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Pablo Mosquera
Domingo, 25 de Junio de 2017 Tiempo de lectura:

La sorprendente Vitoria

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Uno de los mejores lemas para describir una capital de provincias -frase desde Madrid para el resto de España- era el que se acuñó con motivo de las obras de la Catedral de Santa María en la ciudad de Vitoria. "Entre clérigos y soldados". Y es que algo similar me ha sucedido con "En aumento de la justicia contra malhechores". Son frases de aplicación inmediata. Sirven para la realidad. La primera, para describir como eran la inmensa mayoría de las capitales españolas; la segunda como "juramento a estilo Santa Gadea”, al que debo añadir "que buen vasallo si hubiere buen señor", en mi trayectoria como tertuliano político para toda Galicia desde Radio Voz.


A las gentes que visitan Vitoria les pasa algo parecido a las que visitan Zamora. Mientras la capital del antiguo reino de León es una pequeña joya cargada de Románico, la capital de la Comunidad Autónoma Vasca es una gran ciudad dónde no hay románico, apenas monumentos históricos y conserva la peculiaridad de esa estación de la RENFE en aquel centro urbano al que hoy llega el tranvía.  
 

Pero los visitantes de la ciudad con una calle dedicada al coruñés Eduardo Dato se ven sorprendidos por un trazado que es todo un ejemplo de lo que debe ser el urbanismo para uso y disfrute del ciudadano -habitante de una ciudad- Cada barrio con todos los equipamientos precisos, de ejemplar tratamiento medio ambiental que se ha convertido en santo y seña desde la ciudad alavesa, dónde el vehículo más utilizado es la bicicleta, con la cual se puede pasear entre una maravillosa exposición de esculturas que educan a la población en lo que representan los artistas contemporáneos, desde Chillida hasta el recuerdo al gran Giacometti, cuando una copia a su estilo inconfundible se ha convertido en el punto de encuentro de la ciudad -El Caminante-.


Si reflexionamos sobre la importancia, para la salud, de favorecer lo contrario al sedentarismo, con amplias zonas peatonales, descubrimos cómo desde la emblemática plaza de la Virgen Blanca, que recuerda la gesta de la batalla contra la francesada, se puede caminar hasta la basílica románica de Armentia, por una senda que permite contemplar los edificios más emblemáticos de la capital, que cuida su oferta de museos y ha sido capaz de convertir edificios, en otros lugares casi olvidados, en modernas instalaciones al servicio de la vida pública -Ajuria Enea y Parlamento-.
 

Pero hubo un momento del que fui testigo. Los habitantes con profundas raíces vitorianas descubren que el crecimiento de la ciudad, provocado por el uso del suelo industrial y las ventajas fiscales de la foralidad, han hecho crecer exponencialmente la población, colocando en minoría a los vitorianos de toda la vida, con su forma de ser y estar. Mientras tanto, el resto de españoles que han ido llegando a la estación de la calle Dato, en silencio, se adueñan de su ciudad entre clérigos y soldados y mucha gente que vive "del cupón" pagado por lo que hoy son compañías del IBEX.
 

Tal momento de colisión entre viejos y nuevos habitantes se produce aquel tres de marzo de 1976. Dónde los patricios vitorianos usaban, como solían hacer, a las autoridades para impedir las reivindicaciones de los trabajadores en las grandes factorías, pero que se habían organizado sindicalmente, hasta poner todo lo preciso para promover aquella huelga que un gobierno sito en Madrid y mal informado desde Vitoria, hizo de sus errores el caldo de cultivo capaz de provocar una catástrofe y unas secuelas que durarían muchos años en barrios como Zaramaga.
 

El segundo momento histórico se produce con la llegada de la administración pública vasca que construye la nueva clase social habitante de la ciudad cantada por Alfredo Donnay -apellido judío que viene a recordar la importancia que tuvo tal comunidad en el desarrollo del casco histórico y sus gremios-. Y es que los funcionarios, con o sin uniforme, del Gobierno Vasco son la nueva clase socio cultural de la población que llegó a tener las viviendas entre las más caras del Estado, gracias al poder adquisitivo de sus habitantes.
 

Y se produce el tercer fenómeno. Una ruptura de Vitoria con el resto de la provincia. Hay más relación entre la capital y las otras capitales vascas que entre Vitoria y sus Cuadrillas -Juntas Generales de Álava-, y así La Rioja se estira hacia Logroño y las poblaciones de Ayala lo hacen hacia el gran Bilbao.
 

A lo antes dicho hay que añadir ese sentimiento o resentimiento de los vitorianos ante una "invasión" que ya no pueden controlar con aquella histórica "Voluntaria Entrega". Son pasto de los llegados de fuera, que terminan por desplazar el centro dónde siempre se habían tomado las decisiones a los nuevos barrios, y aparece el euskera como instrumento de ocupación cultural -grave error que avoca a la ineficiencia de la política lingüística-.
 

Llegados a este momento me tengo que replantear aquello que un colega médico que vivía en la histórica Ciudad Jardín de Vitoria me enseñó. "En Vitoria hay tres símbolos contra los que no se debe ir: La Virgen Blanca, El Hospital Santiago Apóstol, la Diputación Foral". ¿Que ha quedado de lo dicho?. Creo que nada.
 

Hoy, Vitoria ya no es patrimonio para "vitorianicos de toda la vida que paseaban palmito por su calle Dato y eran socios del Círculo Vitoriano". Hoy Vitoria es la capital de una Comunidad Autónoma Vasca, en paz, con un imparable desarrollo en el sector terciario, con un magnífico campus universitario, con una excelente calidad de vida y ejemplo de lo que significa el buen uso de la autonomía para servicio del administrado.   

 

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