verse bajo inspiración (sexual) freudiana.
Mientras para Armstrong la historia del cristianismo es cruel, la del islam es bondadosa: su trauma como monja martirizada posiblemente la han llevado a difundir que la mujer en el islam –esa que vale la mitad que el hombre, a la que puede pegársele, que debe aceptar la poligamia—debe ser feliz con ese trato.
Es extraño que este trofeo a una multipremiada por islamistas que imponen la sharia y rechazan los derechos humanos laicos, se lo concediera un jurado con, entre otros, Fusi, Martí Fluxá, Joseph Pérez o el presidente de los judíos españoles.
El filósofo, politólogo y humanista Giovanni Sartori, que recibió el mismo galardón en 2005, fallecido hace dos meses, protestaría indignado por esta sucesora: toda su obra desmonta los mitos antihistóricos y antidemocráticos de gente como ella, que se niega a reconocer que incansablemente, desde hace 14 siglos, las sectas islámicas se asesinan día tras día para imponer sus distintos dogmas.
Si quería darle el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017 a alguien que halaga a las dictaduras religiosas presentando el islam como víctima de la civilización judeocristiana, el jurado acertó concediéndoselo a la británica Karen Armstrong.
De 72 años, a los 18 profesó como monja, pero abandonó los hábitos a los 25 tras sufrir según sus libros abusos psicológicos; y físicos con disciplinas de alambres de espinas.
Bondadosa y compasiva comenzó a predicar el buenismo y el relativismo que inspiran la corrección política, ese masoquismo creador del pensamiento blando y tolerante con la maldad porque es tan legítima como la bondad.
En realidad maldad y bondad no existen, son una abstracción racista y heteropatriarcal de los antiguos hombres blancos, judeocristianos y liberales.
Tras estudiar literatura inglesa en Oxford comenzó a investigar las tres principales religiones monoteístas y a publicar sus impresiones, siempre con esa visión positiva del islam que fascina a tantas universitarias, emoción que debería verse bajo inspiración (sexual) freudiana.
Mientras para Armstrong la historia del cristianismo es cruel, la del islam es bondadosa: su trauma como monja martirizada posiblemente la han llevado a difundir que la mujer en el islam –esa que vale la mitad que el hombre, a la que puede pegársele, que debe aceptar la poligamia—debe ser feliz con ese trato.
Es extraño que este trofeo a una multipremiada por islamistas que imponen la sharia y rechazan los derechos humanos laicos, se lo concediera un jurado con, entre otros, Fusi, Martí Fluxá, Joseph Pérez o el presidente de los judíos españoles.
El filósofo, politólogo y humanista Giovanni Sartori, que recibió el mismo galardón en 2005, fallecido hace dos meses, protestaría indignado por esta sucesora: toda su obra desmonta los mitos antihistóricos y antidemocráticos de gente como ella, que se niega a reconocer que incansablemente, desde hace 14 siglos, las sectas islámicas se asesinan día tras día para imponer sus distintos dogmas.