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Jueves, 13 de Julio de 2017 Tiempo de lectura:

Miguel Angel Blanco

[Img #11805]

 

La foto de Miguel Ángel Blanco es siempre la misma: los ojos algo cerrados, nos mira como lo hacen los miopes; y el vídeo, apenas breve, sin la calidad de alta definición de hoy, nos muestra el rostro que se vuelve un instante, como si nos trajera del más allá un alma que aspiraba a más, a respirar de seguido, a hacerlo como lo hace hoy, cada día, Manuela Carmena, que respira cada mañana cuando sale, si lo hace, al balcón de Cibeles y a quien esa foto, la única, la que vemos siempre, debe de producirle resquemor. Y, sin embargo, yo le propongo algo diferente: no la foto, sino, en una pantalla de hoy, esas pantallas gigantes de las que hablaba el hermano de Ignacio González como negocio a su hermano, en una gran pantalla repetir siempre esa cabeza que se vuelve a nosotros y parece inquirirnos, con esa presencia solemne que tienen los que viven lejos, más allá de las nubes, recordándonos nuestra propia mortalidad.


Lo más grande de Miguel Ángel es su propia pequeñez, que es la mía y la del lector y la de todos; tan pequeño era y, sin embargo, produce resquemor en estos amigos de Maduro y en los sucesores de Arzalluz. Porque Miguel Ángel Blanco tiene la pequeñez de lo humano y eso, la entretela de nuestra fragilidad dominable, avasallable, nuestra condición de posible reo, es lo que estremece a quienes viendo al débil temen que se descubra su afán de dominación, que es al fin y a la postre su afán de muerte, de asesinato cruel. Quien, en cambio, no se deja anegar por esa pasión de dominación ve entonces en Miguel Ángel Blanco lo que era y lo que es: un hombre, un ciudadano. Viéndole me veo, nos vemos sin duda alguna, a nosotros mismos.
 

¿Y qué es el afán de dominación sino la política? Bien, la peor política, porque hay política en construir una ciudad de libertad, pero estos, los que tienen ese resquemor que les hace titubear y dar excusas de mal pagador cuando niegan la foto, esa foto de siempre que ya nos es familiar, dirigen sus tiros a otra política, esa que vemos ahora en las avenidas de Caracas o también en un bareto de Alsasua un sábado por la noche. Es política de pura dominación; o, mejor, de sumisión, de muerte. Es la política del tirano, que parece afable bajo los rizos de cordero de la cabellera de una anciana o en las bromas de un diputado, como ese Esteban, que habla de que hay otro relato por contar.
 

Y, sin embargo, mucho me temo que ese afán de la mala política tiene ahora raíces y aliados de los que antes carecía. Porque ETA, que era mala, ya no engañaba a casi nadie y ese lenguaje de puritanismo democrático, falsario, de su mesa nacional, de KAS, de Gestoras, de las páginas cínicas de Egin, un lenguaje cubierto por la distancia exquisita del PNV, acabó agotando, como agotan las canciones de temporada o los movimientos estéticos, pero arrastró, como lo hacen los ríos con el légamo del lecho, las raíces de otras creencias. Si el PNV nació para seguir, desde una perspectiva racial, la herencia romana, cristiana, europea, ETA transformó ese nacionalismo y lo convirtió en aspirante a una legalidad prerromana. Ni Justicia, ni Derecho, ni pietas (esa pietas que no hubo cuando a Miguel Ángel le sujetaban en el maletero), sino puro materialismo histórico. Y, como el dictador de Bolivia, una aspiración a borrar todo lo que vino por las legiones y los legisladores romanos o los obispos de Roma. Tribunales de chamanes, puro instinto de la carne, el hombre como materia y sujeto de horca. Por desaparecer, desaparecen topónimos y nombres de pila; surgen nuevos nombres y sólo una cruz vengativa, esa de Larrabetzu que se ha empeñado en caer de mala manera en el acto de su vejación, parece dejar constancia de su malestar.
 

Y es que los ojos algo apagados de este chico entre gallego y vizcaíno, como tantos hoy, ofenden como el fuego de unos ojos de un héroe macedonio. En realidad, en nuestro tiempo los héroes ya no se baten en las Termópilas. El último que hemos conocido empleaba un monopatín y ya hemos visto lo que dice de él un concejalillo de Alicante: que no había pruebas del monopatín. En realidad, esa prueba, probatio diabolica, es también la prueba que pide Carmena: probar que la foto de los ojos ya acusadores de Miguel Ángel no ofende a ninguna otra víctima. ¿Cómo probar eso? Pues de la misma manera como se prueban las tonterías: pasándolas por el cedazo y descubrir lo que tienen de hipocresía. ¿Quién se ofende por esa foto, por esa mirada, por ese rostro que tiene algo de todos los rostros, por esos labios nobles y un cierto candor propio de los ángeles martirizados? Sólo unos cuantos: quienes le mataron y quienes aquella noche les dieron cobijo, techo y sábanas; sólo esos pueden sentirse humillados.

 

Juan Urruchúa (Bilbao)
 

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